Saudade de Domingo #74: Adiós 2017

Hace unos meses una amiga me hizo un estudio de numerología a partir de mi fecha de nacimiento y salió como resultado que el 2017 era un año de siembra. Más que proyectos concretos era el año de gestar, de elaborar, trabajar con calma y esperar los frutos para el año siguiente. Aunque escuchar eso podía haberme bajoneado (pues tenía muchas expectativas en proyectos para este 2017), me dio una cierta calma. Si algo siento que he aprendido en esta tercera década es a tener más paciencia, a entender la importancia del proceso más que del resultado final. Así que pensando en eso, siento que el 2017 ha sido un año muy activo, productivo en cuanto a sembrar, a plantar, a generar procesos de los que me enorgullezco.

No puedo sintetizar todas las actividades por acá, pero sin duda una de las cosas más lindas de este 2017, fue haber realizado el Taller de Escritura y Ciudad en Nueva York.  Fue mi primera vez en la ciudad y amé conocerla a través de la escritura y la lectura. Conocí también ahí gente maravillosa y Nueva York se ganó un lindo lugar en mi corazón. A nivel académico fue también un año movido, cargado de actividades, de riesgos también. Pude dar mi primer taller de escritura a un grupo de estudiantes de Redacción de la facultad, chicos muy motivados que creyeron en mí y con quienes me siento muy afín en muchas búsquedas. Como siempre digo y pienso, el más afortunado en estas dinámicas de aprendizaje, soy yo.

Este 2017 también tuve la suerte de viajar tres veces a Buenos Aires y dos a New York. En la parte financiera sobre esto prefiero no pensar, la preocupación queda en las tarjetas de crédito. Lo importante ha sido reencontrarme con amigos, disfrutar de la oferta de las ciudades, saciar mi apetito aventurero de salir y no quedarme en casa.

También en este 2017 terminé de escribir (al fin) el guion de largometraje de una película que me rondaba la cabeza desde hacía varios años. En la cabeza todos tenemos el guion perfecto y el esfuerzo que demanda apagar a la voz crítica, para dejar que la escritura fluya, fue muy desafiante. Siento que hay que trabajar mucho ese guion pero me siento ganador (modestia aparte) por el hecho de haberlo materializado.

Este 2017 volví al teatro (y ahora ya no pienso dejarlo) con una obra en la que ya había actuado año atrás. Ahora el desafío fue interpretar al protagonista. Una hermosa experiencia que demandó mucho esfuerzo, muchos ensayos pero cuyo resultado valió la pena. A pesar del cansancio y de las dudas, haber estado en esta escena otra vez, me reafirmó mi deseo por seguir en las tablas.

nieuwjaar-keep-calm-2018-otEste año también hice conciencia sobre mi cuerpo. No es que no la tuviera antes, pero este 2017 decidí tomar acciones concretas. Por primera vez me metí a un gimnasio para entrenar y decidí hacer un cambio leve en mi alimentación: abandoné las gaseosas y empecé a comer mucho menos en la hora de cena. Como resultado me siento más dispuesto, más ágil y me siento más contento con la imagen que veo proyectada en el espejo.

También entre mis locuras de este año, se me dio por comenzar a estudiar ruso. Me sumergí en el alfabeto, hice amigos rusos, me pasé horas leyendo las letras cirílicas, practiqué la fonética para hacer mío esos sonidos tan lejanos a mi lengua castellana. Es un recorrido largo que estoy feliz de empezar y continuar en el 2018.

Mi amiga que analizó mi numerología me dijo este 2018 será un año de cosechar todo lo sembrado, que muchas cosas verán la luz y que esté abierto a lo que viene. Quiero creerle así que deseo para este 2018 un año de más experiencias, de conocer nuevos lugares, nuevas personas, de amar mucho, de besar mucho, de mucha escritura, de mucho teatro, mucho cine. Como siempre yo, quiero todo en superlativo. Ante todo quiero ser feliz en lo que hago y seguir contando con la suerte de tener a mi lado personas maravillosas que me acompañan en mis locuras. Lo mismo que quiero para mí, lo que quiero para todos, para los que me conocen y para los que me leen en este momento.

Un abrazo desde Buenos Aires.

El síndrome del primer día

El primer día del viaje es siempre horrible. Luego de la euforia y la ansiedad de los preparativos y del vuelo, aparece «la culpa».

«¿Para qué viajar una vez más?, ¿Qué tiene lindo este lugar? Te vas a aburrir, no eres un viajero aventurero, te hubieras quedado en tu cama viendo alguna peli». Todas son reflexiones recriminatorias que en un principio me mortificaban. Ahora lo asumo como un síndrome que hace parte de mis viajes. Es por así decirlo, el proceso de salida de la rutina hacia lo ingrávido del viaje. Trato de no darme mucha bola y sí, de registrar la experiencia de cómo me siento.

En el primer día todo me parece insulso. Saco foto sin ganas, me cohibo de hablar con los nativos, no me dan ganas ni de salir aunque siempre me obligo a hacerlo. Con el paso de las horas, recupero el gustito del viaje y la sensación de molestia se va disipando.

Por acá pongo algunas fotos que saqué durante ese síndrome de primer día. Ahora que ya han pasado varios días desde ese momento, siento que muy lejano a ese yo recién llegado. Es la magia del tiempo que impera en los viajes. Las horas y minutos pierden su peso, se aligeran y pasan más rápido.

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Un nuevo viaje

Viajar me produce ansiedad. De la buena y de la mala, digamos. De la buena porque me estimula lanzarme y de la mala porque el miedo como instinto, busca cohibirme. Al final siempre (o casi siempre) decido aventarme porque la buena ansiedad me hace sentir al mundo como si fuera mi casa. Contradiciendo a mi papá, quien siempre en cada viaje me dice “estás solos contra el mundo”, yo siento que en realidad estoy con el mundo. El viaje es un camino a lo desconocido que necesito sentir, encontrarme con otros idiomas, hábitos diferentes, calles extrañas, aires distintos. Incluso en un destino que conozco tan bien como Buenos Aires, la ciudad siempre me tiene alguna sorpresa. Por ello siempre me es grato volver y cada viaje trae un cúmulo de experiencias, llenando un check list que siempre está en renovación.

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Desayuno en el aeropuerto mientras esperaba el vuelo a Buenos Aires. A la derecha, mi nuevo diario de viajes.

En este nuevo viaje voy solo, como tantas otras veces. Algunos amigos me preguntan -o reclaman- por qué no aviso a dónde voy a viajar para armar algo en grupo. En realidad no tengo una respuesta concreta para eso. Supongo que elegir un viaje parte de un impulso, es algo poco racional al inicio. Creo que además me acostumbré a tener la vivencia del viaje solo: Elegir el hotel, la aerolínea, las escalas, los lugares que visitaré, según mis propias “necesidades”.

También es verdad que en medio de un viaje solo, dan ganas de compartir con alguien la experiencia. Para suplir esa falta, uso las redes, comparto lo que como, lo que veo, el estado del tiempo, lo que percibo. Me encanta el diario de viaje en compañía, además de una buena lectura. Para el viaje de ahora me atiborré con tres libros: Big Magic, Getting Things Done y Nefando. Son compañeros que iré alternando en los breves tiempos muertos en las escalas y antes de dormir. En un viaje como este, la idea no es terminar los libros o devorarlos, sino que cumplan con su misión de compañeros. Pensando así, nunca viajo realmente solo. En mí resuenan esos personajes, pensamientos y voces de esos autores, como un susurro en el aire, en las pisadas por las calles y en el enrarecido aire caliente del hemisferio sur en verano.

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La merienda de hoy, sábado.

Creo que en los viajes, cualquiera que éste sea, hay que entrar, no quedarse nunca en el borde. Hay que nadar, ahogarse, ensuciarse, para luego ver lo pequeños que somos cuando no recorremos el mundo.

Es por esto que agradezco darme, una vez más, la oportunidad de viajar.

Dejo por acá una canción que me acompaña en este viaje, a manera de soundtrack:

Apertura

Camino entre las estrías de mi piel

Me evaporo entre alientos de nenúfares

No soy tú, no soy quien fui

Apenas un puñado de estrellas,

de cuerpos vacíos que vacilan en constelar en caída libre.

 

Me recuerdo entre payasos y saltimbanquis,

Las calles violetas, como muelas desgastadas se abrían al ritmo de mis pisadas.

Llegó la noche, embrujada con sus tentáculos de seda

y me envolvió callando las penurias de la carne.

Saudade de Domingo #72: Volar

Llevo casi un mes sin escribir en este espacio. Fueron semanas agotadoras. Semanas de endiablada escritura de guion, revisión de trabajos de alumnos, mandar proyectos  a convocatorias. Cada domingo me agarraba la culpa de no poder escribir y me consolaba pensando que a pesar de no publicar nada por acá, igual seguía en el ejercicio de la escritura que no necesariamente se traduce en algo para compartir inmediatamente.

En todo caso, ya son vísperas navideñas, el año se esfumó en un soplo y entre todas las cosas que me sucedieron en estos doce meses, creo que la única conclusión que puedo sacar como lección para el 2018 es que siempre hay que volar. En el sentido de alzarse, apartarse un momento de la tierra y mirar desde las alturas, recorrer distancias mayores y vivir la aventura del viaje. Para volar no es imprescindible un avión ni tampoco sustancias psicotrópicas. Lo único necesario es tener las ganas de arriesgarse y permitirse ser sorprendido por el viaje.

Cada proyecto emprendido es una aventura, una invitación a un vuelo doméstico o trasatlántico. Conocer a alguien es un viaje largo, con muchas escalas y muchas esperas, quizás. Comer algo rico -qué viaje- proporciona un recorrido que renueva caminos, genera chispas y es el punto de partida para otros senderos. Escribir, leer, escuchar nueva música, ejercitar el cuerpo son otros tantos vuelos que siempre están ahí, con ticket aéreo disponible, siempre ON TIME.

Así que ahora, con muchas de las tareas laborales concluidas y ya con las fiestas a las puertas, hay que volar, abrazar mucho, expresar con el corazón buenos deseos, comer con placer (luego habrá tiempo para quemarlo todo) y si se puede, viajar físicamente también. Trasladar la materia a otro espacio, impregnarse de otros acentos, de otros aires y recorrer calles ajenamente propias.

Hay que volar, surcar los aires en las alturas y hurgar en los recovecos del espíritu. El mejor acompañante para cada aventura, el más leal, el más entusiasta, es siempre, por supuesto, uno mismo.

Saudade de Domingo #71: El mejor momento es ahora

Igual que en la escritura audiovisual: No hay pasado, no hay futuro, siempre se narra en presente porque la película, la serie, la telenovela, sucede ahora ante los ojos del espectador. Este quizás ha sido uno de los aprendizajes más nobles del guion que he podido palpar en la vida real y aunque no siempre lo pongo en práctica (porque amo la saudade, el pasado), las situaciones que se interponen en el camino, me recuerdan que el tiempo precioso es el presente simple del modo indicativo.

Me explico mejor. Justamente para la entrada 71 de Saudade de Domingo, había escrito un artículo diferente a este. Lo escribí, lo corregí, hice varios ajustes, conseguí las fotos adecuadas, me arriesgué empleando algunas analogías que a mi juicio eran interesantes, tomé como base un texto que estoy leyendo, pero como pensaba que debía trabajarlo un poco más, decidí que era mejor dejarlo descansar y retomarlo más tarde. Pasaron algunas horas, llegó el atardecer, me puse a corregir algunas cosas y cuando decidí guardar el post para publicarlo, algo en el medio pasó con la conexión a internet y se borró el cuerpo del texto. Sólo quedó el título. Me sentía tan feliz por el post que había escrito que obviamente con su desaparición, me sentí por el piso. Algo paradójico porque el post que había escrito tenía que ver con tener una vida creativa, con la curiosidad de un niño y tratando de mantener el optimismo ante todo. Renegué por unos cuantos minutos, intenté recuperar el borrador anterior pero como ley de Murphy, nada se pudo hacer. El artículo se licuó entre el lenguaje de programación del WordPress. Y justo como esta vez, no había hecho respaldo en ningún procesador de texto en mi compu.

Intenté reescribir el texto, pero por mi propia frustración, las ideas no me venían, me recriminé no recordar nada y amargado, dejé a un lado las ganas de reescribir. Con mi mente pesada del momento, nada que escribiera iba a ser mejor que lo que había escrito. Al desaparecer el artículo, se había vuelto etéreo y por tanto, perfecto en idea.

Fue entonces cuando decidí hacer algo «mejor». Contar lo que me había pasado (lo que estoy haciendo ahora) y aprovechar el bajón para hablar sobre el aquí y ahora. Si hubiera publicado el artículo más rápido, quizás ahora estaría publicado y no se habría perdido. Ese afán de siempre corregir, siempre pulir, mejorar, terminó por desaparecer el artículo y como consecuencia ya no hay nada de él. Recordé entonces a Elizabeth Gilbert, autora de un libro que estoy leyendo ahora, Big Magic, en el que dice que el mayor obstáculo para llevar una vida creativa es el miedo. En este caso me dominó el miedo de que mi artículo no estuviera bien y por eso no lo publiqué enseguida.

Así que bueno, me he puesto en esta tarea de contar lo que sucedió, escribiéndolo de una forma visceral. No sé si después me arrepienta de todo lo que he escrito, pero creo que me gustará tener en mi blog este artículo para recordarme la importancia del aquí y ahora, ejecutando, haciendo, escribiendo. Pensando en esto recordé el pasaje de una entrevista que le hicieron a Gilbert en el que ella decía:

No quiere decir que todo va a salir perfecto y que va a ser todo lindo pero si al final del día, cuando haces el balance, te preguntas: ¿es mejor hacer esto que no hacerlo? Si tu respuesta es sí, entonces estás en el camino correcto.

Mi respuesta ha sido sí, vale la pena hacerlo antes que no hacer nada y sólo fantasear. Podía haberme quedado con la idea de lo bueno que fue el artículo pero decidí usar la frustración para crear este post. Pensando también en esa respuesta afirmativa a la pregunta de Elizabeth Gilbert, ayer por la noche me obligué a sentarme delante de mi compu y terminar el tercer y último acto del guion que estoy escribiendo. Al inicio me sentía frenado, pero luego los personajes fueron hablando con su impronta, la escritura fluyó, el miedo quedó a un lado hasta que digité la palabra «Fin». El primer borrador del guion es una escala dentro del proceso de maduración de la historia pero ya he dado el primer gran paso que fue sacar a los personajes de mi cabeza y llevarlos al papel. Luego de varios años pensando en ellos ahora han encontrado asilo en el guion. Ya he empezado a hacer algunas anotaciones para el segundo borrador y dentro de unos días me pondré en ello. Este es un largo viaje pero que me llena de satisfacción de haber emprendido.

No sé si este artículo es mejor que el que se perdió pero lo único cierto es que este es el que existe ahora y ya solo por eso, por ser el sobreviviente, el del presente, es el mejor.

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Llegar a este punto en un guion, es uno de los momentos más gratificantes. Es el inicio de un largo viaje con muchos altos y bajos, como cualquier proceso creativo.

Mi crónica de viaje en La Revista de El Universo

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Hace unos meses estuve en Buenos Aires (como suelo hacer con frecuencia) y decidí visitar Campanópolis, un lugar que desde hacía tiempo quería visitar. El trayecto fue toda una experiencia: Colectivo, taxi, caminata. Valió la pena todo para descubrir un paraíso medieval en el Gran Buenos Aires.

Acá dejo el link para leer el artículo completo:

Aldea Medieval en pleno Buenos Aires

Saudade de Domingo #70: Nuevo personaje, nuevo proceso

Subirme al escenario me despoja de muchas certezas y me pone en cuerda floja. No es que sea masoquista pero la sensación que produce vivir un personaje, el cambio en el paso del tiempo, la marcación de los movimientos me enamoran desde el proceso de ensayos. Tiene varios puntos en común con el proceso de escritura. Hay que pensar bien en las líneas que se dicen, encontrarles la intención adecuada, zambullirse en la estructura de la obra, discutir sobre los grandes temas que se tocan y cómo eso impacta en el género que se está trabajando. Pero a diferencia de la escritura, la herramienta principal en la actuación, es el cuerpo. Es una obviedad decir esto, pero trabajar el cuerpo para la escena es imprescindible. Hacerte consciente del peso de las piernas, el movimiento áreos de los brazos, de las manos, de conocer las capacidades vocales y sobre todo, estar atento cómo te dejas afectar por el Otro en escena.

IMG_6451.JPGCon todas estas ideas rondando en mi cabeza y con muchas ganas de volver al escenario, apareció Los que se quedan, una obra que será estrenada en el festival en homenaje al dramaturgo guayaquileño José Martínez Queirolo a fines de este mes. El proceso de ensayo empezó hace dos semanas y aunque por las múltiples ocupaciones de los involucrados no hemos tenido muchas sesiones de trabajo, a nivel personal me está dando un aprendizaje enorme. Si bien hice teatro durante mis años universitarios y el año pasado estrené mi monólogo Pa et Blunk, este nuevo proceso de personaje donde tengo que trabajar con varios actores en escena, me ha hecho comprender mucho sobre la importancia del trabajo en equipo. Tengo la suerte de trabajar en escena con gente a la que aprecio y contar con la dirección de Marina Salvarezza, amiga entrañable que ha confiado en mí para el papel principal. Curiosamente hace muchos años participé de uno de los montajes que hizo Marina de esta obra con un papel pequeño. Mi comprensión del texto en ese momento era otro y ahora tengo la sensación de que son dos obras diferentes. Claramente cambié yo a lo largo de los años y sobre todo cambié mi forma de aproximarme al teatro. He podido ver en todo este tiempo muchas obras, ver muchos procesos de ensayos, trabajar como asistente de dirección, escribir obras, tener grandes amigos dentro de la escena teatral. Todo ese cúmulo de experiencias se ponen en juego ahora, en pleno proceso de ensayos de esta obra que me tiene en un vaivén constante.

Vivir la escena es un riesgo permanente en el que hay que saber jugar, saber cuándo moverse y saber esperar. En el mismo proceso hay fichas que van cayendo de a poco, a medida que se va entrando en el universo de la obra. Lo importante es no desesperarse y sí estar atento a lo que pueda pasar. Parafraseando a David Lynch sería intentar como atrapar al pez dorado.

Y así estoy, repasando el texto mentalmente mientras hago otras actividades, pensando en lo que moviliza a mi personaje, practicando diferentes formas de intención, sin certezas, apenas haciendo ejercicios, a prueba y error.

 

Ideas sueltas sobre mi sesión de hoy 

Escribir sobre esta historia es un buceo sin camino, es lanzarse sin pensar (mejor que pensar sin lanzarse). He hecho una estructura de la historia para saber por dónde debo navegar, pero ahora ya en el guion, todo es incierto, todo suena falso, artificial, forzado, atropellado. Y sin embargo en ese buceo, los personajes se van abriendo, se liberan de la estructura y simplemente son. Saltan de la pantalla, juegan con darme información, ocultándome otra. Son ellos y yo soy ellos. Escribo lo que ellos me dictan, me vuelvo ese médium de sus voces. Atravieso el mundo con ellos. Me proponen desbaratar la estructura, desestabilizar las bases e improvisar frases jamás pensadas, acciones en reversa.

Y así termina esta noche de escritura.

Saudade de Domingo #69: Dramaturgia

Como autor siempre me gusta participar de talleres donde se estimule la creatividad a través de la escritura. Parto de la idea de que cada instructor tiene su manera de encarar el proceso creativo, ejercicios que les han servido para llevar a cabo sus proyectos y eso es lo que más me motiva para ir a un taller de escritura. Siempre se aprende algo nuevo y así uno va forjando su propio camino, su propia formación.

Taller IgnasiEsta semana estuve en el taller de dramaturgia que impartió Ignasi Vidal (El Plan, Dignidad) en el Estudio Paulsen (Las Peñas, Guayaquil). Aunque no pude asistir a las dos primeras sesiones por asuntos laborales y académicos, los tres días que participé fueron maravillosos. Ignasi fue muy generoso en compartir su experiencia con nosotros, dándonos consejos útiles acerca del proceso creativo y sobre todo muy detallista a la hora de la retroalimentación de los trabajos. El grupo también contribuyó a generar un ambiente distendido, cálido, cosa que no siempre se consigue en los talleres de escritura.

Fue muy grato también escuchar los trabajos de los otros compañeros, cada uno con su estilo particular. Como docente sé lo importante que es escuchar los trabajos de los demás y sobre todo prestar atención a la retroalimentación, ya que es ahí donde reside parte de la riqueza de un taller. Con la lectura de otros trabajos, surgen nuevas ideas, nuevas hipótesis, nuevas inquietudes y se genera un aprendizaje complementario.

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Foto tomada del muro de María de Lourdes Falconí

Del taller además de la buena disposición de Ignasi y de los compañeros, me llevo la convicción de que debo seguir escribiendo sin escuchar mucho a la autocrítica, que la escritura no necesita de largas horas necesariamente, sino de concentración en el tiempo específico en que se hace. Mis tareas para el taller las realicé haciendo malabares con los tiempos en medio del trabajo y creo que logré conectarme muy bien con dichas tareas. Me queda la satisfacción por haber asistido y también las ganas de que en algún momento en el futuro pudiera repetirse un taller así, con la generosidad y la buena onda que tuvo este encuentro con Ignasi. Un taller de escritura desde la praxis, con prueba y error es fundamental para no quedarnos anclados en la teoría. Ignasi lo sabe bien desde su propia experiencia como dramaturgo.