Saudade de Domingo #77: Cuando no escribo

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Alguna vez escuché decir a algún autor cuyo nombre ya no recuerdo, que se es escritor aun cuando no se escriba. Recuerdo haberme quedado pensando en esa frase, dándole vueltas. En aquel entonces era un adolescente, etapa en la que escribía de forma compulsiva, todos los días por varias horas y se me hacía imposible la idea de imaginarme escritor sin estar escribiendo.

Pasaron los años, llegó la universidad, el trabajo, la maestría y demás. El tiempo para escribir se vio mermado. Pasaba (y a veces paso) días o semanas sin escribir una sola línea. Mientras realizaba mis otras actividades me preguntaba: ¿seguiré siendo escritor? Y ante esa pregunta emergía ese recuerdo de antaño respondiéndome: Se es escritor aun cuando no se escriba.

Luego vi y leí muchas entrevistas a escritores que amo y más o menos cada uno desde su mística de trabajo, coincidían en ese aspecto. Hay otras cosas que se pueden hacer mientras no se escribe pero que sin duda son material para la escritura. La más importante de todas ellas: Vivir.

Aun cuando no escriba un cuento, una novela, un guion, mi cabeza siempre martillea con situaciones, con personajes que dicen frases sueltas, con escenarios potenciales para una historia, con noticias que de alguna manera me mueven y se conectan con poco esfuerzo a ciudades, épocas en las que me gustaría trabajar. Creo que la clave es siempre estar atento, escuchar afuera y escuchar adentro. De las dos me parece que la escucha interna va en primer lugar ya que de esta depende de cuán sintonizado puedo estar para darme cuenta de lo que sucede a mi alrededor.

Ya mencioné que el tiempo era responsable de que no pueda escribir todos los días. Eso en parte es verdad pero también es cierto que aparece otra variable: El propio cuerpo.

El cuerpo, o al menos mi cuerpo, tiene su propia gramática. A veces me dice no, no quiero escribir, necesito descansar, dame cariño, aliméntame, báñame pero no me obligues a sentarme, a hundir las teclas y mirar una pantalla en blanco. No quiero ahora, dame una película o una serie para pensar menos. Reconozco que lo complazco con culpa. Quiero escribir, agitar la cabeza y que salgan las palabras pero mi cuerpo se opone, me sabotea. Eso hasta que ocurre algo “mágico”. Mi cuerpo sin avisarme, se sienta y empiezo a teclear. Mi cabeza se despierta y ve que está todo “listo” para trabajar. Y en esa armonía de cuerpo y espíritu que puede durar segundos, horas o días, van apareciendo atisbos de historias y personajes. Se acercan como quien ha sido invitado a última hora a una reunión. Al principio recelosos, dubitativos, poco expresivos, hasta que luego se toman la cancha, debaten, discuten, plantean sus propias reglas.

Después, en algún momento, la fiesta se termina, los personajes toman vuelo y el cuerpo vuelve a pedir descanso, quiere nutrirse, hibernar un tiempo para sentarse después, cuando él quiera y donde quiera.

Aun cuando podría parecer que el tiempo y mi cuerpo son dos enemigos de la escritura, en realidad son dos aliados a los que necesito comprender. Gracias a ellos, puedo también vivir, viajar, leer, conocer, sentir, elementos claves para una escritura libre y sobre todo, sana.

Saudade de Domingo #76: ¿Por qué soy docente?

processes_v1-2Hay un proverbio chino que dice «quien puede lo hace, quien no, lo enseña», como una suerte de satisfacción de por lo menos contribuir con la formación de otro si es que no se puede ejercer lo que aprendiste. En algunos círculos se suele pensar que el profesor es un poco eso, alguien que no pudo o aun no ha podido consagrarse profesionalmente y por tanto desemboca su saber en el aula de clase. En mi caso particular no soy docente porque no te tenido de otra. Yo he elegido serlo por vocación, por un deseo profundo, por considerar a la enseñanza una forma de contribuir con la ciudad donde me desenvuelvo.

Enseñar es un acto de humildad. Es ponerse al servicio del otro, ser generoso en la transmisión del conocimiento. Es también estar consciente que no se sabe todo, que como docente uno tiene ciertos límites y que en ocasiones son los estudiantes quienes enseñan. A momentos me obligan a replantearme conceptos, de entrar en conflicto con lo que creo y lo que no. Y en ese conflicto, aprendo, renuevo ideas, aprendo cómo encarar nuevas situaciones sobre la marcha.

Ser profesor es un oficio que nunca se agota. Es muy parecido al teatro en el sentido que uno tiene un guion de lo que pretende abordar en esa sesión, pero en el aula todo puede pasar y a veces toca improvisar, olvidar el texto, entregar los huesos, repetir una y otra vez cómo funciona la teoría de sistemas, cómo se construye la paradoja de un personaje, qué diferencia hay entre escaleta y tratamiento. Repetir, buscar nuevos caminos de entrada hasta que se diluya el terror que produce un concepto nuevo.

BA-Certification-courseLa mayor satisfacción que puedo tener como docente es ver a los estudiantes poner en práctica aquello que han aprendido en clases. Verlos discutir entre ellos utilizando el nuevo léxico aprendido, relacionando la teoría con la práctica. No importa que no me agradezcan al final. No enseño para ser rock star o figura de culto. Cumplo con mi trabajo y mi preocupación siguiente es siempre el nuevo ciclo de clase que me toca preparar. Como profesor me gusta estar a disposición donde me necesiten, prepararme y acudir a la defensa de las fronteras de la educación. Revisar películas para aplicar en talleres de aprendizaje, seleccionar textos para discutir en clase, leer el día a día de la ciudad para analizar desde el campo comunicacional y artístico qué nos sucede como sociedad.

Ser profesor me pone en un constante desafío, me mantiene alejado de la zona de confort. Con la enseñanza aprendo cada día más de mí y también sobre este oficio que  no sé hasta cuánto lo ejerceré. En todo caso, en ejercicio o no de la docencia, el aula de clases será siempre mi hogar, mi escenario, mi patria.

Saudade de Domingo #74: Adiós 2017

Hace unos meses una amiga me hizo un estudio de numerología a partir de mi fecha de nacimiento y salió como resultado que el 2017 era un año de siembra. Más que proyectos concretos era el año de gestar, de elaborar, trabajar con calma y esperar los frutos para el año siguiente. Aunque escuchar eso podía haberme bajoneado (pues tenía muchas expectativas en proyectos para este 2017), me dio una cierta calma. Si algo siento que he aprendido en esta tercera década es a tener más paciencia, a entender la importancia del proceso más que del resultado final. Así que pensando en eso, siento que el 2017 ha sido un año muy activo, productivo en cuanto a sembrar, a plantar, a generar procesos de los que me enorgullezco.

No puedo sintetizar todas las actividades por acá, pero sin duda una de las cosas más lindas de este 2017, fue haber realizado el Taller de Escritura y Ciudad en Nueva York.  Fue mi primera vez en la ciudad y amé conocerla a través de la escritura y la lectura. Conocí también ahí gente maravillosa y Nueva York se ganó un lindo lugar en mi corazón. A nivel académico fue también un año movido, cargado de actividades, de riesgos también. Pude dar mi primer taller de escritura a un grupo de estudiantes de Redacción de la facultad, chicos muy motivados que creyeron en mí y con quienes me siento muy afín en muchas búsquedas. Como siempre digo y pienso, el más afortunado en estas dinámicas de aprendizaje, soy yo.

Este 2017 también tuve la suerte de viajar tres veces a Buenos Aires y dos a New York. En la parte financiera sobre esto prefiero no pensar, la preocupación queda en las tarjetas de crédito. Lo importante ha sido reencontrarme con amigos, disfrutar de la oferta de las ciudades, saciar mi apetito aventurero de salir y no quedarme en casa.

También en este 2017 terminé de escribir (al fin) el guion de largometraje de una película que me rondaba la cabeza desde hacía varios años. En la cabeza todos tenemos el guion perfecto y el esfuerzo que demanda apagar a la voz crítica, para dejar que la escritura fluya, fue muy desafiante. Siento que hay que trabajar mucho ese guion pero me siento ganador (modestia aparte) por el hecho de haberlo materializado.

Este 2017 volví al teatro (y ahora ya no pienso dejarlo) con una obra en la que ya había actuado año atrás. Ahora el desafío fue interpretar al protagonista. Una hermosa experiencia que demandó mucho esfuerzo, muchos ensayos pero cuyo resultado valió la pena. A pesar del cansancio y de las dudas, haber estado en esta escena otra vez, me reafirmó mi deseo por seguir en las tablas.

nieuwjaar-keep-calm-2018-otEste año también hice conciencia sobre mi cuerpo. No es que no la tuviera antes, pero este 2017 decidí tomar acciones concretas. Por primera vez me metí a un gimnasio para entrenar y decidí hacer un cambio leve en mi alimentación: abandoné las gaseosas y empecé a comer mucho menos en la hora de cena. Como resultado me siento más dispuesto, más ágil y me siento más contento con la imagen que veo proyectada en el espejo.

También entre mis locuras de este año, se me dio por comenzar a estudiar ruso. Me sumergí en el alfabeto, hice amigos rusos, me pasé horas leyendo las letras cirílicas, practiqué la fonética para hacer mío esos sonidos tan lejanos a mi lengua castellana. Es un recorrido largo que estoy feliz de empezar y continuar en el 2018.

Mi amiga que analizó mi numerología me dijo este 2018 será un año de cosechar todo lo sembrado, que muchas cosas verán la luz y que esté abierto a lo que viene. Quiero creerle así que deseo para este 2018 un año de más experiencias, de conocer nuevos lugares, nuevas personas, de amar mucho, de besar mucho, de mucha escritura, de mucho teatro, mucho cine. Como siempre yo, quiero todo en superlativo. Ante todo quiero ser feliz en lo que hago y seguir contando con la suerte de tener a mi lado personas maravillosas que me acompañan en mis locuras. Lo mismo que quiero para mí, lo que quiero para todos, para los que me conocen y para los que me leen en este momento.

Un abrazo desde Buenos Aires.

Saudade de Domingo #72: Volar

Llevo casi un mes sin escribir en este espacio. Fueron semanas agotadoras. Semanas de endiablada escritura de guion, revisión de trabajos de alumnos, mandar proyectos  a convocatorias. Cada domingo me agarraba la culpa de no poder escribir y me consolaba pensando que a pesar de no publicar nada por acá, igual seguía en el ejercicio de la escritura que no necesariamente se traduce en algo para compartir inmediatamente.

En todo caso, ya son vísperas navideñas, el año se esfumó en un soplo y entre todas las cosas que me sucedieron en estos doce meses, creo que la única conclusión que puedo sacar como lección para el 2018 es que siempre hay que volar. En el sentido de alzarse, apartarse un momento de la tierra y mirar desde las alturas, recorrer distancias mayores y vivir la aventura del viaje. Para volar no es imprescindible un avión ni tampoco sustancias psicotrópicas. Lo único necesario es tener las ganas de arriesgarse y permitirse ser sorprendido por el viaje.

Cada proyecto emprendido es una aventura, una invitación a un vuelo doméstico o trasatlántico. Conocer a alguien es un viaje largo, con muchas escalas y muchas esperas, quizás. Comer algo rico -qué viaje- proporciona un recorrido que renueva caminos, genera chispas y es el punto de partida para otros senderos. Escribir, leer, escuchar nueva música, ejercitar el cuerpo son otros tantos vuelos que siempre están ahí, con ticket aéreo disponible, siempre ON TIME.

Así que ahora, con muchas de las tareas laborales concluidas y ya con las fiestas a las puertas, hay que volar, abrazar mucho, expresar con el corazón buenos deseos, comer con placer (luego habrá tiempo para quemarlo todo) y si se puede, viajar físicamente también. Trasladar la materia a otro espacio, impregnarse de otros acentos, de otros aires y recorrer calles ajenamente propias.

Hay que volar, surcar los aires en las alturas y hurgar en los recovecos del espíritu. El mejor acompañante para cada aventura, el más leal, el más entusiasta, es siempre, por supuesto, uno mismo.

Saudade de Domingo #71: El mejor momento es ahora

Igual que en la escritura audiovisual: No hay pasado, no hay futuro, siempre se narra en presente porque la película, la serie, la telenovela, sucede ahora ante los ojos del espectador. Este quizás ha sido uno de los aprendizajes más nobles del guion que he podido palpar en la vida real y aunque no siempre lo pongo en práctica (porque amo la saudade, el pasado), las situaciones que se interponen en el camino, me recuerdan que el tiempo precioso es el presente simple del modo indicativo.

Me explico mejor. Justamente para la entrada 71 de Saudade de Domingo, había escrito un artículo diferente a este. Lo escribí, lo corregí, hice varios ajustes, conseguí las fotos adecuadas, me arriesgué empleando algunas analogías que a mi juicio eran interesantes, tomé como base un texto que estoy leyendo, pero como pensaba que debía trabajarlo un poco más, decidí que era mejor dejarlo descansar y retomarlo más tarde. Pasaron algunas horas, llegó el atardecer, me puse a corregir algunas cosas y cuando decidí guardar el post para publicarlo, algo en el medio pasó con la conexión a internet y se borró el cuerpo del texto. Sólo quedó el título. Me sentía tan feliz por el post que había escrito que obviamente con su desaparición, me sentí por el piso. Algo paradójico porque el post que había escrito tenía que ver con tener una vida creativa, con la curiosidad de un niño y tratando de mantener el optimismo ante todo. Renegué por unos cuantos minutos, intenté recuperar el borrador anterior pero como ley de Murphy, nada se pudo hacer. El artículo se licuó entre el lenguaje de programación del WordPress. Y justo como esta vez, no había hecho respaldo en ningún procesador de texto en mi compu.

Intenté reescribir el texto, pero por mi propia frustración, las ideas no me venían, me recriminé no recordar nada y amargado, dejé a un lado las ganas de reescribir. Con mi mente pesada del momento, nada que escribiera iba a ser mejor que lo que había escrito. Al desaparecer el artículo, se había vuelto etéreo y por tanto, perfecto en idea.

Fue entonces cuando decidí hacer algo «mejor». Contar lo que me había pasado (lo que estoy haciendo ahora) y aprovechar el bajón para hablar sobre el aquí y ahora. Si hubiera publicado el artículo más rápido, quizás ahora estaría publicado y no se habría perdido. Ese afán de siempre corregir, siempre pulir, mejorar, terminó por desaparecer el artículo y como consecuencia ya no hay nada de él. Recordé entonces a Elizabeth Gilbert, autora de un libro que estoy leyendo ahora, Big Magic, en el que dice que el mayor obstáculo para llevar una vida creativa es el miedo. En este caso me dominó el miedo de que mi artículo no estuviera bien y por eso no lo publiqué enseguida.

Así que bueno, me he puesto en esta tarea de contar lo que sucedió, escribiéndolo de una forma visceral. No sé si después me arrepienta de todo lo que he escrito, pero creo que me gustará tener en mi blog este artículo para recordarme la importancia del aquí y ahora, ejecutando, haciendo, escribiendo. Pensando en esto recordé el pasaje de una entrevista que le hicieron a Gilbert en el que ella decía:

No quiere decir que todo va a salir perfecto y que va a ser todo lindo pero si al final del día, cuando haces el balance, te preguntas: ¿es mejor hacer esto que no hacerlo? Si tu respuesta es sí, entonces estás en el camino correcto.

Mi respuesta ha sido sí, vale la pena hacerlo antes que no hacer nada y sólo fantasear. Podía haberme quedado con la idea de lo bueno que fue el artículo pero decidí usar la frustración para crear este post. Pensando también en esa respuesta afirmativa a la pregunta de Elizabeth Gilbert, ayer por la noche me obligué a sentarme delante de mi compu y terminar el tercer y último acto del guion que estoy escribiendo. Al inicio me sentía frenado, pero luego los personajes fueron hablando con su impronta, la escritura fluyó, el miedo quedó a un lado hasta que digité la palabra «Fin». El primer borrador del guion es una escala dentro del proceso de maduración de la historia pero ya he dado el primer gran paso que fue sacar a los personajes de mi cabeza y llevarlos al papel. Luego de varios años pensando en ellos ahora han encontrado asilo en el guion. Ya he empezado a hacer algunas anotaciones para el segundo borrador y dentro de unos días me pondré en ello. Este es un largo viaje pero que me llena de satisfacción de haber emprendido.

No sé si este artículo es mejor que el que se perdió pero lo único cierto es que este es el que existe ahora y ya solo por eso, por ser el sobreviviente, el del presente, es el mejor.

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Llegar a este punto en un guion, es uno de los momentos más gratificantes. Es el inicio de un largo viaje con muchos altos y bajos, como cualquier proceso creativo.

Saudade de Domingo #70: Nuevo personaje, nuevo proceso

Subirme al escenario me despoja de muchas certezas y me pone en cuerda floja. No es que sea masoquista pero la sensación que produce vivir un personaje, el cambio en el paso del tiempo, la marcación de los movimientos me enamoran desde el proceso de ensayos. Tiene varios puntos en común con el proceso de escritura. Hay que pensar bien en las líneas que se dicen, encontrarles la intención adecuada, zambullirse en la estructura de la obra, discutir sobre los grandes temas que se tocan y cómo eso impacta en el género que se está trabajando. Pero a diferencia de la escritura, la herramienta principal en la actuación, es el cuerpo. Es una obviedad decir esto, pero trabajar el cuerpo para la escena es imprescindible. Hacerte consciente del peso de las piernas, el movimiento áreos de los brazos, de las manos, de conocer las capacidades vocales y sobre todo, estar atento cómo te dejas afectar por el Otro en escena.

IMG_6451.JPGCon todas estas ideas rondando en mi cabeza y con muchas ganas de volver al escenario, apareció Los que se quedan, una obra que será estrenada en el festival en homenaje al dramaturgo guayaquileño José Martínez Queirolo a fines de este mes. El proceso de ensayo empezó hace dos semanas y aunque por las múltiples ocupaciones de los involucrados no hemos tenido muchas sesiones de trabajo, a nivel personal me está dando un aprendizaje enorme. Si bien hice teatro durante mis años universitarios y el año pasado estrené mi monólogo Pa et Blunk, este nuevo proceso de personaje donde tengo que trabajar con varios actores en escena, me ha hecho comprender mucho sobre la importancia del trabajo en equipo. Tengo la suerte de trabajar en escena con gente a la que aprecio y contar con la dirección de Marina Salvarezza, amiga entrañable que ha confiado en mí para el papel principal. Curiosamente hace muchos años participé de uno de los montajes que hizo Marina de esta obra con un papel pequeño. Mi comprensión del texto en ese momento era otro y ahora tengo la sensación de que son dos obras diferentes. Claramente cambié yo a lo largo de los años y sobre todo cambié mi forma de aproximarme al teatro. He podido ver en todo este tiempo muchas obras, ver muchos procesos de ensayos, trabajar como asistente de dirección, escribir obras, tener grandes amigos dentro de la escena teatral. Todo ese cúmulo de experiencias se ponen en juego ahora, en pleno proceso de ensayos de esta obra que me tiene en un vaivén constante.

Vivir la escena es un riesgo permanente en el que hay que saber jugar, saber cuándo moverse y saber esperar. En el mismo proceso hay fichas que van cayendo de a poco, a medida que se va entrando en el universo de la obra. Lo importante es no desesperarse y sí estar atento a lo que pueda pasar. Parafraseando a David Lynch sería intentar como atrapar al pez dorado.

Y así estoy, repasando el texto mentalmente mientras hago otras actividades, pensando en lo que moviliza a mi personaje, practicando diferentes formas de intención, sin certezas, apenas haciendo ejercicios, a prueba y error.

 

Saudade de Domingo #69: Dramaturgia

Como autor siempre me gusta participar de talleres donde se estimule la creatividad a través de la escritura. Parto de la idea de que cada instructor tiene su manera de encarar el proceso creativo, ejercicios que les han servido para llevar a cabo sus proyectos y eso es lo que más me motiva para ir a un taller de escritura. Siempre se aprende algo nuevo y así uno va forjando su propio camino, su propia formación.

Taller IgnasiEsta semana estuve en el taller de dramaturgia que impartió Ignasi Vidal (El Plan, Dignidad) en el Estudio Paulsen (Las Peñas, Guayaquil). Aunque no pude asistir a las dos primeras sesiones por asuntos laborales y académicos, los tres días que participé fueron maravillosos. Ignasi fue muy generoso en compartir su experiencia con nosotros, dándonos consejos útiles acerca del proceso creativo y sobre todo muy detallista a la hora de la retroalimentación de los trabajos. El grupo también contribuyó a generar un ambiente distendido, cálido, cosa que no siempre se consigue en los talleres de escritura.

Fue muy grato también escuchar los trabajos de los otros compañeros, cada uno con su estilo particular. Como docente sé lo importante que es escuchar los trabajos de los demás y sobre todo prestar atención a la retroalimentación, ya que es ahí donde reside parte de la riqueza de un taller. Con la lectura de otros trabajos, surgen nuevas ideas, nuevas hipótesis, nuevas inquietudes y se genera un aprendizaje complementario.

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Foto tomada del muro de María de Lourdes Falconí

Del taller además de la buena disposición de Ignasi y de los compañeros, me llevo la convicción de que debo seguir escribiendo sin escuchar mucho a la autocrítica, que la escritura no necesita de largas horas necesariamente, sino de concentración en el tiempo específico en que se hace. Mis tareas para el taller las realicé haciendo malabares con los tiempos en medio del trabajo y creo que logré conectarme muy bien con dichas tareas. Me queda la satisfacción por haber asistido y también las ganas de que en algún momento en el futuro pudiera repetirse un taller así, con la generosidad y la buena onda que tuvo este encuentro con Ignasi. Un taller de escritura desde la praxis, con prueba y error es fundamental para no quedarnos anclados en la teoría. Ignasi lo sabe bien desde su propia experiencia como dramaturgo.

Saudade de Domingo #68: Mi romance con los idiomas

«Cada idioma es una forma de sentir al universo», expresó Jorge Luis Borges a propósito de su amor por las lenguas, la morfología y la fonética de cada una. No podría estar más de acuerdo con esta frase ya que aunque no hablo tanto idiomas como varios políglotas en la web que admiro (Luca Lampariello, Benny Lewis, Idahosa Ness, entre otros), con los cuatro que conozco fuera del español, aprendo mucho de la cultura de lugares distantes a través de sus palabras.

Como todo romance que se aprecie, recordar los inicios son importantes. Mi primer idioma fuera del español, debía ser el inglés pero como en la escuela me lo enseñaron terriblemente, le tomé fastidio. Me sonaba falso y aunque era bueno para la gramática, no sentía ninguna conexión con el idioma. En vista de ello, mi primer idioma extranjero fue el italiano, que lo aprendí en el colegio y en menos de un año ya lo hablaba bastante bien. Desde entonces nunca más me tuve que preocupar los exámenes de italiano. Quizás por la fuerza de la costumbre de escucharlo casi todos los días durante seis años, el italiano me resulta muy familiar y puedo entenderlo, hablarlo sin mucho esfuerzo. Su gramática, su fonética me traen recuerdos de adolescencia. Tengo un nexo con el italiano muy fuerte aun cuando actualmente no lo tenga tan presente. Llegué hasta grabar un cortometraje en italiano porque sentía que esa historia, que ese personaje que escribí debía expresarse en ese idioma. El trailer de ese proyecto lo pueden ver a continuación.

A los trece, cuando ya sentía que hablaba bien italiano, me dí a la tarea de buscar otro idioma para estudiar y así llegué al francés. Como no resultó, meses después lo dejé y empecé con el portugués. Esto no habría sucedido si no hubiera visto Xica da Silva. Puede parecer chistoso pero la historia y el contexto de la corona portuguesa en Brasil me hizo sentir curiosidad por un idioma del que ya sabía de su existencia gracias a Xuxa, la pídola de mi infancia.

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Uno de los primeros libros que compré en portugués

Del portugués brasileño me encanta la sonoridad de su lenguaje. Una mezcla de seducción, calidez y dulzura. Es una fonética que ya se canta sin mucho esfuerzo por su nasalidad y el ritmo de las frases. Recuerdo que al inicio, se me hacía complicado captar esa musicalidad, pues una cosa es escucharla y entenderla desde la cabeza pero otra es traerla al cuerpo. Muchas semanas pasé repitiendo frases para buscar la nasalidad hasta que con el tiempo me fui familiarizando con las T como ch, la G como Y, la NH como una ñ muy suave y la sílabas nasales. Ver películas, novelas y escuchar música ayudó muchísimo en ese proceso. En un cierto punto me olvidaba cuando en realidad estaba «estudiando» y cuando me estaba divirtiendo con el idioma. Porque ambas cosas se fueron fusionando hasta darme cuenta que pasaba jugando con el portugués gran parte del día. Algunos de esos juegos consistían en traducir mentalmente al portugués las conversaciones que tenía con mis amigos del colegio. Era mi manera de testear mis progresos. No me imaginaba por ese entonces que todo ese esfuerzo me llevaría, sin buscarlo, a ser intérprete simultáneo en varios congresos, traductor de textos, profesor del idioma en el extranjero.

 

El francés fue una relación de amor/odio. Empezó con amor cuando luego de aprender italiano, compré un libro de Larousse con un cassette para tales fines, estudiaba capítulo a capítulo, hacía mis anotaciones en un cuaderno al estilo del colegio, pero luego de algunos meses me frustré al ver que sólo entendía los diálogos del cassette del libro y nada de lo que se transmitía en el canal TV5. Un poco infantil de mi parte pretender un gran dominio del idioma como me pasó con el italiano, pero tenía 13 años, así que mucha madurez no podía pedirme. Dejé el francés olvidado por unos años, mientras me sumergía en el portugués, hasta que cuando entré a la universidad volví a retomarlo. Meses después, lo dejé. Un año más tarde lo volví a retomar y meses después lo volví a dejar. Sin embargo ya no empezaba de cero. Era capaz de leer textos en francés fácil, entendía más que años atrás pero me seguía faltando más soltura. La fluidez se dio cuando un grupo de franceses geniales llegaron a mi universidad y pude practicar lo que ya sabía de francés. Me sorprendió darme cuenta de lo mucho que sabía y de que podía hablar en francés con soltura. Es verdad que también las fiestas propician un ambiente relajado que era lo que necesitaba con el idioma. Motivado por esta experiencia, retomé mis clases de francés pero ya no de la forma solitaria como siempre hice sino en clases de conversación. Pasé varios meses así, luego hice un examen de nivelación en la Alianza y me mandaron al penúltimo nivel. Después de eso hice el DELF B2 y lo aprobé. Fue una victoria personal ya que había conseguido dominar en cierta medida el idioma.

Con el inglés ha sido una relación similar como con el francés. Durante varios años me conformé con leer y escribir en inglés. Pude tomar materias en la facultad en inglés sin problema, podía leer artículos académicos y novelas cortas, pero en mi interior estaba completamente negado a hablarlo o a escucharlo. Quizás producto de la mala enseñanza en la infancia, con el inglés me sentía muy alejado, no había ningún nexo que me acercara al idioma. Durante la adolescencia mientras todos deliraban con la música yanqui, yo me decantaba por la música brasileña, así que tampoco tuve cómo crear un nexo con el inglés. Creo que siempre asocié al inglés con Estados Unidos y por consiguiente a un mundo superficial, hipertecnológico, nada afectivo y bastante financiero. Luego con los años eso fue cambiando, cuando viví en el extranjero y conocí a otros extranjeros tuve la oportunidad de usar el inglés y sentir las múltiples ventajas que tenía. Me forcé entonces a recordar mis diferentes momentos de aprendizaje con los idiomas para tratar de encontrar técnicas que me pudieran acercar al inglés. Y así fue que comencé a ver películas y series que me interesaban varias veces, leer libros que me gustaran mucho, repasar canciones que me gustaban. Tomé las herramientas utilizadas en el portugués y el francés para llevarlas al estudio, lo cual me dio buenos resultados. El inglés dejó de ser esa lengua extraña para volverse familiar, like home.

IMG_5938Y después están los idiomas que se quedaron en el camino y con los que tengo cuentas pendientes: Ruso, alemán, griego, latín, catalán, rumano y sueco. De este grupo, me gustaría retomar los dos primeros, aunque todavía no me decido. Ambos tienen una sonoridad que me gusta (cosa fundamental para que me guste un idioma) pero de ambos me da terror su gramática, especialmente las declinaciones de los sustantivos. Y del ruso, su alfabeto diferente, aunque no es tan complicado como el del mandarín o el del árabe. Hay días que creo que debo empezar alemán y otros días, ruso. Veré cuál se impone con más fuerza.

Mantener un romance con varios idiomas es complicado. No siempre se tiene la oportunidad de practicar los idiomas por igual y ahí es cuando se corre el riesgo de que alguno vaya oxidándose. De los que conozco, el que menos he estado practicando en los últimos meses ha sido el italiano y por ello me he puesto en la tarea de ver la serie Suburra, de Netflix. A pesar del fuerte acento romano, he estado refrescando expresiones, modismos y aprendiendo más vocabulario. Y es que con los idiomas siempre te llevas sorpresas y hay que estar en constante estudio con películas, series, canciones, leyendo periódicos online, hablando con nativos. Los podcasts son también una buena fuente variada para practicar idiomas, sobre todo lo concerniente a la compresión oral. Dada la facilidad del formato se puede estar haciendo cualquier otra actividad mientras escuchas un podcast. También hay opciones interesantes como Italki, donde se pueden encontrar personas para practicar un idioma o directamente tomar clase con algún profesor online.

Me gusta la sensación de explorar idiomas, de encontrar semejanzas, de ver cómo a nivel personal también me dejo afectar por ellos. Las palabras en todos los idiomas tienen una carga simbólica importante y me gusta sentir esa responsabilidad de apropiármelas, de usarlas, de alterarlas o de mezclarlas con el español. Mientras estudiaba Latín, recuerdo haber pensado mucho en la nostalgia de aprender una lengua muerta y de memorizar palabras en las que seguramente muchos se amaron, se odiaron, se arreglaron acuerdos, etc. Nunca llegué a ningún lado con el Latín, pero con el aprendizaje de pocas semanas caí en la cuenta de que mi amor por los idiomas inicia siempre por el afecto profundo que tengo por las palabras y cómo ellas se juntan y se expresan en las diferentes formas que cada idioma tiene de ver al universo.

Saudade de Domingo #67: La enseñanza del cuerpo

El cuerpo es una incógnita. Una X, una Y y con las posibilidades que se decidan combinar. El cuerpo nos sostiene, nos avisa, nos duele, nos da placer y sin embargo a veces lo llevamos porque no hay de otra. Desde hace algún tiempo (unos tres años más o menos) he empezado indagar sobre mi propio cuerpo, desde la escena, desde la escritura, desde el yoga y ahora he empezado a explorarlo, a conocerlo desde el ejercicio físico «fuerte». Por voluntad propia he entrado a un gym, primero para saber qué me dirá de mi cuerpo sobre ejercitarme con máquinas y pesas, y segundo para ver cómo se siente eso de estar ahí y cómo es que mucha gente termina adicta a la adrenalina del ejercicio.

No tengo mucho tiempo (apenas mes y medio) pero ya empiezo a notar cambios. El primero y más evidente fue un terrible dolor muscular las primeras dos semanas. Pocas veces había sentido tanto dolor en los músculos. Me sentía lisiado, caminando despacio, vistiéndome con lentitud, ayudando un brazo al otro para moverse, maldiciendo mentalmente las escaleras o pisos irregulares que me hicieran mover más de la cuenta las piernas. Durante esas dos primeras semanas me preguntaba si esa sensación me acompañaría siempre. Quizás el gym no era para mí, pensaba. Pero el dolor fue disminuyendo, el cuerpo se fue acostumbrando y empezó a entender la función de las máquinas, las pesas. Conocí músculos que ni sabía que tenía. Me dolían zonas inexploradas de los muslos, de la espalda, de los brazos. Era un descubrimiento de mi cuerpo a través de dolor.

Empecé a tener también un hambre voraz. Los que me conocen saben que como bastante pero ahora con el gym el hambre es superlativa, me invaden unas ganas tremendas de comer en cantidades industriales. Luego entendí que era algo normal, sobre todo considerando que también he hecho un cambio en mi alimentación. He reducido la ingesta de azúcar, volví a eliminar las gaseosas de mi vida y ceno muy muy ligero. De modo que el hambre se concentra sobre todo en las mañanas y en las tardes, para lo cual preparo mi arsenal con yogurt sin azúcar, stevia, leche de almendras, pan integral, jamón de pavo, entre otras cosas.

Luego comencé a experimentar otro fenómeno que ya había escuchado de amigos deportistas o que se ejercitan. Los días que por alguna razón no puedo ir al gym, me da un terrible cargo de conciencia. Pienso que mi cuerpo se acostumbrará a la calma, que los músculos se regodearán en la pereza y al menos trato de hacer cardio en casa como premio consuelo. No me había pasado nada de esto ni con yoga o con los otros ejercicios que había practicado antes. La culpa por no ejercitarme empieza a jugarme en contra y también la satisfacción cuando he cumplido mi rutina planteada.

IMG_5766Por primera vez en la vida me compré una balanza. Nunca me había importado saber cuánto pesaba. Me bastaba con lo que me dijera el espejo pero con el ejercicio surgió la necesidad de llevar una especie de registro de lo que pasaba con mi cuerpo. Y la balanza apareció ante mí como una posibilidad de diario sobre mis kilogramos perdidos o ganados. Paralelo a esto surgió también la necesidad de registrar en fotos parte del proceso y publicarlas en mi cuenta de Instagram. No lo hago por una cuestión exhibicionista sino a modo de bitácora, quiero ver mi paso a paso, ver a lo largo del tiempo qué pasa conmigo en esta nueva fase. Siempre habrá alguno que otro amigo sufridor que haga algún comentario «bromeando» por los fotos en el gym. En realidad veo mi cuenta de Instagram como una bitácora muy personal de lo que me gusta y hago, así que ni siquiera tomo en cuenta los comentarios aparentemente bromistas. Sigo en lo mío, registrando el proceso, para recordarlo, guardarlo y no confiando únicamente en mi memoria frágil.

No sé si esto del gym se volverá un hábito vitalicio o será sólo una temporada, de todas formas estoy disfrutando del proceso, ganando resistencia física y viendo cómo mi cuerpo se va superando en el ejercicio. Ya para mí hay un saldo positivo hasta ahora.

Saudade de Domingo #66: Tiempo para la lectura

En tiempos cada vez más visuales, leer es una actividad que ha ido quedando más desplazada. Lo veo en mí, en mis colegas, en mis estudiantes. El espacio dedicado a la lectura va reduciéndose en tiempo y normalmente queda relegado a las noches antes de dormir. Y no hablo de la lectura por trabajo sino a la placentera, aquella que tiene igual función de entretenimiento como ver una peli o una serie en Netflix. La que permite recrear mundos, acompañar una trama, amar u odiar personajes, devorar las páginas para llegar al final y estremecerse cuando se cierra la última página.

La lectura gozosa es algo que siempre me ha acompañado. La necesito para calmarme, para no aburrirme y sobre todo porque me encanta generar imágenes con las palabras, casi de una forma terapéutica. Sin embargo en los últimos meses dado el trabajo en la universidad y otros proyectos en paralelo, he tenido que optar por leer cuentos, relatos breves, dejando varias novelas en camino de espera. Han sido meses de lecturas muy interesantes, de descubrir algunos autores y releer otros. Schweblin, Neuman, Stephen King, Felizberto Hernández. He quedado enamorado de los cuentos de Mariana Enríquez y de Liliana Colanzi, autoras a las que llegué casi por accidente. En agosto recorría una librería de calle Corrientes y me encontré que Nuestro mundo muerto, cuyo título me sonaba familiar; entré a Google y encontré el artículo del diario El País que hacía una lista del nuevo boom latinoamericano, esta vez de mujeres. Ahí estaba Colanzi, Enríquez, también mi compatriota Mónica Ojeda, de la que hablaré en unas líneas más abajo.

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Caminando por otra librería, me encontré con Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enríquez, quien escribe los cuentos con un tempo que no decae jamás, con personajes muy bien delineados y con desenlaces que siempre terminan por darte un knock out. Sea por su complejidad o por su ligereza. En Nuestro mundo muerto, Colanzi al igual que Enríquez, construye personajes desde lo cotidiano, pero en la primera la presencia de lo fantástico tiene mucha más presencia. Mi cuento favorito es La ola, un cuento en el que va desde la gélida Cornell (New York) hasta los Andes Bolivianos, en una atmósfera enrarecida por situaciones que en Colanzi encajan sin fórceps. Es de esas autoras que golpea con cariño a sus personajes, con dulzura y sin piedad.

Terminado el libro de Colanzi, empecé la última antología de cuentos de Stephen King El Bazar de los malos sueños. No es que fuera una antología pensada como tal, pues se trata en realidad de una recopilación de muchos relatos breves que King ha publicado en los últimos años en diversas revistas. La verdad creo que no lo hubiera empezado a leer sino fuera porque Mariana Enríquez en su columna en Página 12, recomendaba su lectura. Y ya que había quedado enamorado de su escritura, su opinión pesó mucho. Como resultado, los cuentos me mantuvieron en vilo. Buscaba tiempos muertos para leer (como hacía con Colanzi y Enríquez) y terminé el libro relativamente rápido.

Pensando en el tiempo invertido y en mi idea de «no tengo tiempo ahora para dedicarle a una novela», me di cuenta que ya era momento de volver a las novelas en cola. Así que hoy empecé Nefando, de Mónica Ojeda. El año pasado leí su primera novela, La desfiguración Silva y ese aire bolañesco en una Guayaquil actual me tuvo agarrado del libro de inicio a fin. Fue un gran descubrimiento y presiento que este segundo trabajo de Ojeda no me defraudará tampoco.

De modo que he vuelto a una novela y la idea del tiempo es relativa. No tengo prisa por finalizar el libro, así que veré por cuáles caminos me llevará esta nueva historia. Terminada la misma trataré de recoger impresiones, dudas acerca de la novela, más que a modo de crítica, a modo de aclararme ciertos temas. Bucear en el universo de una novela es un salto al vacío y como todo regreso es necesario recapitular, registrar, todo para volver a lanzarse.