Una noche parisina

Nos citamos en Saint Dennis, un barrio que en principio me aterrorizó. Marie no me había advertido de los contrastes producto de la gentrificación en esa zona de París. Ahora que lo veo con un poco de distancia, le agradezco haberme lanzado sin paracaídas. El tiempo se detenía mientras esperaba a que Marie llegara a Chez Jeannette y yo mientras deambulaba por los puestos de comida, de ropa, las peluquerías, los mercados con nombres de ciudades de Senegal, el Congo y Costa de Marfil. Había una música en el aire que flotaba a mi alrededor y de pronto parecía que estaba en alguna escena de la película La Haine. Sentí miedo pero más miedo tenía de encontrar a Marie. ¿Sería igual que por chat? ¿Su Instagram sería fidedigno o un aliado de mentiras?

A su llegada se disculpó por no haberme «advertido» sobre el barrio. Su pelo ensortijado se movía con la misma gracia con la que se liberaba de la bufanda y se ponía cómoda sobre la barra del bar. «No te va a pasar nada acá, aunque no lo creas es un barrio de burgueses, aunque por el día es un barrio africano». Marie agarraba el jarro cervecero con la maestría de quien ya tiene buenas horas de vuelo en charlas, fiestas y reuniones pero con la delicadeza y elegancia coherente con su cuerpo delgado de parisina treintañera. Contemplaba su cuello, estudiaba su sonrisa. Quería besarla, es la verdad.

Después de una cerveza, fuimos a un restaurante a cenar. Esperamos buen tiempo por una mesa al interior. Aprovechamos ese tiempo afuera, con el frío húmedo parisino opacando la piel para hablar sobre los franceses, sobre Latinoamérica, sobre su vida y sus viajes continuos por el mundo como periodista política. Trabajaba para varios medios en París, New York, México y Buenos Aires. Ser freelance era su lema de vida y en su piel vi marcada las huellas de sus decisiones. Era suave pero firme, apasionada al hablar y al mismo tiempo su mirada adolescente delataba que esto sin decirlo, era una cita. Y hacía mucho que no tenía una, como me lo dijo unos meses atrás en el chat del Instagram. O quizás del Facebook, porque las cosas más «íntimas», las charlábamos por ahí. El instagram era más informal y más del día a día. Nuestra cena se podría decir era una mezcla del chat de Facebook e Instagram con el español y el francés entreverados. Sin embargo, mientras la conversación fluía me preguntaba: ¿Qué pensará de mí? ¿Le gustaré? Quería besarla, es la verdad.

 

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Luego de cenar, fuimos al canal Saint Martin, donde se grabó una famosa escena de Amélie Poulain. No lo recordaba pero en alguna charla le había dicho que me gustaba la película y ella además agregó que en un cierto chat yo le había comentado que acababa de ver por sexta vez la película. Estuvimos charlando un rato ahí, en uno de los puentecillos que atraviesa el canal. Me contó que en verano se llena de gente y París se hace vivible. Sus ojos brillaban con la misma intensidad de las luces reflejadas en el agua. Quería besarla, es la verdad.

Después pasamos por fuera del Hotel du Nord, que había sido escenario de una película francesa de los años 30 (quise buscar el título en el celu pero tenía que ahorrar megas). Me invitó a acercarme a la ventana ya cerrada para ver el cartel de la película. Hizo algún chiste con una frase de la película que no logré entender. Reírse sin que el otro se ría mata el chiste, de modo que, fingiendo solemnidad me dijo en francés que me pasaría el link de la película para que la viera y así poder lanzarme la frase de nuevo para que me ría. Su voz en francés sonaba más profunda y sin quererlo, corría con las palabras. Quería besarla, es la verdad.

De ahí emprendimos la vuelta hacia el metro. Nuestras manos se tocaban cada tanto mientras caminábamos por esas calles amarillentas, silenciosas, que solo se cortaban con nuestros planes para arreglar a Francia, a Europa y al mundo. Cada tanto enterraba mis ojos en los suyos. Quería adivinar lo que pensaba. Quería besarla, es la verdad.

Bajamos a la línea 2 del metro, pero nuestros destinos eran opuestos. Ella iba a Pigalle, yo a Ménilmontant. Nos despedimos con un abrazo y dos besos a la francesa. Quise decirle algo, quizás proponerle no tomar el metro todavía, agarrarle la mano y sentir la temperatura de su sangre. Sólo pude ver su sonrisa nerviosa, la misma que ya había visto en varios stories de Instagram cuando por su trabajo debía entrevistar a alguna figura importante. Quería besarla, es la verdad.

Luego nos mandamos mensajes por WhatsApp. Hablamos sobre nuestras impresiones de la cena. Nos gustamos, por fin quedaba claro. Me atreví a decirle, envalentonado por lo sádico que puede ser el WhatsApp, que hubiera querido besarla. El mensaje con los vistos azules y la ausencia de respuesta me hizo sudar en medio del abrigo pesado que cargaba. Segundos después apareció su respuesta: Lo hubieras hecho. Aunque luego se apresuró a escribir, quizás para no hacerme sentir tan pelotudo, que tampoco ella se animó porque soy un ser de paso. Le escribí, buscando una última oportunidad, que aun no me iba de París. Quería proponerle que dejara el metro y viniera a buscarme y nos diéramos ese beso. Quería besarla, es la verdad.

Su última conexión de cinco minutos atrás, mezcló mi ansiedad sudorosa con un miedo polar. Caminé por Ménilmontant a paso lento, lo suficiente como para que, en caso de que ella aceptara verme de nuevo, pudiera emprender la marcha de vuelta hacia la estación. Mis pasos en ralentí me introdujeron en una escena tarkosvkiana. Revisé el celu varias veces a la espera de su mensaje. ¿Y si se enojó? ¿Si le pareció que había traspasado algún código francés que yo no lograba comprender? Minutos después, ya cerca del departamento donde me hospedaba, Marie volvió a conectarse. Escribe, parece un mensaje largo. Se detiene, el estado ya no la muestra escribiendo sino solo «en línea». Seguramente está leyendo lo que ha escrito antes de enviar. Es metódica, lo sé, todos sus mensajes son perfectos, incluso los comentarios superfluos en las fotos de Facebook de sus amigos. Vuelve a escribir. Capaz que borró lo que quería decirme inicialmente. Me llegó su mensaje, escueto, económico, directo: Lo que pasa es que te vas, vuelves a Ecuador… Me sonreí, no sé si por pena, por mi ingenuidad o por el final de la noche en París. Quise besarla, es la verdad.

Some thoughts about «the calling»

Writing is a hard process but if you love it, it will be the most beautiful craft. By reading Elizabeth Gilbert’s Big Magic and many interviews of the Turkish author Ellif Shakaf, I underlined some thoughts about «that thing» usually named «The calling». That thing you can’t deny, you’re a creative person, you see and feel the world in another way. Sometimes is hard being different. Sometimes you’d like to be like everybody else, but you have a gift, and you have to face it.  Obviously, you need to have fun being a creative person.

Those are some thoughts from Elizabeth Gilbert and Ellis Shakaf:

  • Make something creative in order to live healthy and sane. If not, your brain will look for something to work. And perhaps it will not a good thing (maybe you can be self destructive or break your relationship, etc.)

 

  • Storytelling is not about being perfect, is about being honest with you, putting you on a chair and writing whatever you feel. Ellif believes is more important to feel than to know something. As Marcus Aurelius wrote in his memories “don’t expect to write Plato’s Republic. Don’t be perfectionist». Elizabeth Gilbert says that perfectionism is a kind of fear, an intelectual way to hide your afraid to show you.

 

  • Do your job no matter what people think about you. Your novel or short story is a gift at the end of your creative journey, not a curse.

 

  • We need a time to escape for ourselves at the point to forget who we are, our families and focusing in the craft of creating stories. For instance, Mihaly Csíkszentmihályi discovered by interviewing some artists that they have in common the feeling of not being «alive» in the moment there were creating something. That’s the great moment of connection with the universe, with the magic and with your soul.

 

  • Done is better than good. People usually don’t finish their jobs. They stop their projects. It’s much better a work finished than a work pretend to be perfect but unfinished.

Saudade de Domingo #81: Usarnos en las redes

Después de varias idas y venidas, he terminado Escritura no-creativa de Kenneth Goldsmith. Fruto de los primeros capítulos me di cuenta del potencial «creativo» que tenían mis chats de Whatsapp y que  ya había utilizado inconscientemente para generar cuentos, guiones y demás. Ahora que ya terminé todo el libro y con la cabeza en ebullición ante tantos autores citados, descripción de proyectos que desafían la creatividad, casos de fusión tecnológica en la literatura, me siento con muchas ganas de poner en práctica varios ejercicios de escritura no-creativa.

Para Goldsmith, la cantidad de textos que se han generado en esta contemporaneidad nos ha puesto en un problema: ya no es necesario escribir más sino más bien aprender a manejar la vasta cantidad de textos ya existentes. Si recordamos que ya todo está escrito y que la idea de la originalidad resulta caduca y utópica, con mucha más razón aquellos que sintamos el llamado a la escritura deberíamos pensar qué podemos hacer con tantos textos escritos, fotográficos circulando, cuyo destino final es caer en el olvido dentro de la enorme biosfera que es el internet.

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Así, las redes sociales se transforman en gigantes procesadores de textos que están ahí al alcance de un clic para ser utilizados. ¿Por qué no transformar un tuit en un texto poético? ¿Por qué no utilizar nuevamente los estados que Facebook nos devuelve en forma de aniversario para generar un fragmento de una novela o un diálogo de personaje? Los memes son pruebas actuales de genios no-creativos que han sabido utilizar fotografías o capturas de películas y series para acompañarlas de ciertos textos mordaces. No son autores originales, son autores no-creativos que han asumido la tarea de mezclar lenguajes, de hacerse cargo de textos bastardos, así como la cultura del grafitti, donde una pared servía de lienzo para pintar y para escribir declaraciones de amor, para protestar escribiendo frases de Marx en un contexto muy alejado del que su autor se habría imaginado.

Como ejercicio lúdico esta semana empecé a utilizar ciertas fotos para practicar un intento de escritura no-creativa. Son fotografías que tomé esta semana en eventos diversos y que podían ser unas más dentro de las miles que cada segundo se suben a las redes. Decidí que cada una de esas fotos podía ser un relato, una minihistoria que podía estar o no apegada al contexto de la foto. En ese juego decidí jugar con los adjetivos, si eran ridículos y sonaban a textos cursis preexistentes, mejor. La idea era desprenderme de cierta solemnidad a la que se suele ubicar a la escritura. ¿Por qué ponerla en pedestal si es algo tan humano, algo que hacemos todos los días indiscriminadamente? La escritura no-creativa propone inventariar los textos existentes, utilizar aquel material escrito que parece no decir nada transcendente y convertirlo en otra cosa (un grafiti, un poema, una novela, una película). En ese sentido, la lista de compras en el super, una recordatorio escrito en un post-it, son formas de literatura, considerando eso sí, qué voy a conservar de ese texto en el nuevo formato que vaya a elegir.

La crítica literaria Marjorie Perloff considera que el escritor de hoy más que un genio torturado se asemeja más a un programador que conceptualiza, construye, ejecuta textos como lo hizo, entre algunos otros, Walter Benjamin en El libro de los pasajes. ¿Por qué entonces no usar nuestros textos en las redes y darles nueva vida en otras plataformas? Quizás mi próximo comentario en el estado de Facebook de un amigo sea la frase introductoria de un nuevo cuento. Quizás el tuit visceral político de un influencer pueda ser el título de una nueva historia. Nunca se sabe cuáles son los caminos sorpresivos que puede darnos el lenguaje. La escritura no-creativa propone encontrar en los textos nuevas mutaciones, engendros quizás, que alguien los lea como hermosos y decida a lo mejor alterarlos y remixearlos también. Yo por lo pronto seguiré con mi fotonovela virtual en Instagram hacia donde la red (o mis ganas) me permitan llegar.

Saudade de Domingo #80: Escribir a puño y letra

En algunas cosas soy bastante digital pero en otras, como en la escritura, prefiero el papel. La escritura con bolígrafo o lápiz entrando en contacto con el papel es una acción necesaria para disociarme en el espacio. Dejo de estar en mi escritorio para trasladarme a una montaña, a un domingo lluvioso, una cama de hotel o para viajar a mi propio interior.

IMG_0254Sería más fácil claramente solo teclear y que el monitor muestre las palabras prolijas, limpias, sin errores pero me resulta un proceso más frío que prefiero cuando estoy escribiendo algo con más formalidad (tipo un ensayo o algo del trabajo) o cuando se trata de procesos de largo aliento (tipo una novela). Sin embargo, aun en estos casos siempre empiezo con bocetos y garabatos en letra manuscrita. En medio de ese caos de tinta de diferentes colores, borrones y tachones encuentro un orden, una luz para desarrollar ideas.

Usualmente para estos borradores desquiciados tengo siempre una o varias libretas. Algunas tamaño bolsillo, otras más grandes. Durante muchos años fui fiel a las Moleskine, donde plasmé cientos de ideas y también me desahogué a modo de diario. Fueron leales compañeras de trabajo y aventura, hasta que conocí a la familia Midori. Me dejé encantar por la calidad de su papel, su portabilidad, su cobertura vintage. Pensaba que me gustaría sólo por novelería pero he desarrollado un vínculo especial con Midori. No son tan populares como Moleskine pero tienen ese gustito a viejo y nuevo que encanta.

Comencé a usarla desde mi viaje a Buenos Aires para las fiestas navideñas del 2017. El propósito puntual era usarla sólo como un diario de viajes pero desde ese momento hacia acá, ha fungido de agenda de actividades, lista de películas por ver y ya vistas, pensamientos sueltos para no olvidar, temas para posibles escritos futuros. Incluso ciertas ideas para este mismo post se escribieron en mi Midori Journal.

img_0256.jpgEscribir a puño y letra me da una libertad que no siento cuando ya estoy trabajando en la compu. Siento que a mano puedo escribir cualquier cosa sin sentido y que no importa si es buena o mala, pues el papel es el hogar ideal para todo. Muchas letras quedarán probablemente ahí, no harán el tránsito a lo digital pero quizás alguien las encuentre alguna vez y le digan algo a ese fortuito lector. Una de las cosas que más amo de escribir es esa idea de la permanencia, de fijar algo en lo efímero que es nuestro paso por este plano terrenal. Y en la permanencia o en la lucha para existir, siento que el papel es el mejor amigo.

Quizás en el futuro cambie a Midori y vuelva a Moleskine o encuentre un nuevo diario. Poco importa. Lo realmente valioso es el vínculo con papel, el fluir de las emociones que terminan en letras manuscritas, el pasar de la sangre a la tinta y que en ese nuevo lugar las letras tengan la libertad de ser lo que quieran, incluso en contra de mi voluntad si fuera el caso.

Dark, una experiencia «dark»

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A inicios de este año empecé a ver con cierta curiosidad la serie alemana de Netflix que tanto se promocionó a finales del 2017. Muchos la llamaban la sucesora de Stanger Things o “si te gustó Stranger Things tienes que ver Dark”. Aunque la segunda temporada de Stranger… no me gustó tanto, sí me inquietó saber por qué la comparación con Dark.

A diferencia de otras series, Dark no pude verla de corrido. Tuve incluso semanas sin ver un sólo capítulo. Quizás paralelamente tenía muchas cosas que resolver a nivel personal y laboral, pero no pude dedicarle el tiempo que suelo ponerle a otras series. Sumado a que la historia es un ir y venir entre 1953, 1986 y 2019, en muchas ocasiones me sentí completamente perdido. Debí regresar a un capítulo atrás para entender algún punto de giro, poner pausa y preguntarme si estaba entendiendo lo que pasaba. Cuando ya parecía que sabía por dónde iba la serie, aparecía algún personaje que rompía ese equilibrio. En fin, no fue una visualización “tranquila”.

Alrededor del capítulo 5, me pregunté si no sería mejor comenzar otra serie, tipo las famosas de ahora La casa de papel o Altered Carbon, pero algo en mí me decía que debía continuar, que una serie no me podía ganar. Tenía que entender lo que pasaba en esa historia así sea para al menor decir que no me gustó. Así que vi los capítulos 5 y 6 unas dos veces para volver a engancharme. Volví a ver unas tres veces el final del 6 y comienzo del 7 ya que como veía la serie antes de dormir, en más de una ocasión me quedé dormido y me despertaba cuando sonaba esa cancioncita de suspenso de la serie. Una noche recuerdo haber tenido un sueño tenso relacionado con la historia pero lo olvidé. Sólo recuerdo la sensación de incomodidad y la certeza de que tenía que ver la Dark.

Finalmente terminé de ver Dark ayer. Me he quedado con ganas de una segunda temporada porque hay muchos cabos sueltos. En general debo decir que la serie es muy buena, con una estructura complejísima (lo cual es de admirar), diálogos inteligentes y la producción logró crear una atmósfera desoladora para esos personajes que transitan entre un ser y no ser constante.

Dark sí es similar a Stranger Things en cuanto a la atmósfera que tienen pero son historias completamente diferentes. A pesar de la experiencia particular de visualización que tuve con Dark, siento que me gustó más que la segunda temporada de Stranger Things. Quizás más adelante hasta vuelva a ver toda la primera temporada de Dark otra vez. Para mí la serie tiene un gustito que se va asentando, añejando con el tiempo. Probablemente al verla otra vez, así como en Dark, el tiempo se altere también y sea otro yo el que la vuelva a ver.

Saudade de Domingo #79: New York Again and Again

Los viajes relámpagos sólo tienen dos caminos: O son nefastos o son una delicia. Nueva York podía ser entonces en mi tercer encuentro, una de esas dos opciones y contra todo pronóstico (otros viajes, trabajo, cansancio) me lancé a la aventura.

En septiembre del año pasado, poseído por algún ente explorador poco previsivo, se me puso en la cabeza que quería hacer algo diferente con el feriado de carnaval de este año. Decidí (o el ente decidió) que iría a New York por una tercera ocasión. ¿La razón? Conocer más de los lugares típicos y recónditos que una ciudad tan variopinta como New York puede ofrecer. Algo de shopping audiovisual tampoco vendría mal, así que sin mucho pensar compré un pasaje por cuatro días (sí, muy poco, lo sé, pero no era mi primera vez tampoco) y reservé hotel. En los meses sucesivos fui pagando con la tarjeta los dos rubros y ya para febrero estaba prácticamente todo pagado. Así sentí menos culpa al subirme al avión para vivir un breve paréntesis del trabajo. Era un oasis en medio de la avalancha de trabajo en la facultad, en teatro, en proyectos de escritura y obvio, una pausa necesaria para romper con la rutina.

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Upper East Side

Nuevamente en invierno. No conozco a New York en otra estación que no sea con temperatura en números negativos, con nieve, lluvia y viento. Caminé como en otros viajes con esa paisaje blanco, de árboles pelados, con las manos en el sobretodo y flanqueando las calles con el paraguas. El agua y el frío no se me dan bien pero casi siempre me tocan juntos. Sin embargo esa combinación demencial fue incluso una caricia luego de recorrer el Downtown Abbey Exhibition. Tres pisos para recorrer las escenografías, vestuarios, espacios multimediales sobre la serie. Sin duda, unos de los momentos top e inolvidables de este viaje.

IMG_8752En este tercer recorrido por New York decidí hacerme el turista convencional y el segundo día lo reservé para visitar la Estatua de la Libertad y Ellis Island. Había leído en varias guías que era necesario ir temprano porque suele llenarse. Llegué a Battery Park a eso de las 10 am, compré el ticket relativamente rápido pero lo más engorroso y largo fue la espera para subir al barco. Había mucha gente como advertían las guías pero además el frío era tremendo. Teníamos el río ahí al pie y la brisa era fuerte. Una ligera llovizna con el cielo cubierto hacía la escena un poco londinense. De todas maneras, no me molestaba. Amo el frío y entre más se entierra en los huesos, más lo disfruto. En la espera me distraía escuchando las frases sueltas en inglés, en francés, en portugués que escuchaba de las personas alrededor. Vi parejas, familias, amigos, jubilados. Les creé historias a partir de sus frases. Era como sentirme espectador en una sala de cine pero al mismo tiempo tenía la sensación de ser parte de la escena. En algún momento debo haberme reído de algún chiste que alguien dijo. Pero claramente no era un chiste para compartirlo conmigo. Anyway, la espera de casi una hora se hizo más dulce sintiéndome parte de esos personajes.

Más adelante me di cuenta que me esperaba una tortura habitual: los filtros de detector de metal y esas cosas. Había que quitarse abrigos, cinturón, zapatos, celulares. Era prácticamente desvestirse para luego volverse a arreglar lo más rápido posible.

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Ya en el barco me fui a la parte de arriba, al aire libre. El vaivén del agua y el susurro de las gaviotas que pasaban me hicieron sentir en casa (no sé por qué). A momentos en medio de un viaje, logro disociarme de donde estoy y me observo. ¿Cómo hice para llegar hasta acá?, suele ser mi pregunta. Empiezo entonces a hacer un recorrido rápido de cómo llegué y algunas veces concluyo que estoy loco, que contra viento y marea hago lo que se me canta (eso debería ser positivo). Me veo y me siento satisfecho, estoy en el lugar donde debo estar y vivo mis viajes a mi ritmo, a piacere, la gran parte del tiempo solo porque aun no consigo ser un buen compañero de viajes o quizás no encontré el/la compañero/a ideal para emprender recorridos largos.

Me hice selfies, hice fotos, vídeos en el camino a la Estatua, compré souvenirs, me saqué más fotos, más videos en el parque. Quise vivir la experiencia del turista tipo. Me subí al barco de nuevo, fui a Ellis Island y me conmoví con la majestuosidad del lugar. No pude evitar recordar The Godfather en esa famosa secuencia en la que Vito Corleone, siendo un niño llega a Ellis Island para entrar a Estados Unidos. Sé que es una ficción, pero me sentí muy tocado por esa historia, que a la vez era el espejo de muchos personajes que llegaron a Ellis Island. Fue un privilegio recorrer los diferentes pabellones del lugar, conociendo fragmentos de vida de muchos migrantes que vivieron ahí antes de entrar finalmente a Estados Unidos. Pensé en los bisabuelos, abuelos que llegaron sin nada dejando sus tierras en busca de mejores días, pensé también en los que aun hoy deben migrar. A veces es triste ver cómo las historias ser repiten en ciclos no importa la época.

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Como de costumbre no pudo pasar la visita obligada a B&H Photo Video, la tienda de Apple de la 5th Avenue y la librería Barnes and Noble. Tuve que controlarme para no llevarme toda la librería en peso, en especial los libros relacionados a la escritura, pues muchos autores norteamericanos no se traducen a español. También conocí una hermosa tienda japonesa de la que contaré en un siguiente post.

También en este viaje recorrí el Riverside Park, lugar que había escuchado por una obra de teatro que escribió Woody Allen y cuyo escenario era justamente ahí. No era para nada como me lo había imaginado pero rápidamente pude acostumbrarme al lugar. Un parque lineal, cerca al Hudson, de luces mortecinas y con eventuales sujetos en ropa de gimnasia que pasaban corriendo de ida y vuelta. Fue mi último atardecer en New York del tercer viaje. El río oscuro en el medio mientras el sol anaranjado daba sus últimos garabatos de luz. Aunque estaba en plena ciudad, desde el parque el sonido de los autos era apenas un murmullo, una especie de banda de sonido de fondo.

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A mi regreso a Ecuador, al volver a la facultad y ver a mis amigos, colegas, tuve la sensación de haber estado mucho tiempo afuera. Era como si me hubiera ido un mes. Y es que durmiendo tarde y levantándome temprano las horas vividas del día eran muchas más que en un día convencional. El deseo por comerme la ciudad era tal que en los días que estuve sólo un día almorcé. El desayuno ni siquiera entraba en de la agenda. No es que me maté de hambre, pues por las noches traté de cenar bien. Fui con un amigo a un restaurante suizo de quesos y vinos en Hell’s Kitchen, fui a West Village cenar a un restaurante mexicano, comí también pizza al paso en Koreatown y también los famosos Pretzel, que de verdad, para mí no tienen nada del otro mundo. Pura fama, nada de sabor.

Como decía al inicio, los viajes puedes ser nefastos o una delicia. Este, de largo, fue una delicia. Y como siempre que regreso de New York me quedan las infinitas ganas de volver, de encontrar ese plano corto o largo en una esquina inadvertida en el downtown o en el Upper East Side.

Brooklyn y Queens quedan pendientes para un cuarto viaje.

Del diario de Helena

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(Fecha desconocida: Podría ser hace un año, cinco o diez. Igual todo en este plano esilusorio)

Creo que lo amé desde la primera foto en que lo vi. Compartíamos muchos amigos pero nos separaba la barrera de «la solicitud pendiente» en Facebook. Repasé sus fotos, sus viajes a la Patagonia, sus ponencias como joven promesa de la literatura del Cono Sur, sus fotos familiares. No era lindo en aquel entonces pero había algo en esos ojos rasgados, en sus mejillas abultadas y rosadas, en ese cabello abundante surcado de pelos grises que me sacó de la anomia cotidiana.

Me hice esclava de sus fotos, de sus posteos a los que no podía poner Like. Lo busqué, lo viví, lo toqué por google. Ambos teníamos treinta años en esa época. Sentí un poco de envidia que teniendo la misma edad él ya fuera una joven promesa con varios libros y yo apenas una compositora con alguna canciones circulando. Me imaginé navegando en su esternón, buceando entre sus venas hasta llegar a su garganta y adueñarme de su boca, de sus palabras, de aquellos adjetivos rebuscados con lo que solía escribir historias de amor gótico. Imaginé mi nombre entrelazado a su apellido, mi piel a la suya, mis melodías con sus letras. Y así hasta llegar a la foto en que me miró directo a los ojos. Quise pasar el cursor hacia otra foto pero ahí seguía, con esos ojos orientales profundos violando mi mirada. Me había descubierto, sabía todo de mí y lo que quedaba era el vacío de saludos no pedidos. Congelé mis ojos en los suyos, una melodía con ukelele invadió mi cabeza y nos quedamos atados en esa foto. No quise ni pestañear porque tuve miedo de terminar saltando a otra escena.

Saudade de Domingo #78: El WhatsApp como fuente de «inspiración»

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Hay otro Santiago cuando escribe por WhatsApp. O quizás soy yo mismo pero más afilado, más irónico, más chistoso o nada de esto y sí una versión alterada de mi yo de la vida real. Releyendo varias de mis conversaciones de whatsapp, suelo sorprenderme de lo que escribo y de lo que me escriben. No importa si son amigos, familiares, conocidos menos que amigos o aquella persona especial que te remueve las hormonas. Cada conversación de chat termina siendo una historia en sí misma, un pedazo de vida virtual que esboza algo de lo físico. Recuerdo haberme peleado con alguien en la vida real y cuando se limaron asperezas, volvimos a nuestras habituales conversaciones de WhatsApp. Me di cuenta por el historial que nuestra última charla había sido antes de esa pelea (en el plano físico, real) y por tanto en WhatsApp no había registro de ese enfrentamiento. Según lo registros whatsappísticos, nosotros éramos muy buenos amigos: solidarios, amables, presentes, con charlas de doble sentido, con charlas pseudo-filosóficas y luego otras bastante triviales que también alimentan toda conversación que se respete.

También me sucedió al contrario, muchas discusiones en el WhatsApp y en la vida real todo de maravilla. En ese caso, según los archivos whatsappísticos, nuestra relación era una mierda, mucha ironía con mala onda, insultos disfrazados de broma, emoticones insoportables de enojo y hastío. Era como si WhatsApp nos permitiera ser los malos de las películas, unas versiones virtuales y diminutas de villanos telenovelescos. Varias veces quise dar la vuelta a la situación, escribir llano, sin ironías, pero la interpretación libre que permite lo virtual, tergiversaba mis palabras, me colocaba como una persona intolerante, cruel, indolente. Eran cientos de líneas de discusión, con intervenciones muchas veces simultáneas que hacían que se perdiera el hilo de lo que se estaba discutiendo más arriba. Menos mal que WhatsApp puso la opción de poder citar un comentario y responder a ese comentario, así la otra persona puede entender a qué está haciendo alusión en medio de toda la catarata de mensajes.

En cada chat de WhatsApp parezco ser otro y al mismo tiempo, soy todos ellos. En algún momento llegué a tomar prestado de mis chats ciertas líneas interesantes para nutrir otros textos, en especial cuentos y guiones. Recuerdo incluso haber tomado casi textualmente un chat de hace años, que en ese momento fue muy doloroso, para ponerlo en la piel de unos personajes. No tuve que modificar casi nada, el sentimiento era exactamente el mismo. Me gustó ver cómo algo turro, que me costó meses en comprender, se había «curado» a través de las voces de otros personajes. Pude incluso ironizar, mirar desde afuera ese texto y decirme: Ese ya no soy yo.

Hace unos días atrás, pasando revista a mi biblioteca, como me gusta hacer cada tanto, me encontré con un libro que había comprado en uno de mis viajes a Buenos Aires. Lo miré con curiosidad y me encontré con un autor que propone radicalmente no seguir creando más textos y sí manipular, modificar los ya existentes. Sostiene que existen ya tantos textos en el mundo digital, que lo más responsable sería moverlos, ajustarlos, darles una nueva vida y pasar de ser autores a procesadores de textos. La idea me ha volado la cabeza, sigo leyendo con hambre el libro y me voy dando cuenta que ciertas prácticas que él recomienda, las he aplicado yo mismo sobre mí mismo. El autor no menciona (o al menos no hasta donde yo he leído) a WhatsApp como fuente re-creadora de textos, pero no pude evitar relacionarme con eso, dadas mis experimentaciones sacando extractos de chats para escribir literatura, teatro o cine.

IMG_3756Si tienen la oportunidad de encontrarse con Escritura no creativa, de Kenneth Goldsmith, hagan un alto en todo, cómprenlo y léanlo. Aunque no coincido en algunas de sus propuestas, me parece que Goldsmith arroja una luz sobre la literatura actual dialogando con el mundo digital. El rol autoral, como también señala Goldsmith, siempre estará presente, ya que se va a seleccionar, modificar los textos previos y ahí interviene este autor a modo de procesador de textos. Es lo que he hecho con mis propios chats de WhatsApp…

De una forma purista, podría decir que me he plagiado a mí mismo, que quizás debí ser más «creativo» escribiendo diálogos específicos para mis personajes, pero prefiero pensar que los textos de la naturaleza que sean, se van creando y son ellos quienes me buscan a mí. Quiero creer que muchos de ellos intervienen a través de mis chats de WhatsApp y de una forma tácita, me piden que no los deje morir (o congelarse) en la pantalla del teléfono. Quino creer que ese Santiago malo, risueño, irónico que escribe en diferentes tonos son sólo manifestaciones para luego producir otra cosa, que son pre-textos para terminar en un escenario o en una novela.

Pensando así, me siento ya curado de muchas chats no tan amistosos.

Reencuentro

Con los cuerpos gastados, luego de años buscándose en otros cuerpos, se reconocieron al instante, en esa calle húmeda y melancólica de una Guayaquil que aun dormía entre sus alcoholes de la noche anterior. Con la ciudad en resaca, el reconocimiento de sus cuerpos fue más fácil. Se fundieron en un abrazo extraño, intenso pero distante, suave pero violento, dulce pero agrio. Se miraron unos segundos para encontrarse en la mirada del otro, sonrieron. Ninguno de los dos emitió comentario alguno. No querían romper la morfología del silencio. Caminaron juntos de la mano, se internaron por una avenida cuyo nombre desconocían. El calor del día empezaba, pronto tuvieron las manos transpiradas y el contacto provocaba una suerte de asco y excitación. Cuando lo asqueroso se vuelve placer, había pensado ella, sin imaginarse que él también había hecho la misma reflexión.

Siguieron caminando, se detuvieron a desayunar en un café que se caía a pedazos y cuyo olor a frutas batidas invadía el ambiente. Sentados frente a frente, con la mesa de por medio, juntaron sus cuatro manos, se acercaron, quisieron besarse pero pensaron que sería incómoda la escena y prefirieron esperan el bolón de verde, el café y el batido de naranja.

Unas horas más tarde, yacían exhaustos el uno al lado del otro, mirándose al espejo clavado en el techo. Estaban gastados, usados, algo marchitos pero eran ellos, auténticos en sus defectos físicos. No había nada más que decir. Se habían encontrado como querían, en una ciudad imposible, de sudores amargos a la hora del alba.

Saudade de Domingo #77: Cuando no escribo

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Alguna vez escuché decir a algún autor cuyo nombre ya no recuerdo, que se es escritor aun cuando no se escriba. Recuerdo haberme quedado pensando en esa frase, dándole vueltas. En aquel entonces era un adolescente, etapa en la que escribía de forma compulsiva, todos los días por varias horas y se me hacía imposible la idea de imaginarme escritor sin estar escribiendo.

Pasaron los años, llegó la universidad, el trabajo, la maestría y demás. El tiempo para escribir se vio mermado. Pasaba (y a veces paso) días o semanas sin escribir una sola línea. Mientras realizaba mis otras actividades me preguntaba: ¿seguiré siendo escritor? Y ante esa pregunta emergía ese recuerdo de antaño respondiéndome: Se es escritor aun cuando no se escriba.

Luego vi y leí muchas entrevistas a escritores que amo y más o menos cada uno desde su mística de trabajo, coincidían en ese aspecto. Hay otras cosas que se pueden hacer mientras no se escribe pero que sin duda son material para la escritura. La más importante de todas ellas: Vivir.

Aun cuando no escriba un cuento, una novela, un guion, mi cabeza siempre martillea con situaciones, con personajes que dicen frases sueltas, con escenarios potenciales para una historia, con noticias que de alguna manera me mueven y se conectan con poco esfuerzo a ciudades, épocas en las que me gustaría trabajar. Creo que la clave es siempre estar atento, escuchar afuera y escuchar adentro. De las dos me parece que la escucha interna va en primer lugar ya que de esta depende de cuán sintonizado puedo estar para darme cuenta de lo que sucede a mi alrededor.

Ya mencioné que el tiempo era responsable de que no pueda escribir todos los días. Eso en parte es verdad pero también es cierto que aparece otra variable: El propio cuerpo.

El cuerpo, o al menos mi cuerpo, tiene su propia gramática. A veces me dice no, no quiero escribir, necesito descansar, dame cariño, aliméntame, báñame pero no me obligues a sentarme, a hundir las teclas y mirar una pantalla en blanco. No quiero ahora, dame una película o una serie para pensar menos. Reconozco que lo complazco con culpa. Quiero escribir, agitar la cabeza y que salgan las palabras pero mi cuerpo se opone, me sabotea. Eso hasta que ocurre algo “mágico”. Mi cuerpo sin avisarme, se sienta y empiezo a teclear. Mi cabeza se despierta y ve que está todo “listo” para trabajar. Y en esa armonía de cuerpo y espíritu que puede durar segundos, horas o días, van apareciendo atisbos de historias y personajes. Se acercan como quien ha sido invitado a última hora a una reunión. Al principio recelosos, dubitativos, poco expresivos, hasta que luego se toman la cancha, debaten, discuten, plantean sus propias reglas.

Después, en algún momento, la fiesta se termina, los personajes toman vuelo y el cuerpo vuelve a pedir descanso, quiere nutrirse, hibernar un tiempo para sentarse después, cuando él quiera y donde quiera.

Aun cuando podría parecer que el tiempo y mi cuerpo son dos enemigos de la escritura, en realidad son dos aliados a los que necesito comprender. Gracias a ellos, puedo también vivir, viajar, leer, conocer, sentir, elementos claves para una escritura libre y sobre todo, sana.