Saudade de Domingo #28: Desafío de 21 días

Estoy de vuelta. El último artículo de Saudade de Domingo fue hace poco más de dos meses, el domingo 4 de abril. Algunas cosas importantes han pasado en este tiempo pero las iré contando en otros posts o por otras vías. Ahora tengo 30, que los recibí con mucho cariño tanto en Guayaquil como en Buenos Aires. Aquello que algunos llaman la crisis de los 30 no me ha agarrado de golpe, pues aunque suene raro siempre quise tener 30 (desde lo 20). Me parecía una edad de madurez y juventud, con un recorrido profesional en ascenso y con muchas expectativas en una de las décadas más productivas de la vida de un ser humano. Obviamente aparece ahora con más fuerza una vocecita interna que te recuerda que tienes 30 y que hay cosas que no pueden quedar para mañana. Y esa vocecita es estimulante pero también cansina. Toca recordarse que tener 30 es una edad para recomenzar muchas cosas, iniciar objetivos sin temores porque quiérase o no, con el paso de los 20, se emprenden mejores desafíos llegados los 30.

Así que pensando en desafíos me he propuesto uno nuevo. Sencillo pero que va a requerir de mí un compromiso. Me suelo comprometer al 100% en mi trabajo, en proyectos grupales pero cuando toca pensar en proyectos personales toda excusa es válida. Así que me obligaré a algo sencillo que pretende modificar en algo mis hábitos. Utilizando la «técnica» de los 21 días (que se dice que es el tiempo que le toma al cerebro adquirir un nuevo hábito), me propongo desde hoy subir una foto con un texto narrativo, poético, ficcional, a partir de lo que me inspire esa imagen. Todas las imágenes durante los 21 días se subirán en mi cuenta de Instagram (@Saudade86). Algunas serán tomadas específicamente par este proyecto, otras serán fotografías viejas que tomé en algún momento. Así que quien quiera ver mis delirios de fotos y textos, puede encontrarme por allá.

21-diasDesde hace algún tiempo deseaba emprender un desafío de 21 días completo. El único que logré cumplir a carta cabal fue el tratamiento completo de Magnified Healing, una técnica sanación espiritual que aprendí en Buenos Aires y que necesitaba realizar durante 21 días seguidos luego de la iniciación. Según los entendidos en biología y PNL, son 21 días y no más y no menos, por el hecho de que las células se regeneran en ese número de días y las nuevas que nacen por así decirlo, toman como natural esa práctica o hábito que antes no estaba cultivado.

Así que veré qué sucede durante estos 21 días. Paralelamente sigo escribiendo la novela que llevo desde el año pasado, así que espero el reto de los 21 días con las fotos, funcione como una especie de catalizador.

Delicias de Puerto Rico

Ya hace un tiempo atrás había escuchado hablar de Mofongos, un restaurante comida de Puerto Rico que se encuentra Urdesa (Víctor Emilio Estrada entre Ilanes y Jiguas). En la búsqueda por almorzar algo diferente, con dos amigas del trabajo decidimos apostar por este lugar y la verdad que superó cualquier expectativa. Atención excelente, comida deliciosa, ambiente agradable y precios accesibles.

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Mofongo de pollo

Aprendimos que el nombre del restaurante lo toma de un plato típico de Puerto Rico cuya «envoltura» es de verde frito con chicharrón y en el interior puede haber pollo, lomo o mariscos. Yo pedí un mofongo de pollo con salsa de champiñones en tamaño junior (Si tienes un apetito muy muy muy voraz, podrías animarte con la porción «normal» que se sirve en realidad en una especie de mortero grande). Suelo comer mucho y ya con el tamaño junior estaba repleto, tanto que no hubo espacio para los postres que también prometían ser deliciosos. También es verdad que de entrada habíamos pedido unos piononos que son una especie pastelitos de maduro enrollado con carne molida y salsa de maní. No soy muy adepto al maní, pero la combinación de todos los sabores estuvo exquisita.

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Piononos de maduro

En definitiva, Mofongos es una opción altamente recomendada que no hay que dejar pasar.  Espero volver pronto a explorar otro mofongo con alguna de las otras salsas que el surtido menú ofrece.

Saudade de Domingo #27: El libro del abuelo

A los siete años mi abuelo decidió regalarme un libro. Las circunstancias están difusas en los vericuetos de la memoria. Recuerdo haber recibido el libro con alegría pero con un gran escepticismo de poderlo leer completo. Era un libro célebre de Julio Verne, Veinte mil leguas de viaje submarino. Tenía en la primera página una dedicatoria que citaba un pasaje bíblico de Proverbios. Me pareció un gesto lindo y atesoré el libro conmigo. Esto fue en junio de 1993 y menos de un año después, mi abuelo ya había fallecido.

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No tengo muchos recuerdos de mi abuelo. Lamentablemente no fue presencia constante durante mis primeros años de vida a pesar de que vivíamos cerca. Lo veía a veces desde la ventana de mi casa entrando o saliendo de la suya. Su figura característica no daba margen a dudas que era él: Un hombre gordo, de panza prominente, blanco rosado, de ojos turquesa y con pelo blanco escaso. Parecía una especie de Papá Noel guayaco que se delata por su fuerte acento tropical que no guardaba mucha relación con su aspecto más bien nórdico. Lo observaba a la distancia y sabía que era mi abuelo, por ser padre de mi padre. Algunas veces mi papá lo llevaba en el auto para algún chequeo médico, pero sólo vine a tener contacto con él, un poco más cercano, justo el año anterior a su muerte. Recuerdo que una vez me llevó a pasear por el centro, recorrimos el Parque Seminario, caminamos por el Museo Municipal y almorzamos un sopa de menestrón en algún restaurante desangelado del centro guayaquileño. Es extraño cómo logro acordarme de estos hechos y de sentir mi mano pequeña agarrada de la mano de mi abuelo. Era una mano gorda, blanca con grandes pecas que se abrían paso entre las arrugas. Recuerdo que me dijo que no me tenía que soltar de él porque había mucha gente y podía perderme. Y yo me lo tomé en serio y no me solté para nada, aun cuando la palma de la mano me sudaba.

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Como decía, no recuerdo exactamente cómo llegó el libro a mí. Sólo sé que lo recibí y me causó gracia que mi abuelo me llamara Santiaguito en esa dedicatoria. Durante mis primeros años de vida nadie me llamó por ninguno de mis dos nombres. Tenía un apodo familiar y en la escuela me llamaban por el apellido. Mi abuelo fue el primero que llamó por mi segundo nombre y sólo fue pasados los doce años cuando asumí que quería usar Santiago como nombre habitual. Era mi primer libro de más de 400 páginas y tengo la sensación de que intenté leer la primera página. Pero la letra diminuta y el espaciado mínimo le ganaron a mi voluntad de siete años. Lo guardé por varios años, terminé el colegio, entré a la universidad, me fui del país a hacer una maestría y sólo ahora, por cosas de un trabajo puntual en el que participo, recordé la existencia del libro. Lo encontré perdido entre los libros de Derecho de mi papá. Aun sus páginas mantienen el olor característico de la editorial Oveja Negra pero se han amarillado un poco con el tiempo. Las polillas también han hecho su trabajo todos estos años, aunque han sido benévolas con Verne. Sólo se nutrieron de algunas partes que no afectan la lectura. Ahora tengo el libro sobre mi velador, junto con otros que tengo pendientes. Han tenido que pasar casi 23 años para que el libro se imponga como lectura. Realmente el tiempo es relativo.

Peli de Sábado por la Noche #17: American Psycho (2000)

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Han pasado 16 años de su estreno, pero American Psycho es una de esas películas que podrían llamarse atemporales. Causó revuelo en su época, a mediados de los 2000,  por ciertas escenas de sexo que se presentaban en la cinta. La casa productora Lions Gate llegó incluso a cortar una escena donde el personaje principal hacía un menage à trois, con dos prostitutas, para huir de la terrible censura de NC-17 (no apta para menores 17 años).

¿Pero por qué despertó tanta polémica, ya en el siglo XXI, una película como American Psycho? La cinta basada en la novela homónima de Bret Easton Ellis, cuenta la historia de Patrick Bateman (Christian Bale), el vivo retrato del yuppie norteamericano de los años 80: Exitoso, apuesto, mujeriego y millonario, que se sabe especial pero que pareciera no estar del todo feliz con la vida perfecta que lleva. En la otra cara de la moneda, cuando llega la noche, Patrick se transforma en un asesino frío que no duda en matar indigentes, prostitutas, escudándose siempre en la imagen perfecta de carismático que demuestra en todo momento. A lo largo de la película el suspenso va aumentando y la directora Mary Harron hace un excelente trabajo que culmina en un desenlace que deja mucho para pensar.

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Christian Bale construye un notable personaje en la piel de Patrick Bateman. Su actuación busca detalles en los gestos minúsculos, las miradas y sabe manejar bien los momentos de acción de su personaje. Deja entrever la dualidad en la que vive Patrick, lo cual es un gran acierto que despierta curiosidad desde los primeros minutos de la película. Inicialmente el papel de Bateman sería interpretado por Leonardo DiCaprio pero se dice que terminó rechazándolo por miedo a que su imagen quedara encasillada en el personaje (hay que recordar que en aquel entonces Leo todavía era idolatrado por Titanic).

Una muy buena película de suspenso para disfrutar un sábado por la noche.

Saudade de Domingo #26: Cuando me enamoré del teatro

No nací en una familia consumidora de teatro. Sin embargo de una u otra forma siempre estuvo cerca. Recuerdo haber visto de pequeño varias representaciones teatrales en la calle y más allá de si podía o no entender lo que veía, me gustaba ver la caracterización de los personajes. Era pequeño para entender sobre el hecho escénico pero tengo la sensación de haberme divertido viendo a aquellos actores y actrices asumidos en sus roles.

Más tarde, por el colegio fuimos a ver las obras clásicas que el Teatro Centro de Arte montaba: El Hombre de la Mancha, La vida es sueño, La celestina. De acá me llamó mucho la atención las grandes escenografías y sobre todo me gustaba el momento en que los actores al término de la obra se agarraban las manos y hacían un venia a nosotros, el público. Luego se abría una especie de foro con los actores. Recuerdo claramente haber pensado, sin decirle nada a nadie: “Yo quiero estar ahí, hacer un personaje, estar en el escenario”. Ahora que lo pienso, en esos foros estaban actores que hoy en día son grandes amigos míos.

Por el mismo colegio tuvimos un año (un sólo año) de clases de teatro. Era la última hora de los martes y jueves. El profesor era un belga que balbuceaba un español afrancesado a pesar de que él era flamenco. No puedo recordar los ejercicios puntuales que hacíamos pero sí tengo la sensación de haberme divertido con las consignas, creando una escena pequeña, aprendiendo textos cortos, aprendiendo a proyectar la voz desde el diafragma.

Durante la adolescencia fui bastante introvertido. Mi cartografía era de la casa al colegio y viceversa. Las tardes estaban consagradas para escribir, así que fui muy poco al teatro por motus propio durante la adolescencia. Ya en la universidad, fue decisivo para mí haber conocido a Santiago Roldós y Pilar Aranda, quienes en esa época estaban creando la carrera de Escénica en el ITAE. Tomé con ellos un taller que dieron en Casa Grande en el 2004 y como de costumbre, entraron alrededor de 20 y terminamos 5. El taller me abrió la cabeza en muchos sentidos pero en aquella época con 18 años recién cumplidos, no logré entender muchos ejercicios escénicos, aunque siempre los hice para probarme qué pasaba conmigo. Al final del taller hicimos una linda lectura teatral a partir de varios textos que cada uno de nosotros había escrito. A finales de ese 2004, entré en el grupo de teatro de la universidad Tzantza Grande, que dirigía y sigue dirigiendo Marina Salvarezza. Estuve en todos los montajes posibles del 2005 al 2008, año en que empecé mi proyecto de titulación y casi que como consecuencia natural, decidí unir dos pasiones en una tesis: Haciendo un documental sobre la gestión cultural y el teatro guayaquileño.

Fue en ese proyecto que con mi amigo y compañero de tesis nos metimos de cabeza. Hablamos con los actores, conocimos nuevos grupos, vimos todas las obras que se presentaron durante el 2008 en Guayaquil. Sarao, Arawa, Kurombos, el ITAE se volvieron nuestras casas  durante nuestras horas de trabajo. Marchamos con los teatristas por la 9 de octubre para conmemorar el día del teatro, nos metimos en los bastidores de las obras, callejeamos con Arawa con sus montajes y los muñecones que llevaban en el Cerro de Cuentos de Ángela Arboleda, sentimos de cerca el arduo trabajo del teatrista en una ciudad manejada por gestores más de nombre que de acción. Era un Guayaquil quizás un poco diferente al de hoy en día.

Con el documental que terminamos en diciembre del 2008, entendí finalmente muchos de los ejercicios que Santiago y Pilar nos proponían en el taller del 2004. Tuvieron que pasar cuatro años en mí para poder entender más sobre el hecho escénico. Me sentí feliz por haberme dado la oportunidad para luego llegar a escudriñar en los recovecos de la escena. Desde ese 2008, cada 27 de marzo tiene para un sabor especial: el de la creación, los ensayos, la iluminación, los textos como pretextos, el cuerpo en sus infinitas posibilidades sobre las tablas. El teatro además de transportarme a otros mundos, ha sido el lugar que me ha permitido conocer a personas maravillosas que hoy se han convertido en mis amigos. Por el teatro, he viajado, he bebido, he comido, he llorado, he discutido. Es inevitable no involucrarse emocionalmente cuando se habla del teatro. Así que mi enamoramiento con el teatro fue causal como un encuentro, se desarrolló a lo largo de trabajos y sigue creciendo, reinventándose en una escena, en un personaje, en una ciudad o en el campo, en una noche o en una mañana de textos efervescentes.

¡Feliz día del Teatro!

Peli de Sábado por la Noche #16: The Big Short (2016)

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La verdad no le tenía mucha fe a esta película. El mundo de las finanzas no es algo con lo que esté familiarizado y temía aburrirme, pero decidí darle una oportunidad. Me sorprendió gratamente la manera en que el guión está construido a partir del libro homónimo de Michael Lewis. A pesar de la cantidad de datos técnicos del mercado financiero que son proporcionados a lo largo de la película, el guión no duda en poner en boca de los personajes la definición términos completos que son claves para entender la película. Los personajes hablan de forma didáctica al espectador en una mezcla de comedia y parodia para suavizar los conceptos. A pesar del recurso, no logré comprender del todo los datos, cifras que daban cuenta de la época previa del default del 2008.

La película muestra a varios personajes de mundo bursátil que con olfato pronosticaban una profunda crisis financiera y apostaron en contra de unos créditos hipotecarios denominados CDO. Aunque la mayoría los creía locos, años después con el default fueron considerados visionarios.

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Christian Bale como Michael Burry

El elenco en actuación es muy equilibrado. Christian Bale, Ryan Gosling, Brad Pitt y Steve Carell construyen personajes verosímiles y por el género híbrido de la película caminan entre un drama y una comedia negra. Además del guión apropiado, el montaje acelerado, discontinuo en algunas secuencias le aportan un ritmo a la película que la sacan del nicho reducido de las finanzas.

Una película interesante sobre todo para quien esté interesado o tenga curiosidad de ver cómo se mueven las fichas en las altas esferas de los bancos donde los clientes son apenas una cifra.

Saudade de Domingo #25: Las sorpresas del aula

El profesor aprende siempre, pero hay materias que logran que ese aprendizaje sea quizás más intenso o quizás no sea alguna asignatura en particular sino el contexto en el que se da esa clase. El jueves pasado terminé la clase de Storytelling, materia que tuvo una génesis abrupta, delirante. Una materia que me llegó como un desafío repentino y que me sacó del confort de dar una materia preparada en su totalidad desde el inicio del ciclo. Storytelling se construyó sobre la marcha, del mismo modo que los guionistas latinoamericanos escriben los capítulos de las telenovelas. Haciendo ajustes en el camino, probando qué funcionaba, qué no, dejando afuera ejercicios que debieron quedarse en el disco duro de la compu dada la intensidad de la materia. Preparar 7 horas de clase por semana era un desafío pero me lancé para probarme hasta dónde podía llegar. Paralelamente a estas clases, empecé a entrenarme actoralmente y como todo es sistémico, muchos de los descubrimientos que fui haciendo en mí, de alguna manera se volcaron también en las clases.

Amo las materias que enseño, pero Storytelling era como el hijo pequeño, rechonchito, cariñoso que había que mimar. Hice en esta materia los ejercicios de creatividad que hubiera querido hacer cuando era estudiante de pregrado. Storytelling es el fruto de todas las clases que di anteriormente. Los años de enseñanza (que tampoco es que son tantísimos) enseñan, valgan la redundancia, a ser menos caótico, un poco más paciente y dúctil.

En Storytelling más allá cumplir un syllabus, un programa, lo que realmente me planteé fue que los chicos se quitaran esas ideas absurdas de la cabeza de que no pueden escribir, de que están negados para crear. Escucharlos decir “no puedo” era verme a mí mismo sentado como estudiante sufriendo porque “no podía”, atrapado por mis miedos de no ser bueno, de no hacer las cosas bien. Decirles que podían, que nadie los puede limitar en crear, era recordarme a mí que puedo escribir, que puedo soñar con el libro que aun no termino, con la peli que estoy escribiendo.

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Las 25 cartas sobre el escritorio, antes de la entrega.

La semana pasada que era casi la última de clases, mientras presentaban unos trabajos empoderados con sus historias, pensé: les quiero escribir. No dije nada, quería que fuera una sorpresa, además porque tampoco estaba seguro de terminar de escribir una carta personalizada. Así que desde el fin de semana empecé a leer de un tirón todos los post de los blogs que habían creado para la materia  y luego me di a la tarea de escribir una carta para cada uno, destacando sus fortalezas, lo que debían mejorar y consejos para seguir en la aventura del escribir. Fueron demasiadas horas. ¡25 alumnos! Iba con la lista de excel sombreando a los que ya les había escrito. En algún momento pensé “ya está, no lo logré, igual no saben lo que tenía planeado”. Pero una voz interna, fiscalizadora me ponía frente a la pantalla a seguir leyendo y escribiendo. Si apreciarían o no la carta, no era asunto mío.  Creo que a veces esperamos siempre algo del otro y me parece que hay que empezar por uno mismo. Entregarle una carta a cada uno, era además entregarme una carta. Entregarle una carta al Santiago niño, al Santiago adolescente con acné, al Santiago universitario de pelo largo y barba tupida, al Santiago del magíster viviendo en el sur del planeta. No creo que vuelva a escribir cartas pero seguramente buscaré algún otro recurso que vaya acorde al espíritu de la materia y de los estudiantes. De cualquier manera como docente, me gustó el ejercicio de volver a algo retro como la comunicación epistolar. Cada tanto viene bien recuperar ciertas costumbres perdidas y enseñar me dio la oportunidad.

Saudade de Domingo #24: Se vienen los 30

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Los 30 años en abril

Cumplir años es una formalidad. Una formalidad en el sentido que las experiencias adquiridas no necesariamente reflejan la edad en términos biológicos. Ni tampoco es que cumplir determinado número de años te vuelva automáticamente maduro o “sabio”. Hay quienes dicen que la edad es mental, yo desde una perspectiva holística creo que la edad es mental, biológica, social, producto de un entorno que tiene ciertas expectativas hacia lo que se debe hacer o tener cuando cumples determinada edad.

Y así me acerco a los 30. Edad en la que mi papá me tuvo entre sus brazos por primera vez. Edad en la que ya estaba casado hacía cinco años con mi mamá. Edad en la que en términos sociales, mi papá había cumplido con “la tribu” en formar familia, generar descendencia y ser parte de la población económicamente activa del país cumpliendo con el derecho al sufragio y el deber de pagar religiosamente sus impuestos, entre otros aspectos.

Los tiempos son otros. El 1986 de mi padre no es mi 2016. Mucha agua pasó por debajo y los 30 para mi generación vienen con otras cargas ideológicas. Somos quizás más libres de pensamiento que nuestros padres, nuestras inquietudes antes de pensar en una familia como tal pueden ser cuál sería el siguiente posgrado o puesto laboral al que quiero llegar, dónde me iré de vacaciones luego de trabajar tantos meses sin descanso. Los hijos vendrán si tienen que venir y serán bienvenidos cuando toque la hora. Mi generación parece estar más preocupada del bienestar personal, de equivocarse y preguntarse qué carajo queremos de la vida, antes de unirnos a otro ser humano igualmente confundido. Y eso me gusta, saberme errático, un investigador constante en mis emociones, probarme en áreas de trabajo que jamás me habría imaginado, amando sin importar las etiquetas, jugando con mis amigos a ser nuevamente niños, llorando con el fin de una serie o un buen libro que termina, cantando casi en susurro una melodía brasileña o alguna canción perdida de Françoise Hardy o Vasco Rossi, escribiendo alguna novela o guión fantaseando con el destino de los personajes. Mis 30 son el cúmulo de experiencias propias, prestadas, recicladas, observadas y son ellas las que me dicen si debo o no jugar en determinada cancha. Elijo dónde quiero equivocarme con un poco más de responsabilidad que a los 20. Me hago cargo completamente de mí sin señalar con un dedo acusador a quienes me rodean. He crecido pero no a golpes o al menos no tomo como puñetazos las épocas de escasez, de incertidumbre tanto en mi casa como en tierra ajena. En aquellos momentos dentro de la escena sí, era el infierno en la tierra, pero visto a la distancia aquellos remezones me han colocado donde estoy ahora. No soy un ganador tampoco, apenas un participante que sigue apostando a pesar del mal tiempo.

Los 30 no me sorprenden. Los he esperado desde hace algunos años, no como sinónimo de vejez ni de una responsabilidad rancia de ser adulto sino como el lugar de plenitud entre juventud y madurez. Quiero tener orgullo al decir que tengo 30, sí 30, no 28, no 25, no quiero repetirme en las cifras del pasado. En estos 30 me preparo para un renacer en varios proyectos en los que aparentemente empiezo de cero pero creo que tener a mi favor, una conciencia de mí que antes no tenía.

Y con estas ideas dando vueltas en mi cabeza, vivo las últimas semanas de los 29. Me despido del segundo piso no con tristeza y sí con alegría. No me arrepiento de mis 20. Fueron los años necesarios para sentirme más a gusto en los 30 y sólo por eso han valido la pena. ¡Qué vengan los 30!

Saudade de Domingo #23: ¡Feliz cumple Gabo!

«Empecé a escribir por casualidad, quizás sólo para demostrarle a un amigo que mi generación era capaz de producir escritores. Después caí en la trampa de seguir escribiendo por gusto y luego en la otra trampa de que nada me gustaba más en el mundo que escribir», le confesó García Márquez a su amigo Plinio Apuleyo Mendoza en una de sus tantas charlas que luego se recogieron en el libro El olor de la guayaba (1982). A quienes amamos sus obras, agradecemos que haya caído en esa trampa y haya producido personajes endiablados en la ardiente costa atlántica colombiana.

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García Márquez me ha acompañado de forma casi permanente desde los 12 años. Como niño inquieto que era a nivel intelectual, no se me ocurrió nada mejor que empezar a leer a García Márquez que con Cien años de soledad. Recuerdo que su lectura me tomó casi dos meses pero no tengo consciencia de qué tanto entendí del libro en esa ocasión. Lo que sí recuerdo era esa sensación de estar descubriendo un mundo mágico mucho más cercano a mi realidad. Hasta antes de Cien años de soledad, había leído a Dickens, Twain, D’amicis, Stevenson, Lagerlöff, con historias situadas en lugares tan lejanos, de fonéticas extrañas y de pronto con Gabo, me encontraba en Aracataca en el Magdalena, no muy lejos de Santa Marta, la ciudad de mi mamá que siempre está muy presente en nuestras conversaciones familiares.

No tardé mucho en hacer asociaciones entre lo que leía y lo que me contaba mi tía Silvia acerca de ciertas tradiciones en Santa Marta. De pronto comenzaba a encontrar analogías entre los Buendía y los Reyes (mi familia materna). Las tías de mi mamá se convertían entonces en una especie de Amaranta y Rebeca, mientras que la abuela, ese ser que no llegué a conocer pero que mi mamá idolatra hasta hoy por su fortaleza de carácter y sabiduría, se convertía sin lugar a dudas en Úrsula Iguarán. Como alguna vez dijo García Márquez, la cultura caribeña es una sola. Y yo le creo, porque mi familia materna es sin saberlo, muy garciamarquiana.

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García Márquez recibiendo el Nobel en Suecia (1982)

Pero no todo fue lindo con Cien años de soledad. Sufrí mucho con el final de la novela. Recuerdo no haber podido sacarme las últimas páginas de mi cabeza en un buen tiempo y me quedé con una sensación de vacío al pensar que todo había terminado. Adicto a su escritura, me encontré luego leyendo Crónica de una muerte anunciada, Doce cuentos peregrinos, La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada, Ojos de perro azul, entre muchos otros. Más adelante volví a leer Cien años de soledad y con mayor edad empecé a hilar mejor los hechos y a entender el laberíntico árbol genealógico de Arcadios, Úrsulas y Aurelianos que se repitían en cada una de las generaciones. Hasta la fecha debo haber leído la novela unas cinco veces. Me viene bien cada cierto tiempo volver al libro para actualizarme en su lectura y también para recordarme a mí mismo mientras lo leía en otras instancias de mi vida.

Le debo a García Márquez el amor a la literatura, a la escritura, al observar con milimétrica precisión, a la búsqueda constante de un adjetivo distante que sirva para crear una metáfora. Al leer mis primeros textos de la adolescencia puedo detectar la gran influencia que la escritura de García Márquez tuvo en mí. Cuando los leo, sonrío porque puedo incluso recordar qué libro o cuento de García Márquez estaba leyendo por esa época. Sin duda alguna no habría entrado a la literatura sin García Márquez y tampoco hubiera entrado a lo audiovisual por consiguiente. Sus historias me mostraron un mundo diferente y en la identificación me hizo preguntarme por mi propia voz, qué es lo que busco narrar y cómo hacerlo.

Hoy Gabo habría cumplido 89 años y aunque desapareció de este plano hace dos, sus obras siguen tan vivas como siempre. En cualquier libro de su autoría Gabo estará vivo cuando un lector recorra sus líneas. Establecerá un diálogo con el colombiano más caribeño del mundo y será como tomar una cerveza con un amigo en una tarde de sol brillante. Una conversación de esas que uno recuerda toda la vida. Así que hoy sacaré del estante algún libro de Gabo al azar, el primero que vea y charlaré por unas horas con mi querido amigo y mentor para celebrar su cumpleaños.

Peli de Sábado por la Noche #13: The Martian (2015)

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Le tengo cierto recelo a la ciencia ficción. Por experiencias anteriores, no termino haciendo clic con el género del todo, sin embargo The Martian, dirigida por Ridley Scott, me ha sorprendido. Empecé a verla con poca expectativa y me sorprendió. Es una película que a pesar de sus más de dos horas mantiene enganchado al espectador por los giros dramáticos que presenta la historia.

En The Martian, Matt Damon interpreta a Mark Watney, un astronauta que es dado por muerto por sus compañeros de tripulación durante una fuerte tormenta en Marte. Mark debe arreglárselas para sobrevivir en el planeta hasta que puedan rescatarlo.

La cinta no decae en ningún momento y en medio de lo que podría ser algo monocorde como ver la supervivencia de Mark, pronto se va mostrando la trama paralela de los personajes de la NASA que busca la forma de encontrarlo. La película además de una excelente fotografía posee muchos momentos de humor que logran distender el ambiente  de desolación que a veces se toma la historia. Matt Damon hace una actuación impecable que huye de cualquier lugar común de interpretación, en una historia donde la mayor cantidad de escenas está solo.

The Martian está basada en la novela homónima de Andy Weir, quien inicialmente publicó su historia en su página web, para luego venderla en Amazon por 0,99 centavos. Al convertirse en uno de los libros más leídos llegó a ser publicado por la editorial Crown, logrando el puesto número 12 de los best sellers del New York Times en el 2014.

Una buena peli de ciencia ficción que vale la pena ver.