Saudade de Domingo #101: Que las teclas dicten lo que el corazón quiera decir

No pensaba escribir hoy. En las últimas semanas he pasado por algunos problemas físicos y la verdad mi energía se ha concentrado en sanar mi cuerpo, en mirar no sólo los síntomas “médicos” sino también los emocionales. En estas semanas he hecho una radiografía de mis deseos, de mis fortalezas, de mis debilidades. He sido mi propia investigación. Me he mirado como un objeto de estudio. Y por supuesto no siempre es agradable “leer” los resultados que arroja esa investigación y peor aun, llegar a las conclusiones que siempre llevan a una o varias acciones a concretar.

Crecer es aprender a soltar y sobre todo, a confiar. Entender que las cosas suceden por algo y que no hay que arrepentirse de nada. A veces me dan ganas de tener el poder de borrar recuerdos como en la película Eterno resplandor de una mente sin recuerdos pero a los pocos segundos me retracto. Es necesaria la experiencia, atravesar los fracasos y los aciertos. Sacar en limpio lo que funcionó y lo que no. 

Aun no estoy 100% saludable, pero voy camino a eso. Ha sido un tiempo de altos y bajos emocionales, de cuestionarme cosas en mi vida actual, de elaborar un posible plan de acción para llegar a esa comodidad que cada uno busca. En medio de todo este proceso he retomado lecturas de textos que me fueron reveladores en otras épocas. Por sincronicidad también me he encontrado con personas cercanas y lejanas que también están en su proceso, en una búsqueda de “algo”. La búsqueda para mí, siempre es positiva, aunque en una primera lectura parezca dolorosa. En lugar de esquivar el dolor, hay que atravesarlo, así sea para darnos cuenta que ese monstruo que parece gigante en realidad es un espejismo, que aunque parece atacarnos con todas sus fuerzas, en realidad no tiene ninguna densidad, no significa nada y que somos nosotros quienes le damos “creencia”, “poder” a eso que nos aqueja. Esto cuesta entender, lo sé, aun lo estoy procesando.

Como decía antes, no pensaba escribir hoy, pero en toda esta investigación que he hecho sobre mí, hice un repaso rápido de las cosas que me gustan y me dan felicidad. Y este blog salió entre esos breves instantes en los que soy feliz. No tengo certeza de cuántas personas me leen pero me gusta saber que esto llega a alguien, que puede conocerme un poco y que a través de la lectura, es como si nos sentáramos a charlar en algún café mientras vemos la tarde pasar. Pensando en esto, hoy me di cuenta que no podía faltar un domingo a mi cita, que tenía venir acá así fuera sin plan. Como cuando te encuentras con amigos con la sola idea de estar, de compartir. Así, he dejado que las letras aparezcan y que digan lo que quieran. En realidad le he dado licencia al corazón para que hable y exprese lo que siente. Esta escritura de hoy es también para mí, parte de esa investigación sobre mi propio ser.

Saudade de Domingo #100: Cien saudades

El proyecto más difícil y ambicioso para llevar a cabo es la propia vida. Es un proyecto de reescritura constante, de tomar nuevos rumbos, de alterar puntos de giro planificados, de permitir que personajes se vayan y vengan otros. El guion de la vida es complejo, incierto pero entre más se viva, más se reescriba, mejor serán las secuencias por venir. Esta columna dominical ha servido un poco para ver mi propia vida desde la escritura. He abordado temas que me interesan como la docencia, los idiomas, los viajes, teatro, reflexiones sobre mi familia, mi ciudad. Cada post ha sido escrito con lo mejor que he podido dar y me agrada saber que hay lectores que se toman un momento de sus vida para leerme. Aunque no los conozca, compartimos este espacio y me encanta saber que existe un diálogo a través de estas letras. A quienes me leen esporádicamente, regularmente o cada domingo, gracias por estar y a aquellos que dejan algún comentario, gracias también. Es reconfortante saber que somos varios los que estamos en este mismo barco virtual y que nos nutrimos de experiencias propias y ajenas.

Esta columna ha significado para mí en muchos momentos, como una válvula de escape para expresar lo que siento, lo que pienso sobre algo. También me ha servido para hacer un alto y reflexionar sobre alguna situación. En la escritura se afianzan mejor las cosas y poner en palabras lo que me molesta o lo que me gusta, me ayuda a clarificarme. Como de hecho me pasa ahora reflexionando sobre esta columna. No siempre he querido escribirla cada domingo (de hecho hay varios domingos que no lo hice) pero trato de disciplinarme, de decirme que este es mi espacio personal, mi manera de hablar no con el rótulo de guionista, actor, docente o investigador sino como el de un bloggero que hace todo lo anterior y que comparte sus procesos.

A lo largo de estos cien posts ha quedado plasmada gran parte de mi vida luego de mi regreso a Ecuador. Haber vivido más de tres años en Argentina marcó un antes y un después en mí tanto en lo profesional como en lo laboral. La vuelta a Guayaquil, reencontrarme con mi familia y amigos fue un proceso difícil al inicio porque implicó adaptarme a un entorno que si bien ya conocía, yo lo sentía ajeno. En esta columna ha quedado retratado mi proceso de regreso a Guayaquil, así que procuro no leer posts antiguos para no tener la tentación de editarlos. Cada uno refleja mi estado de ánimo de ese momento y no quisiera traicionarme. En algunos posts fue muy azucarado, en algunos he sido ácido, amargo, soñador. Todas facetas de mi propia saudade.

Por acá les dejo mi primer post de Saudade de Domingo por si les apetece leerlo. Me dio un poco de saudade leerlo de vuelta.

Saudade de Domingo #97: La extrañeza del viaje

Viajar es una adicción. Y no solo en el sentido físico de viajar, sino también en el imaginario: fantaseando con viajes a nuevos destinos o recordando los ya recorridos, que es también otra forma de fantasía. Con cada viaje tengo siempre la sensación de crecer un poco. Me voy llenando de experiencias y por consecuencia, tomo un poco más conciencia de mí mismo. Como ya conté de mi viaje inesperado a Quito, ese fin de semana de desconexión me permitió ahondar en mis propias expectativas. En uno de los pequeños descansos que me tomé mientras escribía, me encontré con una frase de Ítalo Calvino acerca de los viajes de la cuenta brasileña @achadoselidos.

«Al llegar a una nueva ciudad, el viajante reencuentra un pasado que no recordaba que existía: la sorpresa de lo que dejó de ser o dejó de poseer se le revela en los lugares extraños, no en los conocidos». 

No creo que las cosas lleguen por casualidad así que sentí que esta cita de Calvino me hablaba a mí directamente. De alguna forma me interpelaba y mientras meditaba sobre la frase, me fui dando cuenta de su exactitud. De repente, mis pequeños cambios de ánimo en mitad de un viaje o el fastidio que siempre me produce el primer del itinerario a pesar de mi amor por la aventura, empezaban a tener sentido. El sentirme diferente y ajeno a un lugar, me obliga a mirarme, a observar en qué me diferencio o simplemente por qué tengo la sensación de ser un foráneo. Y no basta con pensar solo en la nacionalidad que indica el pasaporte. Tiene que ver con ese yo en el interior que puede sentirse ajeno en su propia tierra y en casa a miles de kilómetros de distancia. IMG_8738Trasplantarse en un viaje es mirarse. Darse la oportunidad de caminar, de impregnarse del aroma de otra ciudad, de escuchar a la gente en las calles, implica siempre cuestionarse y no siempre es agradable. Especialmente cuando se viaja solo, se toma conciencia de la propia fortaleza. Es necesario soltar lo que no sirve y atesorar una imagen, un aliento, un sabor. Llenarse quizás de cosas «menores» en un mundo donde cada vez nos miramos menos. Y claro que puede ser doloroso darse cuenta de quién es uno en determinado momento, lejos de casa. Recuerdo en unos de mis viajes a New York, haberme sentido desolado en medio de la gente en Times Square. Fueron apenas unos cuantos minutos en lo que no paré de preguntarme qué me pasaba. Estaba en la capital del mundo, rodeado de gente de nacionalidades infinitas, con música por todas partes y flashes por segundo. En ese escenario me sentí abrumado no tanto por ese exterior apabullante y sí porque estaba pasando por una crisis sentimental, una ruptura y de alguna manera Times Square me hizo mirarme en su espejo.

En la misma ciudad, en otro viaje, recuerdo haber tenido la sensación de plenitud y felicidad pura al caminar en invierno por la calle 42 hacia la Quinta Avenida. No había nada en particular que me hiciera «feliz» en ese escenario pero fue como si de pronto sintiera que estaba en el lugar indicado y que todo aquello que sucedía no se lo debía a nadie. Era fruto de mi esfuerzo, de mi trabajo, de mis ganas. Quizás dos copas de vino previas ayudaron a despertar esa conciencia del aquí y ahora.

Algo similar me sucedió en Madrid. Desde el primer momento me sentí en casa, como si regresara a un lugar que ya conocía y a pesar de mis recorridos en solitario, siempre me sentí en compañía. Estaba feliz, eufórico y apenado también al pensar que ese viaje iba a terminar.

Viajar siempre me sorprende con recuerdos ocultos en el caché de mi memoria. Alguna canción, alguna frase, calle o persona me activa un recuerdo y del azar depende de que esa memoria sea alegre o dolorosa. De cualquier forma es siempre nostálgica y no siempre quiero mirarla o procesarla. Ahí el shopping funciona como un extintor momentáneo y me llena de una falsa felicidad (aun sabiéndolo, lo hago).

De modo que en ese viaje a Quito, en el que buscaba específicamente reconectarme conmigo, apareció Calvino a través de una cuenta de Instagram, para darme una mano en mi búsqueda. Sigo pensando en la frase, en su densidad, pero bueno, al menos este escrito funciona como un primer acercamiento.

Saudade de Domingo #92: La escritura de los otros

Siempre que conozco a alguien, me da curiosidad saber cómo escribe. No me refiero a si escribe literatura o algo creativo (que también me interesa) sino al simple hecho de ir colocando una palabra adelante de la otra. ¿Tendrá faltas ortográficas? ¿Será un obsesivo de las comas? ¿Un amante del sujeto tácito? ¿Alguien que escribe párrafos de una sola frase? La escritura es un proceso tan íntimo y tan vasto que me siento un poco espía cuando llega a mí algún texto escrito por alguien. Como profesor y eventual analista de guiones, he podido leer muchísimos textos, de diferentes naturaleza y siempre hay algo que me llama la atención…

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Saudade de Domingo #91: La madurez en el viaje

Uno de los recuerdos más vívidos de mi infancia era el trayecto de ir al aeropuerto. Y no necesariamente para viajar, era apenas un deleite mío estar ahí, llegar, ver la cartelera de partidas y arribos, llenarme de la atmósfera de viaje y contemplar desde el bar del antiguo aeropuerto de Guayaquil, los aviones que despegaban y aterrizaban. Durante muchos años esa fue una de nuestras frecuentes salidas familiares.

En otras ocasiones, cuando era mi papá el que viajaba, llegábamos al aeropuerto con mucha anticipación para poder disfrutar de ese ambiente. Lo mismo sucedía cuando teníamos que recibir a algún pariente del extranjero. Yo en mi mente rogaba que hubiera algún retraso para estar más tiempo, escuchando las voces impersonales en los altoparlantes, viendo a la gente llegar apurada con sus maletas, viendo casi de manera teatral las despedidas de familiares justo en la puerta hacia migración. Aunque no viajara, me hacía la experiencia, era un espectador participante de los viajes de los otros.

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Saudade de Domingo #90: El idioma en la música

Que la música es el lenguaje universal que nos hermana a todos, ya lo sabemos. Pero también es cierto que cada lengua particular le imprime a una canción una marca, un sello que marca un ritmo fonético, de velocidad que da lugar a una sensación de dulzura, acidez, de distancia o calidez.

Quizás por esa búsqueda concreta de lo que me produce cada lengua, me encanta escuchar canciones en varios idiomas. Cantantes que cantan en diferentes idiomas o canciones que se traducen pero que respetan la melodía. En el primer caso me gusta pensar en Charlotte Gainsbourg, a quien siente muy melancólica en francés, mientras que en inglés la siento más colorida y alegre. Depende mi estado de ánimo prefiero escucharla en una de las dos lenguas. Lo mismo me sucede con los brasileños Roberto Carlos, Caetano Veloso o Simone cuando cantan en portugués o español. Dependiendo de la canción los prefiero en un idioma o en otro. Hay veces que cuando los escucho en español con su fuerte acento portugués, la canción adopta una cosa nueva, un canal que circula entre dos aguas, un limbo sonoro que la vuelve especial.

 

Con Andrea Bocelli me pasó algo. Durante la infancia y la adolescencia como sólo tenía acceso a los discos (el internet no estaba muy desarrollado en esa época), sólo podía escuchar a Bocelli en las ediciones para América Latina y por ende en español. Su voz me gustaba y sus canciones también. Fantaseaba en cómo sonaría en italiano. Sólo tenía como referencia Vivo per Lei, canción que me aprendí para una actividad en el colegio italiano donde estudiaba. Sabiendo la canción y escuchándola repetidamente, más ganas me daban de escuchar otras canciones en su idioma original. La fonética italiana de la z y la s como zumbido de abeja, el sonido frecuente de “y,” las palabras terminando casi siempre en vocal debían modificar, enaltecer las melodías. Años después encontré en internet el disco Romanza en su edición italiana. Lo escuché de principio a fin y fue como encontrarme con un amigo pero al mismo tiempo con un desconocido. Como había intuido, la fonética modificaba las canciones aun cuando la melodía era la misma. Bocelli se sentía mucho más vivo, brillante, su voz era una montaña rusa que subía y bajaba a piacere.

Un caso similar fue con la canción La quiero a morir, de Francis Cabrel. Obviando las versiones salseras, shakisrescas que se han hecho de ese clásico de los 70, cuando una vez navegando en youtube llegué a la versión original en francés, fue un impacto tremendo. Me gustó mucho más la versión original porque el francés le imprimía una profundidad que la hacía más grave, más intensa. La versión española del mismo Cabrel era más ligera, menos dramática. Es como si la canción en francés fuera una etapa más reciente de ese amor vivido y la canción en español fuera más bien como una evocación de ese amor pasado. La letra es la misma pero el impacto que me producen las versiones es diferente.

Siempre que empiezo a estudiar un idioma nuevo, trato de buscar canciones que me sumerjan en esa fonética desconocida. Ahora que estudio japonés he descubierto varios cantantes nipones y sigo en la búsqueda porque me atrae mucho la idea de ir deshilvanando las melodías, comprendiendo pequeñas sílabas o palabras. Sumergirme en el lenguaje musical es siempre un viaje no garantizado de retorno invicto. En algunas ocasiones, escucho canciones por una única vez y en cambio otras me acompañan por meses, por años y se vuelven tan personales que quedan atadas a hechos de mi vida. Entonces, cuando las vuelvo a escuchar, años después, no sólo las canto en mi cabeza recordando las letras en lenguas ya no tan extrañas sino que ellas mismas me cantan mis propios recuerdos. Me muestran mis primeros pasos medio torpes cuando empecé a estudiarlas, en principio, sólo por placer para luego volverse parte esencial de mis memorias. Sí, mis recuerdos se evocan en muchos idiomas musicales.

Saudade de Domingo #89: La terapia del domingo

Hace algunos meses atrás, en esta misma columna escribía sobre el malestar o el síndrome que me produce el domingo por la tarde. No es que haya cambiado ese problema pero he podido capitalizar mejor el uso del domingo. Siempre he sentido al domingo como un día indefinido: No es un día de mucha actividad como el sábado, tampoco es un día “serio” como el lunes y aunque a veces se hagan reuniones familiares ese día, tampoco hay tanta festividad como si fuera un sábado. Es mi concepción acerca del domingo. Siempre le he encontrado cierta alegría a las primeras horas de la mañana, cuando todavía se sienten los rezagos del sábado por la noche. Pero cuando el domingo va tomando cara de lunes, me resulta asfixiante.

Desde hace varias semanas he empezado a trabajar con un libro que se llama El Camino del Artista y en medio de toda esa labor introspectiva de autoconocimiento, le he encontrado una utilidad al domingo. Ahora es mi día personal, mi día “egoísta”. Es el día que estoy destinando para una escritura libre desligada de algún proyecto en particular, de organizar mis prioridades, de escuchar música, de hacer ejercicio. Es el día que puedo preguntarme cosas, responderlas si quiero; es el día que he elegido para escucharme.

IMG_7642En esta nueva versión de domingo, empiezo la mañana escribiendo algo que Julia Cameron (autora de El Camino del Artista) denomina páginas matutinas (morning pages). Consiste en escribir tres páginas sobre lo que salga, todos los días. Y el domingo no podía ser la excepción. De modo que empiezo con ese trabajo que me lleva aproximadamente una hora. Trato de no distraerme con WhatsApp ni con redes sociales para que sea una escritura profunda. Es curioso la introspección que puede producirse con este tipo de escritura. Siento que los pensamientos se ordenan mejor, emergen en medio de la maraña de tareas que tengo en la cabeza. Me clarifica y me obliga a establecer prioridades.

Luego de esa escritura matutina lo más probable es que tenga material para definir cuáles van a ser las actividades más relevantes durante la semana laboral que empieza el lunes. A veces de esa escritura surgen temas que voy a terminar escribiendo en el blog o en ocasiones sirve para trabajar en una obra de teatro o en un cuento.

Aunque no todos los domingos hago las actividades en el mismo orden, después de la escritura matutina suelo escribir entradas que vendrán a este blog. Algunas veces las dejo reposar unos días y las publico más adelante, a veces siento que deben encontrar la luz enseguida a través de esta columna Saudade de Domingo. En el medio del proceso suelo escuchar música instrumental porque si pongo música que me gusta termino volándome y me distraigo. (Sí, para algunos la música es esencial para escribir, para mí no tanto, me suele llevar a otros mundos y me desapego de lo que estoy escribiendo en ese momento).

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El domingo ahora es el día en el que hago un balance de mi semana. Anoto en mi journal cuáles fueron los hechos más importantes. Puede parecer una bobería pero eso me ayuda para medir si mi semana fue productiva o no y tiene un cierto impacto en las actividades que deseo realizar la semana siguiente. Debo decir que todo esto son guías, no tiene nada de rígido, porque también en el ritmo del trabajo en la universidad las cosas suelen modificarse en el camino.

También trato de incluir dentro del domingo una actividad física de ejercicios (dependiendo de lo que quiera trabajar) y un poco de meditación después. En otras épocas podía meditar media hora, cuarenta minutos, ahora me cuesta un poco más y voy gradualmente. Actualmente estoy usando la app Headspace, que propone meditaciones de 3 a 5 minutos. Convertirlo en un hábito diario trae mucha satisfacción con el paso de las semanas.

Ya por la tarde, a eso de las cuatro suelo ver alguna serie o película. Después de terminar la segunda temporada 13 reasons why, esta semana he pasado viendo más películas hasta encontrar una serie a la que me quiera dedicar.

Ya cerca de las 5, 6 de la tarde escucho un poco de música, veo algo de tele, leo algo interesante (estoy terminando ahora Big Magic y leyendo varios libros de no ficción). Por la noche, después de cenar algo ligero, dedico una hora aproximadamente al aprendizaje de japonés. Puede que estudie el Hiragana (uno de los sistemas de escritura en japonés) o aprenda algo de vocabulario. Hoy creo que optaré por reforzar el aprendizaje de los números.

Así que mi domingo ha pasado de ser un día tortuoso y aburrido para convertirse en algo egoístamente productivo. No quiere decir que haya superado el síndrome del domingo por la tarde, pero puedo manejarlo mejor ahora. A veces a eso de las seis, siete de la noche me asalta esa sensación pero al estar imbuido en mis actividades, no tengo tiempo para pensar en la agonía del domingo.

Saudade de Domingo #85: Fluir

Let it go, dicen los gringos. Y aunque suene fácil, cuesta dejar ir algo o a alguien. Algunas veces sobreviene una especie de alivio, de poca densidad en el aire, producto de esa repentina libertad. Lo digo yo que soy bastante aferrado a las cosas, que me gusta echar raíces, afianzarme, aunque luego por diferentes circunstancias, me doy cuenta que estoy asfixiado y a veces, de forma impulsiva, termino desechando lo que ya no me deja respirar.

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Desde hace varios años, mi software favorito para escribir mis primeras ideas, es el minimalista Text Edit. 

Desde hace algunos días he comenzado a ordenar muchas de mis cosas y sobre todo a desechar lo que ya no me sirve, lo que siento que ya no tiene que ver conmigo ahora. No ha sido una decisión repentina como en otras ocasiones. Por varios factores, estoy leyendo filosofía oriental especialmente la filosofía Zen, donde aparece como base fundamental, el principio del minimalismo. Aplicado a la vida cotidiana el minimalismo se extiende a las casas, oficinas e incluso a la organización digital de la computadora: las carpetas, el mal uso que se hace del escritorio, archivos en varias versiones, miles de páginas abiertas generando un caos visual y poco inspirador. marie kondoMe encontré en YouTube con varios consejos para mejorar ese desorden digital y pude poner en práctica muchos de ellos. Entre video que va, video que viene, llegué al método KonMari, de la japonesa Marie Kondo. En sus libros publicados (La magia del orden y La felicidad después del orden) enfatiza en la necesidad de organizar, juntar las cosas por categorías y sobre todo, lo más duro, desprenderse, desechar las cosas que no resuenan con uno mismo. Su método de organización es intuitivo. Kondo sugiere que nos preguntemos por cada cosa que tenemos para saber si es necesario conservarla o no. Cuando se obtenga la respuesta del corazón, si la decisión es desechar el objeto, hay que agradecerle por habernos prestado servicio durante todo ese tiempo y desecharlo.

Para fluir se necesita poco en realidad. Una pequeña prueba de ello la tuve al mudarme a Argentina en el 2012. Me fui solo con lo indispensable en dos maletas. Y pude vivir bien así. Hasta que luego, obviamente, el ego empezó a querer echar raíces y fui llenándome de muchos afectos (objetos). A la vuelta a Ecuador años, obligado por las leyes internacionales de peso de equipaje, me tocó hacer lo mismo: regresé con lo indispensable en dos maletas, aunque luego en cada viaje a Buenos Aires, me he ido trayendo cosas, especialmente mis libros, que considero mi tesoro más grande. De modo que me debato entre mis objetos de afecto y el deseo por estar libre de cosas «innecesarias». Admiro los espacios minimalistas donde siempre se respira orden y paz. Me gustaría que mis espacios tuvieran esa atmósfera de suspensión, de fluidez en los que las chispa creativa pueda surgir en cualquier momento.

Por lo pronto mi compu luce más ordenada. He dejado casi en cero el desktop de la compu, he ordenado con marcadores las decenas de páginas que tenía abiertas en Safari, cancelé la suscripción de varios mails inútiles que me llenaban diariamente la bandeja de entrada. También he puesto orden en mi oficina, desechando una hiperbólica cantidad de papeles. En casa, llené tres bolsas grandes con ropa y zapatos que ya no uso, ordené también mi escritorio físico, dejando en él apenas lo necesario para trabajar en mis proyectos personales.

Lo bueno de toda esa polvareda física y emocional que se levanta, es descubrir cosas que tenía y que había olvidado: Un lápiz, una fotografía, un cuaderno, una caja de inciensos que me da una nueva alegría. Unos objetos olvidados que me hacen pensar en la nueva historia que estoy pensando escribir. Porque al remover cosas también aparecen chispazos creativos. Los pensamientos fluyen mejor, se encuentran más cómodos en un espacio libre, donde no hay obstáculos en el camino. Aunque la creatividad está al interior de cada uno sí es verdad que proporcionar espacios, situaciones pequeñas, facilita que puedan emerger nuevas ideas.

No me desharé de todas mis cosas pues la idea en el minimalismo no es desecharlo todo, sino vivir con lo indispensable. Todo esto implica un cambio de mirada. Observar los objetos (e incluso las relaciones) y preguntarse: ¿Me sirve esto realmente? ¿Cuándo fue la última que me hizo feliz esto? Dependiendo de la respuesta, sería hora de desechar lo que no sirve agradeciendo por su presencia y abriéndose paso a nuevas cosas, para poder fluir hacia donde haya que ir.

Saudade de Domingo #78: El WhatsApp como fuente de «inspiración»

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Hay otro Santiago cuando escribe por WhatsApp. O quizás soy yo mismo pero más afilado, más irónico, más chistoso o nada de esto y sí una versión alterada de mi yo de la vida real. Releyendo varias de mis conversaciones de whatsapp, suelo sorprenderme de lo que escribo y de lo que me escriben. No importa si son amigos, familiares, conocidos menos que amigos o aquella persona especial que te remueve las hormonas. Cada conversación de chat termina siendo una historia en sí misma, un pedazo de vida virtual que esboza algo de lo físico. Recuerdo haberme peleado con alguien en la vida real y cuando se limaron asperezas, volvimos a nuestras habituales conversaciones de WhatsApp. Me di cuenta por el historial que nuestra última charla había sido antes de esa pelea (en el plano físico, real) y por tanto en WhatsApp no había registro de ese enfrentamiento. Según lo registros whatsappísticos, nosotros éramos muy buenos amigos: solidarios, amables, presentes, con charlas de doble sentido, con charlas pseudo-filosóficas y luego otras bastante triviales que también alimentan toda conversación que se respete.

También me sucedió al contrario, muchas discusiones en el WhatsApp y en la vida real todo de maravilla. En ese caso, según los archivos whatsappísticos, nuestra relación era una mierda, mucha ironía con mala onda, insultos disfrazados de broma, emoticones insoportables de enojo y hastío. Era como si WhatsApp nos permitiera ser los malos de las películas, unas versiones virtuales y diminutas de villanos telenovelescos. Varias veces quise dar la vuelta a la situación, escribir llano, sin ironías, pero la interpretación libre que permite lo virtual, tergiversaba mis palabras, me colocaba como una persona intolerante, cruel, indolente. Eran cientos de líneas de discusión, con intervenciones muchas veces simultáneas que hacían que se perdiera el hilo de lo que se estaba discutiendo más arriba. Menos mal que WhatsApp puso la opción de poder citar un comentario y responder a ese comentario, así la otra persona puede entender a qué está haciendo alusión en medio de toda la catarata de mensajes.

En cada chat de WhatsApp parezco ser otro y al mismo tiempo, soy todos ellos. En algún momento llegué a tomar prestado de mis chats ciertas líneas interesantes para nutrir otros textos, en especial cuentos y guiones. Recuerdo incluso haber tomado casi textualmente un chat de hace años, que en ese momento fue muy doloroso, para ponerlo en la piel de unos personajes. No tuve que modificar casi nada, el sentimiento era exactamente el mismo. Me gustó ver cómo algo turro, que me costó meses en comprender, se había «curado» a través de las voces de otros personajes. Pude incluso ironizar, mirar desde afuera ese texto y decirme: Ese ya no soy yo.

Hace unos días atrás, pasando revista a mi biblioteca, como me gusta hacer cada tanto, me encontré con un libro que había comprado en uno de mis viajes a Buenos Aires. Lo miré con curiosidad y me encontré con un autor que propone radicalmente no seguir creando más textos y sí manipular, modificar los ya existentes. Sostiene que existen ya tantos textos en el mundo digital, que lo más responsable sería moverlos, ajustarlos, darles una nueva vida y pasar de ser autores a procesadores de textos. La idea me ha volado la cabeza, sigo leyendo con hambre el libro y me voy dando cuenta que ciertas prácticas que él recomienda, las he aplicado yo mismo sobre mí mismo. El autor no menciona (o al menos no hasta donde yo he leído) a WhatsApp como fuente re-creadora de textos, pero no pude evitar relacionarme con eso, dadas mis experimentaciones sacando extractos de chats para escribir literatura, teatro o cine.

IMG_3756Si tienen la oportunidad de encontrarse con Escritura no creativa, de Kenneth Goldsmith, hagan un alto en todo, cómprenlo y léanlo. Aunque no coincido en algunas de sus propuestas, me parece que Goldsmith arroja una luz sobre la literatura actual dialogando con el mundo digital. El rol autoral, como también señala Goldsmith, siempre estará presente, ya que se va a seleccionar, modificar los textos previos y ahí interviene este autor a modo de procesador de textos. Es lo que he hecho con mis propios chats de WhatsApp…

De una forma purista, podría decir que me he plagiado a mí mismo, que quizás debí ser más «creativo» escribiendo diálogos específicos para mis personajes, pero prefiero pensar que los textos de la naturaleza que sean, se van creando y son ellos quienes me buscan a mí. Quiero creer que muchos de ellos intervienen a través de mis chats de WhatsApp y de una forma tácita, me piden que no los deje morir (o congelarse) en la pantalla del teléfono. Quino creer que ese Santiago malo, risueño, irónico que escribe en diferentes tonos son sólo manifestaciones para luego producir otra cosa, que son pre-textos para terminar en un escenario o en una novela.

Pensando así, me siento ya curado de muchas chats no tan amistosos.

Saudade de Domingo #77: Cuando no escribo

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Alguna vez escuché decir a algún autor cuyo nombre ya no recuerdo, que se es escritor aun cuando no se escriba. Recuerdo haberme quedado pensando en esa frase, dándole vueltas. En aquel entonces era un adolescente, etapa en la que escribía de forma compulsiva, todos los días por varias horas y se me hacía imposible la idea de imaginarme escritor sin estar escribiendo.

Pasaron los años, llegó la universidad, el trabajo, la maestría y demás. El tiempo para escribir se vio mermado. Pasaba (y a veces paso) días o semanas sin escribir una sola línea. Mientras realizaba mis otras actividades me preguntaba: ¿seguiré siendo escritor? Y ante esa pregunta emergía ese recuerdo de antaño respondiéndome: Se es escritor aun cuando no se escriba.

Luego vi y leí muchas entrevistas a escritores que amo y más o menos cada uno desde su mística de trabajo, coincidían en ese aspecto. Hay otras cosas que se pueden hacer mientras no se escribe pero que sin duda son material para la escritura. La más importante de todas ellas: Vivir.

Aun cuando no escriba un cuento, una novela, un guion, mi cabeza siempre martillea con situaciones, con personajes que dicen frases sueltas, con escenarios potenciales para una historia, con noticias que de alguna manera me mueven y se conectan con poco esfuerzo a ciudades, épocas en las que me gustaría trabajar. Creo que la clave es siempre estar atento, escuchar afuera y escuchar adentro. De las dos me parece que la escucha interna va en primer lugar ya que de esta depende de cuán sintonizado puedo estar para darme cuenta de lo que sucede a mi alrededor.

Ya mencioné que el tiempo era responsable de que no pueda escribir todos los días. Eso en parte es verdad pero también es cierto que aparece otra variable: El propio cuerpo.

El cuerpo, o al menos mi cuerpo, tiene su propia gramática. A veces me dice no, no quiero escribir, necesito descansar, dame cariño, aliméntame, báñame pero no me obligues a sentarme, a hundir las teclas y mirar una pantalla en blanco. No quiero ahora, dame una película o una serie para pensar menos. Reconozco que lo complazco con culpa. Quiero escribir, agitar la cabeza y que salgan las palabras pero mi cuerpo se opone, me sabotea. Eso hasta que ocurre algo “mágico”. Mi cuerpo sin avisarme, se sienta y empiezo a teclear. Mi cabeza se despierta y ve que está todo “listo” para trabajar. Y en esa armonía de cuerpo y espíritu que puede durar segundos, horas o días, van apareciendo atisbos de historias y personajes. Se acercan como quien ha sido invitado a última hora a una reunión. Al principio recelosos, dubitativos, poco expresivos, hasta que luego se toman la cancha, debaten, discuten, plantean sus propias reglas.

Después, en algún momento, la fiesta se termina, los personajes toman vuelo y el cuerpo vuelve a pedir descanso, quiere nutrirse, hibernar un tiempo para sentarse después, cuando él quiera y donde quiera.

Aun cuando podría parecer que el tiempo y mi cuerpo son dos enemigos de la escritura, en realidad son dos aliados a los que necesito comprender. Gracias a ellos, puedo también vivir, viajar, leer, conocer, sentir, elementos claves para una escritura libre y sobre todo, sana.