De muchas maneras, cada proyecto es un salto al vacío, una caída libre sin saber el impacto. La creación es caos, es accidental y también, causal. Me divierte mucho ver programas donde los creadores comentan cómo fueron desarrollando sus guiones, sus películas, sus obras de teatro, sus libros y ver que todos esos procesos surgieron de una serie de «coincidencias». Es lo que Elizabeth Gilbert llamaría «Big Magic». David Lynch diría que en cada uno de esos trabajos, el/la artista atrapó a un pez dorado dentro del océano. Sea de la manera que se llame, embarcarse en un proyecto requiere de la valentía para afrontar la incertidumbre, el vacío y sobre todo confianza de que «algo» sucederá (aunque no sea lo que hubiéramos esperado).
Como ya comenté por acá, en estas últimas semanas he estado con algunos quebrantos de salud. He buscado internalizar en ellos más allá de lo que lo un diagnóstico médico pueda hacer, he vuelto a algunas prácticas de yoga, lecturas sobre espiritualidad. He estado analizando mi cuerpo desde lo fisiológico y también desde lo inmaterial. He aprendido nuevas cosas sobre mí y en largas horas de reflexión he pensado en diferentes maneras de plasmar todo ese aprendizaje. No de la forma didáctica como imparto mis clases, sino desde algo más acorde a mi proceso interno, algo más visceral de las entrañas, pero al mismo tiempo más elevado, desde la sutileza del espíritu. Creo que el arte logra unir esos dos mundos y justifica la experiencia humana que atravesamos.
Entre esas reflexiones dos libros que leí en estos días jugaron un papel clave. El guion/novela de la película Persona de Ingmar Bergman y el poemario/ensayo/biografía Satie, escrito por María Negroni. Estos dos textos, cada uno desde su propuesta, me hizo volver a las palabras, a «traducir» las reflexiones de todas estas semanas, aunque sea para capturar los vaivenes de este lapso de vida.
Así, he decidido empezar a escribir un poemario bastante libre (que no sé si será poesía tal cual) que registre algunas de las cosas de este aprendizaje acelerado durante estas semanas. Ya comencé a leer algunos textos que necesito/siento para este propósito y en el medio he comenzado a bocetear algunas frases, incluyendo el título.
De modo que me lanzo al abismo con un nuevo trabajo, iluminado, guiado por una pulsión que me propone un tiempo de suspensión y desvarío. Es un complemento de sanación que quiero vivir para luego compartirlo y que el lector/a haga con ese texto lo que sea.
Creo que es la manera más generosa de poder dialogar y crecer.

cuántas y cuáles serían a ciencia cierta. Seguro que la búsqueda espiritual viene por ella y por mi abuela (su madre). Y no hablo de esa búsqueda espiritual necesariamente cristiana ni de iglesias. Es la de buscar más allá, de encontrar una metafísica en lo que nos rodea. Le agradezco por nunca haberme inculcado la idea de un Dios castigador, le agradezco por no haberme obligado a ir misa si no lo sentía, le agradezco por respetar que en mi adolescencia y en mis primeros veinte me hubiera autodenominado ateo, le agradezco por enseñarme a no juzgar a nadie que profesara un credo diferente. Mi mamá, quien nunca fue profesora, ha sido mi mejor maestra de las cosas sutiles, de los valores que no se pueden intercambiar.

de flotar, de no estar, de ser apenas una cámara que observa cual testigo. He tenido también que preparar una charla sobre mi experiencia en New York para mañana en la facultad y con la misma incertidumbre de las escalas en los aeropuertos, de las clases invernales de María y Guillermo, de las caminatas interminables por la Quinta Avenida, no sé bien qué contar. He dejado que el cuerpo escriba, seleccione todo aquello que me hizo latir, que me resquebrajó las neuronas, que hizo agua los huesos. He hecho contacto con la cabeza en New York y me ha marcado ciertas directrices. Y en esa saudade filosa, he leído Andanzas de María Negroni. Leerla me ha hecho tan bien. Ha sido como escucharla leer sus propios poemas y he matado así un poco la nostalgia por sus clases. Amé tanto ser su estudiante.
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