Sí, mis autores. Aquellos que escribieron obras que han terminado siendo del mundo. En tal caso sería mejor decir “mis obras” pero prefiero el sentido más humanista de apropiarse de los autores, con quienes dialogo y discuto en sus novelas, cuentos; quienes me recuerdan con la elección quirúrgica de sus palabras exactas, que es ahí donde reside la grandeza de una buena historia, sea en el género que sea.
¿Quiénes son mis autores? Suelo ser un lector voraz pero si tuviera que elegir con cuáles viajar a una isla desierta serían: Charles Dickens, Gabriel García Márquez y Roberto Bolaño. Muchos grandes quedan fuera de la lista pero elijo estos tres porque cada vez que me siento un poco perdido en el marasmo de personajes e historias, termino recurriendo a algunos de sus relatos. El paso del tiempo se encargó de demostrarme que a pesar de las nuevas lecturas y el descubrimiento de nuevos autores, había una conexión especial con la relectura de Grandes esperanzas Cien años de soledad o Los detectives salvajes. En estas obras así como en sus otras mal llamadas obras menores, Dickens, García Márquez y Bolaño convierten historias cotidianas en grandes argumentos, dando una gran lección de escritura para todo aquel que busque dedicar sus días a la construcción de relatos.

Charles Dickens, ya convertido con el tiempo, en un autor clásico e indispensable de las letras inglesas. Sus novelas cubrieron gran parte de mi adolescencia, llevándome a conocer a Oliver Twist, David Copperfield, Ebenezer Scrooge. Dueño de un estilo directo, llano pero cargado de magia, incluso para describir a la durísima Londres victoriana, Dickens termina sometiendo a sus personajes a toda clase de situaciones donde se evidencian sus miserias tanto físicas como de espíritu. Coincido plenamente con el creador de Mad Men, Matthew Weiner, al decir que si Dickens hubiera vivido en nuestro tiempos, sería un showrunner (el sumo creador de una serie de TV).

Hace pocas semanas, agobiado por las presiones que me impongo para terminar proyectos de escritura, me sorprendí agarrando el libro Doce cuentos peregrinos, de García Márquez. Necesitaba de forma inconsciente, nutrirme de una lectura fresca, breve, para sopesar el proyecto grande de escritura en el que me metí por motus propio. Devoré la antología de cuentos un fin de semana con los breves paréntesis para retomar la escritura de mi proyecto. Las historias de esos migrantes en Europa contadas por la pluma caribeña de Gabo, me hicieron reflexionar sobre la propia estructura en sí. La manera en que el colombiano presenta a sus personajes y los introduce en situaciones muchas veces surreales hablando un francés masticado o en un italiano doliente, me lleva como lector a un universo donde lo más natural sería cargar con el cadáver de una niña a la espera de una audiencia con el Papa para demostrar que es santa, que una mexicana termine en un psiquiátrico sólo por querer hablar por teléfono o que dos niños latinos elaboren un plan macabro para deshacerse de su institutriz en el mediterráneo italiano.

Otro gran maestro, el señor Roberto Bolaño. Los detectives salvajes es una clase magistral de escritura, en términos de estructura, ritmo, diálogo, construcción de personajes y ambientes. Desde las primeras páginas nos sumerge en la sociedad de poetas infrarrealistas en el México de los 70. Su destreza en el uso de los diálogos, siempre exactos y la construcción musical de su fabular, resulta un oasis para quien está sediento de una buena narrativa. Recuerdo todavía la mezcla tristeza y nostalgia que me produjo leer las últimas páginas de la novela. Casi un cineasta a la hora de escribir, a veces tenía la impresión de estar viendo y no leyendo los capítulos del libro. Cada tanto releo fragmentos de Los detectives salvajes, no sólo por el mero placer de la narración o por la búsqueda de la técnica literaria, sino para recordar las sensaciones que me producía evocar los diferentes estadios de la obra.
Los autores son como esos amigos que aunque no veamos con frecuencia, siempre están ahí cuando los necesitamos y el lazo fraterno permanece intacto. Las coincidencias y las discrepancias son bienvenidas en la misma proporción, podemos festejar, reír o llorar a su lado con una taza de café o una copa de vino. Pueden soportar noches de desvelo o días soleados en la playa y siempre van a recordarnos con sus palabras por qué los hemos elegido como amigos.
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