Saudade de Domingo #29: Mi compañero fiel

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No recuerdo con exactitud desde hace cuánto tiempo estamos juntos. Me parece que lo compré en el 2009 o 2010. Llevaba años deseando un iPod Classic pero por razones económicas no era posible, así que en la espera me contentaba con un iPod Nano que fue mi compañero durante varios años. Sin embargo me paseaba por las tiendas de Apple (vitrineada que siempre ha sido mi debilidad) para ver el iPod Classic, con la esperanza de llegar con el dinero para comprarlo. Los 160 GB de capacidad eran el principal factor seductor. Siempre he sido melómano y el disco duro de la época ya no era suficiente para almacenar toda mi música. El iPod Classic aparecía incluso más que por un gusto, por una necesidad (o eso me argumentaba a mí mismo para animarme a la compra).

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Una vez que logré llegar al valor (no recuerdo ni cuánto me costó pero sé que para mi sueldo de entonces no era poco), le vendí -o regalé- el iPod Nano a mi hermana, que luego de unos años pasó a manos de mi mamá. Aun recuerdo la sensación de alegría y sorpresa al tener el iPod Classic conmigo. Un modelo impecable con ese aroma a nuevo tan particular que tienen todos los productos Apple al sacarlos de la caja. Pasé mis álbumes al iPod Classic y ocupé un poco más del 10% de la memoria total. El iPod me hacía sentir un novato, pero me daba la satisfacción de que cada carpeta de música nueva con cientos de megas, no sería una preocupación para mi iPod (de hecho hasta hoy en día no lo es). Y es así como hoy tengo carpetas variadas en todos los idiomas posibles, de todos los géneros posibles, normados por el idioma francés que le impuse al iPod desde hace años, como una manera de estar siempre practicando el idioma.

Desde entonces el iPod Classic ha sido mi gran compañero. Me ha acompañado a mis viajes  a Quito, Cuenca, Ambato, Riobamba, Otavalo, Galápagos, Rosario, Buenos Aires, Montevideo, Punta del Este y ha sido el centro de atención en varias reuniones de amigos. Ha sido el medio de inspiración para muchas cosas que he escrito. Me ha hecho ameno muchos recorridos a pie, en tren, en carro, en avión. Definitivamente mi vida habría sido otra sin el iPod. Sumergirme durante horas en mi música, salvo las contadas excepciones en que no lo dejé cargando y a mitad de canción el iPod moría, fueron mi salvación en momentos críticos, donde la mejor opción era escapar con las canciones.

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Hace poco, removiendo cosas en mi cuarto, encontré la caja del iPod. Impecable, libre de manchas o golpes que evidenciaran el paso del tiempo. En ese momento caí en la cuenta de cuántos años habían pasado. Tener el iPod siempre conmigo se había naturalizado de tal manera que, a lo Marshall McLuhan, parecía una extensión de mis sentidos. Desde entonces me esfuerzo en recordar todos los momentos juntos, como si estuviéramos renovando nuestros votos. Muchos auriculares pasaron, varios protectores también, una época llegó a tener incluso una marca en la pantalla producto de una caída que luego con otra caída volvió a la normalidad, pero el amor por el iPod sigue intacto. Es curioso que actualmente ya sea considerado vintage. El avance tecnológico pronto acaba por hacer reliquia a algo de no más de diez años. Reliquia o no, mi iPod tiene un valor sentimental que no se puede contabilizar en dinero ni en moda. No tengo intención alguna de comprar un iPod actual. Así que mi iPod Classic devenido en clásico, seguirá conmigo, aguantando que  escuche miles de veces la misma canción, mostrándome siempre el top de las canciones más escuchadas, acompañándome en las horas de escritura, recordándome en portugués por qué siempre vivo alrededor de la saudade.

Saudade de Domingo #28: Desafío de 21 días

Estoy de vuelta. El último artículo de Saudade de Domingo fue hace poco más de dos meses, el domingo 4 de abril. Algunas cosas importantes han pasado en este tiempo pero las iré contando en otros posts o por otras vías. Ahora tengo 30, que los recibí con mucho cariño tanto en Guayaquil como en Buenos Aires. Aquello que algunos llaman la crisis de los 30 no me ha agarrado de golpe, pues aunque suene raro siempre quise tener 30 (desde lo 20). Me parecía una edad de madurez y juventud, con un recorrido profesional en ascenso y con muchas expectativas en una de las décadas más productivas de la vida de un ser humano. Obviamente aparece ahora con más fuerza una vocecita interna que te recuerda que tienes 30 y que hay cosas que no pueden quedar para mañana. Y esa vocecita es estimulante pero también cansina. Toca recordarse que tener 30 es una edad para recomenzar muchas cosas, iniciar objetivos sin temores porque quiérase o no, con el paso de los 20, se emprenden mejores desafíos llegados los 30.

Así que pensando en desafíos me he propuesto uno nuevo. Sencillo pero que va a requerir de mí un compromiso. Me suelo comprometer al 100% en mi trabajo, en proyectos grupales pero cuando toca pensar en proyectos personales toda excusa es válida. Así que me obligaré a algo sencillo que pretende modificar en algo mis hábitos. Utilizando la «técnica» de los 21 días (que se dice que es el tiempo que le toma al cerebro adquirir un nuevo hábito), me propongo desde hoy subir una foto con un texto narrativo, poético, ficcional, a partir de lo que me inspire esa imagen. Todas las imágenes durante los 21 días se subirán en mi cuenta de Instagram (@Saudade86). Algunas serán tomadas específicamente par este proyecto, otras serán fotografías viejas que tomé en algún momento. Así que quien quiera ver mis delirios de fotos y textos, puede encontrarme por allá.

21-diasDesde hace algún tiempo deseaba emprender un desafío de 21 días completo. El único que logré cumplir a carta cabal fue el tratamiento completo de Magnified Healing, una técnica sanación espiritual que aprendí en Buenos Aires y que necesitaba realizar durante 21 días seguidos luego de la iniciación. Según los entendidos en biología y PNL, son 21 días y no más y no menos, por el hecho de que las células se regeneran en ese número de días y las nuevas que nacen por así decirlo, toman como natural esa práctica o hábito que antes no estaba cultivado.

Así que veré qué sucede durante estos 21 días. Paralelamente sigo escribiendo la novela que llevo desde el año pasado, así que espero el reto de los 21 días con las fotos, funcione como una especie de catalizador.

Saudade de Domingo #27: El libro del abuelo

A los siete años mi abuelo decidió regalarme un libro. Las circunstancias están difusas en los vericuetos de la memoria. Recuerdo haber recibido el libro con alegría pero con un gran escepticismo de poderlo leer completo. Era un libro célebre de Julio Verne, Veinte mil leguas de viaje submarino. Tenía en la primera página una dedicatoria que citaba un pasaje bíblico de Proverbios. Me pareció un gesto lindo y atesoré el libro conmigo. Esto fue en junio de 1993 y menos de un año después, mi abuelo ya había fallecido.

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No tengo muchos recuerdos de mi abuelo. Lamentablemente no fue presencia constante durante mis primeros años de vida a pesar de que vivíamos cerca. Lo veía a veces desde la ventana de mi casa entrando o saliendo de la suya. Su figura característica no daba margen a dudas que era él: Un hombre gordo, de panza prominente, blanco rosado, de ojos turquesa y con pelo blanco escaso. Parecía una especie de Papá Noel guayaco que se delata por su fuerte acento tropical que no guardaba mucha relación con su aspecto más bien nórdico. Lo observaba a la distancia y sabía que era mi abuelo, por ser padre de mi padre. Algunas veces mi papá lo llevaba en el auto para algún chequeo médico, pero sólo vine a tener contacto con él, un poco más cercano, justo el año anterior a su muerte. Recuerdo que una vez me llevó a pasear por el centro, recorrimos el Parque Seminario, caminamos por el Museo Municipal y almorzamos un sopa de menestrón en algún restaurante desangelado del centro guayaquileño. Es extraño cómo logro acordarme de estos hechos y de sentir mi mano pequeña agarrada de la mano de mi abuelo. Era una mano gorda, blanca con grandes pecas que se abrían paso entre las arrugas. Recuerdo que me dijo que no me tenía que soltar de él porque había mucha gente y podía perderme. Y yo me lo tomé en serio y no me solté para nada, aun cuando la palma de la mano me sudaba.

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Como decía, no recuerdo exactamente cómo llegó el libro a mí. Sólo sé que lo recibí y me causó gracia que mi abuelo me llamara Santiaguito en esa dedicatoria. Durante mis primeros años de vida nadie me llamó por ninguno de mis dos nombres. Tenía un apodo familiar y en la escuela me llamaban por el apellido. Mi abuelo fue el primero que llamó por mi segundo nombre y sólo fue pasados los doce años cuando asumí que quería usar Santiago como nombre habitual. Era mi primer libro de más de 400 páginas y tengo la sensación de que intenté leer la primera página. Pero la letra diminuta y el espaciado mínimo le ganaron a mi voluntad de siete años. Lo guardé por varios años, terminé el colegio, entré a la universidad, me fui del país a hacer una maestría y sólo ahora, por cosas de un trabajo puntual en el que participo, recordé la existencia del libro. Lo encontré perdido entre los libros de Derecho de mi papá. Aun sus páginas mantienen el olor característico de la editorial Oveja Negra pero se han amarillado un poco con el tiempo. Las polillas también han hecho su trabajo todos estos años, aunque han sido benévolas con Verne. Sólo se nutrieron de algunas partes que no afectan la lectura. Ahora tengo el libro sobre mi velador, junto con otros que tengo pendientes. Han tenido que pasar casi 23 años para que el libro se imponga como lectura. Realmente el tiempo es relativo.

Saudade de Domingo #26: Cuando me enamoré del teatro

No nací en una familia consumidora de teatro. Sin embargo de una u otra forma siempre estuvo cerca. Recuerdo haber visto de pequeño varias representaciones teatrales en la calle y más allá de si podía o no entender lo que veía, me gustaba ver la caracterización de los personajes. Era pequeño para entender sobre el hecho escénico pero tengo la sensación de haberme divertido viendo a aquellos actores y actrices asumidos en sus roles.

Más tarde, por el colegio fuimos a ver las obras clásicas que el Teatro Centro de Arte montaba: El Hombre de la Mancha, La vida es sueño, La celestina. De acá me llamó mucho la atención las grandes escenografías y sobre todo me gustaba el momento en que los actores al término de la obra se agarraban las manos y hacían un venia a nosotros, el público. Luego se abría una especie de foro con los actores. Recuerdo claramente haber pensado, sin decirle nada a nadie: “Yo quiero estar ahí, hacer un personaje, estar en el escenario”. Ahora que lo pienso, en esos foros estaban actores que hoy en día son grandes amigos míos.

Por el mismo colegio tuvimos un año (un sólo año) de clases de teatro. Era la última hora de los martes y jueves. El profesor era un belga que balbuceaba un español afrancesado a pesar de que él era flamenco. No puedo recordar los ejercicios puntuales que hacíamos pero sí tengo la sensación de haberme divertido con las consignas, creando una escena pequeña, aprendiendo textos cortos, aprendiendo a proyectar la voz desde el diafragma.

Durante la adolescencia fui bastante introvertido. Mi cartografía era de la casa al colegio y viceversa. Las tardes estaban consagradas para escribir, así que fui muy poco al teatro por motus propio durante la adolescencia. Ya en la universidad, fue decisivo para mí haber conocido a Santiago Roldós y Pilar Aranda, quienes en esa época estaban creando la carrera de Escénica en el ITAE. Tomé con ellos un taller que dieron en Casa Grande en el 2004 y como de costumbre, entraron alrededor de 20 y terminamos 5. El taller me abrió la cabeza en muchos sentidos pero en aquella época con 18 años recién cumplidos, no logré entender muchos ejercicios escénicos, aunque siempre los hice para probarme qué pasaba conmigo. Al final del taller hicimos una linda lectura teatral a partir de varios textos que cada uno de nosotros había escrito. A finales de ese 2004, entré en el grupo de teatro de la universidad Tzantza Grande, que dirigía y sigue dirigiendo Marina Salvarezza. Estuve en todos los montajes posibles del 2005 al 2008, año en que empecé mi proyecto de titulación y casi que como consecuencia natural, decidí unir dos pasiones en una tesis: Haciendo un documental sobre la gestión cultural y el teatro guayaquileño.

Fue en ese proyecto que con mi amigo y compañero de tesis nos metimos de cabeza. Hablamos con los actores, conocimos nuevos grupos, vimos todas las obras que se presentaron durante el 2008 en Guayaquil. Sarao, Arawa, Kurombos, el ITAE se volvieron nuestras casas  durante nuestras horas de trabajo. Marchamos con los teatristas por la 9 de octubre para conmemorar el día del teatro, nos metimos en los bastidores de las obras, callejeamos con Arawa con sus montajes y los muñecones que llevaban en el Cerro de Cuentos de Ángela Arboleda, sentimos de cerca el arduo trabajo del teatrista en una ciudad manejada por gestores más de nombre que de acción. Era un Guayaquil quizás un poco diferente al de hoy en día.

Con el documental que terminamos en diciembre del 2008, entendí finalmente muchos de los ejercicios que Santiago y Pilar nos proponían en el taller del 2004. Tuvieron que pasar cuatro años en mí para poder entender más sobre el hecho escénico. Me sentí feliz por haberme dado la oportunidad para luego llegar a escudriñar en los recovecos de la escena. Desde ese 2008, cada 27 de marzo tiene para un sabor especial: el de la creación, los ensayos, la iluminación, los textos como pretextos, el cuerpo en sus infinitas posibilidades sobre las tablas. El teatro además de transportarme a otros mundos, ha sido el lugar que me ha permitido conocer a personas maravillosas que hoy se han convertido en mis amigos. Por el teatro, he viajado, he bebido, he comido, he llorado, he discutido. Es inevitable no involucrarse emocionalmente cuando se habla del teatro. Así que mi enamoramiento con el teatro fue causal como un encuentro, se desarrolló a lo largo de trabajos y sigue creciendo, reinventándose en una escena, en un personaje, en una ciudad o en el campo, en una noche o en una mañana de textos efervescentes.

¡Feliz día del Teatro!

Saudade de Domingo #25: Las sorpresas del aula

El profesor aprende siempre, pero hay materias que logran que ese aprendizaje sea quizás más intenso o quizás no sea alguna asignatura en particular sino el contexto en el que se da esa clase. El jueves pasado terminé la clase de Storytelling, materia que tuvo una génesis abrupta, delirante. Una materia que me llegó como un desafío repentino y que me sacó del confort de dar una materia preparada en su totalidad desde el inicio del ciclo. Storytelling se construyó sobre la marcha, del mismo modo que los guionistas latinoamericanos escriben los capítulos de las telenovelas. Haciendo ajustes en el camino, probando qué funcionaba, qué no, dejando afuera ejercicios que debieron quedarse en el disco duro de la compu dada la intensidad de la materia. Preparar 7 horas de clase por semana era un desafío pero me lancé para probarme hasta dónde podía llegar. Paralelamente a estas clases, empecé a entrenarme actoralmente y como todo es sistémico, muchos de los descubrimientos que fui haciendo en mí, de alguna manera se volcaron también en las clases.

Amo las materias que enseño, pero Storytelling era como el hijo pequeño, rechonchito, cariñoso que había que mimar. Hice en esta materia los ejercicios de creatividad que hubiera querido hacer cuando era estudiante de pregrado. Storytelling es el fruto de todas las clases que di anteriormente. Los años de enseñanza (que tampoco es que son tantísimos) enseñan, valgan la redundancia, a ser menos caótico, un poco más paciente y dúctil.

En Storytelling más allá cumplir un syllabus, un programa, lo que realmente me planteé fue que los chicos se quitaran esas ideas absurdas de la cabeza de que no pueden escribir, de que están negados para crear. Escucharlos decir “no puedo” era verme a mí mismo sentado como estudiante sufriendo porque “no podía”, atrapado por mis miedos de no ser bueno, de no hacer las cosas bien. Decirles que podían, que nadie los puede limitar en crear, era recordarme a mí que puedo escribir, que puedo soñar con el libro que aun no termino, con la peli que estoy escribiendo.

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Las 25 cartas sobre el escritorio, antes de la entrega.

La semana pasada que era casi la última de clases, mientras presentaban unos trabajos empoderados con sus historias, pensé: les quiero escribir. No dije nada, quería que fuera una sorpresa, además porque tampoco estaba seguro de terminar de escribir una carta personalizada. Así que desde el fin de semana empecé a leer de un tirón todos los post de los blogs que habían creado para la materia  y luego me di a la tarea de escribir una carta para cada uno, destacando sus fortalezas, lo que debían mejorar y consejos para seguir en la aventura del escribir. Fueron demasiadas horas. ¡25 alumnos! Iba con la lista de excel sombreando a los que ya les había escrito. En algún momento pensé “ya está, no lo logré, igual no saben lo que tenía planeado”. Pero una voz interna, fiscalizadora me ponía frente a la pantalla a seguir leyendo y escribiendo. Si apreciarían o no la carta, no era asunto mío.  Creo que a veces esperamos siempre algo del otro y me parece que hay que empezar por uno mismo. Entregarle una carta a cada uno, era además entregarme una carta. Entregarle una carta al Santiago niño, al Santiago adolescente con acné, al Santiago universitario de pelo largo y barba tupida, al Santiago del magíster viviendo en el sur del planeta. No creo que vuelva a escribir cartas pero seguramente buscaré algún otro recurso que vaya acorde al espíritu de la materia y de los estudiantes. De cualquier manera como docente, me gustó el ejercicio de volver a algo retro como la comunicación epistolar. Cada tanto viene bien recuperar ciertas costumbres perdidas y enseñar me dio la oportunidad.

Saudade de Domingo #24: Se vienen los 30

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Los 30 años en abril

Cumplir años es una formalidad. Una formalidad en el sentido que las experiencias adquiridas no necesariamente reflejan la edad en términos biológicos. Ni tampoco es que cumplir determinado número de años te vuelva automáticamente maduro o “sabio”. Hay quienes dicen que la edad es mental, yo desde una perspectiva holística creo que la edad es mental, biológica, social, producto de un entorno que tiene ciertas expectativas hacia lo que se debe hacer o tener cuando cumples determinada edad.

Y así me acerco a los 30. Edad en la que mi papá me tuvo entre sus brazos por primera vez. Edad en la que ya estaba casado hacía cinco años con mi mamá. Edad en la que en términos sociales, mi papá había cumplido con “la tribu” en formar familia, generar descendencia y ser parte de la población económicamente activa del país cumpliendo con el derecho al sufragio y el deber de pagar religiosamente sus impuestos, entre otros aspectos.

Los tiempos son otros. El 1986 de mi padre no es mi 2016. Mucha agua pasó por debajo y los 30 para mi generación vienen con otras cargas ideológicas. Somos quizás más libres de pensamiento que nuestros padres, nuestras inquietudes antes de pensar en una familia como tal pueden ser cuál sería el siguiente posgrado o puesto laboral al que quiero llegar, dónde me iré de vacaciones luego de trabajar tantos meses sin descanso. Los hijos vendrán si tienen que venir y serán bienvenidos cuando toque la hora. Mi generación parece estar más preocupada del bienestar personal, de equivocarse y preguntarse qué carajo queremos de la vida, antes de unirnos a otro ser humano igualmente confundido. Y eso me gusta, saberme errático, un investigador constante en mis emociones, probarme en áreas de trabajo que jamás me habría imaginado, amando sin importar las etiquetas, jugando con mis amigos a ser nuevamente niños, llorando con el fin de una serie o un buen libro que termina, cantando casi en susurro una melodía brasileña o alguna canción perdida de Françoise Hardy o Vasco Rossi, escribiendo alguna novela o guión fantaseando con el destino de los personajes. Mis 30 son el cúmulo de experiencias propias, prestadas, recicladas, observadas y son ellas las que me dicen si debo o no jugar en determinada cancha. Elijo dónde quiero equivocarme con un poco más de responsabilidad que a los 20. Me hago cargo completamente de mí sin señalar con un dedo acusador a quienes me rodean. He crecido pero no a golpes o al menos no tomo como puñetazos las épocas de escasez, de incertidumbre tanto en mi casa como en tierra ajena. En aquellos momentos dentro de la escena sí, era el infierno en la tierra, pero visto a la distancia aquellos remezones me han colocado donde estoy ahora. No soy un ganador tampoco, apenas un participante que sigue apostando a pesar del mal tiempo.

Los 30 no me sorprenden. Los he esperado desde hace algunos años, no como sinónimo de vejez ni de una responsabilidad rancia de ser adulto sino como el lugar de plenitud entre juventud y madurez. Quiero tener orgullo al decir que tengo 30, sí 30, no 28, no 25, no quiero repetirme en las cifras del pasado. En estos 30 me preparo para un renacer en varios proyectos en los que aparentemente empiezo de cero pero creo que tener a mi favor, una conciencia de mí que antes no tenía.

Y con estas ideas dando vueltas en mi cabeza, vivo las últimas semanas de los 29. Me despido del segundo piso no con tristeza y sí con alegría. No me arrepiento de mis 20. Fueron los años necesarios para sentirme más a gusto en los 30 y sólo por eso han valido la pena. ¡Qué vengan los 30!

Saudade de Domingo #23: ¡Feliz cumple Gabo!

«Empecé a escribir por casualidad, quizás sólo para demostrarle a un amigo que mi generación era capaz de producir escritores. Después caí en la trampa de seguir escribiendo por gusto y luego en la otra trampa de que nada me gustaba más en el mundo que escribir», le confesó García Márquez a su amigo Plinio Apuleyo Mendoza en una de sus tantas charlas que luego se recogieron en el libro El olor de la guayaba (1982). A quienes amamos sus obras, agradecemos que haya caído en esa trampa y haya producido personajes endiablados en la ardiente costa atlántica colombiana.

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García Márquez me ha acompañado de forma casi permanente desde los 12 años. Como niño inquieto que era a nivel intelectual, no se me ocurrió nada mejor que empezar a leer a García Márquez que con Cien años de soledad. Recuerdo que su lectura me tomó casi dos meses pero no tengo consciencia de qué tanto entendí del libro en esa ocasión. Lo que sí recuerdo era esa sensación de estar descubriendo un mundo mágico mucho más cercano a mi realidad. Hasta antes de Cien años de soledad, había leído a Dickens, Twain, D’amicis, Stevenson, Lagerlöff, con historias situadas en lugares tan lejanos, de fonéticas extrañas y de pronto con Gabo, me encontraba en Aracataca en el Magdalena, no muy lejos de Santa Marta, la ciudad de mi mamá que siempre está muy presente en nuestras conversaciones familiares.

No tardé mucho en hacer asociaciones entre lo que leía y lo que me contaba mi tía Silvia acerca de ciertas tradiciones en Santa Marta. De pronto comenzaba a encontrar analogías entre los Buendía y los Reyes (mi familia materna). Las tías de mi mamá se convertían entonces en una especie de Amaranta y Rebeca, mientras que la abuela, ese ser que no llegué a conocer pero que mi mamá idolatra hasta hoy por su fortaleza de carácter y sabiduría, se convertía sin lugar a dudas en Úrsula Iguarán. Como alguna vez dijo García Márquez, la cultura caribeña es una sola. Y yo le creo, porque mi familia materna es sin saberlo, muy garciamarquiana.

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García Márquez recibiendo el Nobel en Suecia (1982)

Pero no todo fue lindo con Cien años de soledad. Sufrí mucho con el final de la novela. Recuerdo no haber podido sacarme las últimas páginas de mi cabeza en un buen tiempo y me quedé con una sensación de vacío al pensar que todo había terminado. Adicto a su escritura, me encontré luego leyendo Crónica de una muerte anunciada, Doce cuentos peregrinos, La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada, Ojos de perro azul, entre muchos otros. Más adelante volví a leer Cien años de soledad y con mayor edad empecé a hilar mejor los hechos y a entender el laberíntico árbol genealógico de Arcadios, Úrsulas y Aurelianos que se repitían en cada una de las generaciones. Hasta la fecha debo haber leído la novela unas cinco veces. Me viene bien cada cierto tiempo volver al libro para actualizarme en su lectura y también para recordarme a mí mismo mientras lo leía en otras instancias de mi vida.

Le debo a García Márquez el amor a la literatura, a la escritura, al observar con milimétrica precisión, a la búsqueda constante de un adjetivo distante que sirva para crear una metáfora. Al leer mis primeros textos de la adolescencia puedo detectar la gran influencia que la escritura de García Márquez tuvo en mí. Cuando los leo, sonrío porque puedo incluso recordar qué libro o cuento de García Márquez estaba leyendo por esa época. Sin duda alguna no habría entrado a la literatura sin García Márquez y tampoco hubiera entrado a lo audiovisual por consiguiente. Sus historias me mostraron un mundo diferente y en la identificación me hizo preguntarme por mi propia voz, qué es lo que busco narrar y cómo hacerlo.

Hoy Gabo habría cumplido 89 años y aunque desapareció de este plano hace dos, sus obras siguen tan vivas como siempre. En cualquier libro de su autoría Gabo estará vivo cuando un lector recorra sus líneas. Establecerá un diálogo con el colombiano más caribeño del mundo y será como tomar una cerveza con un amigo en una tarde de sol brillante. Una conversación de esas que uno recuerda toda la vida. Así que hoy sacaré del estante algún libro de Gabo al azar, el primero que vea y charlaré por unas horas con mi querido amigo y mentor para celebrar su cumpleaños.

Saudade de domingo #22: Mis favoritos del Óscar

Hoy llega una de las premiaciones más esperadas. No son las mejores del mundo ni tampoco el único medidor para evaluar la calidad de una película, una actuación o el trabajo de determinada área de trabajo. Sin embargo los Óscar se han posicionado como el mayor exponente del cine de Hollywood. Ya desde hace tres años, me he puesto en la tarea de ver la mayoría de las películas nominadas para poder dar una apreciación, que no funciona como pronóstico sino apenas para señalar cuáles películas merecerían tal o cual premio. Algunas favoritas ya de antemano sé que tienen pocas probabilidades de ganar pero igual, van en esta lista.

 

MEJOR PELÍCULA

  • The Revenant
  • Mad Max: Furia en el camino
  • The Martian
  • The Big Short
  • Bridge of Spies
  • Brooklyn
  • Room
  • Spotlight

Mi favorita: Bridge of SpiesAunque capaz se lo lleva The Revenant, que ya comenté acá.

 

MEJOR DIRECTOR

  • Alejandro González Iñárritu (The Revenant)
  • Adam McKay (The Big Short)
  • George Miller (Mad Max: Furia en la carretera)
  • Tom McCarthy (Spotlight)
  • Lenny Abrahamson (Room)

Mi favorito: Lenny Abrahamson en Room (que comenté por acá). Reconozco el trabajazo de González Iñárritu pero ya pues, ya sabemos que es genio, hay que darle chance a otros buenos directores.

 

MEJOR ACTOR

  • Leonardo DiCaprio (The Revenant)
  • Bryan Cranston (Trumbo)
  • Matt Damon (The Martian)
  • Michael Fassbender (Steve Jobs)
  • Eddie Redmayne (La chica danesa)

Mi favorito: Ya ya, Leonardo DiCaprio. Hace un papel espectacular en The Revenant y sería un Óscar además por otras buenas nominaciones en las que no consiguió la ansiada estatuilla.

 

MEJOR ACTRIZ

  • Cate Blanchett (Carol)
  • Brie Larson (Room)
  • Jennifer Lawrence (Joy)
  • Charlotte Rampling (45 Years)
  • Saoirse Ronan (Brooklyn)

Mi favorita: En realidad, honestamente, mi favorita es Charlotte Rampling en 45 years, peli que comentaré el próximo viernes. Otra gran favorita es Brie Larson por Room.

 

MEJOR ACTOR DE REPARTO

  • Christian Bale (The Big Short)
  • Tom Hardy (The Revenant)
  • Mark Ruffalo (Spotlight)
  • Mark Rylance (Bridge of Spies)
  • Sylvester Stallone (Creed)

Mi favorito: Mark Buffalo en SpotlightNo vi Creed todavía así que no puedo unirme a aquellos fanáticos de Sylvester Stallone.

 

MEJOR ACTRIZ DE REPARTO

  • Jennifer Jason Leigh (The Hateful Eight)
  • Rooney Mara (Carol)
  • Rachel McAdams (Spotlight)
  • Alicia Vikander (La chica danesa)
  • Kate Winslet (Steve Jobs)

Mi favorita: Kate Winslet. Genial.

 

MEJOR GUION ORIGINAL

  • Bridge of Spies
  • Ex Machina
  • Inside Out
  • Spotlight
  • Straight Outta Compton

Mi favorito: Ex Machina.

 

MEJOR GUIÓN ADAPTADO

  • The Big Short
  • Brooklyn
  • Carol
  • The Martian
  • Room

Mi favorito: Room

 

MEJOR FOTOGRAFÍA

  • Carol
  • The Hateful Eight
  • Mad Max: Fury Road
  • Sicario
  • The Revenant

Mi favorito: Lubezki en The Revenant, obvio.

 

MEJOR DISEÑO DE PRODUCCIÓN

  • Bridge of Spies
  • La chica danesa
  • Mad Max: Fury Road
  • The Martian
  • The Revenant

Mi favorito: La chica danesa

 

MEJOR PELÍCULA EN LENGUA NO INGLESA

  • A War, Dinamarca
  • El abrazo de la serpiente, Colombia
  • Mustang, Francia
  • Son of Saul, Hungría
  • Theeb, Jordania

Mi favorita: De esta categoría no vi ninguna película, pero por hermandad latinoamericana, mi favorita es El abrazo de la serpiente.

 

Bueno, no son todas las categorías ni todas mis favoritas tendrán chance de ganar el Oscar. Habrá que esperar dentro de unas horas quiénes ganan. Sin embargo hay que tener presente que como cualquier premiación hay mucha subjetividad, así que a disfrutar de la ceremonia.Vamos por un domingo cinéfilo.

 

Saudade de Domingo #21: La música como recuerdo

Suelo ser un poco monotemático con la música. Me puedo quedar con una canción varios meses escuchándola una y otra vez sin aburrirme. No es que sea la única canción del playlist, pero sí es la que escucho de forma obligada varias veces mientras camino, mientras voy en el auto o cuando realizo alguna tarea automática en el trabajo. Pasado el tiempo de expiración, se impone otra canción que termina por quitarle el trono y así van pasando varias canciones, algunas de las cuales no vuelvo a escuchar en mucho tiempo hasta que por causalidad, sea porque alguien la mencionó o su melodía me invadió la cabeza, vuelvo a esa canción de tiempo atrás. En ese momento se activan una cadena de reacciones mentales y físicas al evocar a ese yo de aquel período. Puedo recordar caminos, olores, sensaciones, amigos, libros, con el pasar de la letra y la melodía. Dado que las canciones me acompañan por mucho tiempo, terminan siendo testigos callados de un sinnúmero de momentos de mi vida.

Esta semana durante un ejercicio escénico del entrenamiento actoral que estoy haciendo, escribí una frase de una canción que tenía mucho tiempo sin escuchar. «Cecilia tiene muchas fantasías y muchas fantasías tengo yo». La frase surgió espontánea, inconsciente, como se proponía el ejercicio al más puro estilo de la escritura automática dadaísta. Durante el resto del entrenamiento pasé tarareando mentalmente la canción Cecilia, de Fito Páez.

No la escuché entera hasta el día siguiente y recordé mi último año de estudio de universidad, previo a la tesis. El 2007 fue el año de las materias más queridas por mí y las de los profes que hoy considero mis grandes amigos. Fue el año de los primeros trabajos profesionales, de las intuiciones para posibles temas de tesis, de afianzar lazos con los amigos de la facultad con los que ya tenía algunos años de fraternidad. Y en medio de eso aparecía la Cecilia Roth de Fito Paéz, a quien conocía por ser Manuela en la peli Todo sobre mi madre. Un gran amigo mío era fanático de Sabina y me presentó el disco Enemigos Íntimos donde este cantaba con Fito. Y ahí estaba Cecilia, con esa melodía sensual, burdelesca, teatral convertida en una venus en llamas. Recuerdo haber pensado en esa época escribir algún corto con esa canción, pero por alguna razón solo me quedé con algunas imágenes en la cabeza que nunca llevé al papel ni menos a la pantalla.

El baño de recuerdos terminó por darme un masaje afectivo esa tarde y decidí que usaría la canción como un ejercicio para una clase de creatividad que doy ahora en la universidad. Tuve que modificar un ejercicio para incluir este que me parecía mucho más vivo y pertinente para los objetivos de esa clase. Tuve un lindo feedback por parte de los estudiantes y sólo ahí, delante de ellos, caí en la cuenta de que ellos debían tener más o menos la edad en la que yo escuché la canción por primera vez. A diferencia mía, que sólo me quedé en la fantasía visual de la cabeza, el ejercicio los obligaba a escribir y crear algo nuevo a partir de la canción. Creo que así he saldado mi deuda con Cecilia.

El sábado a la mañana me levanté con una melodía sobre la que si llegué a reflexionar por escrito en algún momento: Pourquoi Battait mon Coeur de Alex Beaupain, cantautor francés con el que siempre hago clic con sus canciones. También tenía mucho tiempo sin escuchar esa canción que me transportó al 2011, un año difícil desde lo emocional, pues ya empezaba a molestarme la estabilidad y la línea horizontal en la que se estaba convirtiendo mi vida. Esta canción me hizo pensar en lo que me gustaba, en lo que me hacía feliz, en lo que hacía que mi corazón latiera con fuerza. Y así entre esas reflexiones surgía con fuerza, desde el chakra raíz la decisión de irme de Guayaquil y buscar nuevos horizontes afuera. Escuchar de nuevo esta canción el sábado me hizo volver a pensar por qué latía mi corazón y a recordar por qué estoy acá ahora. Mucha agua pasó por debajo desde el 2011 y el escuchar de nuevo a Beaupain me hizo feliz recordar todos los momentos que han hecho que mi corazón lata fuerte. A diferencia del 2011, ahora puedo decir que estoy satisfecho con todo lo vivido y espero que en unos años más tarde cuando la escuche de nuevo, me vuelva a sacar una sonrisa de satisfacción por seguir poniéndome pruebas, venciendo desafíos, por seguir viviendo.

Saudade de Domingo #20: El amor después del amor

No pensaba ya escribir el día de hoy. Pasaron hechos accidentados en este San Valentín que me hicieron rechazar la idea de escribir y peor todavía sobre el amor. Sin embargo me parece necesario cerrar «con amor» este día, aunque sea sólo para compartir unas cuantas reflexiones.

El amor resulta un sentimiento tan complejo y abarcador que siempre terminamos por darles tintes inconmensurables o trivializarlo en una película, una fecha o en algún producto masivo. No soy un Grinch del San Valentín. Es más, me parece una fecha interesante para expresar algo, salir de la rutina, encontrarle una chispa al amor que a veces termina por almidonarse y convirtiéndose en un accesorio. Encontrar el amor después del amor es la clave. Enamorarse todos los días no sólo de la persona que se ama, sino del trabajo, de los amigos, de los libros, de las películas, de la ciudad, del mundo. El reto es amar siempre, reinventar formas de amar o atreverse a amar a aquello que resulta extraño o prohibido. Porque al amar a la extrañeza, encontramos que es en esencia el mismo amor  que le hubiéramos dado a algo/alguien conocido.

El amor después del amor, más que un sentimiento cálido, erótico (en el sentido griego), efervescente, es una decisión. Yo decido seguir amando a tal persona, a mis padres, a mis amigos, a mi trabajo y decido alimentar ese sentimiento con detalles, cariño, con encuentros fortuitos, con sorpresas. Decido también bancarme los bemoles, las crisis, las dudas porque también esos hiatos hacen parte del amor, porque después de esas convulsiones telúricas, el amor triunfa y se hace más fuerte.

El amor después del amor es también una gran prueba de fuego. Es la instancia o momento clave donde decido si quiero o no continuar amando a esa persona o situación, si ese sentimiento no es más que una máscara de dependencia que sólo trae consigo dolor. Si de la otra orilla no encuentro latidos, no vale la pena pasar el umbral del amor inicial. Es un amor que debe quedar en nivel principiante y no es que sea menos válido por eso. Es apenas un amor minúsculo, parvulario, que tiene su lugar en alguna parte recóndita del corazón y que al evocarlo puede incluso sacar una sonrisa ingenua.

El amor después del amor es una gran enseñanza y una gran prueba de aceptación al otro como legítimo en convivencia, parafraseando a Maturana. Te amo y te acepto con tus virtudes, con tus aciertos y también con tus debilidades y miedos que he aprendido a amar también, entendiendo que hacen parte de ti. Me gustaría que te liberaras (y nos liberáramos) de tus angustias pero sé que atacándote no lograré iluminar tus zonas oscuras. Es con el amor que podremos ambos desvanecer los temores y seguir caminando juntos en el sendero que sea. Porque a final de cuentas no importa el camino que elijamos siempre que estemos con esa persona amada, a aquella que hayamos amado por primera vez y con la que hemos decidido seguir amándonos después. El amor después del amor es el paso largo al reconocimiento de que finalmente tú y yo en realidad somos uno solo.

Dejo por acá un capítulo dedicado al amor en el programa argentino Mentira la Verdad, donde su conductor, Darío Sztajnszrajber (sí, así es el apellido, no lo escribí mal) reflexiona sobre el pensamiento de varios filósofos acerca del amor.