Después de la euforia del fin de año viene el momento de la verdad. Poner las metas y deseos en marcha. Si ya era complicado colocar una lista de prioridades, más desafiante resulta comenzar a trabajar en los objetivos. Hay que aprovechar el envión del nuevo año, las ganas que son un motor importante y ver hacia dónde vamos.
En estas primeras semanas del año he estado trabajando en mi interior, haciendo una limpieza espiritual, saliendo con mis amigos, practicando mis idiomas, preparando clases para el nuevo ciclo, leyendo mucho, escribiendo poco (lamentablemente). De todo esto me sorprendo de mis ganas de aprender ruso (lo empecé a estudiar a fines de diciembre) y hasta ahora me gusta lo que voy conociendo. Es una lengua difícil, de muchas reglas y de una pronunciación a veces indescifrable, pero es un desafío que me gusta. Me enfrento a palabras que no tienen conexión conmigo, que no lucen ni como parienta lejana de las lenguas que hablo, pero está siendo una oportunidad de abrir otras puertas, de conocer a la familia eslava. El lenguaje es una manera de entrar, por las bases, a otras culturas. En este mes de aprendizaje he aprendido mucho sobre Rusia y los ex países de la Unión Soviética. Estudiar una lengua activa en mí una sed por conocer más que hay en esa cultura, en esas personas que utilizan ese idioma.
Este año he comenzado con los frutos de dos investigaciones que realicé el año pasado y que se han publicado finalmente en revistas académicas. En el mundo de la academia la paciencia es una gran virtud y el único camino, pues los tiempos de las revistas son propios. Toca esperar, reescribir, seguir una serie de procesos burocráticos hasta que finalmente la publicación aparece. Estas dos investigaciones fueron productos de mucho esfuerzo, curiosidad y cariño. Mientras los resultados de estos proyectos ven la luz, he aprovechado para trabajar en el cierre de la investigación realizada el año pasado y que ojalá pueda publicarse este mismo año. Pero como dije, hay que tener paciencia, ya que los tiempos dependen de las revistas.
También han sido semanas para preparar clases. Leer libros, subrayando temas, extrayendo fragmentos que traen a su vez otros textos y a manera de puzzle, he ido armando las clases. Estoy haciendo el ejercicio de reestructurar mis clases habituales casi al 100 por ciento. Me pasa que me suelo aburrir de dar los contenidos de la misma manera y necesito oxígeno, algo que sólo me lo puede dar la revisión de nuevos autores, discusiones recientes y gatillos que permitan que recobre el entusiasmo cuando me toque estar frente a los alumnos otra vez a fin de mes. Asimismo duele desprenderse un poco de ciertos ejercicios, de ciertas citas pero también me recuerdo que ya no soy el que diseñó esas clases y que necesito plasmar mis nuevas inquietudes.
Este fin de semana he tenido un reposo obligatorio ya que tuve extraerme una muela que no daba más. En paralelo he estado leyendo la novela Sistema Nervioso, de Lina Meruane que es un himno tortuoso a la enfermedad y al dolor. Estos días con la encía latiendo a mil, he pensado en unas de las frases que dice el padre de la protagonista de la historia. «Es el dolor el que nos hace estar vivos». Si nos referimos netamente a lo físico (desde una visión espiritual sería diferente) esto es más que cierto. El dolor avisa, resguarda del peligro pero también recuerda. El cuerpo tiene memoria y el dolor ocupa un sitial importante dentro de ese espacio. De modo que pensar en mi dolor de muela extraída, me ha hecho tomar conciencia de aquello que se fue, de lo que me desprendí. Un dolor para evitar otro dolor, el permanente de una muela enferma.
Han sido semanas también de pensar qué quiero hacer con el resto del año. El 2020 me suena a un año clave para plantear nuevos caminos, de mirar las cosas de otra manera y de soltar aquello que ya no funciona.
Agradecer. La clave es siempre agradecer por lo que se deja y por lo que se obtiene. Todo hace parte de la misma experiencia.
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