Estudiar idiomas hace parte de mi vida. Es tan importante como escribir en este blog, los cuentos o la novela que escribo. Tan importante como leer, ver películas u obras de teatro. Los idiomas me permiten conocer también otros mundos a través de la gramática, de la manera en que se nombran las cosas, de la fonética que emplea cada lengua y cómo cada una de ellas se reproducen en la literatura, en el cine, en la música.
Cada lengua crea mundo y un sinnúmero de posibilidades filosóficas. Es lo más íntimo que podemos tener como especie, aquello que nos permite colocarnos frente a otros, reconocernos y diferenciarnos. Cuando los regímenes totalitaristas buscaban aniquilar la cultura de un lugar, lo primero que se procedía era a prohibir el uso de la lengua local. Al hacerlo, la gente tenía que apropiarse una lengua ajena con la que no tenían lazos históricos. Era como arrebatarles a la madre, quedándose desprotegidos, débiles, sin el bagaje gramatical, lexical que les daba un lugar en el mundo.
El proceso de aprender un idioma, sobre todo en la etapa inicial, es arduo y requiere de mucha paciencia. Es en esta primera fase donde se adquiere el vocabulario básico, las expresiones esenciales y la gramática general. Es también el momento en que la mayoría tira la toalla con el idioma. «Muchas palabras para memorizar», «las conjugaciones son de terror», «la pronunciación es difícil». Frases recurrentes en las que amigos y conocidos me cuentan, con decepción, que perdieron la batalla con una lengua que al inicio les llamaba la atención.
Hablo cinco idiomas con relativa fluidez y cada uno de ellos ha sido una travesía con muchas alegrías y también frustraciones. Hace parte del viaje. No siempre aprender puede ser entretenido y por eso mismo se valora más cuando hablas con un nativo y la conversación fluye sin que te pregunte cosas que no ha podido entenderte. Los mejores halagos que alguien le puede hacer a un estudiante de idiomas es que su pronunciación es buena, que casi no comete errores y la más seductora, la más orgásmica: «a veces me olvido que no eres nativo».
Usualmente me preguntan para qué estudio idiomas si no soy diplomático, ni trabajo en negocios internaciones ni soy profesor de lenguas. Me lo preguntan con curiosidad, como si hubiera un truco, algún secreto que me niego a revelar. La respuesta corta es siempre la misma: «porque me gustan los idiomas». La respuesta larga sería porque me gusta descifrar cómo se expresa la vida en otros idiomas, cómo palabras que me gustan en mi propia lengua suenan en otra, porque los idiomas ayudan a tender puentes entre las personas, porque los idiomas me permiten acceder a manifestaciones culturales sin la mediación de un traductor, porque los idiomas me hacen más humano.
Mi primer momento de conciencia de que existían idiomas aparece en la infancia, cuando veía el programa de Xuxa y escuchaba sutilmente que debajo de la voz en castellano, se podía escuchar una voz extraña. Era muy delicada y yo tenía que hacer un esfuerzo para poder acceder a esa voz en segundo plano. Le pregunté a mi mamá una vez, qué voz era esa y me dijo que Xuxa hablaba portugués, el idioma de Brasil. Me sonaba raro pero me gustaba cantar Ilariê, Lua de cristal chamuscando un portugués que luego olvidé cuando aparecieron los discos de Xuxa en español.
Luego vino el segundo momento cuando mi tía Manuela vino de visita a Guayaquil. Ella vivía en ese entonces en Fortaleza, estaba casada con un brasileño y algunas veces la escuché a hablar en portugués. Sonaba a Xuxa y eso me llamaba la atención. Imaginaba cómo sería ir a un país en el que no hablaran español.
Después empecé a estudiar inglés en la escuela ya con textos y ejercicios de escritura. Lo asumí como algo natural y normal hasta cuando me encontré con el alemán. Mi tía Silvia, había empezado a estudiar inglés y alemán en la universidad y comenzó a enseñarme un poco de la lengua de Goethe. Me gustó la pronunciación, aprendí muchas palabras, pero en la inquietud de la infancia, no era posible estudiar con disciplina más allá de las materias de la escuela. De modo que el alemán fue un primer encuentro y muy breve.
Ya en la adolescencia aparecieron los idiomas que me acompañaron durante esos años hormonales: portugués, italiano y francés. Disfruté estudiarlos, aprendí mucha historia, geografía y literatura de los países donde se hablan esos idiomas. Me aprendí decenas de canciones, hice cientos de oraciones para practicar. En aquella época no había YouTube de modo que me tocaba grabar en VHS las películas brasileñas y europeas que daban en Cinemax. Fueron años de mucha felicidad estudiando idiomas, años donde me imaginaba cómo sería vivir en Brasil, Italia y Francia.
Es loco pensar que aun sigo «estudiando» estos idiomas. Digo estudiando porque en una lengua nunca se deja de aprender, ni siquiera en la lengua nativa. Ahora mi estudio es más fácil por la tecnología. Escucho podcasts, uso apps para recordar reglas gramaticales, fichas virtuales para memorizar palabras, chateo con amigos de diferentes partes del planeta. Todo en nombre de seguir en contacto con los idiomas que he aprendido.
También con la tecnología han aparecido otros idiomas. He estudiado ruso, griego, latín, noruego, sueco, alemán, japonés, coreano, árabe y polaco. No puedo decir que «hablo» ninguno de estos idiomas. Apenas los he estudiado por un tiempo y luego me he desencantado de ellos. Creo que sucede porque con los idiomas necesito crear un vínculo afectivo que sirva de combustible y construir esos caminos toman tiempo. Estudié varios meses japonés pero al no encontrar muchos productos culturales que me vincularan con el idioma, terminé desistiendo. Lo mismo me pasó con el ruso, el polaco, el árabe, pero tampoco me preocupo. Cada idioma para mí, tiene su momento.
Ahora me encuentro estudiando alemán. Me siento cómodo con el idioma, seguramente por los años de la infancia. Todavía estoy en una fase de construir lazos afectivos con él. Trato de ver películas alemanas, programas alemanes, escuchar canciones en alemán. Todo para tratar de «llenarme» de ese sonoridad y de esa estructura sintáctica compleja.
No sé si seguiré con el alemán, probablemente vuelva al japonés o decida explorar el checo o el húngaro. Todo puede ser. Lo que importa en mi proceso de estudio de idiomas es el camino, la exploración, jugar con las palabras, practicar acentos y seguir buscando. Los idiomas no tienen por qué tener esa aura sagrada de exámenes difíciles, de personas con un talento único y horas de sufrimiento leyendo en una lengua extranjera. Muy por el contrario el ir y venir de las lenguas es como entrar en diferentes casas y visitar, recorrer pasillos, conversar y salir cuando uno quiera.
Y cualquiera puede embarcarse en el viaje de estudiar una lengua extranjera.





En ese camino largo tuve tiempo suficiente para pensar en lo que quiero de mí en los próximos años. Era enfrentarse a ese demonio cuestionador que me recuerda que este año cumplo 33, que me hace pensar si estoy contento con la vida que llevo, que si no es hora de encontrar a alguien y formar una vida en conjunto o quizás tomar la aventura de viajar hacia algo más extenso e intenso. Lejos de ser un encuentro doloroso como siempre pensaba y que evadía en la tranquilidad de mi ciudad y de mi trabajo, mirar ese demonio-espejo, fue la posibilidad de mirar de frente ese monstruo que suelo ser. La reflexión se hacía más llevadera con ese cielo gris de San Francisco, con la calma de la naturaleza, el vaivén del mar que rozaba la orilla y las fotos que iba tomando a manera de testimonio mudo de la experiencia.

De modo que decidí sacar del juego algunas de esas herramientas para retomarlas más adelante. Así como en portugués, quería un libro de gramática con frases y algo de cultura para poder avanzar y tener un orden, una disciplina. Buscando en Youtube, llegué a la cuenta de una youtuber que contaba su experiencia aprendiendo japonés y recomendaba Genki 1 para empezar a nivel básico. Lo busqué 

Quiero saber, analizar cómo voy adquiriendo destrezas en el idioma. Por lo pronto he empezado a estudiar el Hiragana, que es el primer sistema de escritura que todos sugieren aprender. Luego viene el Katakana y por último, el más difícil, el Kanji, que tiene los caracteres chinos. Para los tres alfabetos hay una infinidad de material de estudio en internet, así que lo difícil es saber por dónde empezar. Un portal muy bueno para iniciar los estudios en 
Y después están los idiomas que se quedaron en el camino y con los que tengo cuentas pendientes: Ruso, alemán, griego, latín, catalán, rumano y sueco. De este grupo, me gustaría retomar los dos primeros, aunque todavía no me decido. Ambos tienen una sonoridad que me gusta (cosa fundamental para que me guste un idioma) pero de ambos me da terror su gramática, especialmente las declinaciones de los sustantivos. Y del ruso, su alfabeto diferente, aunque no es tan complicado como el del mandarín o el del árabe. Hay días que creo que debo empezar alemán y otros días, ruso. Veré cuál se impone con más fuerza.
Del martes al jueves de esta semana un buen grupo de docentes de la UCG estuvimos reflexionando junto a la Dra. Paula Carlino sobre los procesos de aprendizaje en las facultades, específicamente en el campo de la lectura y la escritura académica. ¿Cuántos estudiantes leen? ¿Cómo escriben los estudiantes? ¿Cómo califica el profesor un ensayo? ¿Qué dificultades tiene un estudiante al escribir un texto académico argumentativo? Varias de estas interrogantes rondaron los tres días de capacitación. Previamente habíamos leído algunos textos de Carlino y otros autores preocupados por este campo específico de la educación. Descubrí con sorpresa la inversión que hacen las universidades anglosajonas para crear Centers of Writing, departamentos con tutores dedicados a ayudar a los estudiantes para mejorar sus ensayos académicos.


cuando intentaba ingresar mi clave y como esta contenía una de las letras mencionadas más arriba, no conseguía entrar al sistema. Ahí fue cuando empezó mi relación forzosa con el teclado bluetooth. Mi laptop dejó de serlo para convertirse en una especie de Frankenstein, que llamaba la atención en cualquier parte. Pensé que sería fácil de arreglar, pero todos los técnicos que consulté me dijeron de forma unánime: «Tenés que cambiar todo el teclado porque el circuito está muerto». No entendía bien eso del circuito pero sonaba a una especie de cáncer terminal, una metástasis en el teclado que me condenaba al teclado bluetooth por tiempo indefinido.
¿Volvería a escuchar el sonido de las teclas de la MacBook mientras escribía? (perdón, parezco un poco frívolo, pero el tecleo es muy importante para mí mientras escribo) ¿No se dañaría otra cosa en el intento de extirpar el viejo teclado y colocar el nuevo? El miércoles 21 a la mañana retiré mi compu. Me la entregó la madre del proveedor. La señora no entendía bien mi alegría desmedida por el teclado nuevo y como si tuviera la necesidad de compartir mi emoción con alguien, le dije antes de irme que iba a “jubilar” al teclado bluetooth. La señora, en su instinto maternal, sólo atinó a decir: “Y guardalo de todas formas, por si lo necesitás en algún momento”. Lo guardaré pero espero no necesitarlo sobre mi laptop nunca más.
y en teoría ya era magíster desde entonces, la ceremonia era el ritual necesario para confirmar ante una sociedad que ya poseía el título. Siempre he sido escurridizo en este tipo de eventos, me siento incómodo, ser el centro de miradas me pone un tanto nervioso, pero era parte del protocolo esperar a ser llamado, subir al escenario, recibir el diploma simbólico de las manos del director de la maestría y volver al asiento. Fue la oportunidad de verme con dos amigos de la maestría y de encontrar con sorpresa a varias ex alumnas que se recibían de licenciadas en Periodismo. Volvía a sentirme en casa.
abrió en marzo de 2012, cuando en una maleta cargada de sueños venía a Buenos Aires con la intención de cruzar una maestría. Sentí ese miércoles un sabor a fin de ciclo, como cuando la serie está al fin de una temporada. Mirando para atrás, mucha agua ha corrido y la verdad que volvería a hacer todo de nuevo, con los aciertos y los errores.
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