El gym y la escritura

Pueden parecer cosas opuestas pero ir al gym me resulta un combustible para escribir. Pongo el cuerpo a trabajar, midiéndose con las pesas, las mancuernas y mi cabeza empieza a fantasear. Las ideas se presentan, personajes se dibujan o voy perfilando historias que me gustaría trabajar. Someter al cuerpo a una actividad mecánica me permite disociarlo de la cabeza por unos minutos.

Hoy volví al gym luego de dos semanas de «descanso». Las vacaciones en Buenos Aires fueron también un momento de ocio para los músculos. Aunque me sentía un poco duro hoy, el cuerpo recordó los ejercicios y tuve la sensación de reencontrarme con ese dolor placentero que produce el músculo agotado. Algo similar como cuando se escribe por varias horas. Una sensación de pequeño hastío pero con la satisfacción de haber sacado un poquito lo que en el interior se llevaba como una masa indefinida. El gym es la oportunidad para reencontrarme, de mirar mi cuerpo, de sentirlo y en la medida de lo posible me encuentro con mis personajes.

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Ya en la última parte de la rutina, cuando hago cardio, viene por así decirlo el «delirio». El movimiento mecánico de la caminadora enchufado al iPod me hace volar, imaginar a personajes hastiados de sus rutinas y que dejan el alma en las máquinas. Personajes que tras una decepción amorosa no encuentran nada mejor que herir sus músculos con más peso del adecuado, que astillan sus piernas con ejercicios excesivos, que rompen sus bíceps para no llorar ante una despedida no programada. El gym es un escenario democrático donde todos convergen y buscan sanarse al menos en el cuerpo. Del alma ya se encargarán otros lugares.

Y así entre músculos adoloridos, entre pesas que rebotan en el piso, rostros contraídos, aire enrarecido de sudor y canciones electrónicas que buscan motivar a los caídos, transcurren los personajes del gym. Esperan sin saberlo, que alguien los escriba para que la sesión de ese día al menos haya valido la pena.

Saudade de Domingo #67: La enseñanza del cuerpo

El cuerpo es una incógnita. Una X, una Y y con las posibilidades que se decidan combinar. El cuerpo nos sostiene, nos avisa, nos duele, nos da placer y sin embargo a veces lo llevamos porque no hay de otra. Desde hace algún tiempo (unos tres años más o menos) he empezado indagar sobre mi propio cuerpo, desde la escena, desde la escritura, desde el yoga y ahora he empezado a explorarlo, a conocerlo desde el ejercicio físico «fuerte». Por voluntad propia he entrado a un gym, primero para saber qué me dirá de mi cuerpo sobre ejercitarme con máquinas y pesas, y segundo para ver cómo se siente eso de estar ahí y cómo es que mucha gente termina adicta a la adrenalina del ejercicio.

No tengo mucho tiempo (apenas mes y medio) pero ya empiezo a notar cambios. El primero y más evidente fue un terrible dolor muscular las primeras dos semanas. Pocas veces había sentido tanto dolor en los músculos. Me sentía lisiado, caminando despacio, vistiéndome con lentitud, ayudando un brazo al otro para moverse, maldiciendo mentalmente las escaleras o pisos irregulares que me hicieran mover más de la cuenta las piernas. Durante esas dos primeras semanas me preguntaba si esa sensación me acompañaría siempre. Quizás el gym no era para mí, pensaba. Pero el dolor fue disminuyendo, el cuerpo se fue acostumbrando y empezó a entender la función de las máquinas, las pesas. Conocí músculos que ni sabía que tenía. Me dolían zonas inexploradas de los muslos, de la espalda, de los brazos. Era un descubrimiento de mi cuerpo a través de dolor.

Empecé a tener también un hambre voraz. Los que me conocen saben que como bastante pero ahora con el gym el hambre es superlativa, me invaden unas ganas tremendas de comer en cantidades industriales. Luego entendí que era algo normal, sobre todo considerando que también he hecho un cambio en mi alimentación. He reducido la ingesta de azúcar, volví a eliminar las gaseosas de mi vida y ceno muy muy ligero. De modo que el hambre se concentra sobre todo en las mañanas y en las tardes, para lo cual preparo mi arsenal con yogurt sin azúcar, stevia, leche de almendras, pan integral, jamón de pavo, entre otras cosas.

Luego comencé a experimentar otro fenómeno que ya había escuchado de amigos deportistas o que se ejercitan. Los días que por alguna razón no puedo ir al gym, me da un terrible cargo de conciencia. Pienso que mi cuerpo se acostumbrará a la calma, que los músculos se regodearán en la pereza y al menos trato de hacer cardio en casa como premio consuelo. No me había pasado nada de esto ni con yoga o con los otros ejercicios que había practicado antes. La culpa por no ejercitarme empieza a jugarme en contra y también la satisfacción cuando he cumplido mi rutina planteada.

IMG_5766Por primera vez en la vida me compré una balanza. Nunca me había importado saber cuánto pesaba. Me bastaba con lo que me dijera el espejo pero con el ejercicio surgió la necesidad de llevar una especie de registro de lo que pasaba con mi cuerpo. Y la balanza apareció ante mí como una posibilidad de diario sobre mis kilogramos perdidos o ganados. Paralelo a esto surgió también la necesidad de registrar en fotos parte del proceso y publicarlas en mi cuenta de Instagram. No lo hago por una cuestión exhibicionista sino a modo de bitácora, quiero ver mi paso a paso, ver a lo largo del tiempo qué pasa conmigo en esta nueva fase. Siempre habrá alguno que otro amigo sufridor que haga algún comentario «bromeando» por los fotos en el gym. En realidad veo mi cuenta de Instagram como una bitácora muy personal de lo que me gusta y hago, así que ni siquiera tomo en cuenta los comentarios aparentemente bromistas. Sigo en lo mío, registrando el proceso, para recordarlo, guardarlo y no confiando únicamente en mi memoria frágil.

No sé si esto del gym se volverá un hábito vitalicio o será sólo una temporada, de todas formas estoy disfrutando del proceso, ganando resistencia física y viendo cómo mi cuerpo se va superando en el ejercicio. Ya para mí hay un saldo positivo hasta ahora.