Escenas sueltas (1 de 7)

Escena 1

Comencé a hacer ejercicios de forma obsesiva hace más o menos dos meses. No es que haya surgido en mí un interés repentino en hacerme pepudo. Todo es por causa de un personaje. Haré mi debut cinematográfico como actor y necesito tener marcado un six pack en el abdomen. Me viene bien la analogía ya que soy cervecero hasta la linfa y ante la abstinencia de la bebida, hago unas veinte flexiones, treinta lagartijas o cuarenta abdominales. Ya con el sudor y el cansancio, las ganas de una Pilsener helada se diluyen hasta caer dormido, con el cuerpo inflamado y adolorido.

Días atrás empecé a observar dos protuberancias encima de los hombros. Una de cada lado. Imaginé que ya estaban surtiendo efecto las rutinas de espalda y hombros, por lo que entusiasmado, las incrementé sin piedad. Una de mañana, otra de tarde y otra de noche, antes de dormir. Pero pronto las protuberancias fueron creciendo y no de manera proporcional con el resto de la espalda. Un día al levantarme, molesto al no encontrar una posición cómoda para seguir durmiendo, me levanté para cepillarme los dientes y al frente del espejo me encontré con una escena digna de Horacio Quiroga o de Kafka (prefiero al primero, por el referente latinoamericano). Tenía un Alfil en el hombro izquierdo y una Torre en el hombro derecho. Me llamó la atención la perfección, el detalle con el que los músculos habían logrado esculpir dos piezas de ajedrez. Llegué a tocarlas y su textura era igual a la de una pierna o un brazo. Ni siquiera dolían. Sentí hasta un cierto placer tocando estas nuevas extensiones de mi cuerpo que casi llegaban a rozar mis orejas. Pasados unos minutos vino la realidad: Era imposible vivir así, ¿Qué camisetas o camisas me podría poner? ¿Tendría que exhibir mis piezas de ajedrez u ocultarlas? ¿Debía confeccionar camisas adecuando las formas de estas protuberancias? ¿Cómo dormiría las siguientes noches? ¿Debía tener algún cuidado, lavado especial? ¿Si dejaba de hacer ejercicios, disminuirían de tamaño o se volverían flácidas? Ante las dudas, entré a la habitación de mis papás, quienes no podían salir de su asombro. Mi padre, que es médico cirujano al borde de la jubilación, examinó las piezas de ajedrez y aunque señaló que se trataba de un caso rarísimo, dijo que se podrían extirpar sin problema. No me dio tiempo a pensar cuando me colocó una mascarilla en la cara y caí desvanecido.

Al despertar en cama de mis padres, las protuberancias habían desaparecido. Fue una operación exitosa, ya mandé las piezas al laboratorio para hacer una biopsia, no creo que sea nada, dijo él mientras pasaba las páginas del diario, como si no tuviera ninguna importancia lo que había sucedido. Yo seguía pasmado y sobre todo cuando vi que eran las cuatro de la tarde. Me quedaba apenas media hora para poder llegar a un teatrín del centro de la ciudad y ayudar a dos amigas con el montaje de dos obras que se estrenarían esa noche.

Ya en el colectivo, aun mareado por la anestesia, me quedé dormido la mayor parte del trayecto.

Saudade de Domingo #54: Otra alternativa

Ecuador tiene fractura múltiple. Por un lado, hay quienes están por la continuidad del oficialismo, otros a favor de un cambio por la Derecha y un sector (más pequeño) que no se siente representado en ninguna de las dos posturas anteriores. Este tercer grupo es más difuso, dubitativo y por múltiples razones decidieron anular su voto o dejarlo en blanco.

En cualquier caso, está claro que dentro de un territorio pequeño como el del Ecuador, queremos quizás lo mismo (el bienestar, igualdad, etc. ) pero por vías diferentes, aceptando los pros y contras de cada propuesta ideológica. Prueba de ello fueron las elecciones del domingo pasado. Más allá de que exista o no fraude electoral, está claro que dos grandes porciones de la población se debaten entre la continuidad y el cambio. No hubo una victoria arrolladora para ningún partido y sí una gran división, maltrato, protestas en las calles, en redes sociales y de parte del mismo gobierno (cosa que no es de asombrarse).

El panorama  mundial es un poco (bastante) desalentador. Estados Unidos con Trump, Venezuela enardecida por Maduro, México y su narcopolítica, Paraguay en una crisis política sin resolver, Siria despedazada por el gobierno oxidado de la familia Al Asad, ISIS y Estados Unidos; Argentina dividida entre el pasado kirchnerismo y el actual macrismo que no termina de entenderse; Francia, de cara a las elecciones y con una altísima intención de voto para la candidata de derecha Marine Le Pen, mientras que en Guayana Francesa, la gente protesta ante la inseguridad y hace un llamado urgente a Francia en busca de ayuda. Son tiempos convulsionados y más que nunca, todos esos conflictos aparentemente lejanos tienen cierta repercusión en nosotros. A nivel mental, emocional estamos cansados de tanta impunidad, de atentados, de genocidios en nombre de una bandera en el mundo entero. Y es que parece que como humanidad no hemos aprendido nada porque insistimos en la dominación por la fuerza, en la sed de poder que termina destruyendo cualquier buen ideal.

La Historia demuestra que ni la Derecha ni la Izquierda han solucionado nada en su totalidad. El ego se disfraza con una ideología, cambia nombres, enaltece otros valores pero al final del día el odio hacia el sector opositor es igual, destruir aquello diferente porque me puede tumbar, porque me da miedo. Hace mucho tiempo dejamos de escuchar(nos) y solo escuchamos nuestro propio casete y con ese mismo casete, sin filtrar, inundamos las redes sociales de mensajes que promueven odio. ¿No se supone que tanto Derecha como Izquierda buscan el bienestar social (cada una a su manera)?

Así las cartas están echadas y trato de preguntarme como ciudadano común, que paga sus impuestos y trabaja como cualquier otro ecuatoriano: ¿Existirá alguna otra alternativa que no sea la Derecha o la Izquierda? Porque la verdad esos antagonismos, esas polaridades me molestan muchísimo. Si consumo ciertas cosas, eso ya me haría de determinado bando. ¿Por qué ponernos etiquetas? ¿Por qué prohibirnos de expresarnos para después no ser señalados bajo una etiqueta? Los nuevos grupos que han llegado al poder en los diferentes países prometiendo un cambio, terminan al final reproduciendo odio, sembrando discordias de la misma forma que los grupos anteriores a ellos. Entonces, ¿de qué hablamos?

Creo que debería existir otra alternativa, alguna que sea abarcadora, que no se agote en discursos lindos que se leen bien como literatura pero que en el lado práctico no solucionan nada. Y lo digo yo que no me considero de ninguna bandera política y por ello no me siento representado por nadie. Sueño con un mundo en que sin importar en quien creas, cómo luzcas o con quién te acuestes, todos trabajemos juntos para tener esa sociedad más equitativa de la que tanto hablamos, colocando a la filosofía, a las humanidades con el mismo peso que tienen las ciencias exactas. Quizás si supiéramos más de política, de historia, de filosofía, elegiríamos mejor y no comeríamos carreta fácil. Pero eso obligaría a tener políticos más preparados y no, no los hay.

Ante este panorama nacional de protestas, leo estados de Facebook de conocidos que piden calma, que cada uno vuelva a su trabajo, que trabajen desde la micropolítica, laborando honestamente, respetando las normas de convivencia, sin joder a nadie, cuidando el medio ambiente, estudiando, etc. Pero tenemos que ser honestos, la macropolítica también nos jode y mucho, como bien dicen Guattari y Rolnik cuando señalan que ambos aspectos se nutren el uno del otro y que si uno de los dos prevaleciera, cualquier causa o lucha quedaría coja. Porque puedes hacer muy bien tu trabajo pero si a tu empresa le ponen trabas de impuestos y más burocracia, va a afectar, quieras o no, en tu micropolítica. Si quieres que tus hijos estudien pero la educación secundaria es paupérrima por la limitación de los programas de un ministerio, va a afectar en tu micropolítica. Si los precios suben sin control y resulta cada vez más caro hacer tu compra de supermercado semanal o mensual, eso va a afectar a tu micropolítica y también a tu cabeza, porque mentalmente toca vivir preocupado si llegarás con las cuentas al siguiente mes. Así que lo de la micropolítica es genial, me encanta, me pongo la camiseta con eso, pero no podemos eludir que la política a nivel de gobierno nos afecta y por tanto tal o cual candidato debe ser elegido con transparencia y sobre todo haciendo un voto consciente. No pensando únicamente en mi beneficio inmediato, que ha sido el mayor cáncer de nuestros países. Siempre pensamos en nuestro propio beneficio aun cuando sepamos que el de al lado se jode a base de nuestra felicidad.

Pensando en todo esto los últimos días, me encuentro con algo lindo en el muro de Facebook de una amiga. El mensaje del filósofo Bertrand Russell hablándole a las futuras generaciones, a las que les pide amar sin distinción, tolerando a quien piensa diferente, trabajando con él. De lo sencillo que resulta, es difícil de lograr. Pero habría que intentarlo, buscando esa otra alternativa que supere cualquier brecha política. Una utopía, quizás.

Ella en la foto

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Hace unos días, en mi timeline de Instagram, me apareció esta foto de Glória Pires, una de mis actrices favoritas de Brasil. Aunque no tiene nada de especial, me capturó la mirada profunda con la que se clava en el objetivo de la cámara. Glória Pires no representa el prototipo de “mujer linda”, pero tiene una fuerza uterina que se apodera de todos los personajes que interpreta. Es de esas actrices brasileñas que recuerdo haber visto desde mis primeros años de vida. Su pelo negro abundante enmarcando ese rostro mestizo de cejas pobladas siempre me llamaron la atención. Ya más grande, en los primeros años del Internet pude escuchar su voz original (no la doblada de las novelas) y me fasciné con su voz grave, profunda, puissant que se pierde en el doblaje. Lo siento, actriz dobladora de Glória Pires pero la prefiero a ella, la original, ok?.

En esta foto nada especial, una más del álbum de Instagram de Glória Pires, me pregunto por María de Fátima, Ruth, Raquel, Nice, Lavínia, Rafaela, Júlia. Todas tan diferentes a Glória y todas ella misma.

Escribiré un personaje para ella.

I’m 31

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Hace un año tenía todas las expectativas y ansías de llegar a los 30. Doce meses han pasado, con mucho aprendizaje, tomando conciencia de procesos que empezaron a gestarse en mí desde los 20 pero que necesitaron años de incubación para concretarse, para emerger.

Uno de los mayores aprendizajes -que aun me cuesta, claro- es el tiempo. Saber esperar y saber cuándo actuar, en qué momento salir al escenario y cuándo también hacer mutis. Siempre he sido de los que quiere todo ya, por un impulso, por una carencia. Ahora creo entender que moverse a prisa, por una urgencia emocional desgasta y es contraproducente. Es mejor moverse poquito pero constante. Tiene mejores resultados a largo plazo.

Otro aprendizaje que se hizo evidente durante este primer año en el tercer piso: El cuidado de mi cuerpo. Mucho de esto se lo debo a mi gran amiga y directora, Itzel Cuevas, quien durante los ensayos de Pa et Blunk siempre me recordaba mientras entrenaba: Respira, toma conciencia de cómo se mueve tu cuerpo, qué partes están tensas y por qué. Me hizo llevar un diario hablando sólo de mi cuerpo, pensando en cómo se sienten mis rodillas hoy, mis brazos, mi espalda. Un ejercicio que suena raro pero que a la larga me ayudó mucho. Ese diario y las presentaciones de Pa et Blunk fueron claves en el descubrimiento de mi cuerpo. Durante los 20 no le di mucha pelota a mi cuerpo. Mi obsesión era cultivar mi cabeza, meterme en proyectos, trabajar y el cuerpo, abandonado, relegado a un segundo plano. Entre los 18 y los 22 fui bastante delgado así que menos me preocupaba si mi cuerpo estaba bien o no. Luego empecé a subir un poco de peso, comencé a trabajar en algo que no me gustaba y fue así que mi propia imagen la percibía como fea, patética. No me gustaba para nada. Tenía el pelo largo, poco cuidado al igual que la barba, comía a deshoras, no me preocupaba mucho por mi forma de vestir. No era que no tuviera autoestima, pero me «daba pereza» ocuparme de mí. Ya en Argentina volví a bajar de peso, me puse muy delgado y comencé a preocuparme un poco por mí. Fui al gym por primera vez (no duré ni un mes jaja) y comencé a cuidar un poco lo que comía. Sin embargo, en general los veinte fueron años de siembra intelectual pero desde lo físico, tuve poca conciencia.

Ya a los 30 (desde los 29) hubo un proceso de renacimiento. Adiós pelo largo, empecé a cambiar toda mi ropa, comencé yoga (no soy tan flexible todavía), reconecté con mi parte espiritual. Ante el espejo, visiblemente estoy mucho mejor (me merezco baño de vanidad hoy). Un Santiago un poco más recargado, con mucha sed de seguir aprendiendo idiomas, viajando, escribiendo.

Otro hallazgo importante del primer año de 30 ha sido perseverar más, tener más confianza en mí mismo. Llegar a tener cierta posición de «prestigio» (llámese ser profe desde los 22), termina muchas veces por generar una imagen que si bien puede ser linda también acaba por encerrarte. Hay más miedo a cagarla, a equivocarte, se termina pensando demasiado creyendo que así hay menos probabilidad de errar. Huevadas que al final del día poco importan. Algo que he aprendido pensando en mí como espíritu y cuerpo es que realmente somos todos personajes de una obra y los roles varían dependiendo de la escena. Ser profe me puede poner en una situación de prestigio, de imagen, pero también la puedo cagar, reconocer que no todos los ejercicios funcionan, que a veces los trabajos de los estudiantes me sirven más para evaluarme a mí que a ellos mismos. Que tengo todo el derecho de saberme vulnerable porque en esa flexibilidad soy un mejor profesor, donde no creo sabérmelas todas y puedo sin temor replantearme una materia por completo y probar, experimentar qué funciona y qué no. En ese sentido creo que un estudiante percibe la franqueza de su profesor y aquella imagen de semidios, se diluye y queda la de un ser humano que en la medida que enseña, también aprende. Y así con todas las relaciones. Siempre estamos aprendiendo. Aprendemos a ser buenas parejas, buenos compañeros de trabajo, buenos hermanos, buenos padres, buenos hijos, buenos estudiantes, buenos ciudadanos. El otro siempre es un espejo y aunque duela reconocerlo, los defectos de ese otro, son oportunidades para trabajar, para mejorar cosas en mí.

Los 31 llegan con fuerza y calma al mismo tiempo. Es un año para trabajar en aspectos en los que me siento en deuda. Es un año también para agradecer por lo que tengo, por la familia, por mis amigos, por el trabajo que tengo, por las oportunidades que llegan a mí. Hay mucho por recorrer todavía y me encanta sentirme siempre estudiante. Amo cada año que tengo y me siento más saludable que a los 20.

Me encanta ser un guy in his thirties.

Bello recuerdo

La música despierta en mí fibras que muchas veces hecho el cancherito digo «no, ya está todo superado». Y resulta que no, que cuando resuenan las primeras melodías de determinada canción, toda la emoción aparece, el tiempo pierde su línea y estoy ahí viviendo una escena, una despedida, un desengaño y claro, también lindos momentos. Saudade pura.

Mañana cumplo 31 y como si mi cuerpo supiera que tendrá un año más, me ha removido muchas cosas en estas semanas. Recuerdos, metas, sueños, sentimientos. Hoy, el cuerpo «ha pedido» escuchar esta canción. Es como si necesitara de una buena dosis de la voz de Maria Rita. Me encanta especialmente en este video, susurrada, melancólica al inicio; arrebatada, enojada, después. Me remonta a unos ocho años atrás y con esta canción he tenido recuerdos diversos, tristes, alegres, grises, rojos. Curiosamente la primera versión que escuché de esta canción fue de María Rita cantando con su padrino, el genial Milton Nascimento. Dos emociones diferentes. Y hoy no quise la versión a duo, hoy quise a Maria Rita, sola para mis oídos.

 

El oficio del (llegar a) ser

Entrenar hasta que el músculo aguante

Inspirar y expirar, contraer el abdomen

Marcar cuadritos, bíceps, tríceps

Ser esclavo del espejo, contando centímetros

Documentar con selfies la derrota en el camino

 

Ahogarse de grasa, el sueño perverso

Morir en ayunas, el músculo primero

Adolorido, articulaciones en reversa

La calma no llega, el músculo siempre más.

 

Deglutir la meta,

astillarse los muslos en un Eros de hule

Apretar la sienes, vaciar recuerdos, sólo respirar

Desechar el azúcar, la tinta, la bilis

Y roer el estómago hasta encontrar la columna

 

El desvarío de la carne no mata las ganas

Subir, bajar, romper el tiempo y espacio

Romper la dermis se rompe,

Corta el hilo en el enjambre de tendones crujientes.

No queda nada del Eros,

solo el aliento que se escapa a mitad de la noche.

Léeme si me encuentras

Sería más fácil buscarte en Facebook o rastrear tu WhatsApp, pero la verdad es que eso de chatear contigo siempre fue complicado. Nunca fluyeron las conversaciones, los temas parecían muy bien pensados y cada línea de chat se sentía como un auto en reversa. En lugar de conocernos más, creo que terminábamos agotados al sentirnos más ajenos. En fin, ¿ves que divago? Y tú igual, así no íbamos a llegar muy lejos tampoco. Y si procuramos saber el uno del otro con amigos o espiando redes, es porque sabemos que la historia del freno, que la falta de onda, se convirtió en un motivo de curiosidad, de desafiar a nuestra propia falta de química.

No quiero extenderme tanto por acá, no lo mereces. Sólo te escribo porque supe hoy de la muerte de tu padre, aquel ser gigante del que siempre hablabas con un brillo tal en los ojos hasta el punto de inundarte de lágrimas sin atreverte a soltarlas. Yo sonreía de ternura al verte tan sensible y agradecida por el padre que nunca te abandonó a pesar del divorcio. Sin embargo me llenaba de envidia, porque sabía que además de nuestra falta de química, nunca llorarías por mí cuando me recordaras. ¡Qué egoísta! ¿No? Pretender que lloraras por mí al recordarme, aun cuando estuviera encamándome con cualquiera en ese preciso instante que me evocaras. De todas formas, no dejo de pensar que me habría gustado conocer a tu padre (creo), aun cuando me he quedado con la sensación de conocerlo por tus vívidas descripciones.

Sin haberlo conocido, veo mucho de ti en él. Físicamente, teutona, nórdica y con los ojos esmeraldas más tristes del mundo. En ellos heredaste la nostalgia del desarraigo de tus abuelos migrantes. La tranquilidad de tus palabras, siempre melódicas, dotadas de la velocidad del viento en un verano moribundo. Lo sensible, lo neurótica, lo soñadora también lo heredaste de él como una vez me dijiste. Podías pasar de la euforia a la tristeza como si operara en tu fisiología una elipsis cinematográfica propia que yo obviamente desconocía. También podías insultar, escupir, atravesar y minutos después llorar desolada implorando un abrazo gordo, sentido, al igual que aquellos abrazos de luna que tu padre te daba luego de que terminabas con alguna pareja. Las rupturas, al igual que a mí, nunca se te han dado bien. Te dejan desfigurada por un tiempo y fue así como te conocí, con las consonantes cambiadas de tu apellido eterno que había que pronunciar haciendo cinco inspiraciones de aire para no morir en el intento. Y así desfigurada, con el apellido y tus recuerdos entreverados, no pegamos onda cuando yo también sin geometría alguna venía destruido de un amor no nacido. Pero ahí estábamos a pedazos, sin química, con charlas entrecortadas y anclados en nuestros muelles a la espera de zarpar a donde fuera. Y en esa espera, emergía tu padre más grande de lo que ya físicamente era. Quería conocerlo por el impulso que contagiabas al hablar de él, pero también rogaba no conocerlo nunca, sobre todo cuando me dijiste mientras bebías un americano sin prisa en ese café de San Telmo, «Te caería bien mi viejo, los dos se gustarían». Siempre desconfío cuando alguien pretendiendo conocer a las dos partes involucradas, busca generar expectativas positivas ante un posible encuentro. En 9 de cada 10 casos me decepciono y termino por odiar a la otra persona. Quizás sea un acto de rebeldía ante la propia química posible.

Doy vueltas, lo siento. Escribirte hace que rememore mis 20. Quizás lo hago porque no tengo palabras o explicación clara para saber qué nos pasó. Si la química hubiera funcionado, quizás estaría contigo ahora dándote ese abrazo que ya tu viejo no te puede dar. Pero quizás es mejor no abrazarte y sí decirte que en nombre de nuestra falta de química, de nuestra falta de onda, ocupas un lugar especial, como el de una linda fotografía que capturó un buen momento, como el de una canción de antaño que en algún momento suena por una ventana distante y dispara recuerdos ardientes. Probablemente hoy estés también desfiguradamente hermosa, con lágrimas secas sobre tus mejillas y la mirada lontana. Debes estar lista para un encuadre de Tarkovsky. O de Bergman, creo que mejor te va el sueco. Digo, por tus ancestros. Si pudiera te sacaría una foto a la distancia y te llevaría conmigo en esa tristeza, en esa tácita satisfacción de que tu viejo al fin descansó de su agonía. Y tú también de la tuya, pues como me dijiste alguna vez, nacemos y morimos siempre, en ciclos que se abren y se cierran. No sé si fuimos un ciclo o apenas una breve coma en medio de un poema estructuralista. Tampoco quisiera saberlo, prefiero que esto (si es que hubo un «esto») sea un retrato extraño, fuera de foco, empañado por lluvia de invierno que se da play una y otra vez en un loop ad infinitum.

Flashback al vacío

Anoche soñé que estaba en una piscina de cualquier parte, divirtiéndome con amigos que no conozco y jamás conocí. Yo debía tener 16, 17 años. Éramos todos locos, inconscientes, contábamos chistes tarados. Me veo  y me asombro por la oportunidad: Ser nuevamente adolescente y ser errático, cojudo, hormonal. Liberado de mis ficciones, de los libros, del colegio, estaba ahí sudando entre amigos en un sol de tres de la tarde. No me sentía incómodo con mi cuerpo ni con mi altura, simplemente “era”. En el sueño se sentía bien ser inmaduro, de pensamiento limitado y más conectado con mi cuerpo y los de mis amigos. Éramos una masa bronceada disonante que entraba y salía de la piscina. La música era estridente, una cuchilla constante que picaba el oído, mientras hablábamos a los gritos. Las chicas, sus tetas, sus vaginas húmedas, la paja, el tamaño de la verga, los pelos en la cara y temas varios, eran los tópicos de rigor acompañados de chelas. Mi mejor amigo, entiendo yo, era el bacán del grupo, el que se había tirado/cogido a más de diez peladas, se pajeaba dos veces al día como mínimo y era el peor alumno de la clase, aunque el más “pinta” y el mejor pana. Y en el sueño no lo odiaba ni me molestaba su escasez de neuronas. Era mi amigo, el hermano que no tuve, el que estaba ahí para todos, hablando huevadas pero que en un milesegundo, por la conjunción de algún astro, decía alguna perla que había que agarrar al vuelo. Y esa tarde dijo alguna seguro, pero la brevedad de la escena, el pantallazo de pocos segundos se fundió tal cual como emergió. El sueño terminó de repente.

Y me desperté con un ojo ciego.

7 hábitos que todo artista debería incorporar (¡pero ya!)

Navegando por Youtube llegué a este vídeo que expone siete hábitos que todo artista debería tener para ser altamente productivo. El expositor es Andrew Price, un diseñador australiano de 2D y 3D que habla no desde la comodidad del orador sino del que ha vivido y transitado la experiencia de lo que está presentando. En el vídeo recurre a ejemplos de artistas consagrados y también a su propia experiencia siguiendo sus propios hábitos.

Dura casi media hora pero es muy entretenido de ver.

El cine como lienzo de pintura

Que Kurosawa fue un visionario y un cineasta genial, no cabe duda. Rashomón, Kagemusha o Dreams, son cintas emblemáticas que han ascendido al Olimpo de las películas clásicas y necesarias para cualquier cineasta, profesional dedicado a las artes visuales y público en general.

El manejo del color en Kurosawa es magnífico. La mezcla, los tonos, la intensidad que logre amalgamando colores no es solo un trabajo destinado a generar un impacto sino también sensaciones con respecto a los personajes o a las situaciones que atraviesa la historia. Curiosamente Kurosawa realizó casi toda su filmografía en blanco y negro. 1970 fue el año en que el cineasta japonés dio el salto al color con Dodes’ka-den. Vale recordar que Kurosawa tuvo en su juventud una formación en pintura lo que sin duda influyó en su trabajo como cineasta. Como siempre digo, el trabajo de director de cine es uno de los más completo de todas las artes, pues utiliza a todas para crear una película (música, pintura, fotografía, teatro, literatura, etc.)

Acá les dejo este video a modo de ensayo realizado por Fandor, donde queda plasmado el hermoso trabajo del color que realizó Kurosawa en sus últimas películas.