El primer día del viaje es siempre horrible. Luego de la euforia y la ansiedad de los preparativos y del vuelo, aparece «la culpa».
«¿Para qué viajar una vez más?, ¿Qué tiene lindo este lugar? Te vas a aburrir, no eres un viajero aventurero, te hubieras quedado en tu cama viendo alguna peli». Todas son reflexiones recriminatorias que en un principio me mortificaban. Ahora lo asumo como un síndrome que hace parte de mis viajes. Es por así decirlo, el proceso de salida de la rutina hacia lo ingrávido del viaje. Trato de no darme mucha bola y sí, de registrar la experiencia de cómo me siento.
En el primer día todo me parece insulso. Saco foto sin ganas, me cohibo de hablar con los nativos, no me dan ganas ni de salir aunque siempre me obligo a hacerlo. Con el paso de las horas, recupero el gustito del viaje y la sensación de molestia se va disipando.
Por acá pongo algunas fotos que saqué durante ese síndrome de primer día. Ahora que ya han pasado varios días desde ese momento, siento que muy lejano a ese yo recién llegado. Es la magia del tiempo que impera en los viajes. Las horas y minutos pierden su peso, se aligeran y pasan más rápido.
Es normal que alguien con tanta sensibilidad como la que suelen tener los escritores, sea abrumado con cambios asi sean temporales. Eso se debe quizas a salirse de ese centro interno que siempre tienen guardado y que es el motor de su vida.
Sin embargo al adentrarse en ese nuevo mundo de encantos como suele tener cada suelo en particular, descubre cosas magicas que reconcilian su mente con su espiritu.
Mi querido escritor, ahora tienes nuevas experiencias para contar.
Un abrazo.!!
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