Saudade de Domingo #68: Mi romance con los idiomas

«Cada idioma es una forma de sentir al universo», expresó Jorge Luis Borges a propósito de su amor por las lenguas, la morfología y la fonética de cada una. No podría estar más de acuerdo con esta frase ya que aunque no hablo tanto idiomas como varios políglotas en la web que admiro (Luca Lampariello, Benny Lewis, Idahosa Ness, entre otros), con los cuatro que conozco fuera del español, aprendo mucho de la cultura de lugares distantes a través de sus palabras.

Como todo romance que se aprecie, recordar los inicios son importantes. Mi primer idioma fuera del español, debía ser el inglés pero como en la escuela me lo enseñaron terriblemente, le tomé fastidio. Me sonaba falso y aunque era bueno para la gramática, no sentía ninguna conexión con el idioma. En vista de ello, mi primer idioma extranjero fue el italiano, que lo aprendí en el colegio y en menos de un año ya lo hablaba bastante bien. Desde entonces nunca más me tuve que preocupar los exámenes de italiano. Quizás por la fuerza de la costumbre de escucharlo casi todos los días durante seis años, el italiano me resulta muy familiar y puedo entenderlo, hablarlo sin mucho esfuerzo. Su gramática, su fonética me traen recuerdos de adolescencia. Tengo un nexo con el italiano muy fuerte aun cuando actualmente no lo tenga tan presente. Llegué hasta grabar un cortometraje en italiano porque sentía que esa historia, que ese personaje que escribí debía expresarse en ese idioma. El trailer de ese proyecto lo pueden ver a continuación.

A los trece, cuando ya sentía que hablaba bien italiano, me dí a la tarea de buscar otro idioma para estudiar y así llegué al francés. Como no resultó, meses después lo dejé y empecé con el portugués. Esto no habría sucedido si no hubiera visto Xica da Silva. Puede parecer chistoso pero la historia y el contexto de la corona portuguesa en Brasil me hizo sentir curiosidad por un idioma del que ya sabía de su existencia gracias a Xuxa, la pídola de mi infancia.

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Uno de los primeros libros que compré en portugués

Del portugués brasileño me encanta la sonoridad de su lenguaje. Una mezcla de seducción, calidez y dulzura. Es una fonética que ya se canta sin mucho esfuerzo por su nasalidad y el ritmo de las frases. Recuerdo que al inicio, se me hacía complicado captar esa musicalidad, pues una cosa es escucharla y entenderla desde la cabeza pero otra es traerla al cuerpo. Muchas semanas pasé repitiendo frases para buscar la nasalidad hasta que con el tiempo me fui familiarizando con las T como ch, la G como Y, la NH como una ñ muy suave y la sílabas nasales. Ver películas, novelas y escuchar música ayudó muchísimo en ese proceso. En un cierto punto me olvidaba cuando en realidad estaba «estudiando» y cuando me estaba divirtiendo con el idioma. Porque ambas cosas se fueron fusionando hasta darme cuenta que pasaba jugando con el portugués gran parte del día. Algunos de esos juegos consistían en traducir mentalmente al portugués las conversaciones que tenía con mis amigos del colegio. Era mi manera de testear mis progresos. No me imaginaba por ese entonces que todo ese esfuerzo me llevaría, sin buscarlo, a ser intérprete simultáneo en varios congresos, traductor de textos, profesor del idioma en el extranjero.

 

El francés fue una relación de amor/odio. Empezó con amor cuando luego de aprender italiano, compré un libro de Larousse con un cassette para tales fines, estudiaba capítulo a capítulo, hacía mis anotaciones en un cuaderno al estilo del colegio, pero luego de algunos meses me frustré al ver que sólo entendía los diálogos del cassette del libro y nada de lo que se transmitía en el canal TV5. Un poco infantil de mi parte pretender un gran dominio del idioma como me pasó con el italiano, pero tenía 13 años, así que mucha madurez no podía pedirme. Dejé el francés olvidado por unos años, mientras me sumergía en el portugués, hasta que cuando entré a la universidad volví a retomarlo. Meses después, lo dejé. Un año más tarde lo volví a retomar y meses después lo volví a dejar. Sin embargo ya no empezaba de cero. Era capaz de leer textos en francés fácil, entendía más que años atrás pero me seguía faltando más soltura. La fluidez se dio cuando un grupo de franceses geniales llegaron a mi universidad y pude practicar lo que ya sabía de francés. Me sorprendió darme cuenta de lo mucho que sabía y de que podía hablar en francés con soltura. Es verdad que también las fiestas propician un ambiente relajado que era lo que necesitaba con el idioma. Motivado por esta experiencia, retomé mis clases de francés pero ya no de la forma solitaria como siempre hice sino en clases de conversación. Pasé varios meses así, luego hice un examen de nivelación en la Alianza y me mandaron al penúltimo nivel. Después de eso hice el DELF B2 y lo aprobé. Fue una victoria personal ya que había conseguido dominar en cierta medida el idioma.

Con el inglés ha sido una relación similar como con el francés. Durante varios años me conformé con leer y escribir en inglés. Pude tomar materias en la facultad en inglés sin problema, podía leer artículos académicos y novelas cortas, pero en mi interior estaba completamente negado a hablarlo o a escucharlo. Quizás producto de la mala enseñanza en la infancia, con el inglés me sentía muy alejado, no había ningún nexo que me acercara al idioma. Durante la adolescencia mientras todos deliraban con la música yanqui, yo me decantaba por la música brasileña, así que tampoco tuve cómo crear un nexo con el inglés. Creo que siempre asocié al inglés con Estados Unidos y por consiguiente a un mundo superficial, hipertecnológico, nada afectivo y bastante financiero. Luego con los años eso fue cambiando, cuando viví en el extranjero y conocí a otros extranjeros tuve la oportunidad de usar el inglés y sentir las múltiples ventajas que tenía. Me forcé entonces a recordar mis diferentes momentos de aprendizaje con los idiomas para tratar de encontrar técnicas que me pudieran acercar al inglés. Y así fue que comencé a ver películas y series que me interesaban varias veces, leer libros que me gustaran mucho, repasar canciones que me gustaban. Tomé las herramientas utilizadas en el portugués y el francés para llevarlas al estudio, lo cual me dio buenos resultados. El inglés dejó de ser esa lengua extraña para volverse familiar, like home.

IMG_5938Y después están los idiomas que se quedaron en el camino y con los que tengo cuentas pendientes: Ruso, alemán, griego, latín, catalán, rumano y sueco. De este grupo, me gustaría retomar los dos primeros, aunque todavía no me decido. Ambos tienen una sonoridad que me gusta (cosa fundamental para que me guste un idioma) pero de ambos me da terror su gramática, especialmente las declinaciones de los sustantivos. Y del ruso, su alfabeto diferente, aunque no es tan complicado como el del mandarín o el del árabe. Hay días que creo que debo empezar alemán y otros días, ruso. Veré cuál se impone con más fuerza.

Mantener un romance con varios idiomas es complicado. No siempre se tiene la oportunidad de practicar los idiomas por igual y ahí es cuando se corre el riesgo de que alguno vaya oxidándose. De los que conozco, el que menos he estado practicando en los últimos meses ha sido el italiano y por ello me he puesto en la tarea de ver la serie Suburra, de Netflix. A pesar del fuerte acento romano, he estado refrescando expresiones, modismos y aprendiendo más vocabulario. Y es que con los idiomas siempre te llevas sorpresas y hay que estar en constante estudio con películas, series, canciones, leyendo periódicos online, hablando con nativos. Los podcasts son también una buena fuente variada para practicar idiomas, sobre todo lo concerniente a la compresión oral. Dada la facilidad del formato se puede estar haciendo cualquier otra actividad mientras escuchas un podcast. También hay opciones interesantes como Italki, donde se pueden encontrar personas para practicar un idioma o directamente tomar clase con algún profesor online.

Me gusta la sensación de explorar idiomas, de encontrar semejanzas, de ver cómo a nivel personal también me dejo afectar por ellos. Las palabras en todos los idiomas tienen una carga simbólica importante y me gusta sentir esa responsabilidad de apropiármelas, de usarlas, de alterarlas o de mezclarlas con el español. Mientras estudiaba Latín, recuerdo haber pensado mucho en la nostalgia de aprender una lengua muerta y de memorizar palabras en las que seguramente muchos se amaron, se odiaron, se arreglaron acuerdos, etc. Nunca llegué a ningún lado con el Latín, pero con el aprendizaje de pocas semanas caí en la cuenta de que mi amor por los idiomas inicia siempre por el afecto profundo que tengo por las palabras y cómo ellas se juntan y se expresan en las diferentes formas que cada idioma tiene de ver al universo.

Saudade de Domingo #34: De cómo empezó mi amor por la lengua portuguesa (brasileña)

Hago la aclaración de lengua brasileña, porque el portugués hablado en Portugal dista mucho en fonética, léxico, e incluso en ortografía del que se habla en Brasil, que fue justamente el portugués que aprendí a hablar en los años de pubertad y por el que siento una endiablada devoción.

¿Cómo empezó ese amor? Pues con misterio, alrededor de los 4, 5 años, cuando todavía ni sospechaba que llegaría a hablar con fluidez, pensando y soñando en portugués una década más tarde. No recuerdo con exactitud cuando escuché por primera vez el portugués, pero seguro que fue con Xuxa, cuando el precario doblaje permitía escuchar en segundo plano la voz melódica de la reina de los bajitos. Aprendí también a «masticar» algunas de sus canciones en portugués. Aquel idioma en la infancia me daba una extraña sensación de cercanía y distancia. La sonoridad de la lengua confundida con el español me hacía sentir cerca aun cuando me daba la sensación de que me perdía de palabras importantes. La escritura del portugués, con aquellos acentos agudos, circunflejos y el característico til sobre la a y la o (ã, õ), me marcaba una lejanía que me atraía. El portugués era para mí, como darle al español una segunda opción de cómo podía ser escrito. Era como un español transgresor, rebelde que se autoimponía acentos donde se marcara la mayor fuerza voz.

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Las telenovelas brasileñas también tuvieron gran responsabilidad en esa fascinación por la lengua de Jorge Amado. Al no haber internet en los primeros años de infancia y pubertad, me conformaba con leer los créditos de las telenovelas. Y me enamoré de esas palabras escritas (direção, produção. convidados, figurino), de nombres de personajes y actores (Glória, João, Letícia, Cássia, Fátima, Paula, Carlão, Renata, Eduarda). También me emocionaba cuando en algunas producciones no traducían el título al español y quedaba el original como en Brilhante, Desejo, A Próxima Vítima, O Clone, Laços de FamiliaMulleres Apasionadas, etc. Era la oportunidad de comparar el título en español con el original. En algunos casos eran completamente diferentes y me quedaba entonces con una sensación de frustración con lo que se perdía en el traspaso al español.

Recuerdo que una vez me emocioné mucho cuando durante un capítulo de Por Amor, algo le pasó al video y apareció el audio original en portugués. Y pude escuchar a Regina Duarte con su voz profunda y grave en portugués, muy diferente de la voz doblada. Luego el audio se corrigió pero me quedé en la cabeza con esa melodía, sintiéndome estafado por la voz del doblaje. Ya más grande, cuando tenía un dominio del idioma gracias a la música y al cine, grababa algunos capítulos (sobre los finales) y me divertía poniendo en mudo el audio, haciendo yo el doblaje en portugués, como si quisiera devolverle a esas escenas su audio original. No sabía si eran en realidad las mismas palabras que dirían los actores pero hacía el esfuerzo de imaginar y de que cuadrara lo que decía con los labios de los personajes. Creo que desde ahí viene mi deseo por querer doblar alguna novela o película algún día.

Ya esos años de fervor adolescente han pasado, pero el amor por el portugués continúa igual. Necesito una dosis diaria de música brasileña, de literatura, de cine o televisión del gigante de América del Sur. Uno de mis días más felices fue cuando pude tener en cable a Globo Internacional y desde ese momento es el canal en el que más tiempo paso cuando veo televisión. Podría prescindir de todo el resto de canales, siempre que tuviera Globo conmigo.

La lengua portuguesa (brasileña), también resultaba -y resulta todavía- un gran desinhibidor. Con el portugués me atrevo incluso a cantar (aunque no lo haga del todo bien). Hay un extraño placer, un éxtasis sonoro al pasar por las cuerdas vocales, palabras y verbos lusitanos. Mis grandes amigos, compañeros de idioma fueron -y son- Tom Jobim, Caetano, Simone, Chico, Gal Costa, Roupa Nova, Titãs, Cazuza, Cássia Eller. Cantar en portugués funciona para mí como una terapia espiritual, así como para los hindúes lo es el cántico de los mantras en sánscrito.

Y la saudade… bendita palabra dulce, melancólica, sensual y dolorosa, con la que he podido identificarme quizás porque no es fácil de definir pero sí de sentir. Y es así que sinto saudade de tudo, hasta del mismo proceso de enamoramiento en el que me apaixonei pela língua portuguesa (brasileña).

El olor del teclado


No me resisto. Es un elixir, un estimulante, un afrodisíaco literario. Posee alguna especie de feromona aun no descubierta que me embriaga cuando deslizo los índices de mis dos manos sobre las teclas. Aquel sonido acompasado se mueve al ritmo de los personajes que gritan por expresarse o mis propios demonios que luchan por abandonar mi cuerpo.


El teclado me encandila, mucho más cuando en determinados momentos en los que suelo desconectarme me dejo llevar por el amor genuino que tiene mi teclado. A veces cierro los ojos y me vuelvo etéreo. Puedo tocar mis sentimientos, acariciar mis ideas, tocar las metáforas, las palabras esdrújulas, graves y agudas. Pasado los escasos segundos de trance abro los ojos y me encuentro con una pantalla en blanco con el cursor titilante. Espera mis instrucciones. Ocasionalmente cuando el olor del teclado me embriaga de letras, suelo llenar líneas de alguna cosa lúdica, vacía o fértil que en conjunto forman retratos de momentos hilarantes o de horizontes sin gloria.