Ella en la foto

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Hace unos días, en mi timeline de Instagram, me apareció esta foto de Glória Pires, una de mis actrices favoritas de Brasil. Aunque no tiene nada de especial, me capturó la mirada profunda con la que se clava en el objetivo de la cámara. Glória Pires no representa el prototipo de “mujer linda”, pero tiene una fuerza uterina que se apodera de todos los personajes que interpreta. Es de esas actrices brasileñas que recuerdo haber visto desde mis primeros años de vida. Su pelo negro abundante enmarcando ese rostro mestizo de cejas pobladas siempre me llamaron la atención. Ya más grande, en los primeros años del Internet pude escuchar su voz original (no la doblada de las novelas) y me fasciné con su voz grave, profunda, puissant que se pierde en el doblaje. Lo siento, actriz dobladora de Glória Pires pero la prefiero a ella, la original, ok?.

En esta foto nada especial, una más del álbum de Instagram de Glória Pires, me pregunto por María de Fátima, Ruth, Raquel, Nice, Lavínia, Rafaela, Júlia. Todas tan diferentes a Glória y todas ella misma.

Escribiré un personaje para ella.

Saudade de Domingo #24: Se vienen los 30

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Los 30 años en abril

Cumplir años es una formalidad. Una formalidad en el sentido que las experiencias adquiridas no necesariamente reflejan la edad en términos biológicos. Ni tampoco es que cumplir determinado número de años te vuelva automáticamente maduro o “sabio”. Hay quienes dicen que la edad es mental, yo desde una perspectiva holística creo que la edad es mental, biológica, social, producto de un entorno que tiene ciertas expectativas hacia lo que se debe hacer o tener cuando cumples determinada edad.

Y así me acerco a los 30. Edad en la que mi papá me tuvo entre sus brazos por primera vez. Edad en la que ya estaba casado hacía cinco años con mi mamá. Edad en la que en términos sociales, mi papá había cumplido con “la tribu” en formar familia, generar descendencia y ser parte de la población económicamente activa del país cumpliendo con el derecho al sufragio y el deber de pagar religiosamente sus impuestos, entre otros aspectos.

Los tiempos son otros. El 1986 de mi padre no es mi 2016. Mucha agua pasó por debajo y los 30 para mi generación vienen con otras cargas ideológicas. Somos quizás más libres de pensamiento que nuestros padres, nuestras inquietudes antes de pensar en una familia como tal pueden ser cuál sería el siguiente posgrado o puesto laboral al que quiero llegar, dónde me iré de vacaciones luego de trabajar tantos meses sin descanso. Los hijos vendrán si tienen que venir y serán bienvenidos cuando toque la hora. Mi generación parece estar más preocupada del bienestar personal, de equivocarse y preguntarse qué carajo queremos de la vida, antes de unirnos a otro ser humano igualmente confundido. Y eso me gusta, saberme errático, un investigador constante en mis emociones, probarme en áreas de trabajo que jamás me habría imaginado, amando sin importar las etiquetas, jugando con mis amigos a ser nuevamente niños, llorando con el fin de una serie o un buen libro que termina, cantando casi en susurro una melodía brasileña o alguna canción perdida de Françoise Hardy o Vasco Rossi, escribiendo alguna novela o guión fantaseando con el destino de los personajes. Mis 30 son el cúmulo de experiencias propias, prestadas, recicladas, observadas y son ellas las que me dicen si debo o no jugar en determinada cancha. Elijo dónde quiero equivocarme con un poco más de responsabilidad que a los 20. Me hago cargo completamente de mí sin señalar con un dedo acusador a quienes me rodean. He crecido pero no a golpes o al menos no tomo como puñetazos las épocas de escasez, de incertidumbre tanto en mi casa como en tierra ajena. En aquellos momentos dentro de la escena sí, era el infierno en la tierra, pero visto a la distancia aquellos remezones me han colocado donde estoy ahora. No soy un ganador tampoco, apenas un participante que sigue apostando a pesar del mal tiempo.

Los 30 no me sorprenden. Los he esperado desde hace algunos años, no como sinónimo de vejez ni de una responsabilidad rancia de ser adulto sino como el lugar de plenitud entre juventud y madurez. Quiero tener orgullo al decir que tengo 30, sí 30, no 28, no 25, no quiero repetirme en las cifras del pasado. En estos 30 me preparo para un renacer en varios proyectos en los que aparentemente empiezo de cero pero creo que tener a mi favor, una conciencia de mí que antes no tenía.

Y con estas ideas dando vueltas en mi cabeza, vivo las últimas semanas de los 29. Me despido del segundo piso no con tristeza y sí con alegría. No me arrepiento de mis 20. Fueron los años necesarios para sentirme más a gusto en los 30 y sólo por eso han valido la pena. ¡Qué vengan los 30!

Imágenes de Post-Medianoche

Las máscaras venecianas son escenarios móviles que esconden el horror de unos ojos sin rostro…
Aquellas historias edulcorantes habían terminado por agriarle el corazón. No se volvió hosca, solamente más alerta…
Ese creador ni siquiera podía ser fiel a sus letras. Las mañanas se las dedicaba a Alicia, las tardes a Lucía y por las noches, ya cansado, prefería solazarse escribiendo sobre sí egocéntrico espíritu…

Del teatro y la docencia

Hay veces en la vida, en cualquier ámbito, en que uno hace una parada, se sitúa y desde ese punto de vista, observa, analiza, mira. Observas tu entorno y es entonces cuando reflexionas, agradeces o aborreces tu situación. Normalmente el ritmo frenético del mundo occidental no permite pensar, sólo hay una orden, una ejecución automática para acelerar procesos. ‘Agilitar’ como suelen decir en mi trabajo convencional de oficina. Cada vez que oigo esa palabra me da horror. Sé bien que agilitar es sinónimo de cortar, de interrumpir, de olvidarse del otro y sopesar la ‘gran misión, ‘el gran trabajo del día’.
Este mes de diciembre ha llegado con una serie de aflicciones, dudas, tareas impostergables y con un camino difuminado que quiero seguir aun cuando no sé lo que me depara. Navego en incertezas, en aguas desconocidas, pero no temo, al menos no ahora. Estoy en alerta, como un actor en escena, quien luce relajado en su performance pero que está muy atento a la respuesta del otro. El otro. Ese ser en el que me miro, en el que me reflejo. Los otros, los espectadores, los alumnos…
Hoy me he observado. Suelo hacerlo regularmente pero hoy me vi de otra forma. Me enfrenté como todas las noches a mi sala llena (de alumnos). No pude evitar relacionarlos a ellos como el público expectante que observa, que busca una identificación con la obra de teatro.
Así como el actor, como profesor siento que he hecho un gran desempeño esa noche. Hay otras noches en que la función no sale tan buena, sea por mí, sea por el público (alumnos), o por el texto (la materia). Sin embargo es tan maravilloso, tan catártico cuando esos tres elementos confluyen en armonía. Se forma una energía que alguien externo puede sentir esa comunión. Comunión, me gusta esa palabra. Alejándola del contexto religioso, me interesa por el sentido de unión, de compartir algo. Es lo que sucede en un aula de clases, es lo que sucede en el teatro.
Hoy pude palpar de cerca la importancia que como actor (profesor) tengo sobre el escenario (aula) y el impacto que ocasiono en el espectador (alumno). Una espectadora luego de la función (clase) se me acerca y me pide que lea el escrito que hizo a partir de lo que observó. Esperé a estar en soledad para leer y me encontré con un universo que me obligó a re-observarme. Soy consciente de mis capacidades pero pude ver lo gratificante que es para ciertos espectadores asistir a la función. Se entregan, participan, ríen, aprenden, cuestionan. Y esa espectadora me escribió que la obra (la materia) le está cambiando la manera de verse, de enfrentar sus problemas. No sé si la obra que monto cada jueves tiene esas bondades. De todas formas, al leer sus líneas me remonté a mi época estudiantil, a mi primer encuentro responsable con el teatro, cuando vi una obra que me desencajó, que me llenó de incertezas y dudas. Esa obra me cambió la vida.
Hoy me vi un poco en esa espectadora. Ella me ha hecho reflejarme, verme como actor.
Definitivamente una de las cosas mejores de enseñar es poder palpar cuando a un alumno le ‘llega’ lo que le enseñas y siente que obtiene una respuesta a algo que antes no lograba descifrar. Es cierto también que hay malos espectadores, que están con celular en plena función y que van para ‘cumplir’, pero cuando me encuentro con espectadoras como la de hoy, reflexiono y me enorgullezco de hacer lo que hago. De quemarme las pestañas ideando talleres, armando diapositivas aunque no me guste, pensando en películas para mostrar. Por aquellos espectadores responsables es que sigo en el escenario, dando lo mejor de mí.
Durante estos años de convivencia con el teatro y la docencia, me convenzo más que la labor de ‘ser’ profesor es un proceso muy parecido al de creación de teatro. Se arma un montaje, una propuesta pero va cambiando con el ‘público’, va mutando, va cambiando, se va enriqueciendo en el hacer y una función (clase) nunca es igual a otra.
Gracias mi querida espectadora por hacerme reflexionar esta noche. Espero verte en la platea como siempre, a las 19, dispuesta a dejarte llevar por la obra y por brindarme la oportunidad de conflictuarme en el escenario.