Hace unos meses estuve en Buenos Aires (como suelo hacer con frecuencia) y decidí visitar Campanópolis, un lugar que desde hacía tiempo quería visitar. El trayecto fue toda una experiencia: Colectivo, taxi, caminata. Valió la pena todo para descubrir un paraíso medieval en el Gran Buenos Aires.
«Te va a volar la cabeza», me dijeron algunos amigos antes de venir a New York. En realidad me la ha reventado. Todo es superlativo en esta ciudad, no hay lugar para términos medios. Las distancias son enormes y realmente uno puede llegar a sentirse una hormiga entre tantos rascacielos y personas tan diferentes. Negros, latinos, asiáticos, rubios, musulmanes, mezclados de todas las maneras posibles. Como me dijo una pareja norteamericana: «Todos en Estados Unidos, especialmente en New York somos de cualquier otra parte, descendientes de italianos, mexicanos, irlandeses, etc. Solemos decir que alguien es New Yorker, cuando vivimos mucho tiempo acá sin importar el origen».
Me contaron que cuando entre norteamericanos se preguntan «Where are you from», la respuesta normalmente suele ser: «I’m italian, I’m irish, I’m mexican, I’m chinese» incluso cuando sean la tercera o cuarta generación nacida en Estados Unidos. Es posible que ni hablen la lengua de sus ancestros, pero mantienen la costumbre de responder al «where are you from» con la nacionalidad de los abuelos.
Algo que me ha llamado mucho la atención es el subte de acá. Acostumbrado al de Buenos Aires, el subway me resulta complicado de entender. Una misma estación funciona para varias líneas y no siempre hay cómo saber cuál es la estación final o de cabecera. Ya me he perdido algunas veces pero voy aprendiendo.
No todas las estaciones de subte tienen rampa o ascensores para personas con capacidades especiales. Las escaleras para bajar normalmente son metálicas y en época de lluvias son un verdadero peligro. Ya vi algunas personas mayores bajas con sufrimiento por las escaleras ante la indiferencia de la gente. Dentro de las estaciones también algunas tienen desniveles y no hay ninguna preparación para que las personas mayores puedan transitar.
A diferencia de lo que había escuchado, la gente en New York me ha parecido muy amable. Hay un trato excelente para el turista y tienen mucha paciencia. Me he quedado gratamente sorprendido, quizás porque en Guayaquil y en Buenos Aires, la gente que atiende al público no es precisamente amable. Hasta me incomoda por vergüenza ajena cuando alguien acá me pregunta si está todo bien, si necesito algo, porque en realidad veo en los ojos de las personas que están realmente prestos a ayudar.
Aunque no he podido experimentar mucho, hay demasiada variedad de comida en New York. Restaurantes de todos los precios (aunque parezca mentira he encontrado incluso restaurantes más baratos que en Guayaquil) y de todas las gastronomías posibles. Estoy alojado en el midtwon, específicamente en Korea Town y es impresionante la cantidad de restaurantes con diferentes clases de comida. El viernes en Harlem fui con unas amigas a un bar de jazz de origen etíope, así que aproveché la oportunidad para probar algo del país africano. Fue interesante comer con las manos, con una masa similar a la de los tacos y un pollo picante en finas hierbas.
Hace unos días me llevé una gran sorpresa con la pizza. Acostumbrado a las porciones de Buenos Aires, pedí tres slices para almorzar y me sorprendí al ver lo enormes que son los pedazos acá. Con esfuerzo me comí dos porciones y media (Bueno, casi que lo logro eh!).
Quedé extasiado con Strand Book Store, una librería enorme en el East Village. Son tres pisos de toda clase de libros, desde los comerciales hasta los clásicos, pasando por una infinidad de ediciones de colección, rarísimas, que pueden llegar a costar mucho dinero. Uno podría pasarse horas en aquel lugar recorriendo los pasillos a modo de biblioteca, leyendo, eligiendo qué comprar porque la tentación es siempre quererlo todo.
El MOMA fue otro lugar maravilloso. Poder ver de cerca todas las pinturas que había estudiando tanto en Historia del Arte, ahí, frente a mí. Ver Picaso, Monet, Mondrian, Matisse, Dalí fue impresionante. Llegué a quedarme sin aire delante de Las señoritas de Avignon o Estudio en Rojo. Y horas después a la salida del MOMA, la ciudad regala una nevada deliciosa.
Nevada en Chinatown
Otra cosa loca de New York es el clima. De tener números negativos durante mis primeros días, el jueves llegamos a tener un día soleado de 18 grados, para luego tener un viernes frío y un sábado de nieve. Fue mi primera viendo nevar. Emocionante, con el corazón a mil como si fuera una criatura. Hice varios vídeos intentando registrar el momento a pesar de la incomodidad que entrañaba llevar el paraguas en una mano y en la otra el celular con el libro de viajes de New York. Aun así, logré sacar varias fotos y vídeos de Chinatown que fue donde estuve en el momento de la nevada.
A medida que se acerca el cambio de mando, los ánimos empiezan a caldearse acá. Hoy caminando por la quinta avenida para llegar al Central Park, pasé por el Trump Tower que estaba totalmente cercado por policías como medida de protección ante posibles disturbios. A las 14h00 de hoy domingo, frente a The New York Public Library, un grupo grande de escritores de la ciudad unidos bajo el nombre Writers Resist, hicieron una manifestación pacífica en contra de las medidas que pretende imponer Trump en su gobierno. Al podio iban pasando poetas, narradores que leían algún fragmento de otro autor relacionado con la libertad y alguno se atrevió a leer algo escrito específicamente por la coyuntura. Hoy mismo bajo la misma organización se realizaron eventos similares en Los Angeles, Phoenix, Denver, Orlando, Chicago, entre otras ciudades.
En New York me siento tranquilo. Me habían dicho que era estresante, que la gente corre de un lado a otro, pero la verdad me siento muy bien con el ritmo acelerado de la ciudad. A lo mejor yo soy igual de acelerado y estoy en sintonía, pero no me he sentido abrumado para nada con respecto a la gente.
Aun me queda una semana más por acá para seguir conociendo. Hay muchos lugares por visitar y sé que no podré conocerlo todo. Una excusa más para volver, en otra estación quizás y recorrer la ciudad con otro color. Definitivamente NYC entra a mi lista de ciudades favoritas. Siento desde ya un enorme cariño por ella.
Ni bien me subí al avión en Buenos Aires (con toda la pena que siempre me embarga cuando salgo de Ezeiza) empecé a sentir un dolor en las amígdalas que luego se se agravó en la escala en Santiago. El trayecto Santiago-Guayaquil fue una tortura, con fiebre, escalofríos, dolor de huesos y dolor de cabeza. Rogaba para que se amainara el dolor, pero nada. En algún momento hasta llegué a tener ganas de vomitar, pero afortunadamente no pasó.
Al llegar a Guayaquil, no daba más. Sentí que me iba a desmayar en cualquier momento y esa misma noche comencé un coctel de pastillas para desinflamar las amígdalas, bajar la fiebre, aliviar la cefalea. Al día siguiente me reintegré al trabajo y las amígdalas seguían igual de inflamadas, tenía fiebre cada seis horas. El malestar se unió a mi desesperación al imaginar mi cuadro al viajar a New York el sábado. ¿Podría viajar? ¿Mi sueño de meses se desvanecería por un trancazo inoportuno? El panorama gélido de temperatura en negativo en la gran manzana me hacía pensar lo peor. Estaba tan angustiado que ni siquiera me atreví a hablar de mi estado con mucha gente. Sólo mi familia lo sabía. Del miércoles al jueves casi no dormí nada por el dolor de amígdalas y la fiebre repentina. Fui con mis papás a visitar a una tía doctora y al ver mis amígdalas dijo: Están enormes, parecen dos limones!”. En ese momento me inyectó penicilina luego de hacerme la prueba cutánea de la misma. Recordé el dolor que causan ciertas inyecciones en las nalgas. Pasé el jueves resolviendo temas bancarios con la nalga izquierda adolorida y con las amígdalas hechas mierda todavía. Hice mi check in con desconfianza. En mi cabeza seguía rondando la pregunta ¿lograré viajar? ¿y si no mejoro? Ante estos momentos el apoyo familiar fue fundamental. Nunca pusieron en duda mi viaje, tenían fe de que yo iba a a mejorar, aun cuando comer o tragar saliva era toda una tortura.
El jueves por la tarde visitamos a mi tía en su consultorio y me puso la segunda inyección, luego de haber tenido un largo día de fiebres recurrentes y pocas horas de sueño. Ahora el dolor estaba pareja en las dos nalgas, así que sentarme o subir escalera era toda una proeza. Solo pensaba en New York, en el taller de escritura, en los textos que leeré, en lo que escribiré. Sólo ahí caí en la cuenta que por todo esa infección en la garganta no había podido disfrutar de la previa de mi viaje a New York. Las amígdalas se habían tomado el centro de atención y desplazaron a New York dentro de mis prioridades de pensamiento.
Mi mayor alegría fue despertar el sábado y sentir que mis amígdalas se habían desinflamado bastante. Todavía dolían pero estaba bien. Me bañé, me vestí, cerré la maleta y con todo fui con mis papás a visitar a mi tía a su casa para que me pusiera la tercera inyección.
Ya en la sala de espera del aeropuerto, recién pude descansar y sentir que lo había logrado, que a pesar de todo, estaba ahí, a las puertas de cumplir mi sueño. quizás uno de las más hermosos que tenga este año. Me volví a sentir feliz como no me sentía desde hacía varios días. Era como estar al final de la primera parte de una saga de películas. Pensaba en mi primera vez en Estados Unidos y de paso en New York, en ese monstruo de ciudad a la que solo he visto en el cine. No tengo familia ni amigos en esa ciudad y eso en lugar de desanimarme me alegra. Voy a conocer New York por mí mismo como hice con Buenos Aires en el 2011, cuando llegué una mañana de mayo y la última capital de Sudamérica me era completamente desconocida. Quiero trazar mi propia cartografía en New York, caminar mucho, tocar sus calles, respirar su gélido aliento de invierno, conocerla a solas, sin disputarla con nadie como buen Aries posesivo que soy.
Luego de una escala calurosa en Panamá, llegué al John F. Kennedy Airport. Dos horas y media en la sala de migración para atender a 500 pasajeros frente a 5 oficiales…! Fue desesperante, pero la espera valió la pena al recorrer parte de la ciudad desde el aeropuerto hasta el hotel. El recorrido me pareció muy similar al de Ezeiza a Buenos Aires. En algún momento, confundido entre el inglés y el español sentí nostalgia por Buenos Aires y por Guayaquil. Tonterías mías, pues no es que me voy a quedar mucho en New York, pero de alguna forma, siento que este viaje me dará un gratísimo aprendizaje y sólo pensarlo me emociona. Quizás mi forma de mirar, de escribir, de encarar un proceso creativo sea un poco diferente a mi regreso a Guayaquil o Buenos Aires. Y eso estaría muy bien. En abril cumplo 31 y quiero seguir creciendo, reinventándome, de lo contrario no tendría sentido cumplir años.
Hoy caminé por Highline, Chelsea y West Village con un frío de -7. Hablar en inglés con la gente o escuchar conversaciones me hace pensar que estoy en una película y en ciertas partes siento la falta de los subtítulos. Es como si la recepcionista, el policía, la pareja de novios, la abuelita que cruza la calle fueran personajes y no personas que actúan para mí en inglés. Y yo me siento también un personaje que imita inflexiones de voz como haría Al Pacino, Bryan Cranston o John Hamm.
Mañana empieza el seminario de escritura por el que he venido a New York. Tengo muchas expectativas con los contenidos, con los profes y los compañeros que tendré. Me siento como el día previo al empezar la universidad o el día anterior al iniciar la maestría. Me gusta esa sensación de incertidumbre, de vacío que me invita a lanzarme y ver qué pasa. Qué lindo que además sea en New York, una ciudad con la que sentía una deuda pendiente al no haberle dado espacio entre mi lista de destinos.
El viaje arranca desde el momento que se elige el destino y se arma toda la logística para llegar al lugar. Una parte del mismo -y de las que más disfruto- es la de sobrevolar ciudades. Hay un atroz encanto en mirar la geometría de los pueblos, las grandes capitales, sea de día o de noche. Es un escenario en el que por esos segundos parecieran no existir habitantes. Las formas algunas veces caprichosas en las que se asientan las poblaciones, me permiten fantasear sobre cómo serán los recorridos en tierra. Desde los aires quedan en evidencia los techos, las calles, la luminaria. Las ciudades están desnudas, indefensas para el cielo.
En mis últimos viajes he comenzado a tomar fotos desde la ventanilla del avión. Hay momentos que son claves. Un atardecer, un amanecer, el despegue dejando la ciudad de origen, el aterrizaje en la ciudad de llegada. Resulta más interesante si se sobrevuelan lugares desconocidos, sin estar «contaminado» previamente por el recorrido en tierra. A medida que el avión se acerca a tierra, la ciudad va cambiando de forma. Se vuelve «real», los letreros se amplifican, las personas se «humanizan», las carreteras dejan ser líneas hasta que finalmente el avión toca tierra. Son aquellos intervalos de magia en los que la ciudad deja de ser solo una maqueta, una proyección.
Buenos Aires, de noche
Me gusta la idea de imaginar la ciudad como una alfombra desde el aire. Cuando fijo un nuevo destino y debo viajar en avión, no sólo pienso en su recorrido sino en su vista desde el aire.
Siempre me ha gustado viajar: desde la planificación del destino, seleccionando los lugares que quiero visitar, armando horarios, decidiendo qué ropa llevar. Para mí el viaje empieza desde el momento en que decido comprar el boleto. La cuenta regresiva también alimenta mis ansias por perderme en un nuevo lugar, sentirme foráneo y desafiar a mi cabeza para que aprenda nuevas rutas.
Con el tiempo he aprendido a canalizar mejor mi emoción por los viajes. En otras épocas, de niño o adolescente, llegaba incluso a enfermarme. Recuerdo mi primer viaje a Brasil, en el 2003: terminé rapándome la cabeza antes del día del vuelo.
Lo que sí me pasa hasta ahora es no dormir bien la noche anterior al viaje. Me lleno de expectativas, me fijo una y mil veces de que no se me quede nada. Repaso mentalmente todo lo que quiero hacer en el avión y luego cuando llegue al destino. Se me van algunas horas así y termino durmiendo en promedio sólo tres horas. Luego recupero algo en el avión pero casi nunca consigo dormir.
Cambiar de aire, aunque sea por pocos días, es para mí una necesidad. Debo realizar cada cinco, seis meses un viaje largo para poder soportar mi ciudad por unos cuantos meses más. Mi destino favorito es Buenos Aires, ciudad que puedo decir sin falso orgullo que conozco bastante bien. Muchos se preguntan por qué voy tanto a la capital argentina. Más allá de que parte de los mejores recuerdos de mi vida fueron allá, con Buenos Aires siento que realmente puedo descansar. Que no tengo que hacerme el turista y correr de un lado a otro para cubrir un itinerario. Disfruto la ciudad con la calma de que tengo a Buenos Aires para siempre, que puedo sentarme toda una tarde a tomar café mientras leo o escribo, sin sentir que estoy perdiendo el tiempo. Que puedo meterme en librerías todo un día si quiero y esa inmersión hace parte de mi viaje.
Pero también hay los destinos donde me gusta dormir tarde y despertar temprano. Restarle horas al sueño para conquistar más lugares, tomar más fotos, conocer más gente. Es el encanto que despierta lo desconocido, como si tuviera un deseo obsesivo de volver cotidiano aquello que me resulta diferente. Me hace feliz cuando a los pocos días de llegado a un lugar, puedo caminar sin perderme, identificando calles, líneas de buses. Un viaje es siempre estimulante, hace crecer, quiebra limitaciones. No es que un viaje borre los problemas, ya que el cambio debe venir del interior de cada uno, pero sí es verdad que el viaje en sí mismo permite mirar las cosas de otra manera, con menor rigor quizás.
Viajar más allá del placer que pueda provocar, es una necesidad de vida.
Camino entre gente que no conozco, con música que no amo, con ropa poco habitual. Me mimetizo en un otoño primerizo que ya no me es tan ajeno. Soy periferia, distinto, con historias en la cabeza, cuyo peso siento en la espalda mientras sigo evocando un pasado que me cuesta pensar quedó a miles de kilómetros de distancia. No soy de aquí, soy migrante, una parte está en esta tierra y otra vuela en textos inconclusos, en besos jamás dados, en la copa de vino que no terminé, en el abrazo frío que di para no convulsionarme. Estoy también en las cartas que no escribí, en el listado de autores pendientes, en los fotogramas aun por editar. Salté a medio camino y estoy aquí, al sur del hemisferio, con frío, enfrentado a mí mismo, aplicando a cuentagotas la crueldad del teatro, sumergido en un mar de incertezas, con aparente calma. Un aluvión de imágenes, sonidos, letras me abrazan, me seducen pero pasadas las emociones eréctiles de los primeros días, me siento, pienso, observo y decido permanecer en casa, mirándome, entendiendo los oficios que jamás hice, reconociéndome vulnerable y al mismo tiempo con una fortaleza que jamás pretendí tener. En la calle cargo antifaz, me veo igual a los locales. Solo mi acento delata y la emoción que surge, eventualmente, cuando encuentro a algún coterráneo que me habla en mi lengua, que entiende contextos y que si bien no es como yo, comparte también una agriada melancolía por aquello que dejó aun cuando pueda decir que no tiene raíces. Las raíces también pueden ser móviles y siempre son preludio de génesis.
En medio de un calor infernal, mientras en mi oficina tirito de frío, empiezo a recordar, a desempolvar papeles que ya fueron escritos, palabras que ya fueron dichas, fotografías que ya fueron vistas una y otra vez… Es un viernes de saudade, un viernes de bossa, de cadencias lentas y un tanto ralentizadas… Es dulce, es amargo, es agrio… Veo escenas sueltas de una película que aun no empieza a ser editada… Hoy he vuelto a recordar sensaciones, colores, melodías… Los minutos pasan. Mi jornada laboral ha terminado. Estoy en paz con ‘el mundo’. Ahora parto hacia un viaje a mí mismo… Intentaré reconciliarme, perdonarme, escribirme, llorarme, alegrarme, cantarme, recordarme… Necesito irme para volver y construir nuevos recuerdos… Será un viaje interesante… Espero volver…
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