Saudade de Domingo #93: El Santiago que viví

No me refiero a mí como Santiago, sino a la capital chilena, mi ciudad tocaya. Tenía pendiente desde hace varios años no transitarla como escala hacia Buenos Aires y sí desembarcar y recorrerla. Por motivos varios siempre iba posponiendo la visita hasta que los astros se alinearon (en realidad una gran amiga los alineó) y pude quedarme en Santiago por unos cuantos días. Pocos pero suficiente como para tomarle el pulso a la ciudad.

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Américo Vespucio Sur – Barrio Las Condes 

Siempre que llego a una ciudad nueva me pregunto cómo la vivieron personajes a los que admiro. Al llegar a Santiago y recorrer sus calles pensé en los hermanos Parra, Huidobro, Neruda, Bolaño, Jodorowsky. ¿Cuáles serían sus bares, cafés favoritos? ¿Los lugares donde se enamoraron? Podría haber investigado un poco para tener más «certezas» pero preferí que fuera mi imaginación la que fantaseara con esos sitios. Quizás un Bolaño amante de las caminatas por Bellavista, un Huidobro escribiendo en La Piojera o un Nicanor Parra fumando en las inmediaciones de la Plaza de Armas. En mi cabeza funcionan bien estas memorias inventadas.

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Con mi amiga Ingrid en La Chascona, una de las casas de Pablo Neruda.

Santiago me resultó al inicio familiar y extraña. En medio de las montañas, su arquitectura e imagen en general me hizo pensar en Quito, Bogotá, Cuenca, que son ciudades andinas. Claramente Santiago es una ciudad de cordillera y eso me hacía sentirla próxima. Sin embargo también me resultaba extraña en sus calles, en sus edificios en la gama de los marrones hacia el ladrillo. Como una ciudad nueva, me costó un poco orientarme y más aun en los primeros dos días cuando no logré enganchar una tarjeta SIM que funcionara (compré una de Movistar y fue una desgracia, ni en la empresa pudieron solucionar el problema). Fue clave contar con la compañía de dos amigos ecuatorianos que viven en Chile y me llevaron a los sitios emblemáticos como el Palacio de la Moneda (que es hermoso), la Plaza de Armas, El Barrio Bellavista, conocer el río Mapocho, etc. Amé la ciudad esos primeros días pero aun así la sentía lejana. No lograba entender bien por qué, pues la ciudad estaba siendo el escenario perfecto para reencontrarme con mis amigos. Llegó un punto en que llegué a fastidiarme de Santiago y confieso que pensé en adelantar mi retorno a Buenos Aires. Los viajes en general me colocan en otra sintonía y me vuelvo mucho más sensible al entorno. Y había algo en Santiago que no me gustaba y no comprendía por qué.

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El colorido barrio Bellavista
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En la cima del Sky Costanera

En mi cuarto y último día en Santiago, decidí emprender una caminata en soledad. En unas cuantas horas más tendría que irme rumbo al aeropuerto, así que quería caminar, tomarme el metro solo y hacer las últimas compras (libros, mi gran debilidad). Mi amiga se quedó en su departamento y ya con un buen internet gracias a la compañía WOM, emprendí mi último recorrido. El objetivo principal era subir al Sky Costanera pero antes de hacerlo recorrí la zona. En medio de esa caminata, confundido entre parejitas cariñosas, familias numerosas y personas sumergidas en sus iPods, sentí una tranquilidad profunda al mirarme en Santiago. No es algo que se pueda expresar en palabras exactas pero sentí que estaba físicamente en el lugar indicado. Me sentí querido, acogido por Santiago. El aire andino tuvo entonces otro sabor, la vista difuminada por el smog santiaguino de pronto se disipó, el frío disminuyó. Seguí caminando abrazado, envuelto por Santiago de Chile. Pensé nuevamente en los personajes chilenos que admiro y que amaron, vivieron su ciudad. Pensé también en mis amigos chilenos que viven en Ecuador y que seguro sienten nostalgia de ese vientito de cordillera, de ese sol difuminado, de las casitas coloridas de Bellavista o de una cerveza Kunstmann para amenizar la tarde.

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La vida desde el Sky Costanera, un domingo precioso en el que la cordillera fue mostrando su solemnidad.

Subí al Sky Costanera, contemplé la majestuosidad de las montañas, me sentí minúsculo, indefenso ante esa mole pero también cuidado por el manto protector de Santiago. Di la vuelta en 360 para mirar desde lo vitrales a la ciudad desde arriba. Estaba en paz y hermanado con mi ciudad tocaya. Era como si siempre me hubiera esperado, desde el primer día, para que pudiéramos encontrarnos a solas y emprender juntos un nuevo viaje sorpresa.

Saudade de Domingo #92: La escritura de los otros

Siempre que conozco a alguien, me da curiosidad saber cómo escribe. No me refiero a si escribe literatura o algo creativo (que también me interesa) sino al simple hecho de ir colocando una palabra adelante de la otra. ¿Tendrá faltas ortográficas? ¿Será un obsesivo de las comas? ¿Un amante del sujeto tácito? ¿Alguien que escribe párrafos de una sola frase? La escritura es un proceso tan íntimo y tan vasto que me siento un poco espía cuando llega a mí algún texto escrito por alguien. Como profesor y eventual analista de guiones, he podido leer muchísimos textos, de diferentes naturaleza y siempre hay algo que me llama la atención…

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15 cosas que aprendí sobre París

Nada como vivir un viaje desde los rincones, desde la mirada de sus nativos y sobre todo ser una esponja, recogiendo y escribiendo todo tipo de impresiones. París me deslumbró desde el primer día y presintiendo la avalancha de sensaciones que se me venía encima atiné de forma intuitiva a escribir  modo de bitácora todo lo que iba a registrando. Fueron demasiados apuntes que decidí armarlo como si fueran frases. No recogen totalmente mi experiencia en París, pero sin duda son los aspectos que más me llamaron la atención de la capital francesa. Acá van mis 15 puntos:

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Mi respuesta

Solo espero que me leas y no me odies

Habría querido dedicarte unas líneas más

Encontrar amaneceres a tu lado

Susurrando canciones, leyendo retratos

en las córneas de un mar ajeno en silencio.

Fueron tiempos difíciles, de pensamientos arañados

Diálogos sordos, sueños en arena

Pero te quiero, no fue en vano

mis palabras no son desesperadas.

Me heriste, es verdad,

aunque palabras duras viniendo de ti

No son insultos sino apenas

las caricias frustradas que no pude darte.

Fue un adiós abrupto, de precipicio sin caída

Te pienso en los minutos que dejamos en suspenso

Quisiera decirte algo más que unas líneas sinceras

en medio de la bruma de las venas virtuales.

Si quisieras y puedes escucharme,

dejo abierta mi línea, sin bloqueos,

por si quieres escribirme de vuelta

Bajar es lo peor

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La primera novela de Mariana Enríquez, una autora de la que ya he podido leer trabajos más recientes y con la que me siento muy identificado en su manera de describir los espacios y las situaciones. Puede ser poética y al mismo tiempo muy trash cuando pone voz a sus personajes. En esta novela tiene la maestría de hacer convivir un realismo sucio con el mundo de lo fantástico sin que se sientan como dos universos divorciados. Su escritura fluye a través de los breves capítulos que nos llevan a conocer la vida Narval y Facundo, ambos junkies de las noches de Buenos Aires. Son una suerte de vampiros que se alimentan entre sí. Facundo, un ángel caído, un héroe trágico hijo de las calles es el personaje por el cual todos los demás giren cayendo en su telaraña de seducción.

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Saudade de Domingo #91: La madurez en el viaje

Uno de los recuerdos más vívidos de mi infancia era el trayecto de ir al aeropuerto. Y no necesariamente para viajar, era apenas un deleite mío estar ahí, llegar, ver la cartelera de partidas y arribos, llenarme de la atmósfera de viaje y contemplar desde el bar del antiguo aeropuerto de Guayaquil, los aviones que despegaban y aterrizaban. Durante muchos años esa fue una de nuestras frecuentes salidas familiares.

En otras ocasiones, cuando era mi papá el que viajaba, llegábamos al aeropuerto con mucha anticipación para poder disfrutar de ese ambiente. Lo mismo sucedía cuando teníamos que recibir a algún pariente del extranjero. Yo en mi mente rogaba que hubiera algún retraso para estar más tiempo, escuchando las voces impersonales en los altoparlantes, viendo a la gente llegar apurada con sus maletas, viendo casi de manera teatral las despedidas de familiares justo en la puerta hacia migración. Aunque no viajara, me hacía la experiencia, era un espectador participante de los viajes de los otros.

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La vuelta al mundo en un clic

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Saltar de perfil en perfil, poner un visto o una equis.
La rutina visual de descartar rostros y cuerpos en fotos,
rescatando apenas a quienes parecen salir
de esa moda de cuerpos delgados pero curvilíneos.

Me detengo en un perfil en particular.
Me gusta lo que escribe en su descripción
“No busco nada en particular, pero sé que lo express no me va”.
Me gusta su orden gramatical en las frases sucesivas al describir su trabajo,
sus pasatiempos y obvio me atraen sus fotos también.

Dudo si darle un visto o una equis,
pues el visto de Like no garantiza un match.
Contemplo sus fotos por unos segundos
para tratar de conservar sus trazos en mi memoria.
Le doy visto por si acaso, pero con el pequeño duelo de la despedida
en caso de que nunca más vuelva a ver su perfil.

Pienso un poco en cómo empezaría el diálogo si hiciéramos “match”:
¿Le escribiría primero o esperaría que me escriba primero?
¿Empezaría con un hola bulímico con o sin signos de exclamación?
¿Respondería enseguida o esperaría un poco para no ser un agitado por atención?

Quiero evitar un drama innecesario en mi cabeza
y sigo ahogando perfiles.
Me escribe alguien pero sigo quemando perfiles.
Sé que pararé solo cuando la app quede exhausta y rabiosa
me pida que extienda mi radar de búsqueda.

Saudade de Domingo #90: El idioma en la música

Que la música es el lenguaje universal que nos hermana a todos, ya lo sabemos. Pero también es cierto que cada lengua particular le imprime a una canción una marca, un sello que marca un ritmo fonético, de velocidad que da lugar a una sensación de dulzura, acidez, de distancia o calidez.

Quizás por esa búsqueda concreta de lo que me produce cada lengua, me encanta escuchar canciones en varios idiomas. Cantantes que cantan en diferentes idiomas o canciones que se traducen pero que respetan la melodía. En el primer caso me gusta pensar en Charlotte Gainsbourg, a quien siente muy melancólica en francés, mientras que en inglés la siento más colorida y alegre. Depende mi estado de ánimo prefiero escucharla en una de las dos lenguas. Lo mismo me sucede con los brasileños Roberto Carlos, Caetano Veloso o Simone cuando cantan en portugués o español. Dependiendo de la canción los prefiero en un idioma o en otro. Hay veces que cuando los escucho en español con su fuerte acento portugués, la canción adopta una cosa nueva, un canal que circula entre dos aguas, un limbo sonoro que la vuelve especial.

 

Con Andrea Bocelli me pasó algo. Durante la infancia y la adolescencia como sólo tenía acceso a los discos (el internet no estaba muy desarrollado en esa época), sólo podía escuchar a Bocelli en las ediciones para América Latina y por ende en español. Su voz me gustaba y sus canciones también. Fantaseaba en cómo sonaría en italiano. Sólo tenía como referencia Vivo per Lei, canción que me aprendí para una actividad en el colegio italiano donde estudiaba. Sabiendo la canción y escuchándola repetidamente, más ganas me daban de escuchar otras canciones en su idioma original. La fonética italiana de la z y la s como zumbido de abeja, el sonido frecuente de “y,” las palabras terminando casi siempre en vocal debían modificar, enaltecer las melodías. Años después encontré en internet el disco Romanza en su edición italiana. Lo escuché de principio a fin y fue como encontrarme con un amigo pero al mismo tiempo con un desconocido. Como había intuido, la fonética modificaba las canciones aun cuando la melodía era la misma. Bocelli se sentía mucho más vivo, brillante, su voz era una montaña rusa que subía y bajaba a piacere.

Un caso similar fue con la canción La quiero a morir, de Francis Cabrel. Obviando las versiones salseras, shakisrescas que se han hecho de ese clásico de los 70, cuando una vez navegando en youtube llegué a la versión original en francés, fue un impacto tremendo. Me gustó mucho más la versión original porque el francés le imprimía una profundidad que la hacía más grave, más intensa. La versión española del mismo Cabrel era más ligera, menos dramática. Es como si la canción en francés fuera una etapa más reciente de ese amor vivido y la canción en español fuera más bien como una evocación de ese amor pasado. La letra es la misma pero el impacto que me producen las versiones es diferente.

Siempre que empiezo a estudiar un idioma nuevo, trato de buscar canciones que me sumerjan en esa fonética desconocida. Ahora que estudio japonés he descubierto varios cantantes nipones y sigo en la búsqueda porque me atrae mucho la idea de ir deshilvanando las melodías, comprendiendo pequeñas sílabas o palabras. Sumergirme en el lenguaje musical es siempre un viaje no garantizado de retorno invicto. En algunas ocasiones, escucho canciones por una única vez y en cambio otras me acompañan por meses, por años y se vuelven tan personales que quedan atadas a hechos de mi vida. Entonces, cuando las vuelvo a escuchar, años después, no sólo las canto en mi cabeza recordando las letras en lenguas ya no tan extrañas sino que ellas mismas me cantan mis propios recuerdos. Me muestran mis primeros pasos medio torpes cuando empecé a estudiarlas, en principio, sólo por placer para luego volverse parte esencial de mis memorias. Sí, mis recuerdos se evocan en muchos idiomas musicales.

Saudade de Domingo #89: La terapia del domingo

Hace algunos meses atrás, en esta misma columna escribía sobre el malestar o el síndrome que me produce el domingo por la tarde. No es que haya cambiado ese problema pero he podido capitalizar mejor el uso del domingo. Siempre he sentido al domingo como un día indefinido: No es un día de mucha actividad como el sábado, tampoco es un día “serio” como el lunes y aunque a veces se hagan reuniones familiares ese día, tampoco hay tanta festividad como si fuera un sábado. Es mi concepción acerca del domingo. Siempre le he encontrado cierta alegría a las primeras horas de la mañana, cuando todavía se sienten los rezagos del sábado por la noche. Pero cuando el domingo va tomando cara de lunes, me resulta asfixiante.

Desde hace varias semanas he empezado a trabajar con un libro que se llama El Camino del Artista y en medio de toda esa labor introspectiva de autoconocimiento, le he encontrado una utilidad al domingo. Ahora es mi día personal, mi día “egoísta”. Es el día que estoy destinando para una escritura libre desligada de algún proyecto en particular, de organizar mis prioridades, de escuchar música, de hacer ejercicio. Es el día que puedo preguntarme cosas, responderlas si quiero; es el día que he elegido para escucharme.

IMG_7642En esta nueva versión de domingo, empiezo la mañana escribiendo algo que Julia Cameron (autora de El Camino del Artista) denomina páginas matutinas (morning pages). Consiste en escribir tres páginas sobre lo que salga, todos los días. Y el domingo no podía ser la excepción. De modo que empiezo con ese trabajo que me lleva aproximadamente una hora. Trato de no distraerme con WhatsApp ni con redes sociales para que sea una escritura profunda. Es curioso la introspección que puede producirse con este tipo de escritura. Siento que los pensamientos se ordenan mejor, emergen en medio de la maraña de tareas que tengo en la cabeza. Me clarifica y me obliga a establecer prioridades.

Luego de esa escritura matutina lo más probable es que tenga material para definir cuáles van a ser las actividades más relevantes durante la semana laboral que empieza el lunes. A veces de esa escritura surgen temas que voy a terminar escribiendo en el blog o en ocasiones sirve para trabajar en una obra de teatro o en un cuento.

Aunque no todos los domingos hago las actividades en el mismo orden, después de la escritura matutina suelo escribir entradas que vendrán a este blog. Algunas veces las dejo reposar unos días y las publico más adelante, a veces siento que deben encontrar la luz enseguida a través de esta columna Saudade de Domingo. En el medio del proceso suelo escuchar música instrumental porque si pongo música que me gusta termino volándome y me distraigo. (Sí, para algunos la música es esencial para escribir, para mí no tanto, me suele llevar a otros mundos y me desapego de lo que estoy escribiendo en ese momento).

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El domingo ahora es el día en el que hago un balance de mi semana. Anoto en mi journal cuáles fueron los hechos más importantes. Puede parecer una bobería pero eso me ayuda para medir si mi semana fue productiva o no y tiene un cierto impacto en las actividades que deseo realizar la semana siguiente. Debo decir que todo esto son guías, no tiene nada de rígido, porque también en el ritmo del trabajo en la universidad las cosas suelen modificarse en el camino.

También trato de incluir dentro del domingo una actividad física de ejercicios (dependiendo de lo que quiera trabajar) y un poco de meditación después. En otras épocas podía meditar media hora, cuarenta minutos, ahora me cuesta un poco más y voy gradualmente. Actualmente estoy usando la app Headspace, que propone meditaciones de 3 a 5 minutos. Convertirlo en un hábito diario trae mucha satisfacción con el paso de las semanas.

Ya por la tarde, a eso de las cuatro suelo ver alguna serie o película. Después de terminar la segunda temporada 13 reasons why, esta semana he pasado viendo más películas hasta encontrar una serie a la que me quiera dedicar.

Ya cerca de las 5, 6 de la tarde escucho un poco de música, veo algo de tele, leo algo interesante (estoy terminando ahora Big Magic y leyendo varios libros de no ficción). Por la noche, después de cenar algo ligero, dedico una hora aproximadamente al aprendizaje de japonés. Puede que estudie el Hiragana (uno de los sistemas de escritura en japonés) o aprenda algo de vocabulario. Hoy creo que optaré por reforzar el aprendizaje de los números.

Así que mi domingo ha pasado de ser un día tortuoso y aburrido para convertirse en algo egoístamente productivo. No quiere decir que haya superado el síndrome del domingo por la tarde, pero puedo manejarlo mejor ahora. A veces a eso de las seis, siete de la noche me asalta esa sensación pero al estar imbuido en mis actividades, no tengo tiempo para pensar en la agonía del domingo.

Taxi Miami – 3

Conductor: Jorge

Desde: 1446 Washington Avenue, Miami Beach, FL.

A: Miami International Airport (MIA)

En un inicio pensaba tomarme un taxi del hotel pero como tardaba mucho, intenté con Uber. En menos de un minuto ya tenía conductor asignado que se encontraba a unas cuantas cuadras de distancia. Me llamó al poco rato para indicarme las coordenadas exactas donde me esperaría. El cielo gris de Miami ya se había descargado unas horas atrás por lo que en ese momento una ligera llovizna acariciaba la ciudad. Coloqué la maleta en la cajuela, me subí al auto. Jorge manejaba con una seguridad en la que parecía dejar claro que era el anfitrión, el dueño del auto. Inmediatamente comenzamos a hablar del clima, un poco de mi desilusión por los días grises que me tocaron. Enseguida me dijo que la mejor temporada para visitar Miami era de diciembre a abril. “En cuanto a clima, porque en esa época es verdad que viene todo el mundo, especialmente del norte, Nueva York, Canadá, que huyen de ese frío”.

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Antes dejar South Beach me contó que antes esa era una zona peligrosa, que nunca podrá olvidar que a sus 18 años le sacaron un cuchillo para robarle. “En esa época South Beach era barato y había toda clase de gente, y ya sabes que cuando algo es barato, atrae de todo”. Jorge es nicaragüense pero tiene más de 40 años en Miami. Se enorgullece al decir que ha visto todas las transformaciones que ha tenido la ciudad a lo largo de los años: el crecimiento de Miami Beach, la sobrepoblación del downtown, la crisis inmobiliaria, la creación de distritos en zonas peligrosas, pero baja un poco el tono cuando recuerda el panorama actual. Miami es muy cara para quien vive ahí y no tiene padrinos. Una cosa es la Miami glamurosa, de fiestas, donde turistas nacionales y extranjeros revientan sus tarjetas para pasar una noche de desenfrenos. Otra es la realidad de los centroamericanos que han venido a buscar mejores días y se encuentran en una ciudad que cada día sube los precios. Jorge recuerda las épocas en las que se podía trabajar y vivir sin ajustes. Tenía la posibilidad de viajar a Nicaragua una o dos veces al año. Ahora, confiesa, va muy poco, pues el dinero escasea y alcanza apenas para llegar a fin de mes. “Por eso, Dios mediante, en julio me mudo a Texas con mi esposa”.

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Jorge está casado desde hace cuatro años con una venezolana. Desde hace un año los tres hijos de ella fueron a vivir a casa con ellos. Por el amor que le tiene, Jorge aguanta a sus entenados. Dice “aguanta”, porque los tres hijos no hacen nada, no trabajan, no estudian. Es la madre, su esposa, la que los mantiene, pues según Jorge, nunca los crió para trabajar sino sólo para recibir. “Pero el dinero no alcanza, yo ya le dije a ella que tiene que ponerlos a trabajar, porque si todos trabajamos, si da para vivir, uno paga la luz, otro el agua, el alquiler y trabajo para salir del paso sí hay”. El plan de mudarse a Texas surgió luego de que un amigo suyo probara suerte allá y comparando el costo de la vida y el pago por hora, resulta mucho más factible vivir allá. Jorge señala que el mayor problema de Miami es que fuera de la industria hotelera, turística, la ciudad no produce nada. También confiesa, con un poco de vergüenza, que prefiere trabajar con empleadores norteamericanos. “Ellos te pagan lo que realmente te mereces por tu trabajo, en cambio los latinos, pagan mal, te tratan mal”. Es el mal de nuestros países, le digo yo. Jorge sonriendo mientras agarra la Dolphin Expy me dice que ese problema y el conservadurismo, son los grandes problemas de América Latina. “Me da pena ver cómo chicas con toda una carrera por delante se casan y son madres jóvenes. Se han perdido la oportunidad de vivir, en cambio acá, se casan después de los 35, cuando ya tienen una vida. Igual los hombres”.

El clima ligero después de la lluvia y la ausencia de tráfico hacen que el trayecto sea apacible. Eventualmente en la charla, Jorge lanza una risotada. Me contó que le estaba poniendo todas las fichas a Texas, que aun a sus 50 años tenía ganas y fuerzas para empezar a otra vez. Poco antes de llegar al aeropuerto, me dice que le gusta conversar con sus pasajeros. “Aprendo mucho, mira tú ahora me has contado cosas de Ecuador y ya sé más de tu país, el otro día se subió una venezolana que era acompañante y me contó cómo era ese trabajo, y ayer llevé a una argentina a Coral Gables que iba a visitar a su mamá. Me encanta la diversidad que ofrece Miami”. Yo sólo sonrío, le comento que en los pocos días que he estado me ha gustado ver la diversidad étnica y de acentos. No le digo que pienso escribir sobre él, prefiero ser un rastreador de historias en servicio secreto. Al bajarme del auto, me ayuda con la maleta. Es un hombre grande, gordo, de camisa playera. Me recuerda a cierto perfil de guayaquileño. Pienso entonces que Latinoamérica es una sola y que Miami es el espacio, el vértice donde convergemos todos, desde México hasta Argentina. De repente me siento en casa y esos breves milisegundos de pensamientos se interrumpen cuando Jorge, con una sonrisa amplia me dice: “Que la virgen te acompañe”. Me acordé de mi abuela paterna y su devoción por la virgen y el diviño niño. Le habría dado un abrazo pero no era necesario. Ya en posesión de la maleta le deseo que le vaya excelente en su nueva vida en Texas. Creo que lo dije de tal manera que mis palabras lo abrazaron. Se conmovió un poco y volvió a sonreír. Lo vi subirse al auto y avanzar de vuelta a Miami, a buscar otro pasajero, otra historia para escuchar y contársela luego a su esposa mientras siguen organizando todo para su nueva vida en Texas.