Ecuador tiene fractura múltiple. Por un lado, hay quienes están por la continuidad del oficialismo, otros a favor de un cambio por la Derecha y un sector (más pequeño) que no se siente representado en ninguna de las dos posturas anteriores. Este tercer grupo es más difuso, dubitativo y por múltiples razones decidieron anular su voto o dejarlo en blanco.
En cualquier caso, está claro que dentro de un territorio pequeño como el del Ecuador, queremos quizás lo mismo (el bienestar, igualdad, etc. ) pero por vías diferentes, aceptando los pros y contras de cada propuesta ideológica. Prueba de ello fueron las elecciones del domingo pasado. Más allá de que exista o no fraude electoral, está claro que dos grandes porciones de la población se debaten entre la continuidad y el cambio. No hubo una victoria arrolladora para ningún partido y sí una gran división, maltrato, protestas en las calles, en redes sociales y de parte del mismo gobierno (cosa que no es de asombrarse).
El panorama mundial es un poco (bastante) desalentador. Estados Unidos con Trump, Venezuela enardecida por Maduro, México y su narcopolítica, Paraguay en una crisis política sin resolver, Siria despedazada por el gobierno oxidado de la familia Al Asad, ISIS y Estados Unidos; Argentina dividida entre el pasado kirchnerismo y el actual macrismo que no termina de entenderse; Francia, de cara a las elecciones y con una altísima intención de voto para la candidata de derecha Marine Le Pen, mientras que en Guayana Francesa, la gente protesta ante la inseguridad y hace un llamado urgente a Francia en busca de ayuda. Son tiempos convulsionados y más que nunca, todos esos conflictos aparentemente lejanos tienen cierta repercusión en nosotros. A nivel mental, emocional estamos cansados de tanta impunidad, de atentados, de genocidios en nombre de una bandera en el mundo entero. Y es que parece que como humanidad no hemos aprendido nada porque insistimos en la dominación por la fuerza, en la sed de poder que termina destruyendo cualquier buen ideal.
La Historia demuestra que ni la Derecha ni la Izquierda han solucionado nada en su totalidad. El ego se disfraza con una ideología, cambia nombres, enaltece otros valores pero al final del día el odio hacia el sector opositor es igual, destruir aquello diferente porque me puede tumbar, porque me da miedo. Hace mucho tiempo dejamos de escuchar(nos) y solo escuchamos nuestro propio casete y con ese mismo casete, sin filtrar, inundamos las redes sociales de mensajes que promueven odio. ¿No se supone que tanto Derecha como Izquierda buscan el bienestar social (cada una a su manera)?
Así las cartas están echadas y trato de preguntarme como ciudadano común, que paga sus impuestos y trabaja como cualquier otro ecuatoriano: ¿Existirá alguna otra alternativa que no sea la Derecha o la Izquierda? Porque la verdad esos antagonismos, esas polaridades me molestan muchísimo. Si consumo ciertas cosas, eso ya me haría de determinado bando. ¿Por qué ponernos etiquetas? ¿Por qué prohibirnos de expresarnos para después no ser señalados bajo una etiqueta? Los nuevos grupos que han llegado al poder en los diferentes países prometiendo un cambio, terminan al final reproduciendo odio, sembrando discordias de la misma forma que los grupos anteriores a ellos. Entonces, ¿de qué hablamos?
Creo que debería existir otra alternativa, alguna que sea abarcadora, que no se agote en discursos lindos que se leen bien como literatura pero que en el lado práctico no solucionan nada. Y lo digo yo que no me considero de ninguna bandera política y por ello no me siento representado por nadie. Sueño con un mundo en que sin importar en quien creas, cómo luzcas o con quién te acuestes, todos trabajemos juntos para tener esa sociedad más equitativa de la que tanto hablamos, colocando a la filosofía, a las humanidades con el mismo peso que tienen las ciencias exactas. Quizás si supiéramos más de política, de historia, de filosofía, elegiríamos mejor y no comeríamos carreta fácil. Pero eso obligaría a tener políticos más preparados y no, no los hay.
Ante este panorama nacional de protestas, leo estados de Facebook de conocidos que piden calma, que cada uno vuelva a su trabajo, que trabajen desde la micropolítica, laborando honestamente, respetando las normas de convivencia, sin joder a nadie, cuidando el medio ambiente, estudiando, etc. Pero tenemos que ser honestos, la macropolítica también nos jode y mucho, como bien dicen Guattari y Rolnik cuando señalan que ambos aspectos se nutren el uno del otro y que si uno de los dos prevaleciera, cualquier causa o lucha quedaría coja. Porque puedes hacer muy bien tu trabajo pero si a tu empresa le ponen trabas de impuestos y más burocracia, va a afectar, quieras o no, en tu micropolítica. Si quieres que tus hijos estudien pero la educación secundaria es paupérrima por la limitación de los programas de un ministerio, va a afectar en tu micropolítica. Si los precios suben sin control y resulta cada vez más caro hacer tu compra de supermercado semanal o mensual, eso va a afectar a tu micropolítica y también a tu cabeza, porque mentalmente toca vivir preocupado si llegarás con las cuentas al siguiente mes. Así que lo de la micropolítica es genial, me encanta, me pongo la camiseta con eso, pero no podemos eludir que la política a nivel de gobierno nos afecta y por tanto tal o cual candidato debe ser elegido con transparencia y sobre todo haciendo un voto consciente. No pensando únicamente en mi beneficio inmediato, que ha sido el mayor cáncer de nuestros países. Siempre pensamos en nuestro propio beneficio aun cuando sepamos que el de al lado se jode a base de nuestra felicidad.
Pensando en todo esto los últimos días, me encuentro con algo lindo en el muro de Facebook de una amiga. El mensaje del filósofo Bertrand Russell hablándole a las futuras generaciones, a las que les pide amar sin distinción, tolerando a quien piensa diferente, trabajando con él. De lo sencillo que resulta, es difícil de lograr. Pero habría que intentarlo, buscando esa otra alternativa que supere cualquier brecha política. Una utopía, quizás.