Saudade de Domingo #122: Idiomas que vienen y van

Estudiar idiomas hace parte de mi vida. Es tan importante como escribir en este blog, los cuentos o la novela que escribo. Tan importante como leer, ver películas u obras de teatro. Los idiomas me permiten conocer también otros mundos a través de la gramática, de la manera en que se nombran las cosas, de la fonética que emplea cada lengua y cómo cada una de ellas se reproducen en la literatura, en el cine, en la música.

Cada lengua crea mundo y un sinnúmero de posibilidades filosóficas. Es lo más íntimo que podemos tener como especie, aquello que nos permite colocarnos frente a otros, reconocernos y diferenciarnos. Cuando los regímenes totalitaristas buscaban aniquilar la cultura de un lugar, lo primero que se procedía era a prohibir el uso de la lengua local. Al hacerlo, la gente tenía que apropiarse una lengua ajena con la que no tenían lazos históricos. Era como arrebatarles a la madre, quedándose desprotegidos, débiles, sin el bagaje gramatical, lexical que les daba un lugar en el mundo.

El proceso de aprender un idioma, sobre todo en la etapa inicial, es arduo y requiere de mucha paciencia. Es en esta primera fase donde se adquiere el vocabulario básico, las expresiones esenciales y la gramática general. Es también el momento en que la mayoría tira la toalla con el idioma. «Muchas palabras para memorizar», «las conjugaciones son de terror», «la pronunciación es difícil». Frases recurrentes en las que amigos y conocidos me cuentan, con decepción, que perdieron la batalla con una lengua que al inicio les llamaba la atención.

Hablo cinco idiomas con relativa fluidez y cada uno de ellos ha sido una travesía con muchas alegrías y también frustraciones. Hace parte del viaje. No siempre aprender puede ser entretenido y por eso mismo se valora más cuando hablas con un nativo y la conversación fluye sin que te pregunte cosas que no ha podido entenderte. Los mejores halagos que alguien le puede hacer a un estudiante de idiomas es que su pronunciación es buena, que casi no comete errores y la más seductora, la más orgásmica: «a veces me olvido que no eres nativo».

Usualmente me preguntan para qué estudio idiomas si no soy diplomático, ni trabajo en negocios internaciones ni soy profesor de lenguas. Me lo preguntan con curiosidad, como si hubiera un truco, algún secreto que me niego a revelar. La respuesta corta es siempre la misma: «porque me gustan los idiomas». La respuesta larga sería porque me gusta descifrar cómo se expresa la vida en otros idiomas, cómo palabras que me gustan en mi propia lengua suenan en otra, porque los idiomas ayudan a tender puentes entre las personas, porque los idiomas me permiten acceder a manifestaciones culturales sin la mediación de un traductor, porque los idiomas me hacen más humano.

Mi primer momento de conciencia de que existían idiomas aparece en la infancia, cuando veía el programa de Xuxa y escuchaba sutilmente que debajo de la voz en castellano, se podía escuchar una voz extraña. Era muy delicada y yo tenía que hacer un esfuerzo para poder acceder a esa voz en segundo plano. Le pregunté a mi mamá una vez, qué voz era esa y me dijo que Xuxa hablaba portugués, el idioma de Brasil. Me sonaba raro pero me gustaba cantar Ilariê, Lua de cristal chamuscando un portugués que luego olvidé cuando aparecieron los discos de Xuxa en español.

Luego vino el segundo momento cuando mi tía Manuela vino de visita a Guayaquil. Ella vivía en ese entonces en Fortaleza, estaba casada con un brasileño y algunas veces la escuché a hablar en portugués. Sonaba a Xuxa y eso me llamaba la atención. Imaginaba cómo sería ir a un país en el que no hablaran español.

Después empecé a estudiar inglés en la escuela ya con textos y ejercicios de escritura. Lo asumí como algo natural y normal hasta cuando me encontré con el alemán. Mi tía Silvia, había empezado a estudiar inglés y alemán en la universidad y comenzó a enseñarme un poco de la lengua de Goethe. Me gustó la pronunciación, aprendí muchas palabras, pero en la inquietud de la infancia, no era posible estudiar con disciplina más allá de las materias de la escuela. De modo que el alemán fue un primer encuentro y muy breve.

Ya en la adolescencia aparecieron los idiomas que me acompañaron durante esos años hormonales: portugués, italiano y francés. Disfruté estudiarlos, aprendí mucha historia, geografía y literatura de los países donde se hablan esos idiomas. Me aprendí decenas de canciones, hice cientos de oraciones para practicar. En aquella época no había YouTube de modo que me tocaba grabar en VHS las películas brasileñas y europeas que daban en Cinemax. Fueron años de mucha felicidad estudiando idiomas, años donde me imaginaba cómo sería vivir en Brasil, Italia y Francia.

Es loco pensar que aun sigo «estudiando» estos idiomas. Digo estudiando porque en una lengua nunca se deja de aprender, ni siquiera en la lengua nativa. Ahora mi estudio es más fácil por la tecnología. Escucho podcasts, uso apps para recordar reglas gramaticales, fichas virtuales para memorizar palabras, chateo con amigos de diferentes partes del planeta. Todo en nombre de seguir en contacto con los idiomas que he aprendido.

También con la tecnología han aparecido otros idiomas. He estudiado ruso, griego, latín, noruego, sueco, alemán, japonés, coreano, árabe y polaco. No puedo decir que «hablo» ninguno de estos idiomas. Apenas los he estudiado por un tiempo y luego me he desencantado de ellos. Creo que sucede porque con los idiomas necesito crear un vínculo afectivo que sirva de combustible y construir esos caminos toman tiempo. Estudié varios meses japonés pero al no encontrar muchos productos culturales que me vincularan con el idioma, terminé desistiendo. Lo mismo me pasó con el ruso, el polaco, el árabe, pero tampoco me preocupo. Cada idioma para mí, tiene su momento.

Ahora me encuentro estudiando alemán. Me siento cómodo con el idioma, seguramente por los años de la infancia. Todavía estoy en una fase de construir lazos afectivos con él. Trato de ver películas alemanas, programas alemanes, escuchar canciones en alemán. Todo para tratar de «llenarme» de ese sonoridad y de esa estructura sintáctica compleja.

No sé si seguiré con el alemán, probablemente vuelva al japonés o decida explorar el checo o el húngaro. Todo puede ser. Lo que importa en mi proceso de estudio de idiomas es el camino, la exploración, jugar con las palabras, practicar acentos y seguir buscando. Los idiomas no tienen por qué tener esa aura sagrada de exámenes difíciles, de personas con un talento único y horas de sufrimiento leyendo en una lengua extranjera. Muy por el contrario el ir y venir de las lenguas es como entrar en diferentes casas y visitar, recorrer pasillos, conversar y salir cuando uno quiera.

Y cualquiera puede embarcarse en el viaje de estudiar una lengua extranjera.

 

Saudade de Domingo #87: Aprendiendo una nueva lengua

Siento una fascinación por las palabras y eso se extiende no sólo a las de mi propio idioma sino a todas las de otras lenguas que por alguna u otra razón voy conociendo. Me gusta eso de que palabras en un comienzo extrañas, después se me vuelvan familiares y pueda identificarlas sin mayores problemas. Es como ver la luz en medio de la oscuridad. Es sumergirme en un universo de posibilidades con nuevas palabras. Ya hablé acá de mi fascinación portugués, por ejemplo.

En algunos casos logro internalizar tanto ciertas palabras, que luego me resulta imposible no relacionar ciertos momentos de mi vida con esas palabras. Me pasa con la palabra portuguesa saudade. No tiene un significado literal en español y justamente por ser polisémica, la puedo usar en diferentes contextos. Me gusta también la versatilidad que tiene el verbo tocar en inglés y francés (Touch) o la palabra italiana “diventare” que estaría relacionada con la palabra española devenir y que a momentos se usa como sinónimo de “convertirse en”. Creo que aprender nuevas palabras y lo que significan, amplía la manera en la que puedo poner mis pensamientos en palabras. Cada lengua esconde dentro de sí misma una cosmogonía que me deseo descubrir, escudriñando en sus libros, en sus reglas gramaticales, en su fonética.

Ahora he emprendido un largo camino en el aprendizaje del japonés. Una lengua que en realidad siempre he visto lejana y que cuando me preguntaban si me interesaba aprender una lengua asiática, siempre respondía que no, que no estaba entre mis planes, aunque en el fondo nunca descartaba la oportunidad de aprenderla en algún momento.

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Mis primeras letras en Hiragana: las vocales

Desde hace una semana decidí emprender el desafío. Quiero probarme en una lengua completamente distinta, con un sistema de escritura atemorizante (de paso en japonés son tres) y por supuesto, en el futuro, viajar a Japón para “practicar” el idioma. Sé que no será fácil ni tampoco rápido, pero quiero sobre todo disfrutar del proceso. Una de las cosas que más me gusta de aprender idiomas es llegar a más personas. Es verdad que con el inglés tenemos una gran herramienta de comunicación, pero como decía Mandela, hablarle a alguien en su propia lengua es hablarle directamente a su corazón. Me emociono cuando un extranjero de otra lengua se esfuerza por hablarme en español. No importa si comete errores o si tiene mucho acento foráneo, me gusta el esfuerzo por hablarme en mi idioma y por interesarse en mi cultura. Aprender idiomas para mí, es un acto de amor a los otros. Requiere de tiempo, paciencia, produce incertidumbre, miedos pero una vez que se atraviesan esos umbrales, se descubre un mundo de infinitas posibilidades. Y eso es lo que busco con el japonés. Todos tenemos muchas imágenes estereotipadas sobre Japón y su gente. Pensamos en el anime, en los samurais, en el budismo, en gente fría, en tecnología, en el sushi, pero sé que Japón es más que todo eso y quiero descubrirlo a través del idioma. Para que ese viaje sea más agradable vi decenas de vídeos en youtube de personas que cuentan sus experiencias estudiando japonés, vi recomendaciones de textos, he empezado a hacer amigos japoneses y aunque sólo llevo una semana de estudio, siento que mi visión de Japón está cambiando. Ahora al frente, en lo cotidiano, se me han aparecido un montón de cosas que están ligadas con Japón y su cultura. Quizás siempre estuvieron pero no les daba mucha atención, quizás solo ahora estaba listo para poder verlas o quizás por la sincronicidad de la que hablaba Jung, ahora que tengo interés por el idioma y la cultura, he podido atraer hacia mí todas esas cosas.

Me voy a tomar tranquilo mi tiempo con el japonés porque además quiero estudiarme. IMG_0805Quiero saber, analizar cómo voy adquiriendo destrezas en el idioma. Por lo pronto he empezado a estudiar el Hiragana, que es el primer sistema de escritura que todos sugieren aprender. Luego viene el Katakana y por último, el más difícil, el Kanji, que tiene los caracteres chinos. Para los tres alfabetos hay una infinidad de material de estudio en internet, así que lo difícil es saber por dónde empezar. Un portal muy bueno para iniciar los estudios en The Japanese Page. Tienen mucho material didáctico si se quiere estudiar independiente y una sección para conocer de la cultura japonesa que está muy buena y surtida. Yo estoy estudiando ahí las sílabas del Hiragana y es muy práctico. Como complemento estoy utilizando también el libro Japonés desde cero, que lo vi en varios reviews en Amazon como un buen texto para iniciarse en el idioma. Más adelante usaré Basic Japanese Grammar, que lo compré en New York a inicios de año (cuando todavía no sabía que me iba a poner a estudiar en serio japonés).

Como quiero hacer un análisis de cómo aprendo un idioma completamente ajeno al mío, he decidido crear una cuenta en Instagram ( @saudadeinjapanese ) que de alguna forma funcione como una bitácora de mi aprendizaje. No es que voy a enseñar japonés, lo que busco es compartir con otros cómo avanzo y sobre todo tener como un diario virtual de lo que voy aprendiendo.

 

Saudade de Domingo #68: Mi romance con los idiomas

«Cada idioma es una forma de sentir al universo», expresó Jorge Luis Borges a propósito de su amor por las lenguas, la morfología y la fonética de cada una. No podría estar más de acuerdo con esta frase ya que aunque no hablo tanto idiomas como varios políglotas en la web que admiro (Luca Lampariello, Benny Lewis, Idahosa Ness, entre otros), con los cuatro que conozco fuera del español, aprendo mucho de la cultura de lugares distantes a través de sus palabras.

Como todo romance que se aprecie, recordar los inicios son importantes. Mi primer idioma fuera del español, debía ser el inglés pero como en la escuela me lo enseñaron terriblemente, le tomé fastidio. Me sonaba falso y aunque era bueno para la gramática, no sentía ninguna conexión con el idioma. En vista de ello, mi primer idioma extranjero fue el italiano, que lo aprendí en el colegio y en menos de un año ya lo hablaba bastante bien. Desde entonces nunca más me tuve que preocupar los exámenes de italiano. Quizás por la fuerza de la costumbre de escucharlo casi todos los días durante seis años, el italiano me resulta muy familiar y puedo entenderlo, hablarlo sin mucho esfuerzo. Su gramática, su fonética me traen recuerdos de adolescencia. Tengo un nexo con el italiano muy fuerte aun cuando actualmente no lo tenga tan presente. Llegué hasta grabar un cortometraje en italiano porque sentía que esa historia, que ese personaje que escribí debía expresarse en ese idioma. El trailer de ese proyecto lo pueden ver a continuación.

A los trece, cuando ya sentía que hablaba bien italiano, me dí a la tarea de buscar otro idioma para estudiar y así llegué al francés. Como no resultó, meses después lo dejé y empecé con el portugués. Esto no habría sucedido si no hubiera visto Xica da Silva. Puede parecer chistoso pero la historia y el contexto de la corona portuguesa en Brasil me hizo sentir curiosidad por un idioma del que ya sabía de su existencia gracias a Xuxa, la pídola de mi infancia.

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Uno de los primeros libros que compré en portugués

Del portugués brasileño me encanta la sonoridad de su lenguaje. Una mezcla de seducción, calidez y dulzura. Es una fonética que ya se canta sin mucho esfuerzo por su nasalidad y el ritmo de las frases. Recuerdo que al inicio, se me hacía complicado captar esa musicalidad, pues una cosa es escucharla y entenderla desde la cabeza pero otra es traerla al cuerpo. Muchas semanas pasé repitiendo frases para buscar la nasalidad hasta que con el tiempo me fui familiarizando con las T como ch, la G como Y, la NH como una ñ muy suave y la sílabas nasales. Ver películas, novelas y escuchar música ayudó muchísimo en ese proceso. En un cierto punto me olvidaba cuando en realidad estaba «estudiando» y cuando me estaba divirtiendo con el idioma. Porque ambas cosas se fueron fusionando hasta darme cuenta que pasaba jugando con el portugués gran parte del día. Algunos de esos juegos consistían en traducir mentalmente al portugués las conversaciones que tenía con mis amigos del colegio. Era mi manera de testear mis progresos. No me imaginaba por ese entonces que todo ese esfuerzo me llevaría, sin buscarlo, a ser intérprete simultáneo en varios congresos, traductor de textos, profesor del idioma en el extranjero.

 

El francés fue una relación de amor/odio. Empezó con amor cuando luego de aprender italiano, compré un libro de Larousse con un cassette para tales fines, estudiaba capítulo a capítulo, hacía mis anotaciones en un cuaderno al estilo del colegio, pero luego de algunos meses me frustré al ver que sólo entendía los diálogos del cassette del libro y nada de lo que se transmitía en el canal TV5. Un poco infantil de mi parte pretender un gran dominio del idioma como me pasó con el italiano, pero tenía 13 años, así que mucha madurez no podía pedirme. Dejé el francés olvidado por unos años, mientras me sumergía en el portugués, hasta que cuando entré a la universidad volví a retomarlo. Meses después, lo dejé. Un año más tarde lo volví a retomar y meses después lo volví a dejar. Sin embargo ya no empezaba de cero. Era capaz de leer textos en francés fácil, entendía más que años atrás pero me seguía faltando más soltura. La fluidez se dio cuando un grupo de franceses geniales llegaron a mi universidad y pude practicar lo que ya sabía de francés. Me sorprendió darme cuenta de lo mucho que sabía y de que podía hablar en francés con soltura. Es verdad que también las fiestas propician un ambiente relajado que era lo que necesitaba con el idioma. Motivado por esta experiencia, retomé mis clases de francés pero ya no de la forma solitaria como siempre hice sino en clases de conversación. Pasé varios meses así, luego hice un examen de nivelación en la Alianza y me mandaron al penúltimo nivel. Después de eso hice el DELF B2 y lo aprobé. Fue una victoria personal ya que había conseguido dominar en cierta medida el idioma.

Con el inglés ha sido una relación similar como con el francés. Durante varios años me conformé con leer y escribir en inglés. Pude tomar materias en la facultad en inglés sin problema, podía leer artículos académicos y novelas cortas, pero en mi interior estaba completamente negado a hablarlo o a escucharlo. Quizás producto de la mala enseñanza en la infancia, con el inglés me sentía muy alejado, no había ningún nexo que me acercara al idioma. Durante la adolescencia mientras todos deliraban con la música yanqui, yo me decantaba por la música brasileña, así que tampoco tuve cómo crear un nexo con el inglés. Creo que siempre asocié al inglés con Estados Unidos y por consiguiente a un mundo superficial, hipertecnológico, nada afectivo y bastante financiero. Luego con los años eso fue cambiando, cuando viví en el extranjero y conocí a otros extranjeros tuve la oportunidad de usar el inglés y sentir las múltiples ventajas que tenía. Me forcé entonces a recordar mis diferentes momentos de aprendizaje con los idiomas para tratar de encontrar técnicas que me pudieran acercar al inglés. Y así fue que comencé a ver películas y series que me interesaban varias veces, leer libros que me gustaran mucho, repasar canciones que me gustaban. Tomé las herramientas utilizadas en el portugués y el francés para llevarlas al estudio, lo cual me dio buenos resultados. El inglés dejó de ser esa lengua extraña para volverse familiar, like home.

IMG_5938Y después están los idiomas que se quedaron en el camino y con los que tengo cuentas pendientes: Ruso, alemán, griego, latín, catalán, rumano y sueco. De este grupo, me gustaría retomar los dos primeros, aunque todavía no me decido. Ambos tienen una sonoridad que me gusta (cosa fundamental para que me guste un idioma) pero de ambos me da terror su gramática, especialmente las declinaciones de los sustantivos. Y del ruso, su alfabeto diferente, aunque no es tan complicado como el del mandarín o el del árabe. Hay días que creo que debo empezar alemán y otros días, ruso. Veré cuál se impone con más fuerza.

Mantener un romance con varios idiomas es complicado. No siempre se tiene la oportunidad de practicar los idiomas por igual y ahí es cuando se corre el riesgo de que alguno vaya oxidándose. De los que conozco, el que menos he estado practicando en los últimos meses ha sido el italiano y por ello me he puesto en la tarea de ver la serie Suburra, de Netflix. A pesar del fuerte acento romano, he estado refrescando expresiones, modismos y aprendiendo más vocabulario. Y es que con los idiomas siempre te llevas sorpresas y hay que estar en constante estudio con películas, series, canciones, leyendo periódicos online, hablando con nativos. Los podcasts son también una buena fuente variada para practicar idiomas, sobre todo lo concerniente a la compresión oral. Dada la facilidad del formato se puede estar haciendo cualquier otra actividad mientras escuchas un podcast. También hay opciones interesantes como Italki, donde se pueden encontrar personas para practicar un idioma o directamente tomar clase con algún profesor online.

Me gusta la sensación de explorar idiomas, de encontrar semejanzas, de ver cómo a nivel personal también me dejo afectar por ellos. Las palabras en todos los idiomas tienen una carga simbólica importante y me gusta sentir esa responsabilidad de apropiármelas, de usarlas, de alterarlas o de mezclarlas con el español. Mientras estudiaba Latín, recuerdo haber pensado mucho en la nostalgia de aprender una lengua muerta y de memorizar palabras en las que seguramente muchos se amaron, se odiaron, se arreglaron acuerdos, etc. Nunca llegué a ningún lado con el Latín, pero con el aprendizaje de pocas semanas caí en la cuenta de que mi amor por los idiomas inicia siempre por el afecto profundo que tengo por las palabras y cómo ellas se juntan y se expresan en las diferentes formas que cada idioma tiene de ver al universo.