No pensaba escribir hoy. En las últimas semanas he pasado por algunos problemas físicos y la verdad mi energía se ha concentrado en sanar mi cuerpo, en mirar no sólo los síntomas “médicos” sino también los emocionales. En estas semanas he hecho una radiografía de mis deseos, de mis fortalezas, de mis debilidades. He sido mi propia investigación. Me he mirado como un objeto de estudio. Y por supuesto no siempre es agradable “leer” los resultados que arroja esa investigación y peor aun, llegar a las conclusiones que siempre llevan a una o varias acciones a concretar.
Crecer es aprender a soltar y sobre todo, a confiar. Entender que las cosas suceden por algo y que no hay que arrepentirse de nada. A veces me dan ganas de tener el poder de borrar recuerdos como en la película Eterno resplandor de una mente sin recuerdos pero a los pocos segundos me retracto. Es necesaria la experiencia, atravesar los fracasos y los aciertos. Sacar en limpio lo que funcionó y lo que no.
Aun no estoy 100% saludable, pero voy camino a eso. Ha sido un tiempo de altos y bajos emocionales, de cuestionarme cosas en mi vida actual, de elaborar un posible plan de acción para llegar a esa comodidad que cada uno busca. En medio de todo este proceso he retomado lecturas de textos que me fueron reveladores en otras épocas. Por sincronicidad también me he encontrado con personas cercanas y lejanas que también están en su proceso, en una búsqueda de “algo”. La búsqueda para mí, siempre es positiva, aunque en una primera lectura parezca dolorosa. En lugar de esquivar el dolor, hay que atravesarlo, así sea para darnos cuenta que ese monstruo que parece gigante en realidad es un espejismo, que aunque parece atacarnos con todas sus fuerzas, en realidad no tiene ninguna densidad, no significa nada y que somos nosotros quienes le damos “creencia”, “poder” a eso que nos aqueja. Esto cuesta entender, lo sé, aun lo estoy procesando.
Como decía antes, no pensaba escribir hoy, pero en toda esta investigación que he hecho sobre mí, hice un repaso rápido de las cosas que me gustan y me dan felicidad. Y este blog salió entre esos breves instantes en los que soy feliz. No tengo certeza de cuántas personas me leen pero me gusta saber que esto llega a alguien, que puede conocerme un poco y que a través de la lectura, es como si nos sentáramos a charlar en algún café mientras vemos la tarde pasar. Pensando en esto, hoy me di cuenta que no podía faltar un domingo a mi cita, que tenía venir acá así fuera sin plan. Como cuando te encuentras con amigos con la sola idea de estar, de compartir. Así, he dejado que las letras aparezcan y que digan lo que quieran. En realidad le he dado licencia al corazón para que hable y exprese lo que siente. Esta escritura de hoy es también para mí, parte de esa investigación sobre mi propio ser.
Trasplantarse en un viaje es mirarse. Darse la oportunidad de caminar, de impregnarse del aroma de otra ciudad, de escuchar a la gente en las calles, implica siempre cuestionarse y no siempre es agradable. Especialmente cuando se viaja solo, se toma conciencia de la propia fortaleza. Es necesario soltar lo que no sirve y atesorar una imagen, un aliento, un sabor. Llenarse quizás de cosas «menores» en un mundo donde cada vez nos miramos menos. Y claro que puede ser doloroso darse cuenta de quién es uno en determinado momento, lejos de casa. Recuerdo en unos de mis viajes a New York, haberme sentido desolado en medio de la gente en Times Square. Fueron apenas unos cuantos minutos en lo que no paré de preguntarme qué me pasaba. Estaba en la capital del mundo, rodeado de gente de nacionalidades infinitas, con música por todas partes y flashes por segundo. En ese escenario me sentí abrumado no tanto por ese exterior apabullante y sí porque estaba pasando por una crisis sentimental, una ruptura y de alguna manera Times Square me hizo mirarme en su espejo.
En esta nueva versión de domingo, empiezo la mañana escribiendo algo que Julia Cameron (autora de El Camino del Artista) denomina páginas matutinas (morning pages). Consiste en escribir tres páginas sobre lo que salga, todos los días. Y el domingo no podía ser la excepción. De modo que empiezo con ese trabajo que me lleva aproximadamente una hora. Trato de no distraerme con WhatsApp ni con redes sociales para que sea una escritura profunda. Es curioso la introspección que puede producirse con este tipo de escritura. Siento que los pensamientos se ordenan mejor, emergen en medio de la maraña de tareas que tengo en la cabeza. Me clarifica y me obliga a establecer prioridades.

Me encontré en YouTube con varios consejos para mejorar ese desorden digital y pude poner en práctica muchos de ellos. Entre video que va, video que viene, llegué al método KonMari, de la japonesa Marie Kondo. En sus libros publicados (La magia del orden y La felicidad después del orden) enfatiza en la necesidad de organizar, juntar las cosas por categorías y sobre todo, lo más duro, desprenderse, desechar las cosas que no resuenan con uno mismo. Su método de organización es intuitivo. Kondo sugiere que nos preguntemos por cada cosa que tenemos para saber si es necesario conservarla o no. Cuando se obtenga la respuesta del corazón, si la decisión es desechar el objeto, hay que agradecerle por habernos prestado servicio durante todo ese tiempo y desecharlo.
Si tienen la oportunidad de encontrarse con Escritura no creativa, de Kenneth Goldsmith, hagan un alto en todo, cómprenlo y léanlo. Aunque no coincido en algunas de sus propuestas, me parece que Goldsmith arroja una luz sobre la literatura actual dialogando con el mundo digital. El rol autoral, como también señala Goldsmith, siempre estará presente, ya que se va a seleccionar, modificar los textos previos y ahí interviene este autor a modo de procesador de textos. Es lo que he hecho con mis propios chats de WhatsApp…
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