Desde el jueves 22 estoy en modo vacaciones. Como de costumbre, me desconecto del trabajo, de la ciudad y trato de vivir en una especie de dimensión paralela, saliendo de la rutina, enfocándome en otras cosas, viendo amigos, poniendo las charlas al día.
He vuelto a pasar navidad en Buenos Aires. La última vez fue en el 2014, a pocos días de haber presentado mi proyecto de tesis de maestría. Mi situación anímica, financiera era muy diferente en ese momento. Recuerdo esa navidad del 2014 con alegría pero también con angustia, sin saber qué me depararía el destino al año siguiente. Hubiera querido estar con mi familia por la escasez de dinero hacía difícil emprender un viaje. además de que existía «la amenaza» de no volver a Argentina. Me encontraba muy frágil en esa navidad y en vista de lo incierto del futuro, trataba de vivir el presente, disfrutando de la familia argentina que me adoptó como uno más desde la navidad del 2013.
Volver a pasar acá las fiestas tiene un nuevo encanto. He venido a Buenos Aires varias veces desde el año pasado, pero venir en diciembre es reencontrarme a lo Dickens, con el fantasma de las navidades pasadas. Me he visto a mí mismo y trato de no compadecerme de ese yo sino de sentirlo como parte del proceso para llegar a donde me encuentro ahora.

También esta navidad es especial porque estoy pasando las fiestas con mi hermana, quien vino a estudiar una maestría. La vida de estudiante full time no permite ciertas comedidas y la de viajar en Ecuador en el medio de la cursada resultaba difícil para ella así que decidí venir a acompañarla. Está siendo lindo compartir estos momentos. Sin duda serán momentos que guardaremos siempre con nosotros.
Y después está el clima, caliente en esta época, con un sol brillante de cielo despejado y atardeceres a las 20h00. El verano porteño puede ser asfixiante pero es también una fiesta, época de buenas vibras, de planificación, de viajes. Extrañaba también ese verdor en las calles y sol calcinándolo todo. Estoy muy feliz de re-vivir Buenos Aires en fiestas navideñas.





todos los obstáculos de la Iglesia para impedir que sus secretos salgan a la luz, se deja claro el trabajo ético de los periodistas en el trato con las víctimas. Escuchan, saben qué y cómo preguntar respetando la sensibilidad. Es una labor delicada en la que sería muy fácil tomar una postura emotiva, sin embargo el grupo periodístico sabe que necesitan de calma y precisión para lograr una investigación mucho más profunda. Vemos a los personajes de Keaton, Ruffalo, McAdams, Slattery en conflicto interno con lo que cada uno debe resolver ante las atrocidades que fueron sucediendo en la ciudad casi ante sus propios ojos, olvidando a las víctimas por años. Como bien dice uno de los personajes, «nunca es tarde» y tomando ello como mantra realizaron una investigación exhaustiva que terminó por destapar en el 2002 todos los abusos cometidos desde la Iglesia de Boston. La repercusión del caso, instó también a que muchas de las víctimas se animaran a hablar y fue así como el diario produjo más de 600 artículos relacionados con el tema.
periodistas todavía cree posible generar cambios en la sociedad a partir de su trabajo. Es una película necesaria, con un guión impecable y que sabe manejar con destreza la tensión a lo largo de toda la trama. El elenco funciona perfecto, nadie destaca por encima de ninguno, por lo que se obtiene una película coral. Ver a Michael Keaton en esta película luego de Birdman el año pasado, sólo confirma lo dúctil y minimalista que es como actor, sin tener que acaparar todas las escenas de la película. Mark Ruffalo, con el physique du rôle de hombre común, encarna a un periodista capaz de todo para avanzar en la investigación. Se lo toma como una misión personal y Ruffalo dota a su personaje de una naturalidad que se evidencia en sus pausas, sus momentos de impulso y en la interacción, a veces conciliadora, a veces conflictiva, con los demás personajes.
reproducción fiel de la época. Entramos así en un universo donde ante todo prevalen las tradiciones (en especial con el personaje de Violet, interpretado genialmente por Maggie Smith), los títulos nobiliarios y la obsesión casi enfermiza por las apariencias. La actuación flemática propia de los ingleses queda de manifiesto pero en Downton Abbey tienen un matiz más que justificado. Su creador Julian Fellowes se permite momentos de distensión, de humor y humaniza a los dos mundos opuestos que se muestran en la historia. Ni los nobles son unos tiranos ni los empleados son unos santos. La serie coloca cualidades y defectos en ambos lados, lo que se agradece y el espectador lo mira como humano, verosímil.
Mis personajes favoritos de la serie fueron Lady Mary (Michelle Dockery), Violet (Maggie Smith), Carson (Jim Carter) y Barrow (Rob James-Collier). Son muy diferentes uno de otro, pero creo que Fellowes fue muy generoso con sus personajes y los actores tuvieron una gran proeza al interpretarlos. A lo largo de sus seis temporadas estos personajes fueron creciendo, logrando un arco de transformación impresionante. Tuvieron grandes momentos dramáticos y cómicos, donde se los amaba y odiaba al mismo tiempo. Lograr esos sentimientos encontrados es un gran acierto, alejándolos de cualquier posición maniqueísta.
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