Historias de San Francisco #1

IMG_4444Esta fue la primera imagen que me regaló San Francisco, a la salida de la estación de Powell Street. Tenía pocas horas de sueño, los ojos enrojecidos pero la ansiedad de hacer el check in en el hotel y salir a conocer los alrededores del Union Square, lugar que ya había explorado por el Google Maps. Me gusta leer esos nombres de calles que me resultan extraños y ajenos desde el celular, para luego apropiármelos cuando los atravieso físicamente.

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Al salir de Powell Street, me encontré con el Cable Car (tranvía). Seguí mi camino por Powell hasta Geary. Escuché varios idiomas y vi gente de diferentes etnias, como también muchos vagabundos drogadictos, con colchones enrollados en sus mochilas remendadas. Así como en Miami o New York, las grandes tiendas de ropa estaban presentes con sus vitrinas brillantes de seducción con falsas ofertas. Aun en ese momento no sabía que estaba en la ciudad más cara de Estados Unidos. 

Hice el check in en el hotel, acomodé mis cosas, me di una ducha y salí hacia Union Square. Ya era de noche y había una leve llovizna. La iluminación mortecina de la plaza le daba a ese sector emblemático de la ciudad, una sensación de novedad y misterio. Saqué algunas fotos antes de irme a Apple Store. 

Un café en las alturas de Quito

“Debes ir al Café Mosaico, vas a ver Quito como nunca antes”, me dijo una amiga cuando le comenté que iba a pasar un fin de semana en la capital. Ella sabe de mi predilección por los cafés y las vistas panorámicas, así que su recomendación fue más que acertada. Revisé el sitio web del café, me enamoré el lugar por las fotos, por lo que no dudé en hacer una reservación para el domingo por la tarde. Un lugar como ese no lo podía dejar de pasar. 

IMG_8705El café, ubicado en la zona de Itchimbía, seduce desde su entrada. Hay una decoración ecléctica entre lo rústico, lo artesanal con una elegancia que da cierta familiaridad. Da la sensación de entrar a casa de algún conocido. Un letrerito en el fondo advertía que la atención se daba en el segundo piso. Llegué cerca de las 14h30 con un sol abrasador que me descubrió una ciudad con todo su brillo. Me indicaron la mesa reservada en la terraza y lo siguiente fue éxtasis puro: El sur de Quito a mis pies, colonial, premoderno, posmoderno con las montañas verdes custodiando la ciudad. Una ligera brisita del páramo paliaba el ardor de los rayos del sol, mientras sacaba las primeras fotos y acomodaba mis cosas. Le agradecía mentalmente a mi amiga por haberme recomendado el lugar. Sin haber probado bocado todavía, ya la visita estaba valiendo la pena.

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Luego vino el menú. Aunque había varias opciones provocativas, terminé eligiendo el Curry Thai (con salsa de coco, albahaca, curry de la casa más arroz y pan pita). Durante la espera seguí sacando fotografías del paisaje, mientras llegaban otros turistas con las mismas intenciones que las mías. No en vano Café Mosaico tiene diez años de existencia en los que ha ganado excelentes comentarios en páginas de turismo internacional y se ha posicionado como uno de los cafés obligatorios para visitar en Quito. En el 2017 obtuvo el Star Diamond Award de la American Academy of Hospitality Sciences, que premia a diferentes establecimientos del sector de viajes y servicios de lujo a nivel mundial. Y sí, estar en Café Mosaico es un privilegio.

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El Curry Thai tenía el grado justo de picante, la salsa curry de la casa era una delicia que hacía un maridaje perfecto con el pollo y el arroz. Decidí tomarme el tiempo para degustar cada bocado. En esa terraza el tiempo parecía quedarse suspendido, flotando sobre la ciudad al compás del jazz, del rock americana de los setenta que servía como soundtrack. En algunas ocasiones suelo ir a los cafés y crear mi propio playlist con el iPod pero esta vez dejé los auriculares guardados y me dejé llevar por la lista propuesta por el café. Fue la mejor decisión.

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Luego de revisar la carta de cafés, me decidí por un frappuccino de la casa. Confieso que no le tenía mucha expectativa y creo que eso ayudó a que la experiencia fuera mucho más sabrosa. Tuve que frenarme para no terminarme el frappuccino de un solo trago. Con el sol fuerte que inundaba la terraza, esa bebida fría era un néctar. Era la combinación entre lo amargo y lo dulce, lo denso y lo suave. De buena gana hubiera pedido otro pero después del banquete, lo mejor era seguir contemplando la vista, escribir un poco, dejar que las nubes descubrieran y ocultaran el sol a su voluntad. 

Ya a la partida me fui con la misión de regresar, quizás en un futuro cercano. Me he quedado con la curiosidad de estar en el café por la noche, cuando la ciudad parece una alfombra de luces en medio de la oscuridad del firmamento. Queda pues la cuenta pendiente y abierta para degustar otro plato, sacar más fotos y tomar otra vez el frappuccino de la casa.

Café Mosaico: Calle Manuel Samaniego N8-95 (Itchimbía, Quito)

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Taxi Miami – 3

Conductor: Jorge

Desde: 1446 Washington Avenue, Miami Beach, FL.

A: Miami International Airport (MIA)

En un inicio pensaba tomarme un taxi del hotel pero como tardaba mucho, intenté con Uber. En menos de un minuto ya tenía conductor asignado que se encontraba a unas cuantas cuadras de distancia. Me llamó al poco rato para indicarme las coordenadas exactas donde me esperaría. El cielo gris de Miami ya se había descargado unas horas atrás por lo que en ese momento una ligera llovizna acariciaba la ciudad. Coloqué la maleta en la cajuela, me subí al auto. Jorge manejaba con una seguridad en la que parecía dejar claro que era el anfitrión, el dueño del auto. Inmediatamente comenzamos a hablar del clima, un poco de mi desilusión por los días grises que me tocaron. Enseguida me dijo que la mejor temporada para visitar Miami era de diciembre a abril. “En cuanto a clima, porque en esa época es verdad que viene todo el mundo, especialmente del norte, Nueva York, Canadá, que huyen de ese frío”.

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Antes dejar South Beach me contó que antes esa era una zona peligrosa, que nunca podrá olvidar que a sus 18 años le sacaron un cuchillo para robarle. “En esa época South Beach era barato y había toda clase de gente, y ya sabes que cuando algo es barato, atrae de todo”. Jorge es nicaragüense pero tiene más de 40 años en Miami. Se enorgullece al decir que ha visto todas las transformaciones que ha tenido la ciudad a lo largo de los años: el crecimiento de Miami Beach, la sobrepoblación del downtown, la crisis inmobiliaria, la creación de distritos en zonas peligrosas, pero baja un poco el tono cuando recuerda el panorama actual. Miami es muy cara para quien vive ahí y no tiene padrinos. Una cosa es la Miami glamurosa, de fiestas, donde turistas nacionales y extranjeros revientan sus tarjetas para pasar una noche de desenfrenos. Otra es la realidad de los centroamericanos que han venido a buscar mejores días y se encuentran en una ciudad que cada día sube los precios. Jorge recuerda las épocas en las que se podía trabajar y vivir sin ajustes. Tenía la posibilidad de viajar a Nicaragua una o dos veces al año. Ahora, confiesa, va muy poco, pues el dinero escasea y alcanza apenas para llegar a fin de mes. “Por eso, Dios mediante, en julio me mudo a Texas con mi esposa”.

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Jorge está casado desde hace cuatro años con una venezolana. Desde hace un año los tres hijos de ella fueron a vivir a casa con ellos. Por el amor que le tiene, Jorge aguanta a sus entenados. Dice “aguanta”, porque los tres hijos no hacen nada, no trabajan, no estudian. Es la madre, su esposa, la que los mantiene, pues según Jorge, nunca los crió para trabajar sino sólo para recibir. “Pero el dinero no alcanza, yo ya le dije a ella que tiene que ponerlos a trabajar, porque si todos trabajamos, si da para vivir, uno paga la luz, otro el agua, el alquiler y trabajo para salir del paso sí hay”. El plan de mudarse a Texas surgió luego de que un amigo suyo probara suerte allá y comparando el costo de la vida y el pago por hora, resulta mucho más factible vivir allá. Jorge señala que el mayor problema de Miami es que fuera de la industria hotelera, turística, la ciudad no produce nada. También confiesa, con un poco de vergüenza, que prefiere trabajar con empleadores norteamericanos. “Ellos te pagan lo que realmente te mereces por tu trabajo, en cambio los latinos, pagan mal, te tratan mal”. Es el mal de nuestros países, le digo yo. Jorge sonriendo mientras agarra la Dolphin Expy me dice que ese problema y el conservadurismo, son los grandes problemas de América Latina. “Me da pena ver cómo chicas con toda una carrera por delante se casan y son madres jóvenes. Se han perdido la oportunidad de vivir, en cambio acá, se casan después de los 35, cuando ya tienen una vida. Igual los hombres”.

El clima ligero después de la lluvia y la ausencia de tráfico hacen que el trayecto sea apacible. Eventualmente en la charla, Jorge lanza una risotada. Me contó que le estaba poniendo todas las fichas a Texas, que aun a sus 50 años tenía ganas y fuerzas para empezar a otra vez. Poco antes de llegar al aeropuerto, me dice que le gusta conversar con sus pasajeros. “Aprendo mucho, mira tú ahora me has contado cosas de Ecuador y ya sé más de tu país, el otro día se subió una venezolana que era acompañante y me contó cómo era ese trabajo, y ayer llevé a una argentina a Coral Gables que iba a visitar a su mamá. Me encanta la diversidad que ofrece Miami”. Yo sólo sonrío, le comento que en los pocos días que he estado me ha gustado ver la diversidad étnica y de acentos. No le digo que pienso escribir sobre él, prefiero ser un rastreador de historias en servicio secreto. Al bajarme del auto, me ayuda con la maleta. Es un hombre grande, gordo, de camisa playera. Me recuerda a cierto perfil de guayaquileño. Pienso entonces que Latinoamérica es una sola y que Miami es el espacio, el vértice donde convergemos todos, desde México hasta Argentina. De repente me siento en casa y esos breves milisegundos de pensamientos se interrumpen cuando Jorge, con una sonrisa amplia me dice: “Que la virgen te acompañe”. Me acordé de mi abuela paterna y su devoción por la virgen y el diviño niño. Le habría dado un abrazo pero no era necesario. Ya en posesión de la maleta le deseo que le vaya excelente en su nueva vida en Texas. Creo que lo dije de tal manera que mis palabras lo abrazaron. Se conmovió un poco y volvió a sonreír. Lo vi subirse al auto y avanzar de vuelta a Miami, a buscar otro pasajero, otra historia para escuchar y contársela luego a su esposa mientras siguen organizando todo para su nueva vida en Texas.

Taxi Miami – 2

Conductora: Belinda

Desde: Books and Books

A: The Art Deco Museum

No tenía ganas de hablar en inglés, así que como en la aplicación decía que la conductora se llamaba Belinda, la saludé en español. Ella me respondió con un torrencial acento portorriqueño. Me preguntó inmediatamente de dónde era. Al saber que era de Ecuador, desplegó una sonrisa (no la ví, la intuí por el movimiento de sus ojos a través del retrovisor) y me dijo que soñaba con ir a las Galápagos y a la Mitad del Mundo. “Pero si voy, tengo que ir unos dos meses, porque me gusta quedarme, hablar con la gente”. En ese momento percibí que íbamos a tener una charla interesante, como en efecto sucedió.

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A Belinda le dio curiosidad que yo estuviera en una librería. Le conté que llegué ahí por casualidad, que había caído una tormenta breve y para guarecerme, encontré gratamente esa librería. Me dijo que no la conocía y le llamaba la atención ya que en los últimos años, habían cerrado muchas librerías en Miami. La cadena norteamericana Barnes and Noble había cerrado grandes sucursales y por ello, según Belinda, es necesario desplazarse en auto para ir a las pocas que quedan. No me sonaba extraño lo que me decía, pues siempre que viajo a alguna ciudad me gusta rastrear sus librerías y en el google maps aparecían unas cuantas, bastante lejos entre sí (de hecho en Miami Beach, donde me alojaba no me aparecía ninguna). Belinda se definía como una mujer muy lectora, capaz de quedarse horas en una librería, saboreando varios libros hasta finalmente decidirse por uno. “No me gusta eso de leer varios al tiempo, prefiero leer uno cada vez”. Ahora su visita a librerías es más esporádica ya que debe planificarlas más. Esa es una de las cosas que no le gustan actualmente de la ciudad.

Belinda lleva en Miami cinco años, desde que dejó San Juan. Me hizo saber de su orgullo boricua en múltiples ocasiones durante el recorrido. No le gustaba Miami para vivir y menos aun le gustaban los nativos de Miami, a quienes consideraba muy ásperos en el trato. Le hacía falta el ambiente de su ciudad, estar con su familia, respirar la vida cultural que llevaba en San Juan, ir a los cines, a los teatros. “Acá en Miami no hay identidad, mientras que en nuestros países hay mucha cultura, gastronomía. Acá se vive como en Disney, la gente nunca aterriza”. Me gustó esta última frase y la anoté en el teléfono mientras me comentaba que si ella quería ir a ver otro tipo de cine que no fuera el comercial, tenía que ir hasta Hollywood (Florida, no California), cerca de una hora de distancia de su casa, para poder ver documentales o ciclos de cine europeo. Le comento que en Guayaquil llevo adelante con una colega, un cine club en la universidad donde trabajamos. Los ojos de Belinda brillan y como si eso le diera confianza, como si hubiera una hermandad en cuanto a consumos culturales, me confiesa que es escritora en sus tiempos libres.

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Con una mezcla de orgullo y entusiasmo de niña traviesa, me dice que se ha propuesto escribir dos libros de acá a cinco años. Yo sonrío y me contagio con su emoción mientras entramos a Miami Beach por la 5th Street. Me dice que escribe para motivarse ella y para motivar a los demás. No me dijo cuáles eran sus referentes pero sí me dijo que sus libros eran de autoayuda, que cree haber vivido lo suficiente (debía andar por los cincuenta) para compartir un poco de su visión con sus lectores. Su objetivo es que los demás se realicen en lo que realmente quieren en la vida. Como ejemplo me puso a su sobrina que vive en New Jersey. “Desde pequeña le vi inclinaciones hacia la pintura y yo cada que podía, le mandaba acuarelas, pinturas, papel y ahora que tiene quince años, dice que quiere estudiar Bellas Artes”. Su orgullo de tía se manifiesta. Con las manos fijas en el volante y con el corazón caliente, Belinda me regaló sus ojos en el retrovisor y un fragmentito de su vida. Al despedirnos, como quien tiene la seguridad de volver a encontrarse con un amigo en el futuro, me sentí feliz. Ya afuera de su auto, me di cuenta que Belinda me había alegrado durante esa media hora de viaje con su energía. No era una habladora new age, sino una convencida que irradiaba felicidad a quien tenía la suerte de subirse en su auto.

Me he quedado con muchas ganas de leer sus libros, cuando los publique.

Taxi Miami – 1

Conductor: Julio

Desde: 1446 Washington Avenue, Miami Beach, FL.

A: Biscayne Boulevard, Miami, FL.

Era mi primera vez usando Uber en Estados Unidos. Durante mis viajes a New York siempre me moví muy bien en el Subway por lo que la idea de un taxi ni siquiera se me pasaba por la cabeza. Pero Miami, me habían dicho, era otra cosa. “No es una ciudad para caminar”, cosa que después comprobé al constatar que el transporte público no está muy desarrollado como en Nueva York. Era muy difícil viajar de Miami Beach hacia a Miami en el tiempo breve que disponía para hacerlo.

De modo que agregué el número de teléfono de mi chip norteamericano, la tarjeta de crédito e hice la solicitud de taxi. De todos los taxis que andaban por la zona, Julio fue quien “eligió” llevarme. Me llamó para avisarme que ya estaba cerca a Española Way donde me alojaba. La rapidez de su acento cubano me hizo entenderle la mitad de lo que dijo y de pronto me sentí en una telenovela de Telemundo. Era extraño para mí (y aun lo es) tomar taxi en otro país. Normalmente cuando recorro ciudades me encanta experimentar con el transporte público y de hecho me hubiera arriesgado a hacerlo, pero tenía pocos días en la ciudad así que no podía perder mucho tiempo en recorridos largos.

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Al subirme al auto, Julio me recibió con una amplia sonrisa. Debía andar por los 45 años, tenía los ojos amielados y el pelo entrecano. Inmediatamente se estableció una confianza que creo que se da entre todos los latinos cuando estamos en tierra ajena. Me preguntó de dónde venía, a qué me dedicaba. Le dije que era profesor universitario, guionista y que cada tanto actuaba. Sus preguntas reflejaban una curiosidad que me causó gracia. Había un interés genuino por conocer, por charlar y no sólo por pasar el tiempo mientras llegábamos al trayecto. También le hice algunas preguntas sobre su vida y en pocos minutos teníamos una charla como si nos conociéramos de mucho tiempo. Las preguntas y respuestas se fueron desdibujando hasta encontrarnos en una conversación fluida de dos latinoamericanos en una ciudad gringa/latina. Una ciudad donde Julio ya llevaba diez años luego de haber abandonado Cuba, una ciudad en la que pese a toda la latinidad en el aire, aun no logra hacerla suya. “Si hubiera tenido un buen trabajo que me hubiera dado para vivir, nunca me habría ido de Cuba, no hay nada como estar en tu país, con los tuyos”. La nostalgia se apodera brevemente de sus palabras hasta que bromea conmigo preguntándome si no me habría visto en alguna telenovela como actor. Me río al imaginarme en un culebrón de Telemundo con acento miamense.

Cruzamos el puente hacia Miami, atravesamos las Venetian islands. Me mostró algunas casas emblemáticas. Me dijo que en Miami ha logrado armar una nueva familia, con esposa e hijos. “No habría podido aguantar acá solo”. Está satisfecho con su suerte pero el trabajo y el día a día no es fácil para él. “Hay muchas trabas para nosotros los latinos, la primera el idioma. Te piden en los trabajos que hables bien inglés, pero a la larga siempre hablas en español”. Un primo suyo que ejercía como médico en La Habana pasó varios años intentando homologar su título para poder ejercer en Miami. Fueron muchos exámenes, muchas fechas de espera, muchas horas de trabajo como chofer, como mesero hasta que finalmente pudo establecerse. “Cuando eres ya profesional, la cosa cambia, consigues residencia, ganas bien y puedes vivir mejor”.

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Seguimos el recorrido. En Miami nos esperaba el tráfico de viernes por la tarde. Los rascacielos de la ciudad se conjugaban armoniosamente entre ellos, sin apretarse, sin asfixiarse como sí sucede en Nueva York. Pese al cielo gris de esa tarde, los colores vivos se ven en los transeúntes que circulan en shorts y camisetas holgadas. Mientras miro cada tanto por la ventana del auto, Julio me habla sobre el socialismo del siglo XXI de Sudamérica, sobre Castro. A pesar de su frescura, cuando menciona a Castro se destila un leve dejo de amargura, que luego cambia al hacer algún chiste sobre su figura política. Charlamos de Cristina, Correa, Maduro por algunos minutos. Julio estaba al día de la realidad en Sudamérica, sabía incluso que Correa está en Bruselas y que recientemente le habían quitado la seguridad de la que gozaba en Europa. De pronto Julio interrumpió la conversación, un poco preocupado, para preguntarme dónde exactamente debía dejarme en Biscayne Boulevard. Le respondí que no sabía, que sólo tenía la numeración y el número del lugar. La tienda era ID Art Supply. Julio la buscó en el mapa. Me dejó al pie de la tienda. Nos dimos un apretón de manos, me deseó suerte en Miami. Yo hice lo mismo. Me da un poco de pena despedirme de personas que me caen bien, pero entiendo que hace parte del recorrido, de los viajes en los que uno termina cansado y más “vivido”, más “nutrido” al conocer personas como Julio que compartió conmigo un poco de su historia.

Saudade de Domingo #86: Escribir mientras viajo

Como ya conté en el post anterior, la semana pasada salí de viaje y contrariamente a lo que había dicho acá, en esta ocasión escribí mucho.  No sé qué astros se alinearon o qué procesos se han operado en mí en los últimos tiempos, pero durante mi viaje relámpago a Miami, me sorprendí pensando en escenas que tenía que escribir rápidamente en el papel o en las notas del iPhone. Era un torrente de ideas que venían una detrás de la otra. En algunos momentos tuve que ponerme en modo pausa para seguir con el itinerario del viaje pero al menor descuido, venían nuevas escenas, personajes que se enojaban entre sí, secretos familiares que modificaban destinos, romances no confesados, sueños frustrados. Me resultó paradójico que en una ciudad como Miami (que no es de mis favoritas) la escritura fluyera tan bien.

IMG_3539Creo que la gente local, la arquitectura, el paisaje urbano, fueron ingredientes clave para toda esa inspiración repentina que me vino en Miami. En este viaje asumí la aventura quizás con otro entusiasmo. Fui con el afán de realmente no hacer más que caminar, comprar algunas cosas y olvidarme de las tareas cotidianas. Y ese propósito, de enfrentarme a un lugar desconocido y al mismo tiempo tan familiar gracias a los imaginarios que todos tenemos sobre Miami, fui construyendo mi propio trayecto. Y en ese descubrimiento, la escritura fue clave. Escribir el viaje, es volver a vivirlo, es obligarte a fijar ciertos lugares, ciertas sensaciones, de modo que el haber pasado por un lugar o una ciudad no se queda como un borrón en el corazón sino que adquiere una luz propia, una forma concreta a la que se puede recurrir después de evocarla.

Muchas veces resulta más práctico escribir luego del viaje, pero escribir en el durante tiene su magia. Se vuelve el recuerdo del recuerdo. Para mí es escribir con saudade mirándome en el futuro. Revisando en estos días las anotaciones durante el viaje, me sorprendo con cosas que ya había olvidado y que están ahí, escritas, con sus verbos, sus adjetivos hiperbólicos, con personajes en tránsito a alguna cosa. Entre ayer y hoy me he puesto en la tarea de volcar todo eso en un nuevo texto, en una obra que he comenzado a escribir. Como todo proceso de gestación el inicio está siendo caótico pero estoy amando ese torbellino de fragmentos. Sólo tengo el deadline que yo mismo me he impuesto y que espero cumplir. Siento desde ya un cariño especial por este nuevo proyecto que sin duda tendrá mucho de Miami, aunque quizás no se nombre a la ciudad ni se evoque nada de su estética. Pero seguirá teniendo de Miami, sus sonrisas, sus suspiros, su frescura. El viaje a Miami será la base que sostenga esta nueva historia.

Miami, allá fui

Algunas veces me tengo miedo y otras me encanta saberme impredecible. Hace una semana estuve en Miami y hasta hace un mes atrás no me habría imaginado estar en dicha ciudad. Pasa que un día o mejor dicho una noche, en medio de la conmoción que siempre me pasa luego de realizar un viaje largo, empecé a fantasear con un nuevo destino. Me daban ganas de volver a Nueva York pero pensé que había que diversificar un poquito y además tenía que realizar un viaje más breve que el que había realizado a Europa, en marzo. Miami apareció entonces como una opción posible. Está a cuatro horas de Guayaquil en avión, sin escalas, lo que me daba la posibilidad de no hacerme pedazos con el viaje y podía aprovechar más las horas en la ciudad.

IMG_1366Así que después de pensarlo un poco (sólo un poco), me dejé llevar por el impulso de comprar el pasaje a Miami (gracias, tarjeta de crédito). Aun sigo pagando rubros del viaje a Europa y de loco me metí a un nuevo viaje. Bueno, esto lo pensé una vez que había pagado el boleto y había escogido por Booking el hotel donde me iba a quedar en Miami Beach. Ya no había marcha atrás. Todo lo realicé casi en modo Zen, hasta que luego me di cuenta de lo que había hecho. A pesar de la conmoción, vibraba con la idea de descubrir una nueva ciudad, aun cuando fuera Miami, un lugar que nunca me habría imaginado visitar. Todo mi imaginario sobre Miami se remetía a telenovelas de Telemundo y Univisión, playas, gente linda, la casa de los multimillonarios latinos, largas autopistas pero una ínfima vida cultural. Decidí entonces darme la oportunidad de confirmar o derribar estas percepciones por mi propios ojos. Ya en otro post  comentaré del impacto que me generó la ciudad y de las cosas que me sorprendieron.

No comenté a nadie más que a mi madre sobre la locura del viaje. Pasaron las semanas, seguí mi ritmo de vida impartiendo mis clases, escribiendo, ensayando una obra de teatro hasta que llegó el gran día. Como me suele pasar, un atisbo de arrepentimiento se coló por mi cabeza, horas antes. “Todavía podrías decir que no”, me desafiaba mi mente. IMG_5134Lo que suelo hacer en momentos así es mandar al diablo al ego o a esa conciencia racional que estorba más que ayudar.

Estuve unos cuantos días nada más aprovechando el feriado del 24 de Mayo de Ecuador. Llevé una maleta mediana y un carry on que para la ida guardé dentro de la maleta. A los hombros llevé mi acostumbrada mochila Jamsport roja con mi iPad, mi diario (journal Midori), cables, cargadores y paraguas (sí, por desgracia el tiempo en Miami estaría lluvioso durante mi estadía). Me sentí feliz de viajar, en teoría, con pocas cosas.

De ropa sólo llevé el jean que tenía puesto, unos shorts para los días de caminata, trescamisetas, ropa interior y el par de zapatos que llevaba puestos. Sabía que en el viaje compraría ropa y pasaría por Apple, donde sería mi perdición (sí que lo fue).

El primer día luego de llegar desde el Aeropuerto de Miami hasta Miami Beach por US$2.50, hice el check in en Clay Hotel, en plena Española Way. Salí a recorrer la zona. Me enamoré inmediatamente de la onda descontracturada del lugar, del art deco de sus construcciones (no en vano Miami es la ciudad con más edificios art deco en el mundo). Turistas y locales conversando alegremente, caminando, otros tanto con bolsas de Macy’s, Forever 21, Guess, Victoria Secret. Había negros, asiáticos, rubios, latinos. Todas las etnias juntas en perfecta armonía, vestidos de playa, aun cuando llovía cada diez minutos (sí, paraba y regresaba).

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Española Way
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Parte de Lincoln Road

IMG_3071Recorrí Lincoln Road, esa especie de shopping al aire libre tan concurrido. Empecé a sacar las primeras fotos, entré a varias tiendas y ya por la tarde fui a Miami, donde me refugié en ID Supply, una tienda artística hermosa donde volví a ser niño en medio de acuarelas, témperas y pinceles. Recorrí luego Biscayne Boulevard. Mi paraguas feneció ante la crueldad del viento y la lluvia y así, empapado encontré guarida en una librería/bar/café en el Art Deco Tower. Fue otro gran descubrimiento este lugar, donde me sirvieron un café con leche delicioso mientras leía On Writing, de Bukowsky.

A la vuelta a Miami Beach, volví a Lincoln Road para comprar unos encargos y por la noche fui a cenar a un restaurante italiano. Se percibía el mismo ambiente de madera, de luz tenue como la de los restaurantes en Roma. Me atendió una mesera romana que tenía un poco más de un año en Miami. Al saber que estaba paso me dijo que sí o sí tenía que ir a Wynwood Walls. Luego para no volver tan rápido al hotel, decidí recorrer Ocean Drive y palpar de primera mano la vida nocturna de Miami Beach. Decenas de cuadras de bares, restaurantes y discotecas coloridas, con igual o más diversión en la propia calle. Patrullas policiales y oficiales caminando se mezclaban entre las parejas, los amigos que hablaban alto que con cerveza en mano gritaban a pesar de estar todos muy cerca entre sí. Era literalmente una gran fiesta. Llegué hasta el edificio en cuyas escaleras se grabó una de las secuencias más importantes de la película Scarface. No me resistí a sacar una foto.

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728 Ocean Drive, Miami Beach, FL.

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IMG_4823Al día siguiente recorrí Miami Beach a pesar del mal clima. Volví a Miami para internarme en Wynwood Walls. Cuadras y cuadras de arte urbano en las paredes. Aproveché un momento de lluvia torrencial para hacer un brunch en un café muy fanzy de la zona. Pasé luego por Little Havanna, regresé a Miami Beach, pasé por una tienda esotérica y sucumbí al encanto de una señora cubana que gentilmente me mostró todos los inciensos, las piedras y demás objetos que tenían su tienda. Salí de ahí con un paquete de sahumerios y unos cuarzos.

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Ante todo lo que había visto y sentido en medio de todos esos caminos, me senté en un café a escribir. Necesitaba con urgencia, refugiarme en mí mismo, clarificarme, sentirme. Y en medio de esas líneas plasmadas en el diario, fueron dibujándose otras líneas sobre un personaje que quiero escribir desde hace algún tiempo. Va a ser la protagonista de una obra de teatro que voy a empezar a escribir y que de la nada me empezó a reclamar a Miami como parte de su propia biografía. Mágicamente, ella fue dictándome lo que le había pasado en esa ciudad. Me dejé canalizar hasta que llené cuatro páginas de anécdotas. No estoy seguro si las incluiré en la obra, pero escribir sobre mí y sobre ese personaje, me regresó el alma al cuerpo, me calmé un poco, volví a tierra.

Al día siguiente, la lluvia estuvo imparable pero pese a todo, decidí ir a ver la playa. Caminé contra viento y marea (casi literal) hasta la playa. Me encontré con un mar abandonado, carente de turistas. Tenía el mar mustio y embravecido para mí. Nunca me sentí tan feliz de estar en una playa gris, en cuya soledad podía hablar, gritar sin ser escuchado por nadie. Porque mis palabras se las llevaba el viento con la misma velocidad que las pronunciaba.

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Más tarde emprendí la vuelta al Ecuador satisfecho por todo lo vivido. Como siempre me sucede en los viajes, me sentía “crecido”, más vivido. El paso del tiempo es relativo porque con la intensidad que viví ese viaje, me pareció haber estado mucho más tiempo en Miami. Al dejar la ciudad, sentía que me despedía de alguien a quien de pronto empecé a estimar sin darme cuenta. Sentí que era su amigo y a punto de partir, me ofreció un sol brillante y un cielo despejado para que pudiera contemplar el turquesa de sus aguas.

Prometí volver para bañarme en ellas.

La eternidad de Roma

IMG_5534Roma es un beso robado. De esos impulsivos que surgen de una extraña atracción que deambula en la delgada frontera del odio y del afecto. No es fácil besarla ni tampoco golpearla. Sí es fácil, en cambio, enredarse en la maestría de sus cabellos que se reproducen bajo el Tevere, que se cuelan por los caserones de Monti y el centro histórico, sin que nadie pueda advertir su mágica presencia. 

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Roma me golpeó a la cara el primer día, vi de cerca sus dientes milenarios en las avenidas cercanas al Coliseo. Las marcas de sus siglos habían quedado impresas en mi frente, en mi nariz, en mis rodillas. Me quería dejar claro que no era Paris ni ninguna otra ciudad de las que me jactaba penetrar. Me vio tembloroso, abrumado con su ámbar incandescente. Quise golpearla, lo hice, pero Roma es sucia, salvaje, se reía de mis golpes pequeños y torpes. Me arrinconó y ese dialecto romanaccio me besó a la fuerza, me alimentó como a Rómulo para luego huir con su estela de antaño, con la sensualidad de Lucrecia y las risas burlonas de Livia y Julia Domma. Roma me había enamorado. Y yo agredido, enrojecido, había probado el néctar romano, que sería mi pase libre por la ciudad.

Roma no me la hizo fácil. Sus calles cambiaban, se cerraban y se abrían a propósito en una extraña danza que me dejaban diminuto ante su grandeza. Volví a ser virgen, con ese carácter torpe, ansioso tan propio de los jamás tocados. Me inserté en las venas de Roma, en sus canales, sus esquinas, me olvidé del mapa para recorrerla entera, necesitaba su néctar, ese grial escondido en sus mausoleos y palacetes.

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En esos cielos cambiantes, encontré la teatralidad de Roma. Su luz de escenario me hacían pensar en las actuaciones demenciales de Nerón, Calígula, Claudio. Pisaba sus calles, tocaba sus paredes y confundido entre la horda de turistas anglosajones, me preguntaba: ¿Es que no sienten a Roma? Porque sentir Roma es quedarse impávido, guardar silencio hasta que ella, sabrosa, vieja, hosca, decida quitarse los velos y mostrar su corazón reventado, cansado pero que continúa golpeando, bombeando  bajo ese firmamento naranja donde vive altiva, pisoteada, escandalosa.

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En esa última noche de vía crucis, de aire marino y sabor a pretérito, mientras caminaba aun con el ardor en la cara, cansado por el tiempo suspendido de la ciudad, pude ver el rostro de Roma en la Vía Cavour. Era geométricamente desfigurada, de olor a albahaca y a jazmines. Me sonrió y nos fundimos en un abrazo eterno de pocos segundos. Me inyectó la savia que necesitaba para abandonarla. Ella es de romances fugaces. Su eternidad radica en los breves lapsos que produce estupor en sus palacios decadentes, en sus monumentos marchitos, en su catacumbas aun desiertas. Me susurró algo en romanaccio. Era Cornelia que hablaba, pero también era Aurelia, Mesalina y Octavia. Después de su paso agitado, sentí el vacío, el paréntesis glacial de encontrarme huérfano de su abrazo. Una lágrima me quemó la mejilla cuando pude ver sin lentes, sin artilugios, el paisaje romano. Como en la obra jamás montada estaban frente a mí todas las dinastías romanas, sonriendo, hermanados, pues al final no eran más que personajes inflamados. Luego del mutis, empaqué mis cosas, repasé en italiano todo lo que llevaba para la siguiente parada. Era el fin y tenía que partir.

Y al dejar Roma acariciando el turquesa del mediterráneo, me quedé con un ahogo arrancado, con el vacío entre las manos, los huesos apretados y la boca reseca a la espera de un nuevo beso, a la intemperie, con sabor a oliva cerca del pantheon.

A propósito de París

IMG_2324París es un crème brûlée con sabor a madera y frutos rojos. Es un velo de novia multicolor que se traviste caprichosamente si hay sol o lluvia. Es elegante, a veces rebelde y casi siempre, intocable. Es de esas bellezas para admirar pero no para penetrar.

La recorrí hasta el cansancio, con frío, lluvia, ahogado con esa humedad gélida que sólo creía propia de una Londres victoriana. Y sí, siento saudade de París, de esas calles estrechas, mojadas, de sus panaderías en todas las dimensiones, de las conversaciones susurradas, de las parejas en las plazas, de los franceses borrachos los viernes de madrugada, de los jóvenes enloquecidos cuando el día prometía un débil rayo de sol, de los cafecitos al aire libre.

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París es dulce, es un fruto prohibido que no se debe ingerir. París es un museo al que nunca se podrá conocer desde sus raíces. Es que ya no las tiene. Se corroyeron hace mucho como el óxido en el Sena. París es contradictoria, rica, pobre, hambrienta, moribunda, amable, salvaje, decadente, pero siempre digna, elegante. París es Blanche Dubois, Scarlett O’Hara o para decirlo más mainstream, es Cate Blanchett en Blue Jasmine. Paris, como la Piaff -una de sus hijas-, ne regrette rien. No se arrepiente de nada, porque mal o bien, seduce y embruja a quien osa tocarla. Su halo de misterio invita al desvarío y así, una noche cualquiera, se da uno cuenta que París se ha clavado en el pecho.

Y luego de eso, no queda más que la lluvia. Esa lluvia lacrimógena parisina que entristece al Génie de la Place de la Bastille.

Mi crónica de viaje en La Revista de El Universo

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Hace unos meses estuve en Buenos Aires (como suelo hacer con frecuencia) y decidí visitar Campanópolis, un lugar que desde hacía tiempo quería visitar. El trayecto fue toda una experiencia: Colectivo, taxi, caminata. Valió la pena todo para descubrir un paraíso medieval en el Gran Buenos Aires.

Acá dejo el link para leer el artículo completo:

Aldea Medieval en pleno Buenos Aires