A eso de las doce años, en paralelo a ese obligado paso biológico de niño a hombre, solía leer libros y ver películas en busca de aquellas partes donde las parejas expresaban su amor —o simplemente su deseo— y sus rostros, sus cuerpos quedaban expuestos a mis ojos. Podía no ser nada explícito pero me estremecía ante esas muestras de cariño y pasión. Así me hice espectador frecuente del canal cinco en el que cada sábado por la noche, bajo el título de “cine candente” los programadores creían estar pasando películas pornográficas cuando en realidad pasaban películas europeas y latinas de culto. Por ahí pasó todo Almodóvar, Bigas Luna, Bertolucci, entre otros. El canal 5 y yo estábamos engañados, pero esa ignorancia me regaló imágenes que aun perduran en mi memoria (no solamente las eróticas).
Así fue como un sábado cualquiera me encontré a una jovencita rubia, de rostro y cuerpo tallado con precisión griega. Me perdí en esos ojos dulces que miraban a un hombre mayor, distante y terrenal. Estaban juntos, tenían mucho sexo pero era un amor otoñal, reposado así como era el cuerpo de esa mujer. Sus caderas, sus senos modestos eran captados con una luz tenue mientras él exhausto descansaba a su lado. Ella se movía con delicadeza, como si no fuera un ser de este mundo. Tiempo después descubrí, con la llegada masiva del internet, que esa mujer celestial era Nastassja Kinski y él hombre que llevaba la voz cantante en la relación, era Marcello Mastroianni. La película se llamaba Así como eres (Così come sei) de 1978 y en ella la alemana Kinski, hablaba en italiano, hecho adicional que me hizo ver de nuevo la cinta. Quería escucharla y sobre todo traer al presente a ese púber que fui.
Recuerdo que en esa segunda ocasión (ya andaba por los 23, 24 años) entendí mejor la historia, me envolví en la música de Ennio Morricone y los personajes me enamoraron. Diez años, con tantas pelis y libros en el medio, de Così come sei solo conservo retazos de imagen, la mirada de Mastroianni, la boca de Kinski, la fotografía cremosa, los trajes de invierno y evidentemente el cuerpo aéreo de Kinski que parecía flotar sobre las escenas.
Hoy algunas imágenes de esta película me cayeron de sorpresa mientras trabajaba en la novela que escribo. Me dejé abrazar por ellas, googleé la película y ahí estaban Mastroianni y Kinski congelados en el tiempo, amándose con distancia, uniendo el cuerpo aunque no del todo corazón. Repasé algunas fotografías y me encontré con esta de aquí abajo, que para mí sintetiza el espíritu de esta historia. El amor distendido mezclado entre las sábanas, el tiempo sin tiempo.

En ese momento caí en la cuenta de que hoy es San Valentín. Ya mi papá, a su manera, nos había recordado esta mañana la fecha al compartir en el chat familiar un artículo sobre la palabra catalana Lletraferit, que en español se ha adaptado como letraherido, “el que ama de forma extrema la literatura”. Me identifiqué inmediatamente con esa palabra. Los libros me han acompañado en todos los momentos de mi vida, en las bibliotecas y en las librerías encuentro mis catedrales, el olor de sus páginas es mi afrodisíaco, repito mentalmente frases que se me han clavado en el corazón, en el menor descuido se me aparece algún personaje de un libro, mi escritura a veces “se contamina” de los libros que estoy leyendo. Soy un letraherido. San Valentín se confundió al no flecharme hacia una persona sino hacia los libros. Haría extensivo ese amor por los libros hacia las películas, que son letras en movimiento, palabras pintadas en una pantalla. Soy un filmherido también.
Hoy no tendré una cita de cerveza, de café, ni nada más caliente, pero me pondré los auriculares y me lanzaré a la calle, caminando conmigo al lado, escuchando el soundtrack de mi corazón, el que he venido cultivando cada día con las canciones que me tocan, que me parten en pedazos, que me hacen llorar y reír, que están ahí para recordarme de dónde vengo y dónde estoy. Después volveré a casa, seguiré leyendo Por el camino de Swann y más tarde veré Così come sei, aunque quizás no sea tan hermosa como la recuerdo. Quizás hoy Mastroianni y Kinski me parezcan irreales, insoportables o a lo mejor sublimes e intocables. Me acompañarán mis libros en la cama, dispersos entre las almohadas y cada tanto abriré alguno de ellos mientras miro la película.
Hoy quiero ser mi mejor date.