En estos últimos meses de introspección y reflexión, han aparecido amigos, situaciones que funcionan como una suerte de espejo. Me permiten «ver» aquello que debo mejorar en mí, cuestionar creencias, trazar nuevos destinos. Claramente no es un proceso fácil, hay mucha ansiedad, sensación de vértigo. A momentos podría decir que no tengo ninguna certeza a pesar de que quizás proyecte una imagen de solidez y decisión. Sin embargo, debo decir que de cierta forma me gusta lo que estoy transitando. Siento que es el camino a algo, el trayecto a ser alguien con madurez. Y en medio de toda esta crisis treintañera me sorprendo, muchas veces, pensando en portugués.
No es algo que me lo propongo, simplemente fluye. No me doy cuenta cuando ya estoy pensando en portugués, haciéndome preguntas en portugués, barajando decisiones en portugués. Como si la lengua portuguesa fuera «meu porto seguro», mi lugar de calidez. En esta época también busco inconscientemente música brasileña, fragmentos de producciones brasileñas, lecturas en portugués. En medio de la crisis, quiero a tener al portugués muy cerca, como si el idioma, sus palabras, su fonética pudieran hacerme el camino más ligero.
Hablo otras lenguas también pero quizás el portugués sea la lengua con la que más recuerdos tengo. Ya he mencionado en otros posts mi amor hacia el portugués. Este idioma me abrió un nuevo universo, me ha acompañado miles de horas de música, de lecturas, de películas, de novelas y a lo largo de la vida, me ha dado muchos amigos brasileños. Estudié portugués en la adolescencia con las mismas ansias con la que un chico buscaría salir a fiestas. Dediqué cientos de horas leyendo textos. Estudié portugués en la época del internet jurásico, de modo que no existían aplicaciones como Duolingo ni vídeos de YouTube ni mucho menos Italki para aprender más sobre un idioma. Me tocaba meterme en las escasas secciones de idiomas de las librerías de mi ciudad, rogar que hubiera algo en portugués, así como cuando iba a la tienda de discos y por casualidad encontraba un disco de Caetano, Simone o la banda sonora de una telenovela de Globo. Así, a retazos y con esfuerzos fui construyendo un yo en portugués. Fueron años divertidos en los que mis compañeros de clases me pedían que les dijera frases en portugués y algunos de ellos se entusiasmaban repitiéndolas hasta que lograban decirlas de forma fluida.
Luego vinieron otros idiomas, a los que también les he dedicado muchas horas y que me han abierto otros caminos. En ese ínterin el portugués siempre estuvo presente, aunque en un segundo plano. Y ahora, a las puertas de los 33 años, el portugués se me presenta como una posibilidad, como si el idioma quisiera hacerme la vida más fácil. Como si la saudade me recordara que ella es mucho más amplia que la nostalgia, que ella (la saudade) puede asfixiar a momentos pero también es un canto de alegría y de impulso para seguir adelante.
Pienso ahora en Fernando Pessoa y en ese texto hermoso «A minha pátria é a língua portuguesa», en la que hace una declaración de amor a su propio idioma. Me da gusto pensar que la lengua portuguesa, esa lengua que acoge mis pensamientos por ahora, es mi patria también.
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