Saudade de Domingo #55: Mi hermana

Hace 27 años dejé de ser hijo único para convertirme en hermano. Seguramente en ese momento no entendía bien lo que eso significaba y lo fui asimilando con los años. Aun hasta ahora sigo aprendiendo de ese vínculo con mi hermana. Es una relación que no se agota, que crece, se transforma y se va actualizando. Ya no somos los niños que jugaban pero cada tanto peleamos por nimiedades, nos reconciliamos y estamos ahí siempre para ayudarnos. También nos reímos mucho y compartimos muchas cosas.

Hoy, en Buenos Aires hemos pasado un lindo día (desde ayer en celebraciones). Me da gusto verla transformarse en una mujer independiente, que se levanta, que afronta desafíos, que tiene miedos como todos pero que se sobrepone a las pruebas. Con ella me pasa algo muy curioso: la sigo viendo como mi hermanita, la pequeña, la bebé, aun 17952731_10154203941566486_8310883875220191745_ncuando todos sus logros me muestren a una mujer emprendedora delante. Siento que nunca crecerá para mí, que será siempre la niña churrona que cantaba villancicos con mi papá en navidad, que en algún momento quiso ser cantante y que era una fanática acérrima de la serie Expedientes X.

Con esa imagen de niña que tengo a veces quisiera poder aliviar el peso de sus responsabilidades, evitarle penurias, acortarle el camino de sinsabores al haber vivido yo experiencias similares. Pero me repito que ella tiene su propio camino, que sólo puedo estar ahí para aconsejar, para dar un abrazo pero que no puedo intervenir, por su propio bien y su propio crecimiento.

Estoy muy feliz de haber pasado este día con ella, rodeado de amigos que como yo la  aprecian y la quieren por su sensibilidad, su humildad y sentido del humor. Aun se me hace raro pensar que ya tenga 27 años, que haya salido del país y se esté abriendo paso en una nueva tierra. Estoy seguro que como en otros retos, saldrá triunfadora.

Te quiero bebé.

Léeme si me encuentras

Sería más fácil buscarte en Facebook o rastrear tu WhatsApp, pero la verdad es que eso de chatear contigo siempre fue complicado. Nunca fluyeron las conversaciones, los temas parecían muy bien pensados y cada línea de chat se sentía como un auto en reversa. En lugar de conocernos más, creo que terminábamos agotados al sentirnos más ajenos. En fin, ¿ves que divago? Y tú igual, así no íbamos a llegar muy lejos tampoco. Y si procuramos saber el uno del otro con amigos o espiando redes, es porque sabemos que la historia del freno, que la falta de onda, se convirtió en un motivo de curiosidad, de desafiar a nuestra propia falta de química.

No quiero extenderme tanto por acá, no lo mereces. Sólo te escribo porque supe hoy de la muerte de tu padre, aquel ser gigante del que siempre hablabas con un brillo tal en los ojos hasta el punto de inundarte de lágrimas sin atreverte a soltarlas. Yo sonreía de ternura al verte tan sensible y agradecida por el padre que nunca te abandonó a pesar del divorcio. Sin embargo me llenaba de envidia, porque sabía que además de nuestra falta de química, nunca llorarías por mí cuando me recordaras. ¡Qué egoísta! ¿No? Pretender que lloraras por mí al recordarme, aun cuando estuviera encamándome con cualquiera en ese preciso instante que me evocaras. De todas formas, no dejo de pensar que me habría gustado conocer a tu padre (creo), aun cuando me he quedado con la sensación de conocerlo por tus vívidas descripciones.

Sin haberlo conocido, veo mucho de ti en él. Físicamente, teutona, nórdica y con los ojos esmeraldas más tristes del mundo. En ellos heredaste la nostalgia del desarraigo de tus abuelos migrantes. La tranquilidad de tus palabras, siempre melódicas, dotadas de la velocidad del viento en un verano moribundo. Lo sensible, lo neurótica, lo soñadora también lo heredaste de él como una vez me dijiste. Podías pasar de la euforia a la tristeza como si operara en tu fisiología una elipsis cinematográfica propia que yo obviamente desconocía. También podías insultar, escupir, atravesar y minutos después llorar desolada implorando un abrazo gordo, sentido, al igual que aquellos abrazos de luna que tu padre te daba luego de que terminabas con alguna pareja. Las rupturas, al igual que a mí, nunca se te han dado bien. Te dejan desfigurada por un tiempo y fue así como te conocí, con las consonantes cambiadas de tu apellido eterno que había que pronunciar haciendo cinco inspiraciones de aire para no morir en el intento. Y así desfigurada, con el apellido y tus recuerdos entreverados, no pegamos onda cuando yo también sin geometría alguna venía destruido de un amor no nacido. Pero ahí estábamos a pedazos, sin química, con charlas entrecortadas y anclados en nuestros muelles a la espera de zarpar a donde fuera. Y en esa espera, emergía tu padre más grande de lo que ya físicamente era. Quería conocerlo por el impulso que contagiabas al hablar de él, pero también rogaba no conocerlo nunca, sobre todo cuando me dijiste mientras bebías un americano sin prisa en ese café de San Telmo, «Te caería bien mi viejo, los dos se gustarían». Siempre desconfío cuando alguien pretendiendo conocer a las dos partes involucradas, busca generar expectativas positivas ante un posible encuentro. En 9 de cada 10 casos me decepciono y termino por odiar a la otra persona. Quizás sea un acto de rebeldía ante la propia química posible.

Doy vueltas, lo siento. Escribirte hace que rememore mis 20. Quizás lo hago porque no tengo palabras o explicación clara para saber qué nos pasó. Si la química hubiera funcionado, quizás estaría contigo ahora dándote ese abrazo que ya tu viejo no te puede dar. Pero quizás es mejor no abrazarte y sí decirte que en nombre de nuestra falta de química, de nuestra falta de onda, ocupas un lugar especial, como el de una linda fotografía que capturó un buen momento, como el de una canción de antaño que en algún momento suena por una ventana distante y dispara recuerdos ardientes. Probablemente hoy estés también desfiguradamente hermosa, con lágrimas secas sobre tus mejillas y la mirada lontana. Debes estar lista para un encuadre de Tarkovsky. O de Bergman, creo que mejor te va el sueco. Digo, por tus ancestros. Si pudiera te sacaría una foto a la distancia y te llevaría conmigo en esa tristeza, en esa tácita satisfacción de que tu viejo al fin descansó de su agonía. Y tú también de la tuya, pues como me dijiste alguna vez, nacemos y morimos siempre, en ciclos que se abren y se cierran. No sé si fuimos un ciclo o apenas una breve coma en medio de un poema estructuralista. Tampoco quisiera saberlo, prefiero que esto (si es que hubo un «esto») sea un retrato extraño, fuera de foco, empañado por lluvia de invierno que se da play una y otra vez en un loop ad infinitum.

Saudade de Domingo #53: Retomando proyecto

Con el fin de este ciclo intensivo de clases (realmente fue agotador), puedo volver a mirar a la masa informe de guion que tengo entre manos. Digo masa informe porque ni siquiera es un guion como tal, es apenas un embrión en el que consigo vislumbrar un esqueleto y algunos cuantos órganos. No tiene rostro todavía, palabras sí, muchas, acciones también y desde ya empiezo a temer cómo será grabar todo ese embrujo de escenas bocetadas que son muy diferentes a todo lo que ya escribí anteriormente. Es una comedia negra, es lo único que tengo claro, un humor algo mordaz (es lo que supongo, capaz no llega ni a humor de Walt Disney), que debe ir in crescendo hasta llegar a algo.

Normalmente no suelo hablar de mis proyectos hasta que llegan a una instancia de maduración que me permite mostrarlos. Muchos de ellos nunca vieron la luz por desestimarlos o porque no alcanzar el nivel de madurez que yo les exigí. Todos fueron procesos diferentes y una vez más en este guion, quiero llevar a cabo un desarrollo diferente.

La idea de este guion surgió hace unos siete años, según afirman mis libretas de anotaciones. La primera imagen que surgió fue la de la protagonista, que además estaba inspirada físicamente en la actriz que protagonizó un cortometraje que grabé en el 2009. De hecho llegué a comentárselo y se entusiasmó con la idea, que para ese entonces sería sólo un cortometraje, con una sola locación y dos personajes. Me cerraba además en cuanto a producción ya que podía hacerse con un presupuesto moderado.

El tiempo fue pasando, en aquel entonces trabajaba en Ecuavisa y ya empezaba a dar clases en Casa Grande, por lo que mi tiempo era realmente escaso. Recuerdo también haberme propuesto mejorar mi nivel de francés así que en las noches libres tomaba clases de conversación en la Alianza Francesa de Urdesa. Para completar estaba en etapa de post-producción de otro corto y estaba además remontando el documental sobre el teatro que había hecho como tesis de grado. Resultado: menos tiempo para escribir y la historia se fue quedando archivada. Según mi libretas, en esa época llegué a escribir una especie de monólogo del personaje principal, unas cuantas anotaciones sobre su relación con su pareja y ciertas directrices en cuanto a la estética.

Realicé otros cortos, luego fui a Argentina a estudiar el master y allá con el estímulo creativo que tuve por la misma Buenos Aires, los compañeros y las materias, volví a retomar esa historia. La miré ya con otros ojos y vi que tenía potencial para largometraje. Fui pensando en más situaciones que debían suceder entre la pareja en su departamento, afiné el conflicto central, anoté varias referencias que necesitaba ver y leer para meterme más en la historia, pero luego tal historia volvió a caer en el olvido. La sensación que tengo de ese entonces era de una emoción tal, que poco me faltaba para sentarme escribir las primeras escenas ya en formato guion. Pero la vocecita crítica -paralizadora y castradora- me decía: No es el momento, te falta investigar más, conocer más a tus personajes. Lo único que conseguí fue volver a archivar a esa historia, mientras otras venían a tomar posesión de mi cabeza.

Siguió pasando el tiempo y la idea de esta historia siguió flotando por mis pensamientos cada tanto. Alguna que otra vez cuando pensaba en una situación que creía interesante, la anotaba para al menos fijarla en el papel. Luego volvía la historia al olvido con la tranquilidad de que todo reposaba en las notas de mis libretas.

El año pasado empecé a bocetar dos historias en diferentes meses con la idea de que una se volviera la película que finalmente querría grabar y que se convirtiera en mi ópera prima. Las dos llegaron a desarrollarse hasta una escaleta básica. Sin embargo, en ambas algo no me convencía. Las sentía quizás muy inmaduras todavía y no me sentía preparado para llevarlas más adelante. En medio de esa insatisfacción la misma vocecita crítica -a veces sanadora- me recordó esa historia anterior que con el paso del tiempo quizás podría haber mejorado.

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Evidencia del trabajo de ayer sábado. Revisando libretas, releyendo sinopsis, corrigiendo escaleta.

La retomé, puse en práctica mis nuevos conocimientos y experiencia acerca del guión y me di a la tarea de reescribir el storyline, redactar la sinopsis y entre idas y venidas, de fiestas navideñas, mi curso en New York y el intensivo de clases que di, he podido ir perfilando una escaleta modesta. Aun falta que gane ritmo, la verosimilitud se cae a momentos, pero tengo identificados los puntos en los que debo trabajar. Ayer sábado tuve una jornada fructífera de corregir escaleta, de escuchar música inspiradora, de cambiar situaciones y en unos cuantos días de trabajo más, empezaré a escribir las primeras escenas. No será un proceso rápido pero sí quiero que sea divertido para mí, de lo contrario no tendría sentido hacerlo.

El guion se aproxima y con él se cristalizará o encontrarán un cauce, las decenas de páginas sueltas escritas a lo largo de todos estos años. Escribir este guión es por esto también una cuestión de honor en nombre de la vorágine de papeles sin destino.

Saudade de Domingo #50: Cincuenta ediciones

En un abrir y cerrar de ojos. Este espacio se ha convertido en un pozo de emociones contenidas, algo que no imaginé que pasaría, que empezó como un hobbie, un juego que podría morir en cualquier momento, como ya ha pasado con otras iniciativas. Creo que lo que me gusta de este espacio de Saudade de Domingo es poder escribir sobre lo que sea, sin importar el tono que sea. Total, es mi lugar y todo es muy subjetivo acá, no busco ni expongo verdades sino lo que siento en determinado momento y una vez que otra sale algo de lo que me enorgullezco. Tampoco suelo releerme por temor a querer editar. Así que lo que salga por acá queda para quien lea y que vea qué hace con eso.

Desde octubre de 2015 que empecé con esto han pasado tantas cosas. Graduación, viajes, películas, procesos de teatro, escritura. En algunas cosas he avanzado, en otras siento todavía un estancamiento. Son aspectos que toman tiempo ir deshaciendo y que capaz cuando llegue a las 100 ediciones algo hayan cambiado (espero). Una pregunta que suelo hacerme a veces sin esperar una respuesta es «¿qué tanto me parezco a lo que escribo?». Siguiendo una idea lógica se supone que la escritura debería ser una suerte de espejo o radiografía de quien escribe, donde además podría dilucidar qué influencias tenía en determinado momento. Sin embargo no estoy muy seguro de parecerme a lo que escribo o quizás es uno de los tantos yoes que tengo. A lo mejor en mi escritura sucede algún proceso esquizoide en el que soy y no soy lo que escribo. Surge quizás alguna especie de canalización de donde brotan ideas, personajes, situaciones que muchas veces quedan como engendros a medias sin un derrotero concreto. En ese sentido creo que el descubrimiento de la poesía gracias a María Negroni, me ha ayudado a desembocar esas imágenes sin sangre. Son apenas pincelazos que con suerte -o no- terminarán en un collage de algo. Desde hace algunos meses me ronda en la cabeza la idea de hacer algo con proyectos inacabados. Quizás un medio o largometraje de los cortos que quedaron minúsculos y que juntos puedan tomar otro despegue. No lo sé, es sólo una idea que me ronda y que madurará no sé cuándo.

Así que aquí estoy con mis 50 ediciones y mis incertezas. Voy por las 100 a ver qué onda.

Saudade de Domingo #49: Caminando

Es importante cada tanto, ser turista de la propia ciudad. Tratar de mirar con distancia o con ojos de novedad aquellos sitios que resultan familiares. Siempre esa observación traerá  una nueva aproximación, pues en realidad es el ojo el que le da sentido a lo que miramos.

Ayer por la tarde me encontré con una amiga y luego de la despedida, podría haber optado por regresar a mi casa en taxi. Pero no tenía ganas ni de regresar tan pronto ni de subirme a un auto. Tenía ganas de caminar, de tener un tiempo en soledad para mí. Si bien camino bastante diariamente, quería darme esta posibilidad de caminar en otro sentido, tratando de encontrar(me) en la ciudad.

Me olvidé los audífonos en casa así que el único soundtrack que tenía era el sonido del estero, el motor de los autos, alguna estación radial que se escuchaba en último plano, algún fragmento de una conversación por celular. Y ahí estaba caminando, con sol, pensando en mis planes de este año, en lo ya vivido en estas primeras semanas del 2017. Pensar y caminar se dan muy bien de la mano. Mis ideas más interesantes se han dado en esos momentos. Es por ello que no evito caminar, al contrario, lo busco.

Caminando, organizo mi agenda, tomo decisiones pospuestas, transpiro, recuerdo canciones, olvido malos momentos. Y eventualmente tomo fotos de alguna esquina, de algún lugar que me saque de mí. Ayer mientras caminaba, crucé el puente que va del Policentro a Urdesa. Me gustó tanto el verdor y el color de la luz, que no pude dejar pasar la oportunidad de enmarcar el momento.

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Saudade de Domingo #48: Atesorar

Siempre he sido un obsesivo por la memoria, por congelar el recuerdo, por registrarlo todo. Cada tanto me gusta pasar revista a todos los recuerdos acumulados en diferentes formatos: fotos, vídeos, cartas, diario, tarjetas, etc. No lo hago todo el tiempo pero me hace feliz saber que determinado recuerdo está inventariado en alguna plataforma. El problema surge cuando algo se pierde o se borra.

Esta semana viví un hecho que me desestabilizó mucho pero que pocos supieron. El martes a la mañana mi compu no prendió más, intenté revivirla de todas las formas posibles, busqué tutoriales en el celular a ver qué podía hacer para sacar del coma a mi laptop. Pero nada fue posible. Más allá de la molestia de que no prendiera, se me cruzó por la mente un craso error que había cometido: no había respaldado en varios meses toda la info de la compu. Pensé enseguida en lo que más me importaba de los más de 200 GB ocupados. Mis poemas escritos en Nueva York y la sinopsis larga de la película en la que estoy trabajando.

¿Cómo era posible que si eran trabajos tan importantes para mí, no se me hubiera ocurrido respaldarlos en el Drive, en un disco externo o por último en el mail? Me recriminé durante horas. Era como haber retrocedido un año atrás de trabajo. Era la primera vez que una compu se me dañaba pero no era la primera vez que perdía información valiosa. Un año atrás un disco duro dejó de funcionar de la nada y no se pudo rescatar nada de la info que estaba ahí. No me dolió tanto porque más que todo eran películas que luego pude volver a bajar, pero la sensación de pérdida no me era desconocida. Dos años atrás, en Buenos Aires, otro disco que tenía empezó a dar problemas, lo llevé a varios centros de reparación pero no pudieron hacer nada por salvarlo. ¿El contenido? Un cortometraje que había grabado unos meses antes. Todo el material en bruto, el primer corte al olvido entre los sectores dañados del disco externo. Por suerte esa vez había dejado un respaldo en mi compu en Guayaquil, así que mi hermana pudo mandarme por Dropbox todo el material. Más atrás todavía, cuando tenía como unos 13 o 14 años, un técnico que había venido a casa a actualizar el sistema operativo de la compu, había formateado sin consultarme el disco duro y perdí algunos cuentos. Me tocó escribirlos desde cero.

Así que el martes por la tarde mientras iba con mi papá a la tienda donde había comprado la compu para aplicar la garantía del equipo, me preguntaba -o recriminaba- por qué no había hecho el respaldo de la información. Y no fue por falta de alertas: A una amiga mía le robaron sus dos compus hace unas semanas atrás y no había respaldado nada en la nube, por lo que perdió todo. Yo pensé para mí «hace mucho que no respaldo nada en el Drive». Seguí con mis ocupaciones en el seminario en Nueva York. Al final del mismo, María Negroni nos pidió que le enviáramos todos los poemas escritos. Hubiera podido hacerlo ese mismo día pero pensé que quería tomarme unos días para releerlos y corregirlos. Ya de regreso a Ecuador, una amiga del seminario me pidió leernos los poemas de ambos y darnos feedback mutuamente. Le respondí que me gustaba la idea y quedé enviárselos ese mismo fin de semana. Como estaba por empezar a dar clases nuevamente, tuve que armar una materia de cero y no tuve tiempo de trabajar un poco en los poemas. Todas esas alertas se pasaron por mi cabeza mientras iba a la tienda y estaba tomado por una impotencia tremenda. Dejamos la compu ahí. Esa noche pasé mal pensando en mis archivos.

Al día siguiente llamé y el daño parecía grave por lo que mandaron a pedir una nueva pieza que debía llegar en unos días más. Pregunté por mi información, por el disco y me dijeron «no nos hacemos cargo de eso, era su responsabilidad respaldar todo». Yo ya sabía eso y no necesitaba como cliente el facilismo del técnico. Me dio mucha rabia el quemeimportismo del fulano. Me exalté. Así con todo, tuve que dar clases, haciendo gala de mis dotes de actor y fingir que todo estaba bien. Hice bromas como suelo hacer en clases y creo que fingí tan bien que hasta casi me creo que no me pasaba nada.

Esa misma tarde del miércoles, me entregaron el disco y en vista de que es tan «modernísimo» (un chip ultradelgado) no encontré quién pudiera extraer la información así que recurrí el jueves a los servicios de Ondú, que se portaron genial. Un día después tenía toda la información del disco rescatada y mis poemas volvieron a ver la luz, los personajes de la película reaparecieron e inmediatamente comencé a respaldar todo en el Drive.

Más allá de la anécdota tenebrosa que todo esto me provocó pensé nuevamente en mi afán extremo de atesorar recuerdos. ¿Sirve de algo? Es decir creo que sirve pero siempre que se comparta, cuando haya un otro que observe también. Mirar en solitario es aburrido y egoísta. Lo sé. Es algo en lo que quiero/debo trabajar. Siempre por un afán perfeccionista, de siempre pensar que mis proyectos pueden ser mejores y que hasta tanto es mejor que no vean la luz, creo que los proyectos acaban suicidándose. Pensarán: «si no hay alguien más que nos mire, mejor nos matamos. Basta de oscuridad». Algo así debió haber dicho ese corto que casi perdí pero que pude recuperar para que siguiera en otro disco duro…

Atesorar sólo debe servir si es para compartirlo, así gane críticas o elogios. Son la misma cara de una moneda. Esta bitácora cumple un poco esa misma función: congelar, retratar sensaciones mías en determinado momento y compartirlas en la web, así no sea el mejor escritor del mundo. Y con esa misma lógica debería operar con los proyectos que hago. Decir/escribir todo esto, es una forma de catarsis para recordarme que las cosas que suceden a mi alrededor son señales a las que debo prestar más atención. Nada sucede así porque sí y esta semana terrorífica en la que casi pierdo documentos valiosos para mí, me ha hecho dar cuenta de lo responsable que soy por las cosas que creo, en las que invierto tiempo. Así que además de respaldar todo en el Drive, ya envié mis poemas a María, se los envié a mi compañera del seminario y la sinopsis larga de la película se la envié a dos personas que aprecio mucho para que me den feedback. Creo estar retomando bien las cosas por el momento.

Debo seguir recordándome: comparte lo que haces, atesora y comparte.

Saudade de Domingo #47: Reconectar

Volver siempre es difícil y más cuando sientes que tienes cuentas pendientes con el mundo. Quiero decir cuando crees que afuera de tu perímetro están pasando cosas en las que sientes que deberías estar. Así me siento un poco en Guayaquil. En un lugar estable, mío de cierta manera, pero al mismo tiempo alejado de todo, aun cuando en realidad físicamente estamos en el centro del mundo.

Salir de la ciudad -y del país- se me presenta siempre como una oportunidad de ponerme en contacto con el mundo (hablo en términos físicos no metafísicos). Me sumerjo, exploro, recorro, me despojo de temores, prejuicios y me vuelvo una hormiguita anónima que deambula y a los tumbos aprende algo, aunque sea una nimiedad.

Y luego de esa desconexión con Guayaquil viene el doloroso proceso de reconectar. He hecho un repaso rápido de los pensamientos que se me cruzan cuando llego al aeropuerto de Guayaquil y a pesar de las diferentes épocas, la idea es siempre la misma: Qué pesado regresar, otra vez acá, nuevamente el calor, otra vez la rutina.

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Un poema de María Negroni. No se por qué, pero de alguna forma siento que este poema me toca, me afecta en estos momentos. 

No le puedo pedir a Guayaquil lo que me pasa con otras ciudades, porque cada una es única y bella desde su lugar, pero con este trópico me llevo a las patadas. Pero son patadas sin dolor. No me maltrato físicamente con Guayaquil, nos violentamos con la indiferencia, dándonos la espalda y en un momento insospechado nos miramos y creemos entender por unos segundos, por qué seguimos acá juntos. No es una respuesta lógica que pueda explicar, quizás la gramática de la poesía me pueda ayudar a entender. Sólo sé que estoy acá en la llamada Perla del Pacífico, en el llamado último puerto del ¿caribe?, viviendo como puedo, agradeciendo lo que la ciudad me ha dado y dejando que sean las letras las que dicten cuánto tiempo debe durar nuestro matrimonio.

Estado: Landed

Landed sólo en el cuerpo. Mi cabeza, mi corazón aun deambulan en alguna esquina del Midtown, gozando las temperaturas cercanas a cero. Probablemente me esté tomando el subte y esté viajando al downtown o a Soho. O quizás esté cruzando el Brooklyn Bridge cerca de la medianoche. Puede que no esté haciendo nada de eso sino viendo a Jimmy Fallon tertuliar con alguna estrella mediática.

En cualquier caso mi cuerpo ha tenido que trabajar hoy, reencontrarse con los amigos, con los compañeros y he tenido esa sensación img_9190de flotar, de no estar, de ser apenas una cámara que observa cual testigo. He tenido también que preparar una charla sobre mi experiencia en New York para mañana en la facultad y con la misma incertidumbre de las escalas en los aeropuertos, de las clases invernales de María y Guillermo, de las caminatas interminables por la Quinta Avenida, no sé bien qué contar. He dejado que el cuerpo escriba, seleccione todo aquello que me hizo latir, que me resquebrajó las neuronas, que hizo agua los huesos. He hecho contacto con la cabeza en New York y me ha marcado ciertas directrices. Y en esa saudade filosa, he leído Andanzas de María Negroni. Leerla me ha hecho tan bien. Ha sido como escucharla leer sus propios poemas y  he matado así un poco la nostalgia por sus clases. Amé tanto ser su estudiante.

Ahora tengo más idea de lo que hablaré mañana a los estudiantes. Quiero ser honesto como siempre he intentado ser en mis clases, hablar desde la médula y quizás alguien se conecte con mis certezas y dudas. Ya eso habrá valido la pena.

Y así estoy, evaporado, flotante.

Saudade de Domingo #45: New York I love you

«Te va a volar la cabeza», me dijeron algunos amigos antes de venir a New York. En realidad me la ha reventado. Todo es superlativo en esta ciudad, no hay lugar para términos medios. Las distancias son enormes y realmente uno puede llegar a sentirse una hormiga entre tantos rascacielos y personas tan diferentes. Negros, latinos, asiáticos, rubios, musulmanes, mezclados de todas las maneras posibles. Como me dijo una pareja norteamericana: «Todos en Estados Unidos, especialmente en New York somos de cualquier otra parte, descendientes de italianos, mexicanos, irlandeses, etc. Solemos decir que alguien es New Yorker, cuando vivimos mucho tiempo acá sin importar el origen».

Me contaron que cuando entre norteamericanos se preguntan «Where are you from», la respuesta normalmente suele ser: «I’m italian, I’m irish, I’m mexican, I’m chinese» incluso cuando sean la tercera o cuarta generación nacida en Estados Unidos. Es posible que ni hablen la lengua de sus ancestros, pero mantienen la costumbre de responder al «where are you from» con la nacionalidad de los abuelos.

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Algo que me ha llamado mucho la atención es el subte de acá. Acostumbrado al de Buenos Aires, el subway me resulta complicado de entender. Una misma estación funciona para varias líneas y no siempre hay cómo saber cuál es la estación final o de cabecera. Ya me he perdido algunas veces pero voy aprendiendo.

No todas las estaciones de subte tienen rampa o ascensores para personas con capacidades especiales. Las escaleras para bajar normalmente son metálicas y en época de lluvias son un verdadero peligro. Ya vi algunas personas mayores bajas con sufrimiento por las escaleras ante la indiferencia de la gente. Dentro de las estaciones también algunas tienen desniveles y no hay ninguna preparación para que las personas mayores puedan transitar.

A diferencia de lo que había escuchado, la gente en New York me ha parecido muy amable. Hay un trato excelente para el turista y tienen mucha paciencia. Me he quedado gratamente sorprendido, quizás porque en Guayaquil y en Buenos Aires, la gente que atiende al público no es precisamente amable. Hasta me incomoda por vergüenza ajena cuando alguien acá me pregunta si está todo bien, si necesito algo, porque en realidad veo en los ojos de las personas que están realmente prestos a ayudar.

Aunque no he podido experimentar mucho, hay demasiada variedad de comida en New York. Restaurantes de todos los precios (aunque parezca mentira he encontrado incluso restaurantes más baratos que en Guayaquil) y de todas las gastronomías posibles. Estoy alojado en el midtwon, específicamente en Korea Town y es impresionante la cantidad de restaurantes con diferentes clases de comida. El viernes en Harlem fui con unas amigas a un bar de jazz de origen etíope, así que aproveché la oportunidad para probar algo del país africano. Fue interesante comer con las manos, con una masa similar a la de los tacos y un pollo picante en finas hierbas.

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Hace unos días me llevé una gran sorpresa con la pizza. Acostumbrado a las porciones de Buenos Aires, pedí tres slices para almorzar y me sorprendí al ver lo enormes que son los pedazos acá. Con esfuerzo me comí dos porciones y media (Bueno, casi que lo logro eh!).

Quedé extasiado con Strand Book Store, una librería enorme en el East Village. Son tres pisos de toda clase de libros, desde los comerciales hasta los clásicos, pasando por una infinidad de ediciones de colección, rarísimas, que pueden llegar a costar mucho dinero. Uno podría pasarse horas en aquel lugar recorriendo los pasillos a modo de biblioteca, leyendo, eligiendo qué comprar porque la tentación es siempre quererlo todo.

El MOMA fue otro lugar maravilloso. Poder ver de cerca todas las pinturas que había estudiando tanto en Historia del Arte, ahí, frente a mí. Ver Picaso, Monet, Mondrian, Matisse, Dalí fue impresionante. Llegué a quedarme sin aire delante de Las señoritas de Avignon o Estudio en Rojo. Y horas después a la salida del MOMA, la ciudad regala una nevada deliciosa.

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Nevada en Chinatown

Otra cosa loca de New York es el clima. De tener números negativos durante mis primeros días, el jueves llegamos a tener un día soleado de 18 grados, para luego tener un viernes frío y un sábado de nieve. Fue mi primera viendo nevar. Emocionante, con el corazón a mil como si fuera una criatura. Hice varios vídeos intentando registrar el momento a pesar de la incomodidad que entrañaba llevar el paraguas en una mano y en la otra el celular con el libro de viajes de New York. Aun así, logré sacar varias fotos y vídeos de Chinatown que fue donde estuve en el momento de la nevada.

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A medida que se acerca el cambio de mando, los ánimos empiezan a caldearse acá. Hoy caminando por la quinta avenida para llegar al Central Park, pasé por el Trump Tower que estaba totalmente cercado por policías como medida de protección ante posibles disturbios. A las 14h00 de hoy domingo, frente a The New York Public Library, un grupo grande de escritores de la ciudad unidos bajo el nombre Writers Resist, hicieron una manifestación pacífica en contra de las medidas que pretende imponer Trump en su gobierno. Al podio iban pasando poetas, narradores que leían algún fragmento de otro autor relacionado con la libertad y alguno se atrevió a leer algo escrito específicamente por la coyuntura. Hoy mismo bajo la misma organización se realizaron eventos similares en Los Angeles, Phoenix, Denver, Orlando, Chicago, entre otras ciudades.

En New York me siento tranquilo. Me habían dicho que era estresante, que la gente corre de un lado a otro, pero la verdad me siento muy bien con el ritmo acelerado de la ciudad. A lo mejor yo soy igual de acelerado y estoy en sintonía, pero no me he sentido abrumado para nada con respecto a la gente.

Aun me queda una semana más por acá para seguir conociendo. Hay muchos lugares por visitar y sé que no podré conocerlo todo. Una excusa más para volver, en otra estación quizás y recorrer la ciudad con otro color. Definitivamente NYC entra a mi lista de ciudades favoritas. Siento desde ya un enorme cariño por ella.

Saudade de Domingo #44: De Buenos Aires a New York con escala en Guayaquil

Ni bien me subí al avión en Buenos Aires (con toda la pena que siempre me embarga cuando salgo de Ezeiza) empecé a sentir un dolor en las amígdalas que luego se se agravó en la escala en Santiago. El trayecto Santiago-Guayaquil fue una tortura, con fiebre, escalofríos, dolor de huesos y dolor de cabeza. Rogaba para que se amainara el dolor, pero nada. En algún momento hasta llegué a tener ganas de vomitar, pero afortunadamente no pasó.

Al llegar a Guayaquil, no daba más. Sentí que me iba a desmayar en cualquier momento y esa misma noche comencé un coctel de pastillas para desinflamar las amígdalas, bajar la fiebre, aliviar la cefalea. Al día siguiente me reintegré al trabajo y las amígdalas seguían igual de inflamadas, tenía fiebre cada seis horas. El malestar se unió a mi desesperación al imaginar mi cuadro al viajar a New York el sábado. ¿Podría viajar? ¿Mi sueño de meses se desvanecería por un trancazo inoportuno? El panorama gélido de temperatura en negativo en la gran manzana me hacía pensar lo peor. Estaba tan angustiado que ni siquiera me atreví a hablar de mi estado con mucha gente. Sólo mi familia lo sabía. Del miércoles al jueves casi no dormí nada por el dolor de amígdalas y la fiebre repentina. Fui con mis papás a visitar a una tía doctora y al ver mis amígdalas dijo: Están enormes, parecen dos limones!”. En ese momento me inyectó penicilina luego de hacerme la prueba cutánea de la misma. Recordé el dolor que causan ciertas inyecciones en las nalgas. Pasé el jueves resolviendo temas bancarios con la nalga izquierda adolorida y con las amígdalas hechas mierda todavía. Hice mi check in con desconfianza. En mi cabeza seguía rondando la pregunta ¿lograré viajar? ¿y si no mejoro? Ante estos momentos el apoyo familiar fue fundamental. Nunca pusieron en duda mi viaje, tenían fe de que yo iba a a mejorar, aun cuando comer o tragar saliva era toda una tortura.

El jueves por la tarde visitamos a mi tía en su consultorio y me puso la segunda inyección, luego de haber tenido un largo día de fiebres recurrentes y pocas horas de sueño. Ahora el dolor estaba pareja en las dos nalgas, así que sentarme o subir escalera era toda una proeza. Solo pensaba en New York, en el taller de escritura, en los textos que leeré, en lo que escribiré. Sólo ahí caí en la cuenta que por todo esa infección en la garganta no había podido disfrutar de la previa de mi viaje a New York. Las amígdalas se habían tomado el centro de atención y desplazaron a New York dentro de mis prioridades de pensamiento.

Mi mayor alegría fue despertar el sábado y sentir que mis amígdalas se habían desinflamado bastante. Todavía dolían pero estaba bien. Me bañé, me vestí, cerré la maleta y con todo fui con mis papás a visitar a mi tía a su casa para que me pusiera la tercera inyección.

Ya en la sala de espera del aeropuerto, recién pude descansar y sentir que lo había logrado, que a pesar de todo, estaba ahí, a las puertas de cumplir mi sueño. quizás uno de las más hermosos que tenga este año. Me volví a sentir feliz como no me sentía desde hacía varios días. Era como estar al final de la primera parte de una saga de películas. Pensaba en mi primera vez en Estados Unidos y de paso en New York, en ese monstruo de ciudad a la que solo he visto en el cine. No tengo familia ni amigos en esa ciudad y eso en lugar de desanimarme me alegra. Voy a conocer New York por mí mismo como hice con Buenos Aires en el 2011, cuando llegué una mañana de mayo y la última capital de Sudamérica me era completamente desconocida. Quiero trazar mi propia cartografía en New York, caminar mucho, tocar sus calles, respirar su gélido aliento de invierno, conocerla a solas, sin disputarla con nadie como buen Aries posesivo que soy.

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Luego de una escala calurosa en Panamá, llegué al John F. Kennedy Airport. Dos horas y media en la sala de migración para atender a 500 pasajeros frente a 5 oficiales…! Fue desesperante, pero la espera valió la pena al recorrer parte de la ciudad desde el aeropuerto hasta el hotel. El recorrido me pareció muy similar al de Ezeiza a Buenos Aires. En algún momento, confundido entre el inglés y el español sentí nostalgia por Buenos Aires y por Guayaquil. Tonterías mías, pues no es que me voy a quedar mucho en New York, pero de alguna forma, siento que este viaje me dará un gratísimo aprendizaje y sólo pensarlo me emociona. Quizás mi forma de mirar, de escribir, de encarar un proceso creativo sea un poco diferente a mi regreso a Guayaquil o Buenos Aires. Y eso estaría muy bien. En abril cumplo 31 y quiero seguir creciendo, reinventándome, de lo contrario no tendría sentido cumplir años.

Hoy caminé por Highline, Chelsea img_9654y West Village con un frío de -7. Hablar en inglés con la gente o escuchar conversaciones me hace pensar que estoy en una película y en ciertas partes siento la falta de los subtítulos. Es como si la recepcionista, el policía, la pareja de novios, la abuelita que cruza la calle fueran personajes y no personas que actúan para mí en inglés. Y yo me siento también un personaje que imita inflexiones de voz como haría Al Pacino, Bryan Cranston o John Hamm.

Mañana empieza el seminario de escritura por el que he venido a New York. Tengo muchas expectativas con los contenidos, con los profes y los compañeros que tendré. Me siento como el día previo al empezar la universidad o el día anterior al iniciar la maestría. Me gusta esa sensación de incertidumbre, de vacío que me invita a lanzarme y ver qué pasa. Qué lindo que además sea en New York, una ciudad con la que sentía una deuda pendiente al no haberle dado espacio entre mi lista de destinos.