Hace 27 años dejé de ser hijo único para convertirme en hermano. Seguramente en ese momento no entendía bien lo que eso significaba y lo fui asimilando con los años. Aun hasta ahora sigo aprendiendo de ese vínculo con mi hermana. Es una relación que no se agota, que crece, se transforma y se va actualizando. Ya no somos los niños que jugaban pero cada tanto peleamos por nimiedades, nos reconciliamos y estamos ahí siempre para ayudarnos. También nos reímos mucho y compartimos muchas cosas.
Hoy, en Buenos Aires hemos pasado un lindo día (desde ayer en celebraciones). Me da gusto verla transformarse en una mujer independiente, que se levanta, que afronta desafíos, que tiene miedos como todos pero que se sobrepone a las pruebas. Con ella me pasa algo muy curioso: la sigo viendo como mi hermanita, la pequeña, la bebé, aun cuando todos sus logros me muestren a una mujer emprendedora delante. Siento que nunca crecerá para mí, que será siempre la niña churrona que cantaba villancicos con mi papá en navidad, que en algún momento quiso ser cantante y que era una fanática acérrima de la serie Expedientes X.
Con esa imagen de niña que tengo a veces quisiera poder aliviar el peso de sus responsabilidades, evitarle penurias, acortarle el camino de sinsabores al haber vivido yo experiencias similares. Pero me repito que ella tiene su propio camino, que sólo puedo estar ahí para aconsejar, para dar un abrazo pero que no puedo intervenir, por su propio bien y su propio crecimiento.
Estoy muy feliz de haber pasado este día con ella, rodeado de amigos que como yo la aprecian y la quieren por su sensibilidad, su humildad y sentido del humor. Aun se me hace raro pensar que ya tenga 27 años, que haya salido del país y se esté abriendo paso en una nueva tierra. Estoy seguro que como en otros retos, saldrá triunfadora.
Te quiero bebé.