Su nombre me sonaba de conversaciones con algunos amigos pero nunca lo había tomado muy en serio. Incluso por lo rimbombante de su nombre me parecía que era un autor decimonónico tipo Sir Conan Doyle o Robert Louis Stevenson (Sí, sí, my mistake).
Mi primer acercamiento a su literatura fue en un taller de lectura en el 2019. El instructor nos hizo leer unos fragmentos de La broma infinita y desde entonces me obsesioné con su escritura. Mi primera impresión fue: ¿Este tipo me está hablando a mí? Me daba la sensación de que conversaba conmigo aún cuando a momentos sus frases largas me obligaban a prestar mucho atención a los detalles que daba. Lo sentía cercano, informal y muy actual. Como buen académico, no hice mejor cosa que investigar sobre Foster Wallace, en reuniones con amigos era yo ahora el que traía su nombre a la conversación. Quería saber todo de él y leer sus libros, que por aquel final de 2019 no logré encontrar en librerías, una cosa rara porque en cualquier lugar hay un espacio para Foster Wallace.
No voy a abrumarlos con muchos datos de David Foster Wallace ya que podrán encontrar mucho de él en el Sr. Google, pero sí quisiera compartir algunos aspectos de su vida que me llamaron mucho la atención. Nació en Ithaca (New York), en 1962, sus padres fueron profesores universitarios (el padre en filosofía, la madre en literatura) y vivió su infancia y adolescencia en Champaign, Illinois. En la universidad estudió Inglés, Filosofía y fue profesor de Literatura. También realizó una maestría en Fine Arts con mención en Escritura Creativa en la Universidad de Arizona y su proyecto de titulación fue su primera novela La escoba del sistema (1986), que lo convirtió inmediatamente en un autor respetado. Tres años más tarde publicó La niña del pelo raro (1989), un conjunto de relatos que ya evidenciaba su escritura directa, milimétrica, con personajes nada convencionales que se mueven en todo lo largo y ancho de Estados Unidos. El libro no fue un éxito comercial en ese momento. Su obra se completa con otros dos volúmenes de cuentos (Entrevistas breves con hombres repulsivos y Extinción), varios libros de ensayos y su monumental novela La broma infinita.
Foster Wallace fue también un gran aficionado al tenis, deporte sobre el cual escribió en su novela La broma infinita y en algunos ensayos que luego se recogieron de forma póstuma en El tenis como experiencia religiosa.
También pasó gran parte de su vida luchando contra sus adiciones (especialmente al alcohol) y la depresión. Se medicaba constantemente, se sometió a varios tratamientos para superar sus frecuentes episodios depresivos hasta que se suicidó en el 2008, dejando una novela inconclusa El Rey Pálido, que años más tarde se llegó a publicar.
Me gusta mucho el estilo que tenía a la hora de ser entrevistado. Era un pesimista y un soñador a la vez. Se tomaba su tiempo para responder, sus primeras respuestas podían parecer muy simples y luego iban a creciendo en profundidad a medida que pensaba. Su cabeza maravillosa desplegaba sabiduría en cada una de sus frases. Le solía pedir a quienes lo entrevistaban que no le plantearan solo preguntas a él, sino que también ellos, los periodistas, respondieran las preguntas para que fuera más una conversación. Imagino que algunos se habrán sentido descolocados ante el pedido de Foster Wallace, pero es que él ante todo era un conversador, un docente que estaba acostumbrado al diálogo que permite el crecimiento de ambos interlocutores.
Si tienen curiosidad pueden ver acá una entrevista que le hizo la televisión alemana en el año 2003 (está con subtítulos en inglés).
¿Qué podemos aprender sobre la escritura de David Foster Wallace?
Creo que lo más valioso es su honestidad. A medida que uno va leyéndolo más, empezamos a ver sus obsesiones como autor. Las adicciones, las periferias, la complejidad del núcleo familiar, los problemas de pareja, el impacto de los medios de comunicación en la vida de cada uno de nosotros. Foster Wallace es un autor contemporáneo que nos habla en esa clave y no busca hacerse sentir inalcanzable. Lo que lees es lo que hay, pareciera ser su lema, aunque cuando volvemos a hacer una lectura más atenta vemos que hay mucha profundidad y eso es maravilloso.
La capacidad que tiene para describir ambientes. En general Foster Wallace no es un autor que escriba páginas enteras para describir un personaje, un espacio o una época, pero las pocas líneas de descripción que da son suficientes para sumergirnos en su universos.
Sus diálogos. Creo que esto se debe a la larga tradición de literatura anglosajona que en general tiene escritores con gran dominio de los diálogos. Foster Wallace no es la excepción. Deja hablar a sus personajes y a través de ellos mismos descubrimos sus fobias, sus frustraciones, sus recuerdos. Incluso cuando los diálogos no sean en discurso directo como en el cuento La niña del pelo raro, sus personajes y el choque entre ellos es brutal. Si quieren leer un buen cuento sostenido únicamente a base de diálogo lean Aquí y allí, tiene un ritmo delirante que al inicio cuesta entender (no hay narrador que describa nada) pero luego es una delicia de lectura.
Sus personajes. Hay que ser honesto, los personajes de Foster Wallace son en general unos seres perturbados. Vistos desde afuera, son personajes exitosos, realizados generalmente en el ámbito profesional pero con vidas personales desastrosas. Foster Wallace consigue elevar esas miserias a un plano onírico pero que al mismo tiempo nos hace sentir que son personas que todos conocemos o que incluso podríamos llegar a ser nosotros mismos.
Su sentido del humor. Esto va de la mano con sus personajes. Aunque son seres decadentes que sufren muchas veces por situaciones nimias o grandes conflictos familiares, la manera en que viven su problema conlleva a un humor ácido. Un hombre que prefiere besar la foto de su novia antes que a ella, una chica que se obsesiona con el pelo de una niña y quiere arrancárselo convencida de que tiene algún tipo de poder, son sólo algunos de los perfiles variopintos que tienen sus historias.

Aunque Foster Wallace nos dejó en el 2008, sus libros siguen tan vigentes, que podríamos decir que su escritura está más viva que nunca. Recomiendo empezar con La niña del pelo raro, que es un compendio de relatos que ya muestran la impronta innegable de Foster Wallace. Luego si quieren pueden leer el segundo volumen de cuentos Entrevistas breves con hombres repulsivos y Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, una antología de ensayos de estilo mordaz que, al igual que en la ficción, hace una feroz crítica a la sociedad norteamericana y a los medios de comunicación.
En el 2015, el director James Ponsoldt realizó la película The end of the tour (2015), basada en la larga entrevista que le hizo el periodista David Lipsky a Foster Wallace a propósito de la publicación de La broma infinita, en 1996.
Les dejo por acá una entrevista a Foster Wallace publicada en el diario El País, que muestra la genialidad y la honestidad del autor a la hora de hablar de su quehacer literario.
En serio, no pierdan más el tiempo y lean a Foster Wallace. Es un autor imprescindible que todos deberían leer este 2021.




El primer libro de la clase fue Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez. Di la orden en casa y al día siguiente ya tenía sobre la mesa, un libro largo y delgado, de portada roja cuya imagen era la de un burro comiendo pasto y en primer plano un hombre de sombrero y barba, que escribía con pluma sobre unas hojas blancas. Empecé a leerlo lentamente, me parecía ridículo en ese momento la extrema sensibilidad del personaje masculino hacia un burro a quien consideraba su gran amigo. Hubiera dejado de leer sino hubiera sido porque la profesora de una semana a la otra nos exigió un resumen de los primeros diez capítulos de la novela. Para mis compañeros la tarea no iba a ser tan compleja porque ellos habían comprado la versión simplificada de Platero, de la colección Clásicos de Siempre mientras que mi papá me había comprado la edición de Antares, que traía la versión íntegra de la novela. Por tanto, mucho más para leer.
los resúmenes, la profesora nos hacía practicar dictado, nos interrogaba sobre lo leído y nos contaba un poco sobre la vida de los autores que leíamos. Cuando terminamos de leer Platero y yo, unas semanas después, la profesora nos hizo una oferta interesante. Nos mostró una lista de los libros de la colección Clásicos de Siempre. Eran alrededor de 26. De esos nos contó brevemente la trama de unos cinco y nos preguntó cuál de esos libros nos gustaría leer. La decisión se tomó levantando la mano y fue así que empezamos a leer Robinson Crusoe. La historia me encantó y recuerdo la sensación de alegría cuando escribía los resúmenes. Tanto me gustó que quise ir más allá y agarré la enciclopedia Larousse para buscar quién era Daniel Defoe. Me impresionó saber que era un escritor del siglo XVII y su imagen de abundante pelo largo rubio y rostro serio. Me parecía que su imagen no se correspondía con la historia de Robinson. Lo imaginé escribiendo con pluma de ave las anécdotas de la novela. Fue ahí que empecé mis primeros intentos de escritura, motivado por los libros que en ese momento sí leía.

Castillo me ha hecho pensar en mi propia familia literaria, idea sobre la que nunca había reparado ni se me habría ocurrido posible. Es decir, sé a grandes rasgos qué autores y autoras son los que me movilizan pero nunca los vi como “una familia”. De pronto esta idea me parece tierna y pertinente. Me hace recordar que durante mis años de adolescente, sin duda alguna mi padre literario fue García Márquez. Leí toda su obra narrativa, además de su autobiografía Vivir para contarla y los libros que compilan sus textos periodísticos. Era inevitable al leer a García Márquez no pensar en Kafka y en Faulkner, autores que el colombiano consideraba imprescindibles para su propia formación. De hecho, entré a Kafka y Faulkner por García Márquez. La lectura de La Metamorfosis o de Días de agosto, fue fundamental para pensar en esa línea difusa de realismo y fantasía, en el que era narrable cualquier universo posible.


Esa primera planta estaba destinada a útiles escolares, stationery y herramientas de arte. Me alegré al
mano. Debes leerla, me dijo mientras me mostraba la portada de un libro en la que una mujer muy blanca, despeinada y de labios rojos miraba fijamente al lector potencial. Era una suerte de vampiresa moderna cuyo nombre ya había escuchado aunque nunca la había visto: Amélie Nothomb. Recordé haber leído una entrevista que le hicieron alguna vez en el diario El País y recordé también haber tenido la sensación de querer leerla.
No estaba muy seguro de mi francés pero Claire decía que estaba muy bien y me miraba como si me diera permiso de seguir con la lectura. De repente, me sentía en una clase de idioma del colegio con los ojos esmeralda de Claire, muy abiertos, muy expectantes, como si sintiera que se acercaba algo importante dentro de la novela. Sudé un poco por el compromiso que me puso Claire en ese momento pero también por esa pequeña escena que teníamos en medio de las personas que circulaban en una librería amarilla de la plaza de Saint Michel. La situación me resultaba digna de Nothomb. Terminé las dos primeras páginas y ya sentía que detestaba al escritor anciano. No te imaginas lo que vendrá, me dice Claire con una leve sonrisa como quien guarda un lindo secreto.
La lectura ha sido desde mi infancia una actividad que me ha acompañado en una infinidad de momentos. Antes de dormir, al despertar, al almorzar, luego de almorzar, en el metro, en el colectivo, en el avión, en el tren, caminando (sí, aunque es medio complicado), esperando a alguien. Incluso he llegado a soñarme leyendo. Recuerdo haber leído en alguna entrevista a Borges donde decía que podía prescindir de la escritura, pero jamás de la lectura, cosa que en su momento me llamó la atención viniendo de alguien con una literatura potente pero que ahora, con el paso del tiempo, no puedo estar más que de acuerdo.
totalidad. Cuando voy a una librería, lo que más odio es cuando el dependiente se me acerca y me pregunta si busco algo. Sé que hace parte de su protocolo pero no quiero explicarle que no lo necesito, que lo que busco será producto de los libros que se presenten ante mí, que serán ellos quienes me escojan aun cuando muchas veces tenga una idea vaga de qué quiero leer. Usualmente sólo sonrío y saludo, suponiendo que mi no respuesta es un pedido humilde de no querer ser interrumpido en mi búsqueda literaria.

Breve historia de Chile – Alfredo Sepúlveda
¿Por qué los chilenos hablamos como hablamos? – Darío Rojas
Diccionario Mapuche – Artemisa
Cuentos de Alanis – Magdalena Bruna Ruiz.
Memorias – Roman Polanski y Espíritu creativo – Daniel Goleman, Paul Kaufman y Michael Ray.




Me llamó mucho la atención la historia de la librería. Aunque actualmente es la cadena de librerías más grande de Chile, empezó en 1958 como una importadora y distribuidora de libros. Ya en el 1977 lanzaron su imprenta, lo que dio lugar a que dos años más tarde se creara la editorial Antártica. En 1981 aparece Antártica formalmente como librería en el parque Arauco De Santiago. Desde entonces, la librería ha ido creciendo y tiene varias sucursales no solo en la capital chilena sino en Temuco, Antofagasta, Concepción, Viña del Mar. También ofrece la opción de hacer compras por internet.

Chicago – David Mamet
Do the work – Steven Pressfield
Chicken soup for the soul – Inspiration for Writers




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