Viajar me produce ansiedad. De la buena y de la mala, digamos. De la buena porque me estimula lanzarme y de la mala porque el miedo como instinto, busca cohibirme. Al final siempre (o casi siempre) decido aventarme porque la buena ansiedad me hace sentir al mundo como si fuera mi casa. Contradiciendo a mi papá, quien siempre en cada viaje me dice “estás solos contra el mundo”, yo siento que en realidad estoy con el mundo. El viaje es un camino a lo desconocido que necesito sentir, encontrarme con otros idiomas, hábitos diferentes, calles extrañas, aires distintos. Incluso en un destino que conozco tan bien como Buenos Aires, la ciudad siempre me tiene alguna sorpresa. Por ello siempre me es grato volver y cada viaje trae un cúmulo de experiencias, llenando un check list que siempre está en renovación.

En este nuevo viaje voy solo, como tantas otras veces. Algunos amigos me preguntan -o reclaman- por qué no aviso a dónde voy a viajar para armar algo en grupo. En realidad no tengo una respuesta concreta para eso. Supongo que elegir un viaje parte de un impulso, es algo poco racional al inicio. Creo que además me acostumbré a tener la vivencia del viaje solo: Elegir el hotel, la aerolínea, las escalas, los lugares que visitaré, según mis propias “necesidades”.
También es verdad que en medio de un viaje solo, dan ganas de compartir con alguien la experiencia. Para suplir esa falta, uso las redes, comparto lo que como, lo que veo, el estado del tiempo, lo que percibo. Me encanta el diario de viaje en compañía, además de una buena lectura. Para el viaje de ahora me atiborré con tres libros: Big Magic, Getting Things Done y Nefando. Son compañeros que iré alternando en los breves tiempos muertos en las escalas y antes de dormir. En un viaje como este, la idea no es terminar los libros o devorarlos, sino que cumplan con su misión de compañeros. Pensando así, nunca viajo realmente solo. En mí resuenan esos personajes, pensamientos y voces de esos autores, como un susurro en el aire, en las pisadas por las calles y en el enrarecido aire caliente del hemisferio sur en verano.

Creo que en los viajes, cualquiera que éste sea, hay que entrar, no quedarse nunca en el borde. Hay que nadar, ahogarse, ensuciarse, para luego ver lo pequeños que somos cuando no recorremos el mundo.
Es por esto que agradezco darme, una vez más, la oportunidad de viajar.
Dejo por acá una canción que me acompaña en este viaje, a manera de soundtrack: