Poco antes de que terminara el 7 de abril, me puse en la tarea de plasmar lo que había experimentado en el día. Acá los pensamientos y los divagues por mi cumpleaños en el aislamiento:
Se suponía que hoy estaría en Praga.
Cuando el plan de Praga se vino abajo por la pandemia, cambié mi vuelo a Buenos Aires. También se hizo arena, cuando el Covid-19 nos sorprendió en América Latina.
Tuvimos que aislarnos en nuestras casas mientras veíamos el horror en nuestras ciudades desde la tele, el celular, la compu. El mundo empezó a cambiar.
De modo que mi cumpleaños (7 de abril) lo he pasado encerrado con mis padres. Tuvimos un hermoso almuerzo los tres, sin poder evitar colocar sobre la mesa el tema del virus: las negligencias del gobierno, los amigos que han fallecido, los que aun luchan por su vida. Aunque ya el Covid-19 hace parte de nuestras charlas, es imposible “naturalizarlo”. Nunca la muerte repentina puede volverse cotidiana. El horror se manifiesta en cada tuit, en cada post desesperado de algún conocido que pide ayuda en las redes.
Sin embargo, hoy me he conectado con esa energía sideral de los amigos, familiares, colegas y estudiantes que se han tomado el trabajo de escribirme por las redes, de llamarme, de dejarme un cálido mensaje de voz. Algunos hasta me cantaron “feliz cumpleaños”. Me he sentido acompañado todo el día con sus buenos deseos.

Hoy no hubo torta (sólo una especie de espumilla), pues estamos tratando de salir lo menos posible en casa. Pero hubo cariño, amor, el agradecimiento por tener salud, por ver a mis papás vigorosos. Mis compañeros y amigos de la facultad me organizaron una “fiesta virtual” sorpresa. Una amiga me hizo creer que tendríamos una reunión entre los dos y ahí me encontré con mi jefe y mis amigos colegas deseándome un feliz cumpleaños, a pesar de las circunstancias adversas.

Debo decir que dormir es complicado en estos días, me da miedo levantarme y encontrarme en el celular con alguna mala noticia repentina. Pero en este día de cumpleaños pude al fin dormir un poco más, desconectarme de todo y volver a mí, fetal, minúsculo, acurrucado en mi corazón para tomar fuerzas, para poder sonreír a pesar de los allegados que están perdiendo la batalla.
El día de mi cumple está terminando. Han llegado notificaciones de conocidos que han fallecido. Finalizo mi día triste, con las manos temblorosas y una sensación entre rabia y pena. Me contengo, no quiero llorar. No hoy al menos.
Veo las fotos de mis salidas con mis amigos, de mis viajes y me he sentido ajeno. Como si se tratara de un personaje alejado de mí, de otra época en la que no estaba prohibido abrazarse, en la que no había hacer fila para ir al super, en la que no había que cubrirse la boca y la nariz. Me da vértigo pensar que nunca volveremos a ese tiempo, que para bien o para mal, el mundo es otro, que ha llegado una nueva era, incierta, desconocida.
Son ya las 00h30 del 8 de abril. El calendario de mi compu aun no entiende que el mundo cambió, que no necesita recordarme mi itinerario de Praga a Madrid, o de Guayaquil a Buenos Aires. Que no tomaré esos aviones, que mi lugar ahora está en Guayaquil, junto a mis papás, batallando no sólo contra el virus, sino contra el miedo y tratando sonreír por la dicha de otro día más con salud.


Sé también que no he sido el hijo modelo. Tengo un carácter complicado pero algo que aprendí desde chico (aunque no parezca) es aprender a escuchar. No me creo dueño de la verdad y sé reconocer mis faltas. En parte creo que debo ese equilibrio a ella, quien siempre busca las múltiples caras de la verdad, para comprender las situaciones. Mi madre, sin saberlo con las palabras técnicas, se maneja en la vida con una visión sistémica analizando todos los factores posibles. Antes de emitir un juicio hacia alguien, prefiere ponerse en los zapatos de esa persona. Y eso le ha permitido tener el cariño de todos sus familiares y amigos cercanos.



Jacques Dutronc con quien estuvo casada desde 1981 y que pese a estar ya legalmente divorciados, asegura que él siempre será el amor de su vida. Quizás tampoco puedan muchos entender su claro fastidio hacia la izquierda a la que cataloga de creerse dueña de la verdad. La vejez, confiesa, le resulta un proceso humillante y doloroso, sobre todo porque limita su capacidad de movimiento en determinados momentos. Sin embargo Françoise continúa estando entera, exhibiendo su gracia y belleza a la tercera edad. Se rehúsa a teñirse el pelo, acepta las marcas de sus arrugas y aunque su voz ha ido cambiando ligeramente por el paso de los años, sigue cantándole al amor, sigue siendo en sus melodías la chica yé-yé romántica y melancólica de los 60 que marcó a toda una generación. Envejecer duele pero a sus 72 años goza de la admiración y el respeto de sus pares, de las generaciones posteriores y su voz seguirá viva en aquel o aquella que sienta conexión con la poesía que ha sabido plasmar en música.
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