Aunque suena a frase hecha, los estudiantes enseñan también a sus profesores. Con el paso de los años, tengo más diferencia generacional entre mis estudiantes que cuando empecé a los 22. Ahora ellos me ponen al día de lo que está «in», de lo que funciona a nivel social e incluso técnico, pensando en el ámbito audiovisual. Me gusta saberme inexperto también y que sean ellos quienes terminen provocando en mí las ganas de seguir aprendiendo.
En este nuevo ciclo de clases que empieza mañana, vuelvo a tener a cargo la materia de Storytelling. Es una asignatura que armé con amor, pensando en cada clase con su parte teórica y su respectivo taller. Leí mucho para entregar un material que le sirviera al estudiante en su desarrollo profesional. De todas las materias que he tenido, debo decir que Storytelling fue una de las que más disfruté. Pude hablar en ella sobre mi pasión por la escritura, escuchar los relatos de los alumnos y ver en qué funcionaban o en qué no. Pude escuchar los comentarios de otros estudiantes que me hacían ver las historias desde otra perspectiva. Muchas veces armando esta materia, me decía: «me encantaría a mí hacer este taller con ellos». Pero bueno, parafraseando al meme famoso «luego me acuerdo que soy el profesor y se me pasa». También debo decir que en Storytelling conocí a estudiantes brillantes con los que aun hoy tengo contacto. Me encanta cuando una materia propicia luego una amistad que sobrepasa las barreras del campus universitario. No siempre sucede pero cuando pasa, lo agradezco.
Han pasado tres años desde que di esa materia, revisé el syllabus, recordé los talleres y la carta que le escribí a cada estudiante al final del curso por haberse dejado «afectar» (en buen sentido) por el trabajo de escritura. Leyendo de nuevo el syllabus me sentí otro. Miré con cariño los contenidos mientras pensaba que este año no quería replicar lo que hice en el 2016. En el transcurso de estos tres años, ha habido nuevas lecturas, nuevos escritos, talleres que cursé en diferentes lugares. De modo que el Storytelling de este año debía estar acorde con el Santiago profesor que soy en el 2019. Ahí comenzaron a emerger un sinnúmero de ejercicios, temas para explorar. La carta abierta del decano para permitirme que los estudiantes exploren su creatividad a través de la escritura, me hizo que pensara en esta materia casi las 24 horas del día. Cualquier conversación, lectura ocasional o video en Facebook era una posibilidad para convertirse en un posible taller o módulo de la materia. Tenía la misma emoción que cuando curso un taller de escritura y me invade la ansiedad por no saber lo que voy a escribir.
Aunque suelo ser bastante digital, cuando tengo proyectos nuevos (sea de clases o de escritura) necesito fijar cosas en papel. Así que cuando empecé el proceso caótico de dar forma a las clases, agarré una hoja y empecé a bocetear, primero temas generales con lecturas y videos, para luego ir depurando hasta llegar al contenido clase a clase. En ese proceso algunas cosas se han quedado afuera. Talleres que me encantaría dar pero que quizás llevarían a la clase por otro camino, lecturas que pueden ser interesantes pero que serían más pertinentes para otra asignatura. Tuve que depurar contenidos para que las clases también fueran más ligeras y permitieran la espontaneidad necesaria en una clase de escritura.
No sé lo que pasará en este ciclo de clases, no sé qué estudiantes tendré ni qué tan dispuestos estén para arriesgarse en lo difuso que puede ser el camino del escritor. Lo que sí tengo claro es que esta materia habla mucho de mí, de lo que busco, de lo que me conmueve en este 2019. Quizás como en otros años y en otras materias, algunos estudiantes me sirvan como espejo y pueda aprender también qué taller funcionó, qué lectura fue fundamental o qué definitivamente falló. En esta materia por la estructura que tiene, el único error posible es el de no arriesgarse. Todo lo demás es bienvenido, porque afortunadamente, todo suma en el proceso de escritura.
Debe estar conectado para enviar un comentario.