Siento una fascinación por las palabras y eso se extiende no sólo a las de mi propio idioma sino a todas las de otras lenguas que por alguna u otra razón voy conociendo. Me gusta eso de que palabras en un comienzo extrañas, después se me vuelvan familiares y pueda identificarlas sin mayores problemas. Es como ver la luz en medio de la oscuridad. Es sumergirme en un universo de posibilidades con nuevas palabras. Ya hablé acá de mi fascinación portugués, por ejemplo.
En algunos casos logro internalizar tanto ciertas palabras, que luego me resulta imposible no relacionar ciertos momentos de mi vida con esas palabras. Me pasa con la palabra portuguesa saudade. No tiene un significado literal en español y justamente por ser polisémica, la puedo usar en diferentes contextos. Me gusta también la versatilidad que tiene el verbo tocar en inglés y francés (Touch) o la palabra italiana “diventare” que estaría relacionada con la palabra española devenir y que a momentos se usa como sinónimo de “convertirse en”. Creo que aprender nuevas palabras y lo que significan, amplía la manera en la que puedo poner mis pensamientos en palabras. Cada lengua esconde dentro de sí misma una cosmogonía que me deseo descubrir, escudriñando en sus libros, en sus reglas gramaticales, en su fonética.
Ahora he emprendido un largo camino en el aprendizaje del japonés. Una lengua que en realidad siempre he visto lejana y que cuando me preguntaban si me interesaba aprender una lengua asiática, siempre respondía que no, que no estaba entre mis planes, aunque en el fondo nunca descartaba la oportunidad de aprenderla en algún momento.

Desde hace una semana decidí emprender el desafío. Quiero probarme en una lengua completamente distinta, con un sistema de escritura atemorizante (de paso en japonés son tres) y por supuesto, en el futuro, viajar a Japón para “practicar” el idioma. Sé que no será fácil ni tampoco rápido, pero quiero sobre todo disfrutar del proceso. Una de las cosas que más me gusta de aprender idiomas es llegar a más personas. Es verdad que con el inglés tenemos una gran herramienta de comunicación, pero como decía Mandela, hablarle a alguien en su propia lengua es hablarle directamente a su corazón. Me emociono cuando un extranjero de otra lengua se esfuerza por hablarme en español. No importa si comete errores o si tiene mucho acento foráneo, me gusta el esfuerzo por hablarme en mi idioma y por interesarse en mi cultura. Aprender idiomas para mí, es un acto de amor a los otros. Requiere de tiempo, paciencia, produce incertidumbre, miedos pero una vez que se atraviesan esos umbrales, se descubre un mundo de infinitas posibilidades. Y eso es lo que busco con el japonés. Todos tenemos muchas imágenes estereotipadas sobre Japón y su gente. Pensamos en el anime, en los samurais, en el budismo, en gente fría, en tecnología, en el sushi, pero sé que Japón es más que todo eso y quiero descubrirlo a través del idioma. Para que ese viaje sea más agradable vi decenas de vídeos en youtube de personas que cuentan sus experiencias estudiando japonés, vi recomendaciones de textos, he empezado a hacer amigos japoneses y aunque sólo llevo una semana de estudio, siento que mi visión de Japón está cambiando. Ahora al frente, en lo cotidiano, se me han aparecido un montón de cosas que están ligadas con Japón y su cultura. Quizás siempre estuvieron pero no les daba mucha atención, quizás solo ahora estaba listo para poder verlas o quizás por la sincronicidad de la que hablaba Jung, ahora que tengo interés por el idioma y la cultura, he podido atraer hacia mí todas esas cosas.
Me voy a tomar tranquilo mi tiempo con el japonés porque además quiero estudiarme.
Quiero saber, analizar cómo voy adquiriendo destrezas en el idioma. Por lo pronto he empezado a estudiar el Hiragana, que es el primer sistema de escritura que todos sugieren aprender. Luego viene el Katakana y por último, el más difícil, el Kanji, que tiene los caracteres chinos. Para los tres alfabetos hay una infinidad de material de estudio en internet, así que lo difícil es saber por dónde empezar. Un portal muy bueno para iniciar los estudios en The Japanese Page. Tienen mucho material didáctico si se quiere estudiar independiente y una sección para conocer de la cultura japonesa que está muy buena y surtida. Yo estoy estudiando ahí las sílabas del Hiragana y es muy práctico. Como complemento estoy utilizando también el libro Japonés desde cero, que lo vi en varios reviews en Amazon como un buen texto para iniciarse en el idioma. Más adelante usaré Basic Japanese Grammar, que lo compré en New York a inicios de año (cuando todavía no sabía que me iba a poner a estudiar en serio japonés).
Como quiero hacer un análisis de cómo aprendo un idioma completamente ajeno al mío, he decidido crear una cuenta en Instagram ( @saudadeinjapanese ) que de alguna forma funcione como una bitácora de mi aprendizaje. No es que voy a enseñar japonés, lo que busco es compartir con otros cómo avanzo y sobre todo tener como un diario virtual de lo que voy aprendiendo.
Creo que la gente local, la arquitectura, el paisaje urbano, fueron ingredientes clave para toda esa inspiración repentina que me vino en Miami. En este viaje asumí la aventura quizás con otro entusiasmo. Fui con el afán de realmente no hacer más que caminar, comprar algunas cosas y olvidarme de las tareas cotidianas. Y ese propósito, de enfrentarme a un lugar desconocido y al mismo tiempo tan familiar gracias a los imaginarios que todos tenemos sobre Miami, fui construyendo mi propio trayecto. Y en ese descubrimiento, la escritura fue clave. Escribir el viaje, es volver a vivirlo, es obligarte a fijar ciertos lugares, ciertas sensaciones, de modo que el haber pasado por un lugar o una ciudad no se queda como un borrón en el corazón sino que adquiere una luz propia, una forma concreta a la que se puede recurrir después de evocarla.
Me encontré en YouTube con varios consejos para mejorar ese desorden digital y pude poner en práctica muchos de ellos. Entre video que va, video que viene, llegué al método KonMari, de la japonesa Marie Kondo. En sus libros publicados (La magia del orden y La felicidad después del orden) enfatiza en la necesidad de organizar, juntar las cosas por categorías y sobre todo, lo más duro, desprenderse, desechar las cosas que no resuenan con uno mismo. Su método de organización es intuitivo. Kondo sugiere que nos preguntemos por cada cosa que tenemos para saber si es necesario conservarla o no. Cuando se obtenga la respuesta del corazón, si la decisión es desechar el objeto, hay que agradecerle por habernos prestado servicio durante todo ese tiempo y desecharlo.
De modo que el dibujo, en el que siempre me sentí torpe me está dando gratificaciones. Con poco tiempo de práctica no es que dibujo mejor pero sí estoy divirtiéndome en el proceso. Quizás más adelante pruebe con otros trabajos manuales y también estará bien. Me seguiré dejando llevar por el impulso creativo hacia lo que éste quiera mostrarme. Me gusta ser un eterno aprendiz, probarme en cosas nuevas. Quiero también aprender que equivocarme hace parte del camino. Más que nunca pienso en Beckett diciendo: «fracasa otra vez, fracasa mejor». Y en esa búsqueda por el siguiente «fracaso», quiero ir forjando un camino.
Luego de los viajes y en especial en este viaje, suelo quedar un poco agobiado. Me resulta difícil de manejar y procesar tanta información. En algunas ocasiones, como ahora, termino enfermándome y la única salida que me queda es escribir. Lo que sea y en el formato que sea, pero escribir a modo de curación, de sanar el cuerpo ante tantos impactos recibidos. Son las consecuencias de abrirme y convertirme en esponja cada vez que viajo. Me gusta absorberlo todo y esto como contrapartida me deja extenuado. En estos días luego del regreso de Madrid, por ejemplo, tengo la extraña sensación estar y no estar. Mi cuerpo no se habitúa del todo a la rutina y mi cabeza sigue pensando en las ciudades que visité como si fuera tiempo presente. Se niega a la idea de final. Aun con los horarios cruzados, en estos días he dormido más de lo habitual y aun persiste un cansancio constante. Lo único que atino a hacer bien es leer. Estoy sumergido en la lectura de Mandíbula, el último libro de Mónica Ojeda y creo que leerlo me ha salvado del tedio que produce el síndrome post viaje. Con el tiempo he aprendido a manejar mejor el impacto del regreso. Sé que en buena parte, escribir hace bien para amainar el peso la vuelta. Son los estragos de abrazar otras fronteras, de vivir diferentes «yoes» en ciudades distantes.
Sería más fácil claramente solo teclear y que el monitor muestre las palabras prolijas, limpias, sin errores pero me resulta un proceso más frío que prefiero cuando estoy escribiendo algo con más formalidad (tipo un ensayo o algo del trabajo) o cuando se trata de procesos de largo aliento (tipo una novela). Sin embargo, aun en estos casos siempre empiezo con bocetos y garabatos en letra manuscrita. En medio de ese caos de tinta de diferentes colores, borrones y tachones encuentro un orden, una luz para desarrollar ideas.
Escribir a puño y letra me da una libertad que no siento cuando ya estoy trabajando en la compu. Siento que a mano puedo escribir cualquier cosa sin sentido y que no importa si es buena o mala, pues el papel es el hogar ideal para todo. Muchas letras quedarán probablemente ahí, no harán el tránsito a lo digital pero quizás alguien las encuentre alguna vez y le digan algo a ese fortuito lector. Una de las cosas que más amo de escribir es esa idea de la permanencia, de fijar algo en lo efímero que es nuestro paso por este plano terrenal. Y en la permanencia o en la lucha para existir, siento que el papel es el mejor amigo.
De cualquier manera, este año me he propuesto estructurar un poco mi vida a modo de planning. Cuando hice el balance del 2017, me di cuenta de la cantidad de cosas que había hecho pero al recordarlas, las veía como actividades dispersas, intermitentes, y tediosas. A pesar de que tuvieron buenos desenlaces me dejaron extenuado. Al final de muchas de esas actividades pensaba que si me hubiera organizado con mayor antelación, no habría sufrido tanto en el proceso. De modo que en las últimas semanas del 2017, me di a la tarea de buscar las mejores maneras de encarar el 2018. Y entre esas horas de búsqueda llegué a un libro muy conocido Getting things done, que es básicamente un manual de acción para llevar una vida más organizada y menos agitada y Your Best Year 2018, que se edita cada año y que es una agenda de trabajo pensada tanto para la parte de negocios como para la vida personal.
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