Saudade de Domingo #136: Caminar la pandemia

1

Que la pandemia nos ha cambiado nuestro modo de vida no es ninguna novedad. Horas de teletrabajo, distanciamiento social, flexibilidad en la circulación, toques de queda, aumento de casos, quédate en casa, usa mascarilla. Frases que retumban en la cabeza y que con el tiempo se han incorporado a nuestro diccionario cotidiano. Naturalizar la angustia, minimizar el impacto, suena horrible pero es necesario para no enloquecer en estos meses donde todo es aún incierto. 

En medio de este panorama, el aquí y ahora se ha vuelto el mantra. No hay futuro, el pasado ya fue y estamos viviendo de manera forzada, esa máxima de vida que para algunos es la clave la felicidad. Vive el presente, aprópiate de lo que tienes ahora, agradece por estar vivo y si tienes la dicha de tener trabajo, agradécelo también.

Aunque creo que me he adaptado relativamente bien a estos tiempos de guerra (no de cañones y bombardeos, pero sí la que cuenta por centenas y miles a los fallecidos en todo el planeta), al inicio tuve mucha resistencia. Quería convencerme de que esto no duraría más que unos meses y que podía seguir armando planes a futuro. Pronto las estadísticas, los noticieros, los planes de vacunación, las noticias de amigos y conocidos vencidos por el virus me estrellaron la realidad en la cara. Esto no es algo a corto plazo y me atrevería a decir que tampoco a mediano plazo. 

Había que buscar un paliativo a la situación. La lectura y la escritura fueron grandes aliadas pero no suficientes, mi cuerpo empezó a enfermarse de cualquier cosa, las visitas al médico se volvieron parte de mi agenda semanal y es ahí cuando me di cuenta que algo (o mucho) estaba mal.

Tenía que mirar mi cuerpo, abrazarlo y trabajar con él, no dejarlo afuera de mi propia búsqueda.

2

Así fue como empecé a salir a caminar, primero por las propias citas médicas o algún encuentro eventual con amigos y luego ya por la mera necesidad de hacerlo. Caminar se convirtió en ese momento de desconexión, de escuchar los latidos del corazón, de reconocer la respiración, de sentir la armonía de los músculos y tejidos. Con mis audífonos puestos y escuchando algún playlist personal o un podcast, recorro las calles de Urdesa, mi barrio y cada tanto también Kennedy y Miraflores, que son los barrios vecinos. En esa práctica que realizo en algún momento de la jornada que puedo darme una pausa, he descubierto calles pequeñitas, casas abandonadas, árboles monumentales, el pasto que crece junto al estero, los perros que custodian algunos hogares, las parejitas que salen a trotar al final de la tarde, los chamberos que escarban entre la basura en búsqueda de cartones, papel y plásticos. En estos meses en los que he aceptado esta realidad extraña, sin ningún plan de viaje a la vista (los que me conocen saben que viajar es mi vitamina), me he hermanado con mi propio barrio. Estoy muy orgulloso de ser urdesino, de ser parte de este nuevo centro de la ciudad, de ver cómo el barrio se debate entre ser comercial y residencial. Lo he visto despertarse a la mañana, rugir al mediodía con el sol que lo carboniza todo, fluir con la brisa del estero al atardecer e impregnarse de su energía un viernes por la noche. Todas esas urdesas que he conocido han sido gracias a este periodo extraño, en el que mi ciudad ha intentado volver a una falsa normalidad abriendo comercios y relajando restricciones. 

Necesito mi hora de caminata, la espero con ansias. A veces preparo el repertorio, a veces me dejo llevar por lo que me sugiere el iPod. Saco algunas fotos de esos recorridos sobre todo cuando algo se activa y me llama la atención. Estoy realizando en mi barrio aquello que siempre he hecho en mis viajes a ciudades desconocidas. Me he vuelto un turista de lo cotidiano, un flâneur, como diría Baudelaire.

3

David Le Breton dice que caminar es desafiarse y sobre todo desafiar las convenciones establecidas, ya que caminar sin un destino fijo sería considerado hoy en día como «perder del tiempo». Pienso en estos youtubers amos de la productividad que cronometran sus horas de lecturas, de comida, de sueño y hasta sus idas al baño y seguro me torcerían los ojos recordándome que podría aprovechar esa hora en trabajar en algo que genere réditos. Pobres de ellos que aun no entendieron el dolce far niente de los italianos y que además no se han dado cuenta que atreverse a caminar sabiendo que el mundo sigue girando, es un acto político de resistencia individual. Es salirse momentáneamente del sistema y pendular casi ingrávido en los pensamientos, en la música, en el olor de la ciudad.  Caminar es una ruptura al caos, dirá Frédréric Gros, y en esa ruptura, hay poesía. Es un momento de creación, en el que cualquier cosa puede ser un disparador para algo. En esas caminatas sin rumbo, en esos devaneos urbanos, me han aparecido imágenes de historias que me apresuro en escribir a modo de apuntes en el celular. Esta misma semana, me han “llegado” ideas para una novela que estoy trabajando y que durante el mes pasado estuvo como en una especie de hibernación. 

Y el caminar me ha devuelto la elasticidad que necesitaba con esa historia.

4

Caminar es también meditar. No hay obligación en hacer algo en particular, en tener una expresión determinada, caminar a un ritmo adecuado. No. El cuerpo, el viento, la luz dictan cómo será caminar ese día en particular. Hay días en los que me siento muy compenetrado con el caminar y otros días en los que lo hago con pocas ganas o agobiado por la molestia que me produce a momentos la mascarilla. De todas formas, no dejo de caminar, es mi momento de conexión espiritual y de contraponer mi cuerpo con las casas, con los otros peatones, con los cables de luz cruzan de esquina a esquina, con los autos que rugen con el semáforo en rojo avisándote que si no te apuras en cruzar podrían caerte encima. 

Caminar es la expresión máxima del aquí y ahora. Lo que importa es el tránsito, no el destino.

Caminar (hacerlo solo, valga la aclaración) es aprender a estar con uno mismo.

Y esa práctica hay que renovarla cada día. 

Saudade de Domingo #135: Letraherido en San Valentín

A eso de las doce años, en paralelo a ese obligado paso biológico de niño a hombre, solía leer libros y ver películas en busca de aquellas partes donde las parejas expresaban su amor —o simplemente su deseo— y sus rostros, sus cuerpos quedaban expuestos a mis ojos. Podía no ser nada explícito pero me estremecía ante esas muestras de cariño y pasión. Así me hice espectador frecuente del canal cinco en el que cada sábado por la noche, bajo el título de “cine candente” los programadores creían estar pasando películas pornográficas cuando en realidad pasaban películas europeas y latinas de culto. Por ahí pasó todo Almodóvar, Bigas Luna, Bertolucci, entre otros. El canal 5 y yo estábamos engañados, pero esa ignorancia me regaló imágenes que aun perduran en mi memoria (no solamente las eróticas).

Así fue como un sábado cualquiera me encontré a una jovencita rubia, de rostro y cuerpo tallado con precisión griega. Me perdí en esos ojos dulces que miraban a un hombre mayor, distante y terrenal. Estaban juntos, tenían mucho sexo pero era un amor otoñal, reposado así como era el cuerpo de esa mujer. Sus caderas, sus senos modestos eran captados con una luz tenue mientras él exhausto descansaba a su lado. Ella se movía con delicadeza, como si no fuera un ser de este mundo. Tiempo después descubrí, con la llegada masiva del internet, que esa mujer celestial era Nastassja Kinski y él hombre que llevaba la voz cantante en la relación, era Marcello Mastroianni. La película se llamaba Así como eres (Così come sei) de 1978 y en ella la alemana Kinski, hablaba en italiano, hecho adicional que me hizo ver de nuevo la cinta. Quería escucharla y sobre todo traer al presente a ese púber que fui.

Recuerdo que en esa segunda ocasión (ya andaba por los 23, 24 años) entendí mejor la historia, me envolví en la música de Ennio Morricone y los personajes me enamoraron. Diez años, con tantas pelis y libros en el medio, de Così come sei solo conservo retazos de imagen, la mirada de Mastroianni, la boca de Kinski, la fotografía cremosa, los trajes de invierno y evidentemente el cuerpo aéreo de Kinski que parecía flotar sobre las escenas.

Nastassja Kinki como Francesca en Cosi come sei (1978)

Hoy algunas imágenes de esta película me cayeron de sorpresa mientras trabajaba en la novela que escribo. Me dejé abrazar por ellas, googleé la película y ahí estaban Mastroianni y Kinski congelados en el tiempo, amándose con distancia, uniendo el cuerpo aunque no del todo corazón. Repasé algunas fotografías y me encontré con esta de aquí abajo, que para mí sintetiza el espíritu de esta historia. El amor distendido mezclado entre las sábanas, el tiempo sin tiempo.

En ese momento caí en la cuenta de que hoy es San Valentín. Ya mi papá, a su manera, nos había recordado esta mañana la fecha al compartir en el chat familiar un artículo sobre la palabra catalana Lletraferit, que en español se ha adaptado como letraherido, “el que ama de forma extrema la literatura”. Me identifiqué inmediatamente con esa palabra. Los libros me han acompañado en todos los momentos de mi vida, en las bibliotecas y en las librerías encuentro mis catedrales, el olor de sus páginas es mi afrodisíaco, repito mentalmente frases que se me han clavado en el corazón, en el menor descuido se me aparece algún personaje de un libro, mi escritura a veces “se contamina” de los libros que estoy leyendo. Soy un letraherido. San Valentín se confundió al no flecharme hacia una persona sino hacia los libros. Haría extensivo ese amor por los libros hacia las películas, que son letras en movimiento, palabras pintadas en una pantalla. Soy un filmherido también. 

Hoy no tendré una cita de cerveza, de café, ni nada más caliente, pero me pondré los auriculares y me lanzaré a la calle, caminando conmigo al lado, escuchando el soundtrack de mi corazón, el que he venido cultivando cada día con las canciones que me tocan, que me parten en pedazos, que me hacen llorar y reír, que están ahí para recordarme de dónde vengo y dónde estoy. Después volveré a casa, seguiré leyendo Por el camino de Swann y más tarde veré Così come sei, aunque quizás no sea tan hermosa como la recuerdo. Quizás hoy Mastroianni y Kinski me parezcan irreales, insoportables o a lo mejor sublimes e intocables. Me acompañarán mis libros en la cama, dispersos entre las almohadas y cada tanto abriré alguno de ellos mientras miro la película.

Hoy quiero ser mi mejor date

«Querido» 2020

Creo que luego de todo ese vendaval que has provocado, queda un aprendizaje durísimo, como cuando el profesor asigna un proyecto complejo y los estudiantes se rebanan la cabeza para resolver y cumplir la misión. Nuestra misión contigo fue persistir, no dejarnos caer, que aunque la enfermedad nos envolviera, se nos pusiera de frente en el cuerpo de amigos y familiares, había que luchar hasta el último aliento de vida. Miro hacia atrás, me recuerdo en ese oscuro mes de abril, en ese cumpleaños confinado que pasé, triste pero con el calor de mis padres, mi hermana, mis tíos y mis amigos que se manifestaron por videollamada, por mensajes de voz, por chat. Lo único que quedaba era agradecer por estar vivo, por no ser parte de esa estadística que contaba los muertos cada día, de los cuerpos sin sepultura que quedaban en las calles. Pienso en abril y escucho gritos, sirenas de ambulancia desesperada, el horror al pisar en la calle. Respirar, inflar los pulmones era mirar de frente al virus.

¡Qué año tan difícil! Parecías un buen año pero con el pasar de las primeras semanas, fuiste revelando lo frágiles que somos como seres humanos en un planeta oprimido, deprimido, histérico que de alguna manera nos ha devuelto la imagen que hemos creado. Nos hemos creído invencibles y tú, 2020, nos has abofeteado, escupido, pisoteado, maltratado y acá seguimos, cansados, tratando de explicarnos qué nos ha pasado y qué podemos aprender de todo esto.

2020, me mostraste que el amor trasciende lo físico. Tan acostumbrados estábamos al toque, al abrazo, a olfatear, que en vista del encierro necesario tuvimos que buscar otras alternativas para sostenernos. La virtualidad ayudó mucho en ese camino pero también volver al corazón, cerrar los ojos y encontrar esa corriente que nos une a todos sin importar el tiempo ni el espacio. A pesar de la ansiedad y la angustia, gracias por recordarnos que hay que conectar desde el interior. Suena a una obviedad pero ponerlo en práctica puede llevar toda la vida.

Mi celebración virtual de cumpleaños con mis colegas y amigos

Fuiste un año en el que me demostraste que tengo mucho para trabajar con mi propio cuerpo. Y no me refiero a lo superficial de tener un cuerpo musculoso sino de prestar atención a las señales que da, un leve dolor, ardor, un hincón. Localizar la parte que molesta y mirar más allá del órgano que da problemas. Ha sido duro encontrar dolor emocional escondido en un dolor corporal. Te agradezco por ese nuevo sistema de pensamiento que he empezado a olfatear.

Por otro lado no fuiste un año de viajes. Mientras que el 2019 me hizo subirme al avión un montón de veces, este año me demostraste que hay tiempo para todo y que era un momento de estacionar, de hibernar, de mirar el lugar que te habita. Tuve que viajar hacia el interior, también recorrer el barrio, las calles y también darme tiempo para pensar en lo que había aprendido en todos mis viajes de los años anteriores. Definitivamente espero volver a los viajes en el 2021, porque seguro yo tendré otra cabeza para encararlos.

En una de mis primeras salidas por la ciudad, cuando se empezó a flexibilizar el confinamiento en Guayaquil

Fuiste un año que me permitió sentarme a escribir. Trabajé varios cuentos, empecé un proyecto de serie, terminé el primer borrador de una novela y emocionado, he empezado una segunda novela. Volver al corazón me devolvió la alegría de crear, de atreverme, de abrazar el tiempo presente como única forma de supervivencia. De ti 2020 me llevo esto justamente: haberme forzado a empezar y concluir trabajos de escritura.

También fuiste un año de muchas lecturas (y muy variadas), de muchas series, de muchas películas. Como siempre digo la ficción nos salva y el haberme metido en historias de lugares y épocas distintas me permitió respirar otro aire en medio de estos meses de encierro.

No te guardo rencor, 2020. Para el mundo entero ha sido un año complicado, doloroso, un paréntesis extraño y espero que tus enseñanzas nos sirvan para vivir mejor los años venideros. Después de la zozobra, espero un año más reposado, de recuperar el afecto físico, de poder circular sin miedo y que con una nueva conciencia estemos más atentos a nosotros mismos.

Querido 2021, te espero con cariño, que nos traigas nuevos aires, mucha salud y la fuerza para seguir adelante, para rearmarnos como podamos y sobre todo, danos la capacidad de confiar. Con todo eso, ya tendríamos bastante para vivir.

Saudade de Domingo #132: Lo que aprendí de la escritura gracias a los viajes

Viajar no es sólo un deseo, es una necesidad. Puede ser un viaje largo o corto, pero el hecho de trasladarse a un lugar poco o nada conocido nos coloca en estado de aventura. Así, nuestros cinco sentidos se perciben de otra manera, prestan atención a aquellas cosas que los locales consideran cotidianas o sin valor. Nos convertimos en detectives de las pequeñas rutinas ajenas.

Empecé a escribir desde la infancia como una necesidad de contar historias al igual que lo hacían los autores que leía. En esos momentos tenía mucha influencia de Dickens, García Márquez, Balzac. Cuando aparecieron los viajes en mi vida, mi escritura fue tomando otro camino. Uno más libre, errático, de intentos, de textos inacabados en muchos casos. Tenían otra densidad, otro clima y eso de alguna forma, me volvió adicto a los viajes. 

En la Estação do Porto

No me atrevo a decir que soy un viajero (sería un irrespeto para quienes con una mochila han recorrido medio planeta), pero sí me considero un amante de los viajes, como ya lo dije en este otro post. Los disfruto desde la elección del destino, la planificación y por supuesto, a la llegada. Algo en mí se activa una vez que piso el aeropuerto y me vuelvo un ciudadano con maleta, pasaporte y visas. Olga Tokarczuk en Los errantes, dice que el tiempo de los viajeros es insular, conformado por los relojes de las estaciones de tren, por las horas de vuelo en los que el paso del día a la noche se reduce a un instante. Este cambio de tiempo nos coloca en otra sintonía, en una más alta quizás y de allí vienen las lecciones que aprendí sobre la escritura durante los viajes.  

1. La “inspiración” se encuentra caminando. Soy un enamorado de las largas caminatas. Cuando he viajado acompañado he sido la tortura de algunos amigos, pues prefiero caminar todo lo que pueda y dejarme sorprender por lo que me encuentre en el trayecto. Una tienda de antigüedades, la conversación entrecortada a la espera del cambio de color del semáforo, el comerciante que intenta venderme alguna cosa, el olor de pan caliente de una confitería de barrio, la sala de cine que me seduce con películas en una idioma desconocido. Me gusta observarme en esas caminatas como un viajero sin piel que está expuesto a todo lo que ve, escucha, huele o toca. Y ahí aparecen personajes, líneas de diálogos imaginadas, escenarios posibles para un cuento o guion.

Caminando una noche en Oporto

2. Cualquier hallazgo puede transformarse en una historia. En los viajes, como en mi vida, creo en las causalidades y no en las casualidades. Si algo llega hasta mí es una señal del universo, del tiempo insular de Tokarczuk y lo aprovecho. Recuerdo que cuando caminaba por el barrio Gamla Stan en Estocolmo, en un momento me perdí entre los nombres de las calles y el google maps tuvo un ataque de histeria. De paso una lluvia fastidiosa me hacía luchar entre el paraguas, la mochila y el celular. No me quedó más que seguir caminando y a pocos pasos me encontré con una librería hermosa, pequeñita, con fachada de una casa, atendida por una librera de sonrisa amplia con quien me atreví a conversar por casi una hora. Podría haber seguido con los audífonos enchufados pero decidí explorar esa librería y me encontré con esta librera que me enseñó un poco sobre la literatura sueca actual. Ahora ella se ha convertido en un personaje que escribo.

«Mi» librería de Gamla Stan en Estocolmo, Suecia

3. La suspensión de los viajes ayuda a la relajación. Hay que reconocerlo, viajar cansa y mucho. Con una amiga solemos decir que luego de viajar necesitamos al menos una semana en casa para recuperarnos. Por eso es importante aprovechar los momentos de descanso como en las horas de tren, de avión o de bus. No soy de los que suele dormir pero sí intento enchufarme la música que me gusta, cerrar los ojos y repasar lo vivido, respirar y meditar. Algunas veces aparecen imágenes o frases y las anoto en mi libreta o en el procesador de textos de mi celular. 

Escribiendo en el vuelo Madrid-Oporto, en abril de 2019

4. Alternar momentos de compañía y soledad. Por lo general suelo viajar solo pero siempre hago amigos a donde voy. Me gusta eso de visitar lugares con los nativos pero también amo hacer mis propios hallazgos, dejarme sorprender. Cuando viajé a São Paulo el año pasado quería recorrer el centro histórico y varios amigos me dijeron que evitara ir, que era peligroso. No diré que no tuve miedo, pero tampoco estaba dispuesto a perderme la experiencia, luego de haber visto fotos de los edificios hermosos, los viaductos y las calles del centro histórico paulista. Descubrí ese sector de la ciudad denigrado por los propios locales y después tuve que entrar a un café a escribir lo que había vivido. La soledad es una buena compañera pero también cuando se pone aburrida, es importante buscar compañía para nutrirse de otras miradas. Así recargo energías y ese contacto me estimula a seguir escribiendo. 

Edificio Martinelli, en São Paulo

Viajar es una experiencia de extrañamiento. Es una lupa que se acerca y se aleja en un raro vaivén. Es un síndrome, un paréntesis, un desvarío. A la vuelta todo parece apretarse en la memoria y los bocetos se convierten en jeroglíficos que hay que descifrar, imagen por imagen, letra por letra. Aunque los tiempos actuales no son los propicios para emprender vuelo, vendrá el momento en que las fronteras se abran de nuevo, en que los otros cuerpos dejen de ser peligrosos y ahí sí, a cruzar mares otra vez, para escribir, para leer, para contar. 

Escribir

Escribo.

Escribo todo el tiempo. A puño y letra en las agendas, en el tecleo constante de un entrada de blog, en un guion, en un cuento. Escribo mails, mensajes de whatsapp, comentarios de Instagram, repentinos tweets y también en esas fugas literarias que nadie osaría llamar como “verdadera escritura”.

Escribo en las paredes de mi memoria, escribo en las melodías que me levantan cada mañana en una estación de radio jamás sintonizadas. Escribo en el vaivén que provoca la cuchara al revolver el café a las primeras horas del día. Escribo en el caminar insomne que me saca de la casa y me lleva al asfalto, aun tibio, de las once de la mañana.

Escribo la respuesta que no me atreví a mandar, en la carta que dejé de contestar, en el mensaje que me prohibieron enviar. Escribo lo que puedo y lo que creo que debo capturar antes que el tiempo se licúe.

Escribo a la mañana, con el cantar de los pajaritos que nunca veo volar. Escribo por la tarde resguardado del calor que incendia las ventanas y que transforma todo en un blanco de sombras duras. Escribo por la noche en medio de los olores de la cena, con el sabor del té verde que humedece los labios y suaviza las palabras. Escribo cuando duermo y sobresaltado agarro el celular para fijar las frases como códigos cifrados que nunca logro descubrir.

Escribo porque puedo, porque quiero, porque debo. Los verbos me buscan y no siempre yo a ellos. Persigo más bien a los adjetivos, a esos seres extraños que califican o denigran, que construyen o destruyen. Son ellos los seductores, los peligrosos de la lengua, los que cortan el aliento, la envidia de los sustantivos. Los escribo porque me tocan y me explican una partícula del mundo.

Escribo porque soy adicto a la palabra y en ella me arropo, me reconozco, me sustituyo, me rectifico, me sano.

La escritura es un noviciado eterno. 

Saudade de Domingo #126: No ser una máquina

En el trabajo de mesa de una obra que montaremos en el futuro con unos compañeros, surgió, entre varios cuestionamientos, qué es lo que nos diferencia a los humanos de las máquinas/robots/plataformas. Aunque la respuesta podría ser obvia y cargada de verdades absolutas y de lugares comunes, el asunto se complejizó cuando empezamos a discutir acerca de la humanidad versus el automatismo de las máquinas. ¿Podemos los humanos «volvernos» robots cuando tenemos comportamientos automáticos y «perdemos» la sensibilidad? ¿Los robots, las máquinas y/o plataformas se irán perfeccionando en el futuro en materia de humanidad? Aunque suenan a preguntas descabelladas, hacen mucho sentido para el montaje de una obra de teatro en la que la humanidad y la robótica se unen, generando malentendidos y problemas que más allá de ser una ficción invitan a una reflexión.

Así que la pregunta sobre la humanidad me ha seguido dando vueltas. No basta con tener un corazón que lata para hablar de humanidad cuando vivimos en rutinas sistematizadas, organizadas para encajar y cumplir. Es inevitable bajo este esquema cuestionar relaciones afectivas, laborales, el vínculo con la ciudad, con el mundo. Aunque suena a frase hecha, creo que más que nunca es necesario «salir de la zona de confort», probarnos en otras áreas, reinventarnos y sobre todo ganar confianza. Es el miedo lo que paraliza.

En una época donde todos corren y como diría Byung-Chul Han, la realización personal está en explotarse a uno mismo, creo necesario hacer un alto y pensar en las cosas que hacemos. ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Con qué objetivo? Sin duda son preguntas existenciales que las máquinas no podrían hacerse y que los humanos estamos perdiendo la capacidad de formularlas.

Aunque pareciera no tener relación, en paralelo a este nuevo proceso de teatro, estuve leyendo el libro The Bullet Journal Method, que básicamente se enfoca en llevar un diario monitoreando todas las actividades que realizamos en el día a día, a través de colecciones anuales y mensuales. Empecé a leerlo con recelo, con sospecha de que fuera otro libro más de coaching, de mindfulness para dummies. Sin embargo mientras avanzaba la lectura me encontré con un texto sólido en el que queda claro que el diario es sólo una herramienta para realmente estar felices con lo que hacemos. Más allá de la parte técnica que propone utilizando nomenclaturas, índices de clasificación, el valor real que tiene este libro para mí es que invita a reflexionar sobre cada actividad que hacemos preguntándonos si es útil o no, por qué la realizamos, por qué la posponemos (oh, maldita procrastinación) y si vale la pena invertir tiempo en ella.

91cCB6LfPLL

Aprovechando el inicio de mes, he decidido llevar adelante mi primer bullet journal. Me he tomado el tiempo de armarla de acuerdo a mis necesidades (eso es lo interesante de esta metodología) y de ir anotando las actividades que tengo y quiero hacer durante este mes y en lo sucesivo. Si bien ya llevaba registro con el Google Calendar, creo que el volver a lo analógico, al cuaderno y a la tinta me permite desconectar un poco de lo digital y sobre todo me hace reflexionar sobre lo que hago y lo que dejo de hacer. Trabajar en un diario ofrece una relación intimista, voluntaria y necesaria.

IMG_8240

Podría parecer que con el Bullet Journal se perdería la naturalidad de lo espontáneo pero esta dinámica no es rígida sino que está abierta a los cambios y cada uno la puede adaptar a lo que necesite. Me gusta el hecho de que el diario sea como una especie de inventario de mis actividades y de esa manera puedo tener la cabeza con más aire, con más espacio para pensar en cómo llevar a cabo lo que quiero. Siempre me he sentido ahorcado de trabajo, de actividades que se suceden una a la otra y ahora llevando un registro puedo mirar en qué estoy invirtiendo mi tiempo real.

Puede que el Bullet Journal no sea para todo el mundo pero creo que está bien probarlo y ver si funciona. Creo que ya es ganancia el hecho de hacer un alto momentáneo a lo digital y concentrarse en uno mismo y el papel, dejando que sea esa relación la que invite a pensar, a reflexionar, a saber cuándo decir no. El Bullet Journal es una herramienta con la que se puede salir del automatismo diario, del ser una emulación robótica que al final del día siempre se recriminará no hacer lo que realmente quiere «por falta de tiempo». Yo diría que es por falta de organización y de ganas de cambiar lo que no ha funcionado hasta ahora.

Saudade de Domingo #125: Los mapas de la infancia

Abro el Google Maps, escribo la dirección a la que tengo que ir. Quince minutos caminando a buen ritmo, me pronostica la aplicación. Trazo mi recorrido imaginario por calles que conozco pero que en la vista satelital lucen como venas grises que se interceptan, se cortan o siguen largos tramos en línea recta. Muchas veces me he sorprendido “jugando” con Google Maps. Elijo una ciudad que se me viene a la cabeza y la recorro, fantaseo con sus formas, con el verdor (o la ausencia) de árboles, los tejados de las casas, la aparición repentina de ríos o de playas. Juego por unos cuantos minutos como cuando en la infancia jugaba con los mapas. Con un lápiz trazaba caminos, posibles rutas para ir de una ciudad a otra, también los calcaba y me desafiaba a ubicar ciudades sin la ayuda del mapa original. 

Me parecía fascinante comparar mapas de diferentes libros. Algunos eran más planos, otros pretendían emular el relieve real de las montañas y valles. Los había también de diferentes colores y tipografías. Debo decir que todos me gustaban y ningún atlas estaba de más, todos sumaban, todos me emocionaban. Todos me hacían viajar a lugares distantes.

IMG_6305

Debía tener ocho años cuando mi abuela y mi tía me regalaron un atlas que editó diario El Comercio, a partir de una edición de National Geographic. Su pasta dura, imponente, de color azul y una fotografía de la Tierra, esférica, perfecta, descansando sobre un mapamundi. Lo abrí, exploré sus páginas blancas de papel couché y me encantó ver que cada país tenía una modesta descripción cultural con datos importantes como capital, ciudades importantes, idiomas, moneda. Había además varias fotos de manifestaciones culturales de cada país que me permitían hacerme una idea de cómo eran esos países.

IMG_3858

Otra cosa que me encantaba eran los colores de los mapas. Amaba mi atlas, con él aprendí cómo lucían las personas en Escandinavia, las monedas de los países del Medio Oriente, las impactantes imágenes de Seúl y Tokyo, lo enorme que era Australia y lo solitaria que era al interior del país. Fue uno de los regalos más hermosos que recibí en la vida y recuerdo haber dormido muchas noches junto a mi atlas. Soñaba que visitaba esos lugares, me veía como un explorador que iba tachando el mapa de cada país que  visitaba. Gracias a mi atlas, con ocho años, ya me sabía de memoria todas las capitales del mundo. 

IMG_8578

Además de mi atlas, que se volvió mi libro de cabecera, seguí como detective cazando mapas. Cada año pedía de regalo de navidad el Almanaque Mundial, que me brindaba vasta información de cada país con su respectivo mapa. En la escuela, en el cuarto año de primaria, incluyeron en la lista de útiles escolares, un atlas de América y del Ecuador. Fue ahí cuando me enteré que Ecuador había tenido un territorio vasto y que con el paso del tiempo, luego de varios conflictos con Colombia, Perú e incluso Brasil, quedó del tamaño que tiene actualmente. Recuerdo haberme “cabreado” pensando en cómo nos fuimos empequeñeciendo frente a los otros vecinos invasores. Ahora, obviamente, es historia superada.

IMG_3705

No podría precisarlo bien, pero creo que los mapas influyeron también en mi pasión por los idiomas. De cada idioma que estudiaba, me gustaba calcar los mapas de los países hablantes. Era una manera de apropiarme de esas regiones, de esas provincias. Calqué y pinté muchas veces los mapas de Brasil, Italia, Francia, Portugal, Alemania, Estados Unidos. También el hecho de recorrer los mapas con ciudades de fonéticas extrañas para mí en ese momento, me incitaba a saber más sobre las lenguas. Vi fotografías de Moscú y su alfabeto familiar y distante del latino me hacía pensar en cómo se escucharía hablar a los rusos. Lo mismo me pasaba con el árabe y el mandarín. Las ciudades chinas, por ejemplo, eran las más difíciles de pronunciar y recordar. 

IMG_0789

Llegó luego el internet, podía descargarme los mapas pero no era lo mismo. Llegué a imprimir a algunos pero no me emocionaban de la misma manera. Los mapas fueron quedando en el desván de mi memoria. Cada tanto en algún lugar podía encontrar un mapamundi y atraído como imán lo observaba de cerca, pero nada más. Ya adulto empezaron los viajes y ahí volvieron otra vez los mapas en las guías de Lonely Planet. Las ciudades y sus sitios emblemáticos, sus calles, sus plazas, sus montañas volvían a tener sentido para mí. Me preparaba para vivir esos lugares que había explorado tanto desde los mapas. 

Debo decir que a cada lugar que viajo, sigo comprando atlas de ese país que visito. Me sirven de colección y a la vez como guía durante los recorridos. Es verdad que el Google Maps es una herramienta fabulosa, una guía en tiempo real que ofrece atajos, que anuncia tiempos y que además anticipa con fotos lo que uno se va a encontrar. Pero también es verdad que necesito del mapa en papel y tinta, resistente ante las fallas del wifi e indoloro ante las horas sin batería. Necesito lo imprevisto que me ofrece la representación gráfica del mapa frente al espacio real.  A veces prefiero la incertidumbre de lo que está por descubrirse en un mapa que está diseñado para ser enmarcado, doblado, mojado, estrujado y que aun así seguirá siendo un mapa con historia.

Saudade de Domingo #124: En busca del tiempo «perdido»

Tomo prestado el título de Proust. Lo saco de su contexto para mirar mis primeras semanas del 2020 y llegar a una pequeña conclusión ahora que el mes está por concluir en unos días: quiero recuperar las cosas que me hacían feliz en otras épocas. Cosas que dejé de lado por licuarme en la vida diaria, por creer que nunca encontraría el tiempo perfecto para dedicarme a ellas, por pensar que seguramente habría miles de personas mejores que yo para hacer esas cosas que yo quería hacer. En fin, todas trampas que me ponía para dejar de lado los desafíos y quedarme en el confort que ofrece tener un trabajo asalariado como profesor universitario.

En estas semanas en las que he tenido un horario regular de oficina (todavía las clases no han comenzado), pude destinar tiempo para una pasión que en los últimos años ha tenido altos y bajos: estudiar idiomas. El año pasado coqueteé con el japonés y el polaco pero ambos proyectos de aprendizaje no duraron más de tres meses. Una lengua requiere tiempo, paciencia y entusiasmo, cosas que yo no tenía por esos momentos a nivel emocional. Estaba por una crisis treintañera con mucha ansiedad y fui picoteando en muchas cosas en busca de algo que me abstrajera de esos problemas. Los idiomas cumplieron esa misión sólo por un breve lapso de tiempo.

IMG_0927A fines del año pasado, no sé por cuál razón, me propuse aprender ruso. Con metas pequeñas, me bajé Duolingo para practicar tranquilo, sin exigirme nada más que cinco minutos diarios; luego pasé a Memrise, una plataforma de cursos en línea, especialmente de idiomas, que me permitió aprender el alfabeto cirílico. Comencé a escuchar música en ruso, a leer sobre la historia reciente de Rusia y lo más importante comencé a hacer amigos rusoparlantes en internet. Toda esta combinación ha hecho que estudiar ruso no sea una tortura. Ni siquiera he pensado que es considerada una de las lenguas más difíciles del mundo, que su gramática es caprichosa, que la fonética es complicada. Pienso más bien en lo que voy progresando. Puedo escribir frases completas en ruso a mis nuevos amigos, cosa que hace unas semanas no podía hacer. Puedo leer ciertas frases aunque no sepa qué signifiquen. Hoy ví la película Brat (Hermano) considerada ya un clásico del cine ruso y me emocioné al escuchar palabras que ya me son familiares. Estas pequeñas hazañas, estas «microvictorias» son el combustible para seguir aprendiendo. Ahora he comprado un libro para aprender ruso en el que siguiendo todas las lecciones llegaría al nivel B2.

En paralelo quiero volver a dibujar, algo que me gustaba hacer y a lo que le dedicaba varias horas hace un par de años. Lo dejé de hacer porque me criticaba mucho, quería una prolijidad, una perfección que estaba matando ese espíritu creativo con el que empecé a hacerlo. Hace unos días me ha vuelto el deseo de retomar eso, reabrí un curso de dibujo online que había comprado en aquella época y me he puesto nuevamente a bocetear. Hace dos años compré varios kits de acuarelas, papeles de diferentes formas y gramajes, así que pienso utilizarlos, recuperar esas horas de trabajo y regresar a dibujar, a pintar. Quiero apenas probar y expresarme a través de las manos sobre el papel, escribiendo imágenes.

IMG_0926.jpg

También he vuelto a escribir con regularidad en mi diario, siguiendo los consejos de las páginas matutinas de Julia Cameron. Apenas escribir tres páginas sobre lo que sea al despertarse, cuando la mente está más despejada. Ha sido un ejercicio terapéutico volver a esas páginas, reflexionar sobre lo que me pasa y disfrutar de ese viaje de autoconocimiento diario. No hace falta más que despertarse, sentarse a escribir y ver qué sale hasta completar tres páginas.

Y así es como espero recuperar el tiempo perdido, preservando mi área personal, mis actividades de tiempo libre, mi oxígeno en soledad. Sólo así podré encontrar algo de equilibrio en medio de una época en la que se exige rapidez y como dice Byung-Chul Han, acabamos extenuados.

Saudade de Domingo #123: La génesis del 2020

Después de la euforia del fin de año viene el momento de la verdad. Poner las metas y deseos en marcha. Si ya era complicado colocar una lista de prioridades, más desafiante resulta comenzar a trabajar en los objetivos. Hay que aprovechar el envión del nuevo año, las ganas que son un motor importante y ver hacia dónde vamos.

En estas primeras semanas del año he estado trabajando en mi interior, haciendo una  limpieza espiritual, saliendo con mis amigos, practicando mis idiomas, preparando clases para el nuevo ciclo, leyendo mucho, escribiendo poco (lamentablemente). De todo esto me sorprendo de mis ganas de aprender ruso (lo empecé a estudiar a fines de diciembre) y hasta ahora me gusta lo que voy conociendo. Es una lengua difícil, de muchas reglas y de una pronunciación a veces indescifrable, pero es un desafío que me gusta. Me enfrento a palabras que no tienen conexión conmigo, que no lucen ni como parienta lejana de las lenguas que hablo, pero está siendo una oportunidad de abrir otras puertas, de conocer a la familia eslava. El lenguaje es una manera de entrar, por las bases, a otras culturas. En este mes de aprendizaje he aprendido mucho sobre Rusia y los ex países de la Unión Soviética. Estudiar una lengua activa en mí una sed por conocer más que hay en esa cultura, en esas personas que utilizan ese idioma.

Este año he comenzado con los frutos de dos investigaciones que realicé el año pasado y que se han publicado finalmente en revistas académicas. En el mundo de la academia la paciencia es una gran virtud y el único camino, pues los tiempos de las revistas son propios. Toca esperar, reescribir, seguir una serie de procesos burocráticos hasta que finalmente la publicación aparece. Estas dos investigaciones fueron productos de mucho esfuerzo, curiosidad y cariño. Mientras los resultados de estos proyectos ven la luz, he aprovechado para trabajar en el cierre de la investigación realizada el año pasado y que ojalá pueda publicarse este mismo año. Pero como dije, hay que tener paciencia, ya que los tiempos dependen de las revistas.

También han sido semanas para preparar clases. Leer libros, subrayando temas, extrayendo fragmentos que traen a su vez otros textos y a manera de puzzle, he ido armando las clases. Estoy haciendo el ejercicio de reestructurar mis clases habituales casi al 100 por ciento. Me pasa que me suelo aburrir de dar los contenidos de la misma manera y necesito oxígeno, algo que sólo me lo puede dar la revisión de nuevos autores, discusiones recientes y gatillos que permitan que recobre el entusiasmo cuando me toque estar frente a los alumnos otra vez a fin de mes. Asimismo duele desprenderse un poco de ciertos ejercicios, de ciertas citas pero también me recuerdo que ya no soy el que diseñó esas clases y que necesito plasmar mis nuevas inquietudes.

Este fin de semana he tenido un reposo obligatorio ya que tuve extraerme una muela que no daba más. En paralelo he estado leyendo la novela Sistema Nervioso, de Lina Meruane que es un himno tortuoso a la enfermedad y al dolor. Estos días con la encía latiendo a mil, he pensado en unas de las frases que dice el padre de la protagonista de la historia. «Es el dolor el que nos hace estar vivos». Si nos referimos netamente a lo físico (desde una visión espiritual sería diferente) esto es más que cierto. El dolor avisa, resguarda del peligro pero también recuerda. El cuerpo tiene memoria y el dolor ocupa un sitial importante dentro de ese espacio. De modo que pensar en mi dolor de muela extraída, me ha hecho tomar conciencia de aquello que se fue, de lo que me desprendí. Un dolor para evitar otro dolor, el permanente de una muela enferma.

Han sido semanas también de pensar qué quiero hacer con el resto del año. El 2020 me suena a un año clave para plantear nuevos caminos, de mirar las cosas de otra manera y de soltar aquello que ya no funciona.

Agradecer. La clave es siempre agradecer por lo que se deja y por lo que se obtiene. Todo hace parte de la misma experiencia.

 

 

Saudade de Domingo #121: El último acto del 2019

Dentro de un mes exactamente será Nochebuena. Las tiendas de la ciudad ya se han vestido de navidad, los edificios y centros comerciales han encendido sus árboles navideños, ha comenzado la publicidad de los descuentos. En paralelo, desde el ámbito laboral ya se da por liquidado el 2019 y ha empezado la planificación del 2020. Me suena tan lejano ese número cuando en realidad está a la vuelta de la esquina. Agoniza el 2019, está en la recta final.

Este año ha sido particularmente muy movido, he viajado con mucha regularidad, he leído mucho y también, debo reconocerlo, no he escrito tanto como me hubiera gustado. Ha sido un año de mucho trabajo, de nuevos conocimientos. A diferencia de la trama aristotélica en la que podemos identificar un gran momento de clímax, en este año creo que he tenido varios puntos de giro pero nada catártico. Ayer por la noche se efectuó quizás el último giro del 2019. He comenzado a escribir las primeras líneas de una novela, una que ya tenía en la cabeza desde hace algún tiempo pero que no sabía cómo encararla.

Aun no sé cómo hacerlo pero ayer, luego de conversar con varios amigos que tienen sobre sus hombros proyectos ambiciosos e interesantes, me di cuenta que era el momento para emprender un nuevo desafío personal. Revisé los apuntes que tenía de esa historia y ahí vi que ya tenía «algo». Había marcado algunas directrices de la trama, algunos datos biográficos del personaje principal, anotaciones varias sobre el ambiente de la historia. Lo demás, lo sabía, se iría descubriendo en el mismo camino.

De modo que me animé a crear un nuevo documento de Scrivener (ese momento es siempre una ceremonia, es la iniciación de algo mágico), coloqué el título y empecé a escribir las primeras líneas. Al poco rato vino el Sr. Crítico a hacer de las suyas, a disuadirme de mi nueva tarea. Traté de no escucharlo, interrumpí la escritura para escuchar música un rato y luego regresé. Hice el ejercicio de no leer lo que había escrito y seguí con el flujo de conciencia, escribiendo lo que iba saliendo, continuando la escena.

Puse punto final a la escritura luego de algunas páginas pero mi cabeza siguió maquinando. Ya acostado, listo para dormir, hice unas anotaciones más que fueron apareciendo. Podía sentir como si todo fuera un dictado y las imágenes iban surgiendo como escenas sueltas de una película. Me sentí satisfecho. Al menos ayer.

Así que en medio de planificaciones laborales para el año que viene y la culminación del semestre con los respectivos trabajos finales, he empezado una novela en el tercer acto del 2019. No tendré mucho tiempo por estas semanas, pero es bueno saber que el 2019 reservaba esta sorpresa que me llena de expectativas y también de ansiedad.

Seguiré trabajando para ver cómo llega ese final del 2019.