Saudade de Domingo #48: Atesorar

Siempre he sido un obsesivo por la memoria, por congelar el recuerdo, por registrarlo todo. Cada tanto me gusta pasar revista a todos los recuerdos acumulados en diferentes formatos: fotos, vídeos, cartas, diario, tarjetas, etc. No lo hago todo el tiempo pero me hace feliz saber que determinado recuerdo está inventariado en alguna plataforma. El problema surge cuando algo se pierde o se borra.

Esta semana viví un hecho que me desestabilizó mucho pero que pocos supieron. El martes a la mañana mi compu no prendió más, intenté revivirla de todas las formas posibles, busqué tutoriales en el celular a ver qué podía hacer para sacar del coma a mi laptop. Pero nada fue posible. Más allá de la molestia de que no prendiera, se me cruzó por la mente un craso error que había cometido: no había respaldado en varios meses toda la info de la compu. Pensé enseguida en lo que más me importaba de los más de 200 GB ocupados. Mis poemas escritos en Nueva York y la sinopsis larga de la película en la que estoy trabajando.

¿Cómo era posible que si eran trabajos tan importantes para mí, no se me hubiera ocurrido respaldarlos en el Drive, en un disco externo o por último en el mail? Me recriminé durante horas. Era como haber retrocedido un año atrás de trabajo. Era la primera vez que una compu se me dañaba pero no era la primera vez que perdía información valiosa. Un año atrás un disco duro dejó de funcionar de la nada y no se pudo rescatar nada de la info que estaba ahí. No me dolió tanto porque más que todo eran películas que luego pude volver a bajar, pero la sensación de pérdida no me era desconocida. Dos años atrás, en Buenos Aires, otro disco que tenía empezó a dar problemas, lo llevé a varios centros de reparación pero no pudieron hacer nada por salvarlo. ¿El contenido? Un cortometraje que había grabado unos meses antes. Todo el material en bruto, el primer corte al olvido entre los sectores dañados del disco externo. Por suerte esa vez había dejado un respaldo en mi compu en Guayaquil, así que mi hermana pudo mandarme por Dropbox todo el material. Más atrás todavía, cuando tenía como unos 13 o 14 años, un técnico que había venido a casa a actualizar el sistema operativo de la compu, había formateado sin consultarme el disco duro y perdí algunos cuentos. Me tocó escribirlos desde cero.

Así que el martes por la tarde mientras iba con mi papá a la tienda donde había comprado la compu para aplicar la garantía del equipo, me preguntaba -o recriminaba- por qué no había hecho el respaldo de la información. Y no fue por falta de alertas: A una amiga mía le robaron sus dos compus hace unas semanas atrás y no había respaldado nada en la nube, por lo que perdió todo. Yo pensé para mí «hace mucho que no respaldo nada en el Drive». Seguí con mis ocupaciones en el seminario en Nueva York. Al final del mismo, María Negroni nos pidió que le enviáramos todos los poemas escritos. Hubiera podido hacerlo ese mismo día pero pensé que quería tomarme unos días para releerlos y corregirlos. Ya de regreso a Ecuador, una amiga del seminario me pidió leernos los poemas de ambos y darnos feedback mutuamente. Le respondí que me gustaba la idea y quedé enviárselos ese mismo fin de semana. Como estaba por empezar a dar clases nuevamente, tuve que armar una materia de cero y no tuve tiempo de trabajar un poco en los poemas. Todas esas alertas se pasaron por mi cabeza mientras iba a la tienda y estaba tomado por una impotencia tremenda. Dejamos la compu ahí. Esa noche pasé mal pensando en mis archivos.

Al día siguiente llamé y el daño parecía grave por lo que mandaron a pedir una nueva pieza que debía llegar en unos días más. Pregunté por mi información, por el disco y me dijeron «no nos hacemos cargo de eso, era su responsabilidad respaldar todo». Yo ya sabía eso y no necesitaba como cliente el facilismo del técnico. Me dio mucha rabia el quemeimportismo del fulano. Me exalté. Así con todo, tuve que dar clases, haciendo gala de mis dotes de actor y fingir que todo estaba bien. Hice bromas como suelo hacer en clases y creo que fingí tan bien que hasta casi me creo que no me pasaba nada.

Esa misma tarde del miércoles, me entregaron el disco y en vista de que es tan «modernísimo» (un chip ultradelgado) no encontré quién pudiera extraer la información así que recurrí el jueves a los servicios de Ondú, que se portaron genial. Un día después tenía toda la información del disco rescatada y mis poemas volvieron a ver la luz, los personajes de la película reaparecieron e inmediatamente comencé a respaldar todo en el Drive.

Más allá de la anécdota tenebrosa que todo esto me provocó pensé nuevamente en mi afán extremo de atesorar recuerdos. ¿Sirve de algo? Es decir creo que sirve pero siempre que se comparta, cuando haya un otro que observe también. Mirar en solitario es aburrido y egoísta. Lo sé. Es algo en lo que quiero/debo trabajar. Siempre por un afán perfeccionista, de siempre pensar que mis proyectos pueden ser mejores y que hasta tanto es mejor que no vean la luz, creo que los proyectos acaban suicidándose. Pensarán: «si no hay alguien más que nos mire, mejor nos matamos. Basta de oscuridad». Algo así debió haber dicho ese corto que casi perdí pero que pude recuperar para que siguiera en otro disco duro…

Atesorar sólo debe servir si es para compartirlo, así gane críticas o elogios. Son la misma cara de una moneda. Esta bitácora cumple un poco esa misma función: congelar, retratar sensaciones mías en determinado momento y compartirlas en la web, así no sea el mejor escritor del mundo. Y con esa misma lógica debería operar con los proyectos que hago. Decir/escribir todo esto, es una forma de catarsis para recordarme que las cosas que suceden a mi alrededor son señales a las que debo prestar más atención. Nada sucede así porque sí y esta semana terrorífica en la que casi pierdo documentos valiosos para mí, me ha hecho dar cuenta de lo responsable que soy por las cosas que creo, en las que invierto tiempo. Así que además de respaldar todo en el Drive, ya envié mis poemas a María, se los envié a mi compañera del seminario y la sinopsis larga de la película se la envié a dos personas que aprecio mucho para que me den feedback. Creo estar retomando bien las cosas por el momento.

Debo seguir recordándome: comparte lo que haces, atesora y comparte.

Saudade de Domingo #35: La ciudad por los aires

El viaje arranca desde el momento que se elige el destino y se arma toda la logística para llegar al lugar. Una parte del mismo -y de las que más disfruto- es la de sobrevolar ciudades. Hay un atroz encanto en mirar la geometría de los pueblos, las grandes capitales, sea de día o de noche. Es un escenario en el que por esos segundos parecieran no existir habitantes. Las formas algunas veces caprichosas en las que se asientan las poblaciones, me permiten fantasear sobre cómo serán los recorridos en tierra. Desde los aires quedan en evidencia los techos, las calles, la luminaria. Las ciudades están desnudas, indefensas para el cielo.

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En mis últimos viajes he comenzado a tomar fotos desde la ventanilla del avión. Hay momentos que son claves. Un atardecer, un amanecer, el despegue dejando la ciudad de origen, el aterrizaje en la ciudad de llegada. Resulta más interesante si se sobrevuelan lugares desconocidos, sin estar «contaminado» previamente por el recorrido en tierra. A medida que el avión se acerca a tierra, la ciudad va cambiando de forma. Se vuelve «real», los letreros se amplifican, las personas se «humanizan», las carreteras dejan ser líneas hasta que finalmente el avión toca tierra. Son aquellos intervalos de magia en los que la ciudad deja de ser solo una maqueta, una proyección.

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Buenos Aires, de noche

Me gusta la idea de imaginar la ciudad como una alfombra desde el aire. Cuando fijo un nuevo destino y debo viajar en avión, no sólo pienso en su recorrido sino en su vista desde el aire.

Saudade de Domingo #34: De cómo empezó mi amor por la lengua portuguesa (brasileña)

Hago la aclaración de lengua brasileña, porque el portugués hablado en Portugal dista mucho en fonética, léxico, e incluso en ortografía del que se habla en Brasil, que fue justamente el portugués que aprendí a hablar en los años de pubertad y por el que siento una endiablada devoción.

¿Cómo empezó ese amor? Pues con misterio, alrededor de los 4, 5 años, cuando todavía ni sospechaba que llegaría a hablar con fluidez, pensando y soñando en portugués una década más tarde. No recuerdo con exactitud cuando escuché por primera vez el portugués, pero seguro que fue con Xuxa, cuando el precario doblaje permitía escuchar en segundo plano la voz melódica de la reina de los bajitos. Aprendí también a «masticar» algunas de sus canciones en portugués. Aquel idioma en la infancia me daba una extraña sensación de cercanía y distancia. La sonoridad de la lengua confundida con el español me hacía sentir cerca aun cuando me daba la sensación de que me perdía de palabras importantes. La escritura del portugués, con aquellos acentos agudos, circunflejos y el característico til sobre la a y la o (ã, õ), me marcaba una lejanía que me atraía. El portugués era para mí, como darle al español una segunda opción de cómo podía ser escrito. Era como un español transgresor, rebelde que se autoimponía acentos donde se marcara la mayor fuerza voz.

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Las telenovelas brasileñas también tuvieron gran responsabilidad en esa fascinación por la lengua de Jorge Amado. Al no haber internet en los primeros años de infancia y pubertad, me conformaba con leer los créditos de las telenovelas. Y me enamoré de esas palabras escritas (direção, produção. convidados, figurino), de nombres de personajes y actores (Glória, João, Letícia, Cássia, Fátima, Paula, Carlão, Renata, Eduarda). También me emocionaba cuando en algunas producciones no traducían el título al español y quedaba el original como en Brilhante, Desejo, A Próxima Vítima, O Clone, Laços de FamiliaMulleres Apasionadas, etc. Era la oportunidad de comparar el título en español con el original. En algunos casos eran completamente diferentes y me quedaba entonces con una sensación de frustración con lo que se perdía en el traspaso al español.

Recuerdo que una vez me emocioné mucho cuando durante un capítulo de Por Amor, algo le pasó al video y apareció el audio original en portugués. Y pude escuchar a Regina Duarte con su voz profunda y grave en portugués, muy diferente de la voz doblada. Luego el audio se corrigió pero me quedé en la cabeza con esa melodía, sintiéndome estafado por la voz del doblaje. Ya más grande, cuando tenía un dominio del idioma gracias a la música y al cine, grababa algunos capítulos (sobre los finales) y me divertía poniendo en mudo el audio, haciendo yo el doblaje en portugués, como si quisiera devolverle a esas escenas su audio original. No sabía si eran en realidad las mismas palabras que dirían los actores pero hacía el esfuerzo de imaginar y de que cuadrara lo que decía con los labios de los personajes. Creo que desde ahí viene mi deseo por querer doblar alguna novela o película algún día.

Ya esos años de fervor adolescente han pasado, pero el amor por el portugués continúa igual. Necesito una dosis diaria de música brasileña, de literatura, de cine o televisión del gigante de América del Sur. Uno de mis días más felices fue cuando pude tener en cable a Globo Internacional y desde ese momento es el canal en el que más tiempo paso cuando veo televisión. Podría prescindir de todo el resto de canales, siempre que tuviera Globo conmigo.

La lengua portuguesa (brasileña), también resultaba -y resulta todavía- un gran desinhibidor. Con el portugués me atrevo incluso a cantar (aunque no lo haga del todo bien). Hay un extraño placer, un éxtasis sonoro al pasar por las cuerdas vocales, palabras y verbos lusitanos. Mis grandes amigos, compañeros de idioma fueron -y son- Tom Jobim, Caetano, Simone, Chico, Gal Costa, Roupa Nova, Titãs, Cazuza, Cássia Eller. Cantar en portugués funciona para mí como una terapia espiritual, así como para los hindúes lo es el cántico de los mantras en sánscrito.

Y la saudade… bendita palabra dulce, melancólica, sensual y dolorosa, con la que he podido identificarme quizás porque no es fácil de definir pero sí de sentir. Y es así que sinto saudade de tudo, hasta del mismo proceso de enamoramiento en el que me apaixonei pela língua portuguesa (brasileña).

Saudade de Domingo #30: El amor de papá

Como ya he dicho por acá, no me gustan los domingos. Los encuentro vacíos y predecibles. Sin embargo este domingo fue especial. Una conmemoración más del día del padre. Un reconocimiento a mi papá que siempre ha estado presente y que a pesar de las discusiones, siempre me hace sentir protegido Eso de que uno de niño cree que el padre lo puede todo, aun sigue en mí, de forma inconsciente, pensando que si estoy en peligro, aparecerá mi papá para salvarme. En la práctica puede que no sea tan así, pero me reconforta pensar que mi papá, aun con todos los defectos que pueda tener, sigue siendo invencible para mí.

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En su cumpleaños del 2011

Creo que en parte debo el amor a las letras por él. Siempre lo recuerdo leyendo, citando a los griegos, inculcándome el hábito de la lectura. Compartimos pocos autores, mi derrotero fue por otros gustos, pero siempre tenemos un libro -y varios- a la mano. Como si necesitáramos de forma urgente sumergirnos en el solitario placer de la lectura.

Mi papá sería un gran personaje de novela o película. En él habita sin saberlo, un actor nato, fruto quizás de sus años locos de cantante en la juventud. Varias han sido las oportunidades en que le he dedicado unas cuantas líneas y algún día lo haré un personaje para cine. Es conflictivo, apasionado, errático, perfeccionista, protector, sensible. No hay mucha objetividad para hablar de mi papá, pero siempre sorprenderme. La incertidumbre de sus acciones ha dificultado a momentos nuestra relación y por ello quizás me parece que él sería ficcionable.

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Probablemente en 1989

A mi edad actual, mi papá se convertía en mi papá. Nadie nace sabiendo ser padre, pero sin duda él nació para ser padre. Por eso eligió ser abogado. Tiene un gran don de protección, por el ayudar de forma comprometida, sin esperar nada a cambio. Aun con su carácter fuerte, en mis crisis de la adolescencia, sabía ser blando, tratar de comprenderme, desarrollando una paciencia que yo no me creo capaz de tener con nadie. Ahora yo con 30 años, más cercano a él cuando nací, me parece que puedo entenderlo un poco más. Sigue siendo el padre protector a quien creo capaz de solucionarlo todo, pero también el padre hombre, que oculta sus penas bajo un ceño fruncido, que sonríe mientras piensa en cómo resolver X caso en su profesión. Se acostumbró a ser el guerrero indestructible pero el paso de los años me ha descubierto al hombre sensible que vuelve a ser un niño cuando juega con nuestro perrito, cuando me hace bromas en el carro o cuando cuenta alguna escena chistosa con los dotes histriónicos naturales que posee.

Mirarlo de hombre a hombre, me hace quererlo más, sentirlo el humano que en algunos años tendré que ayudar a caminar como él hizo conmigo hace mucho tiempo atrás. Seré quizás yo su protector aun cuando busque sus frases de aliento y su abrazo sentido. Siempre seré su niñito que nunca creció a pesar de la barba y las canas que empiezan a poblar mi cabeza. Siempre será a quien recurra para desahogarme de una situación complicada. No será el padre perfecto pero sin duda es el padre perfecto para mí. Y eso ya es bastante.

Saudade de Domingo #29: Mi compañero fiel

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No recuerdo con exactitud desde hace cuánto tiempo estamos juntos. Me parece que lo compré en el 2009 o 2010. Llevaba años deseando un iPod Classic pero por razones económicas no era posible, así que en la espera me contentaba con un iPod Nano que fue mi compañero durante varios años. Sin embargo me paseaba por las tiendas de Apple (vitrineada que siempre ha sido mi debilidad) para ver el iPod Classic, con la esperanza de llegar con el dinero para comprarlo. Los 160 GB de capacidad eran el principal factor seductor. Siempre he sido melómano y el disco duro de la época ya no era suficiente para almacenar toda mi música. El iPod Classic aparecía incluso más que por un gusto, por una necesidad (o eso me argumentaba a mí mismo para animarme a la compra).

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Una vez que logré llegar al valor (no recuerdo ni cuánto me costó pero sé que para mi sueldo de entonces no era poco), le vendí -o regalé- el iPod Nano a mi hermana, que luego de unos años pasó a manos de mi mamá. Aun recuerdo la sensación de alegría y sorpresa al tener el iPod Classic conmigo. Un modelo impecable con ese aroma a nuevo tan particular que tienen todos los productos Apple al sacarlos de la caja. Pasé mis álbumes al iPod Classic y ocupé un poco más del 10% de la memoria total. El iPod me hacía sentir un novato, pero me daba la satisfacción de que cada carpeta de música nueva con cientos de megas, no sería una preocupación para mi iPod (de hecho hasta hoy en día no lo es). Y es así como hoy tengo carpetas variadas en todos los idiomas posibles, de todos los géneros posibles, normados por el idioma francés que le impuse al iPod desde hace años, como una manera de estar siempre practicando el idioma.

Desde entonces el iPod Classic ha sido mi gran compañero. Me ha acompañado a mis viajes  a Quito, Cuenca, Ambato, Riobamba, Otavalo, Galápagos, Rosario, Buenos Aires, Montevideo, Punta del Este y ha sido el centro de atención en varias reuniones de amigos. Ha sido el medio de inspiración para muchas cosas que he escrito. Me ha hecho ameno muchos recorridos a pie, en tren, en carro, en avión. Definitivamente mi vida habría sido otra sin el iPod. Sumergirme durante horas en mi música, salvo las contadas excepciones en que no lo dejé cargando y a mitad de canción el iPod moría, fueron mi salvación en momentos críticos, donde la mejor opción era escapar con las canciones.

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Hace poco, removiendo cosas en mi cuarto, encontré la caja del iPod. Impecable, libre de manchas o golpes que evidenciaran el paso del tiempo. En ese momento caí en la cuenta de cuántos años habían pasado. Tener el iPod siempre conmigo se había naturalizado de tal manera que, a lo Marshall McLuhan, parecía una extensión de mis sentidos. Desde entonces me esfuerzo en recordar todos los momentos juntos, como si estuviéramos renovando nuestros votos. Muchos auriculares pasaron, varios protectores también, una época llegó a tener incluso una marca en la pantalla producto de una caída que luego con otra caída volvió a la normalidad, pero el amor por el iPod sigue intacto. Es curioso que actualmente ya sea considerado vintage. El avance tecnológico pronto acaba por hacer reliquia a algo de no más de diez años. Reliquia o no, mi iPod tiene un valor sentimental que no se puede contabilizar en dinero ni en moda. No tengo intención alguna de comprar un iPod actual. Así que mi iPod Classic devenido en clásico, seguirá conmigo, aguantando que  escuche miles de veces la misma canción, mostrándome siempre el top de las canciones más escuchadas, acompañándome en las horas de escritura, recordándome en portugués por qué siempre vivo alrededor de la saudade.

Saudade de Domingo #28: Desafío de 21 días

Estoy de vuelta. El último artículo de Saudade de Domingo fue hace poco más de dos meses, el domingo 4 de abril. Algunas cosas importantes han pasado en este tiempo pero las iré contando en otros posts o por otras vías. Ahora tengo 30, que los recibí con mucho cariño tanto en Guayaquil como en Buenos Aires. Aquello que algunos llaman la crisis de los 30 no me ha agarrado de golpe, pues aunque suene raro siempre quise tener 30 (desde lo 20). Me parecía una edad de madurez y juventud, con un recorrido profesional en ascenso y con muchas expectativas en una de las décadas más productivas de la vida de un ser humano. Obviamente aparece ahora con más fuerza una vocecita interna que te recuerda que tienes 30 y que hay cosas que no pueden quedar para mañana. Y esa vocecita es estimulante pero también cansina. Toca recordarse que tener 30 es una edad para recomenzar muchas cosas, iniciar objetivos sin temores porque quiérase o no, con el paso de los 20, se emprenden mejores desafíos llegados los 30.

Así que pensando en desafíos me he propuesto uno nuevo. Sencillo pero que va a requerir de mí un compromiso. Me suelo comprometer al 100% en mi trabajo, en proyectos grupales pero cuando toca pensar en proyectos personales toda excusa es válida. Así que me obligaré a algo sencillo que pretende modificar en algo mis hábitos. Utilizando la «técnica» de los 21 días (que se dice que es el tiempo que le toma al cerebro adquirir un nuevo hábito), me propongo desde hoy subir una foto con un texto narrativo, poético, ficcional, a partir de lo que me inspire esa imagen. Todas las imágenes durante los 21 días se subirán en mi cuenta de Instagram (@Saudade86). Algunas serán tomadas específicamente par este proyecto, otras serán fotografías viejas que tomé en algún momento. Así que quien quiera ver mis delirios de fotos y textos, puede encontrarme por allá.

21-diasDesde hace algún tiempo deseaba emprender un desafío de 21 días completo. El único que logré cumplir a carta cabal fue el tratamiento completo de Magnified Healing, una técnica sanación espiritual que aprendí en Buenos Aires y que necesitaba realizar durante 21 días seguidos luego de la iniciación. Según los entendidos en biología y PNL, son 21 días y no más y no menos, por el hecho de que las células se regeneran en ese número de días y las nuevas que nacen por así decirlo, toman como natural esa práctica o hábito que antes no estaba cultivado.

Así que veré qué sucede durante estos 21 días. Paralelamente sigo escribiendo la novela que llevo desde el año pasado, así que espero el reto de los 21 días con las fotos, funcione como una especie de catalizador.

Saudade de Domingo #27: El libro del abuelo

A los siete años mi abuelo decidió regalarme un libro. Las circunstancias están difusas en los vericuetos de la memoria. Recuerdo haber recibido el libro con alegría pero con un gran escepticismo de poderlo leer completo. Era un libro célebre de Julio Verne, Veinte mil leguas de viaje submarino. Tenía en la primera página una dedicatoria que citaba un pasaje bíblico de Proverbios. Me pareció un gesto lindo y atesoré el libro conmigo. Esto fue en junio de 1993 y menos de un año después, mi abuelo ya había fallecido.

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No tengo muchos recuerdos de mi abuelo. Lamentablemente no fue presencia constante durante mis primeros años de vida a pesar de que vivíamos cerca. Lo veía a veces desde la ventana de mi casa entrando o saliendo de la suya. Su figura característica no daba margen a dudas que era él: Un hombre gordo, de panza prominente, blanco rosado, de ojos turquesa y con pelo blanco escaso. Parecía una especie de Papá Noel guayaco que se delata por su fuerte acento tropical que no guardaba mucha relación con su aspecto más bien nórdico. Lo observaba a la distancia y sabía que era mi abuelo, por ser padre de mi padre. Algunas veces mi papá lo llevaba en el auto para algún chequeo médico, pero sólo vine a tener contacto con él, un poco más cercano, justo el año anterior a su muerte. Recuerdo que una vez me llevó a pasear por el centro, recorrimos el Parque Seminario, caminamos por el Museo Municipal y almorzamos un sopa de menestrón en algún restaurante desangelado del centro guayaquileño. Es extraño cómo logro acordarme de estos hechos y de sentir mi mano pequeña agarrada de la mano de mi abuelo. Era una mano gorda, blanca con grandes pecas que se abrían paso entre las arrugas. Recuerdo que me dijo que no me tenía que soltar de él porque había mucha gente y podía perderme. Y yo me lo tomé en serio y no me solté para nada, aun cuando la palma de la mano me sudaba.

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Como decía, no recuerdo exactamente cómo llegó el libro a mí. Sólo sé que lo recibí y me causó gracia que mi abuelo me llamara Santiaguito en esa dedicatoria. Durante mis primeros años de vida nadie me llamó por ninguno de mis dos nombres. Tenía un apodo familiar y en la escuela me llamaban por el apellido. Mi abuelo fue el primero que llamó por mi segundo nombre y sólo fue pasados los doce años cuando asumí que quería usar Santiago como nombre habitual. Era mi primer libro de más de 400 páginas y tengo la sensación de que intenté leer la primera página. Pero la letra diminuta y el espaciado mínimo le ganaron a mi voluntad de siete años. Lo guardé por varios años, terminé el colegio, entré a la universidad, me fui del país a hacer una maestría y sólo ahora, por cosas de un trabajo puntual en el que participo, recordé la existencia del libro. Lo encontré perdido entre los libros de Derecho de mi papá. Aun sus páginas mantienen el olor característico de la editorial Oveja Negra pero se han amarillado un poco con el tiempo. Las polillas también han hecho su trabajo todos estos años, aunque han sido benévolas con Verne. Sólo se nutrieron de algunas partes que no afectan la lectura. Ahora tengo el libro sobre mi velador, junto con otros que tengo pendientes. Han tenido que pasar casi 23 años para que el libro se imponga como lectura. Realmente el tiempo es relativo.

Saudade de Domingo #26: Cuando me enamoré del teatro

No nací en una familia consumidora de teatro. Sin embargo de una u otra forma siempre estuvo cerca. Recuerdo haber visto de pequeño varias representaciones teatrales en la calle y más allá de si podía o no entender lo que veía, me gustaba ver la caracterización de los personajes. Era pequeño para entender sobre el hecho escénico pero tengo la sensación de haberme divertido viendo a aquellos actores y actrices asumidos en sus roles.

Más tarde, por el colegio fuimos a ver las obras clásicas que el Teatro Centro de Arte montaba: El Hombre de la Mancha, La vida es sueño, La celestina. De acá me llamó mucho la atención las grandes escenografías y sobre todo me gustaba el momento en que los actores al término de la obra se agarraban las manos y hacían un venia a nosotros, el público. Luego se abría una especie de foro con los actores. Recuerdo claramente haber pensado, sin decirle nada a nadie: “Yo quiero estar ahí, hacer un personaje, estar en el escenario”. Ahora que lo pienso, en esos foros estaban actores que hoy en día son grandes amigos míos.

Por el mismo colegio tuvimos un año (un sólo año) de clases de teatro. Era la última hora de los martes y jueves. El profesor era un belga que balbuceaba un español afrancesado a pesar de que él era flamenco. No puedo recordar los ejercicios puntuales que hacíamos pero sí tengo la sensación de haberme divertido con las consignas, creando una escena pequeña, aprendiendo textos cortos, aprendiendo a proyectar la voz desde el diafragma.

Durante la adolescencia fui bastante introvertido. Mi cartografía era de la casa al colegio y viceversa. Las tardes estaban consagradas para escribir, así que fui muy poco al teatro por motus propio durante la adolescencia. Ya en la universidad, fue decisivo para mí haber conocido a Santiago Roldós y Pilar Aranda, quienes en esa época estaban creando la carrera de Escénica en el ITAE. Tomé con ellos un taller que dieron en Casa Grande en el 2004 y como de costumbre, entraron alrededor de 20 y terminamos 5. El taller me abrió la cabeza en muchos sentidos pero en aquella época con 18 años recién cumplidos, no logré entender muchos ejercicios escénicos, aunque siempre los hice para probarme qué pasaba conmigo. Al final del taller hicimos una linda lectura teatral a partir de varios textos que cada uno de nosotros había escrito. A finales de ese 2004, entré en el grupo de teatro de la universidad Tzantza Grande, que dirigía y sigue dirigiendo Marina Salvarezza. Estuve en todos los montajes posibles del 2005 al 2008, año en que empecé mi proyecto de titulación y casi que como consecuencia natural, decidí unir dos pasiones en una tesis: Haciendo un documental sobre la gestión cultural y el teatro guayaquileño.

Fue en ese proyecto que con mi amigo y compañero de tesis nos metimos de cabeza. Hablamos con los actores, conocimos nuevos grupos, vimos todas las obras que se presentaron durante el 2008 en Guayaquil. Sarao, Arawa, Kurombos, el ITAE se volvieron nuestras casas  durante nuestras horas de trabajo. Marchamos con los teatristas por la 9 de octubre para conmemorar el día del teatro, nos metimos en los bastidores de las obras, callejeamos con Arawa con sus montajes y los muñecones que llevaban en el Cerro de Cuentos de Ángela Arboleda, sentimos de cerca el arduo trabajo del teatrista en una ciudad manejada por gestores más de nombre que de acción. Era un Guayaquil quizás un poco diferente al de hoy en día.

Con el documental que terminamos en diciembre del 2008, entendí finalmente muchos de los ejercicios que Santiago y Pilar nos proponían en el taller del 2004. Tuvieron que pasar cuatro años en mí para poder entender más sobre el hecho escénico. Me sentí feliz por haberme dado la oportunidad para luego llegar a escudriñar en los recovecos de la escena. Desde ese 2008, cada 27 de marzo tiene para un sabor especial: el de la creación, los ensayos, la iluminación, los textos como pretextos, el cuerpo en sus infinitas posibilidades sobre las tablas. El teatro además de transportarme a otros mundos, ha sido el lugar que me ha permitido conocer a personas maravillosas que hoy se han convertido en mis amigos. Por el teatro, he viajado, he bebido, he comido, he llorado, he discutido. Es inevitable no involucrarse emocionalmente cuando se habla del teatro. Así que mi enamoramiento con el teatro fue causal como un encuentro, se desarrolló a lo largo de trabajos y sigue creciendo, reinventándose en una escena, en un personaje, en una ciudad o en el campo, en una noche o en una mañana de textos efervescentes.

¡Feliz día del Teatro!

Saudade de Domingo #21: La música como recuerdo

Suelo ser un poco monotemático con la música. Me puedo quedar con una canción varios meses escuchándola una y otra vez sin aburrirme. No es que sea la única canción del playlist, pero sí es la que escucho de forma obligada varias veces mientras camino, mientras voy en el auto o cuando realizo alguna tarea automática en el trabajo. Pasado el tiempo de expiración, se impone otra canción que termina por quitarle el trono y así van pasando varias canciones, algunas de las cuales no vuelvo a escuchar en mucho tiempo hasta que por causalidad, sea porque alguien la mencionó o su melodía me invadió la cabeza, vuelvo a esa canción de tiempo atrás. En ese momento se activan una cadena de reacciones mentales y físicas al evocar a ese yo de aquel período. Puedo recordar caminos, olores, sensaciones, amigos, libros, con el pasar de la letra y la melodía. Dado que las canciones me acompañan por mucho tiempo, terminan siendo testigos callados de un sinnúmero de momentos de mi vida.

Esta semana durante un ejercicio escénico del entrenamiento actoral que estoy haciendo, escribí una frase de una canción que tenía mucho tiempo sin escuchar. «Cecilia tiene muchas fantasías y muchas fantasías tengo yo». La frase surgió espontánea, inconsciente, como se proponía el ejercicio al más puro estilo de la escritura automática dadaísta. Durante el resto del entrenamiento pasé tarareando mentalmente la canción Cecilia, de Fito Páez.

No la escuché entera hasta el día siguiente y recordé mi último año de estudio de universidad, previo a la tesis. El 2007 fue el año de las materias más queridas por mí y las de los profes que hoy considero mis grandes amigos. Fue el año de los primeros trabajos profesionales, de las intuiciones para posibles temas de tesis, de afianzar lazos con los amigos de la facultad con los que ya tenía algunos años de fraternidad. Y en medio de eso aparecía la Cecilia Roth de Fito Paéz, a quien conocía por ser Manuela en la peli Todo sobre mi madre. Un gran amigo mío era fanático de Sabina y me presentó el disco Enemigos Íntimos donde este cantaba con Fito. Y ahí estaba Cecilia, con esa melodía sensual, burdelesca, teatral convertida en una venus en llamas. Recuerdo haber pensado en esa época escribir algún corto con esa canción, pero por alguna razón solo me quedé con algunas imágenes en la cabeza que nunca llevé al papel ni menos a la pantalla.

El baño de recuerdos terminó por darme un masaje afectivo esa tarde y decidí que usaría la canción como un ejercicio para una clase de creatividad que doy ahora en la universidad. Tuve que modificar un ejercicio para incluir este que me parecía mucho más vivo y pertinente para los objetivos de esa clase. Tuve un lindo feedback por parte de los estudiantes y sólo ahí, delante de ellos, caí en la cuenta de que ellos debían tener más o menos la edad en la que yo escuché la canción por primera vez. A diferencia mía, que sólo me quedé en la fantasía visual de la cabeza, el ejercicio los obligaba a escribir y crear algo nuevo a partir de la canción. Creo que así he saldado mi deuda con Cecilia.

El sábado a la mañana me levanté con una melodía sobre la que si llegué a reflexionar por escrito en algún momento: Pourquoi Battait mon Coeur de Alex Beaupain, cantautor francés con el que siempre hago clic con sus canciones. También tenía mucho tiempo sin escuchar esa canción que me transportó al 2011, un año difícil desde lo emocional, pues ya empezaba a molestarme la estabilidad y la línea horizontal en la que se estaba convirtiendo mi vida. Esta canción me hizo pensar en lo que me gustaba, en lo que me hacía feliz, en lo que hacía que mi corazón latiera con fuerza. Y así entre esas reflexiones surgía con fuerza, desde el chakra raíz la decisión de irme de Guayaquil y buscar nuevos horizontes afuera. Escuchar de nuevo esta canción el sábado me hizo volver a pensar por qué latía mi corazón y a recordar por qué estoy acá ahora. Mucha agua pasó por debajo desde el 2011 y el escuchar de nuevo a Beaupain me hizo feliz recordar todos los momentos que han hecho que mi corazón lata fuerte. A diferencia del 2011, ahora puedo decir que estoy satisfecho con todo lo vivido y espero que en unos años más tarde cuando la escuche de nuevo, me vuelva a sacar una sonrisa de satisfacción por seguir poniéndome pruebas, venciendo desafíos, por seguir viviendo.

Saudade de Domingo #7: Releyendo a mis autores

Sí, mis autores. Aquellos que escribieron obras que han terminado siendo del mundo. En tal caso sería mejor decir “mis obras” pero prefiero el sentido más humanista de apropiarse de los autores, con quienes dialogo y discuto en sus novelas, cuentos; quienes me recuerdan con la elección quirúrgica de sus palabras exactas, que es ahí donde reside la grandeza de una buena historia, sea en el género que sea.

¿Quiénes son mis autores? Suelo ser un lector voraz pero si tuviera que elegir con cuáles viajar a una isla desierta serían: Charles Dickens, Gabriel García Márquez y Roberto Bolaño. Muchos grandes quedan fuera de la lista pero elijo estos tres porque cada vez que me siento un poco perdido en el marasmo de personajes e historias, termino recurriendo a algunos de sus relatos. El paso del tiempo se encargó de demostrarme que a pesar de las nuevas lecturas y el descubrimiento de nuevos autores, había una conexión especial con la relectura de Grandes esperanzas Cien años de soledad o Los detectives salvajes. En estas obras así como en sus otras mal llamadas obras menores, Dickens, García Márquez y Bolaño convierten historias cotidianas en grandes argumentos, dando una gran lección de escritura para todo aquel que busque dedicar sus días a la construcción de relatos.

Charles Dickens
                 (1812-1870)

Charles Dickens, ya convertido con el tiempo, en un autor clásico e indispensable de las letras inglesas. Sus novelas cubrieron gran parte de mi adolescencia, llevándome a conocer a Oliver Twist, David Copperfield, Ebenezer Scrooge. Dueño de un estilo directo, llano pero cargado de magia, incluso para describir a la durísima Londres victoriana, Dickens termina sometiendo a sus personajes a toda clase de situaciones donde se evidencian sus miserias tanto físicas como de espíritu. Coincido plenamente con el creador de Mad Men, Matthew Weiner, al decir que si Dickens hubiera vivido en nuestro tiempos, sería un showrunner (el sumo creador de una serie de TV).

GabrielGarciaMarquez
                            (1927-2014)

Hace pocas semanas, agobiado por las presiones que me impongo para terminar proyectos de escritura, me sorprendí agarrando el libro Doce cuentos peregrinos, de García Márquez. Necesitaba de forma inconsciente, nutrirme de una lectura fresca, breve, para sopesar el proyecto grande de escritura en el que me metí por motus propio. Devoré la antología de cuentos un fin de semana con los breves paréntesis para retomar la escritura de mi proyecto. Las historias de esos migrantes en Europa contadas por la pluma caribeña de Gabo, me hicieron reflexionar sobre la propia estructura en sí. La manera en que el colombiano presenta a sus personajes y los introduce en situaciones muchas veces surreales hablando un francés masticado o en un italiano doliente, me lleva como lector a un universo donde lo más natural sería cargar con el cadáver de una niña a la espera de una audiencia con el Papa para demostrar que es santa, que una mexicana termine en un psiquiátrico sólo por querer hablar por teléfono o que dos niños latinos elaboren un plan macabro para deshacerse de su institutriz en el mediterráneo italiano.

roberto_bolano
                 (1953-2003)

Otro gran maestro, el señor Roberto Bolaño. Los detectives salvajes es una clase magistral de escritura, en términos de estructura, ritmo, diálogo, construcción de personajes y ambientes. Desde las primeras páginas nos sumerge en la sociedad de poetas infrarrealistas en el México de los 70. Su destreza en el uso de los diálogos, siempre exactos y la construcción musical de su fabular, resulta un oasis para quien está sediento de una buena narrativa. Recuerdo todavía la mezcla tristeza y nostalgia que me produjo leer las últimas páginas de la novela. Casi un cineasta a la hora de escribir, a veces tenía la impresión de estar viendo y no leyendo los capítulos del libro. Cada tanto releo fragmentos de Los detectives salvajes, no sólo por el mero placer de la narración o por la búsqueda de la técnica literaria, sino para recordar las sensaciones que me producía evocar los diferentes estadios de la obra.

Los autores son como esos amigos que aunque no veamos con frecuencia, siempre están ahí cuando los necesitamos y el lazo fraterno permanece intacto. Las coincidencias y las discrepancias son bienvenidas en la misma proporción, podemos festejar, reír o llorar a su lado con una taza de café o una copa de vino. Pueden soportar noches de desvelo o días soleados en la playa y siempre van a recordarnos con sus palabras por qué los hemos elegido como amigos.