Hoy se define en Argentina quién será el nuevo mandatario. Luego de varias semanas cargadas de la propaganda de ambos candidatos y de los apasionamientos excesivos que provoca la política, siento que al menos con la definición de quién gane, llevará a una calma en los ánimos especialmente por redes sociales. La política se inserta en todos, aun en quienes dicen ser apolíticos. Considero correcto tomar una postura y ser consecuentes a ella. Admiro a los amigos que tienen una posición ideológica y hacen de ella su acción en todos los ámbitos de su vida. En las últimas semanas, por el balotaje en Argentina y los atentados en París especialmente, se ha producido un resurgimiento del sentir político, que por un lado me parece positivo, pues ha obligado a que la gente lea, se informe y adopte una postura, pero por otro lado ha generado agitadores sin ningún objetivo más que ponerse en contra porque sí, como ya lo hablé en mi artículo de la semana pasada.
Más allá de los comentarios cargados de odio o de amor que generan las tendencias políticas, en las redes se percibe fastidio, desazón y sobre todo mucho miedo. Detrás de todos esos comentarios, los retuits, los artículos que se comparten hay miedo, miedo del otro, miedo del que piensa diferente y amenaza mis principios, aquel que como espejo me muestra que hay otras formas posibles de vida y desestabiliza mis creencias. Como bien dice Maturana, disfrazamos nuestros discursos emocionales con discursos lógicos (números, estadísticas, citas irrefutables), para que de esa manera tenga más valor para nosotros mismos pero sobre todo para convencer a otro. Para que algún “tibio” pueda aceptar nuestra verdad y adoptarla también como suya. ¡Cuánto bien le hace al ego, saber que otro(s) piensa(n) como nosotros!
En momentos de tensión mundial y en las coyunturas propias de nuestros países, es necesario dejar de poner toda la responsabilidad -y las culpas- en manos del jefe de estado, del alcalde, del intendente, del ministro. Ya Guattari observaba este fenómeno y señalaba que los sistemas de culpabilización funcionaban como factor de inhibición de todo aquello que escapaba de las redundancias dominantes. Como solución a eso, el francés proponía estar alerta a todas las formas posibles de culpabilización, pues en esas dinámicas lo único que se consigue es bloquear soluciones, generar separatismos y sobre todo creer que ninguno desde su individualidad es responsable de algo. Otra trampa del ego, para colocar todos los males en el otro corrupto, dañino y peligroso.
Los mecanismos de corrupción y represión no han sido formas exclusivas ni de los grupos de poder relacionados con la burguesía ni con los de izquierda, por tanto no creo que tal o cual línea política vaya a solucionarme la vida, porque eso también sería considerarme un ente desprotegido que necesita de un padre que me diga qué hacer, dónde vivir, qué consumir y qué creer. Creo en las elecciones, en el voto popular, en escoger un representante que se preocupe por la economía, por la salud, la educación, pero no espero tampoco que este representante haga todo por mí y que resuelva además mis problemas cotidianos. Por ello me parece importante tomar las riendas políticas de nuestras acciones en nuestros propios círculos. Mirarnos en el trato con el otro, con la familia, con los amigos, con los compañeros de trabajo. Estar atento en las formas en que nos relacionamos con cada uno de ellos y hacer política desde esos lugares, haciendo micropolítica, dándonos cuenta de cómo operan -y pesan- en nosotros los códigos de nuestra propia sociedad y cómo podemos revertirlos. Es un trabajo de constante observación, de una mirada hacia adentro. ¿Saludo a todos los que me rodean o elijo a unos cuántos para dar un buenos días? ¿Soy honesto con los trabajos que realizo? ¿Soy consecuente con lo que predico y hago en mi día a día? ¿Espero tener algún tipo de privilegio por tener cierta posición laboral?
Desde la micropolítica, cada uno es responsable de su accionar y esa toma de conciencia desde lo molecular es importante en palabras de Deleuze y Guattari, pues refuerza y consolida la democracia en una sociedad. No se puede esperar que el mandatario sea honesto, cuando en el día a día reina la corrupción y cada uno lucha por conseguir sus objetivos con el mínimo esfuerzo, llevándose por delante a todo el que se interponga. Pensar que la ley sólo es buena cuando me conviene y es mala cuando me pone en tela de juicio, es vivir desde la separación, negando a un otro que tiene derecho como yo a la igualdad de condiciones. Hacer micropolítica es también hacer resistencia ante nosotros mismos desde lo cotidiano cuando observamos pequeños actos de corrupción que consideramos nimios e inocuos. Si quiero cooperar con ese líder que elegí, no debo necesariamente militar en un partido, pero sí puedo extender la mano al otro cuando lo necesita, siendo honesto en mis relaciones laborales, familiares, sentimentales. De esa forma, el líder también puede hacer su trabajo desde las grandes estructuras. Antes de colocarnos banderas políticas en lo macro, tendríamos que mirarnos qué tan genuinos somos desde las contiendas de lo cotidiano, desde la micropolítica, aun cuando esa observación pueda resultar en principio dolorosa.



cuando intentaba ingresar mi clave y como esta contenía una de las letras mencionadas más arriba, no conseguía entrar al sistema. Ahí fue cuando empezó mi relación forzosa con el teclado bluetooth. Mi laptop dejó de serlo para convertirse en una especie de Frankenstein, que llamaba la atención en cualquier parte. Pensé que sería fácil de arreglar, pero todos los técnicos que consulté me dijeron de forma unánime: «Tenés que cambiar todo el teclado porque el circuito está muerto». No entendía bien eso del circuito pero sonaba a una especie de cáncer terminal, una metástasis en el teclado que me condenaba al teclado bluetooth por tiempo indefinido.
¿Volvería a escuchar el sonido de las teclas de la MacBook mientras escribía? (perdón, parezco un poco frívolo, pero el tecleo es muy importante para mí mientras escribo) ¿No se dañaría otra cosa en el intento de extirpar el viejo teclado y colocar el nuevo? El miércoles 21 a la mañana retiré mi compu. Me la entregó la madre del proveedor. La señora no entendía bien mi alegría desmedida por el teclado nuevo y como si tuviera la necesidad de compartir mi emoción con alguien, le dije antes de irme que iba a “jubilar” al teclado bluetooth. La señora, en su instinto maternal, sólo atinó a decir: “Y guardalo de todas formas, por si lo necesitás en algún momento”. Lo guardaré pero espero no necesitarlo sobre mi laptop nunca más.
y en teoría ya era magíster desde entonces, la ceremonia era el ritual necesario para confirmar ante una sociedad que ya poseía el título. Siempre he sido escurridizo en este tipo de eventos, me siento incómodo, ser el centro de miradas me pone un tanto nervioso, pero era parte del protocolo esperar a ser llamado, subir al escenario, recibir el diploma simbólico de las manos del director de la maestría y volver al asiento. Fue la oportunidad de verme con dos amigos de la maestría y de encontrar con sorpresa a varias ex alumnas que se recibían de licenciadas en Periodismo. Volvía a sentirme en casa.
abrió en marzo de 2012, cuando en una maleta cargada de sueños venía a Buenos Aires con la intención de cruzar una maestría. Sentí ese miércoles un sabor a fin de ciclo, como cuando la serie está al fin de una temporada. Mirando para atrás, mucha agua ha corrido y la verdad que volvería a hacer todo de nuevo, con los aciertos y los errores.
Si bien en agosto estuve acá por motivo de un viaje académico, este regreso tiene otro sabor. Es como una especie de fin de ciclo y con ello, han surgido emociones encontradas, recuerdos inesperados que me han asaltado en una calle, en un café, en alguna charla. Se trata de un regreso a una ciudad que es para mí, mi segundo hogar. Mirando atrás me encuentro pegado al GPS del celular, consultando mapas, tomando colectivos con desconfianza y aprendiendo nombres de calles y lugares que me sonaban agrios. Ahora cada una de esas calles y lugares guarda un recuerdo especial, de esos que arrancan una sonrisa ligera. Buenos Aires pasó de ser la ciudad de mis estudios a la ciudad de mis afectos.
mí. Nos fusionamos en un raro abrazo de tres años, nos apretujamos los huesos, lloramos, sudamos, nos escupimos a la cara también para luego volver a un cálido abrazo de verano. Me acurruqué en sus vericuetos de Retiro y Recoleta, descansé en sus bosques palermitanos, caminé enojado maldiciendo en Chacarita, pasé horas leyendo sobre ella en los colectivos y subtes. Nuestra relación siempre fue de pasiones extremas, nunca de medias tintas.
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