Conductor: Jorge
Desde: 1446 Washington Avenue, Miami Beach, FL.
A: Miami International Airport (MIA)
En un inicio pensaba tomarme un taxi del hotel pero como tardaba mucho, intenté con Uber. En menos de un minuto ya tenía conductor asignado que se encontraba a unas cuantas cuadras de distancia. Me llamó al poco rato para indicarme las coordenadas exactas donde me esperaría. El cielo gris de Miami ya se había descargado unas horas atrás por lo que en ese momento una ligera llovizna acariciaba la ciudad. Coloqué la maleta en la cajuela, me subí al auto. Jorge manejaba con una seguridad en la que parecía dejar claro que era el anfitrión, el dueño del auto. Inmediatamente comenzamos a hablar del clima, un poco de mi desilusión por los días grises que me tocaron. Enseguida me dijo que la mejor temporada para visitar Miami era de diciembre a abril. “En cuanto a clima, porque en esa época es verdad que viene todo el mundo, especialmente del norte, Nueva York, Canadá, que huyen de ese frío”.

Antes dejar South Beach me contó que antes esa era una zona peligrosa, que nunca podrá olvidar que a sus 18 años le sacaron un cuchillo para robarle. “En esa época South Beach era barato y había toda clase de gente, y ya sabes que cuando algo es barato, atrae de todo”. Jorge es nicaragüense pero tiene más de 40 años en Miami. Se enorgullece al decir que ha visto todas las transformaciones que ha tenido la ciudad a lo largo de los años: el crecimiento de Miami Beach, la sobrepoblación del downtown, la crisis inmobiliaria, la creación de distritos en zonas peligrosas, pero baja un poco el tono cuando recuerda el panorama actual. Miami es muy cara para quien vive ahí y no tiene padrinos. Una cosa es la Miami glamurosa, de fiestas, donde turistas nacionales y extranjeros revientan sus tarjetas para pasar una noche de desenfrenos. Otra es la realidad de los centroamericanos que han venido a buscar mejores días y se encuentran en una ciudad que cada día sube los precios. Jorge recuerda las épocas en las que se podía trabajar y vivir sin ajustes. Tenía la posibilidad de viajar a Nicaragua una o dos veces al año. Ahora, confiesa, va muy poco, pues el dinero escasea y alcanza apenas para llegar a fin de mes. “Por eso, Dios mediante, en julio me mudo a Texas con mi esposa”.

Jorge está casado desde hace cuatro años con una venezolana. Desde hace un año los tres hijos de ella fueron a vivir a casa con ellos. Por el amor que le tiene, Jorge aguanta a sus entenados. Dice “aguanta”, porque los tres hijos no hacen nada, no trabajan, no estudian. Es la madre, su esposa, la que los mantiene, pues según Jorge, nunca los crió para trabajar sino sólo para recibir. “Pero el dinero no alcanza, yo ya le dije a ella que tiene que ponerlos a trabajar, porque si todos trabajamos, si da para vivir, uno paga la luz, otro el agua, el alquiler y trabajo para salir del paso sí hay”. El plan de mudarse a Texas surgió luego de que un amigo suyo probara suerte allá y comparando el costo de la vida y el pago por hora, resulta mucho más factible vivir allá. Jorge señala que el mayor problema de Miami es que fuera de la industria hotelera, turística, la ciudad no produce nada. También confiesa, con un poco de vergüenza, que prefiere trabajar con empleadores norteamericanos. “Ellos te pagan lo que realmente te mereces por tu trabajo, en cambio los latinos, pagan mal, te tratan mal”. Es el mal de nuestros países, le digo yo. Jorge sonriendo mientras agarra la Dolphin Expy me dice que ese problema y el conservadurismo, son los grandes problemas de América Latina. “Me da pena ver cómo chicas con toda una carrera por delante se casan y son madres jóvenes. Se han perdido la oportunidad de vivir, en cambio acá, se casan después de los 35, cuando ya tienen una vida. Igual los hombres”.
El clima ligero después de la lluvia y la ausencia de tráfico hacen que el trayecto sea apacible. Eventualmente en la charla, Jorge lanza una risotada. Me contó que le estaba poniendo todas las fichas a Texas, que aun a sus 50 años tenía ganas y fuerzas para empezar a otra vez. Poco antes de llegar al aeropuerto, me dice que le gusta conversar con sus pasajeros. “Aprendo mucho, mira tú ahora me has contado cosas de Ecuador y ya sé más de tu país, el otro día se subió una venezolana que era acompañante y me contó cómo era ese trabajo, y ayer llevé a una argentina a Coral Gables que iba a visitar a su mamá. Me encanta la diversidad que ofrece Miami”. Yo sólo sonrío, le comento que en los pocos días que he estado me ha gustado ver la diversidad étnica y de acentos. No le digo que pienso escribir sobre él, prefiero ser un rastreador de historias en servicio secreto. Al bajarme del auto, me ayuda con la maleta. Es un hombre grande, gordo, de camisa playera. Me recuerda a cierto perfil de guayaquileño. Pienso entonces que Latinoamérica es una sola y que Miami es el espacio, el vértice donde convergemos todos, desde México hasta Argentina. De repente me siento en casa y esos breves milisegundos de pensamientos se interrumpen cuando Jorge, con una sonrisa amplia me dice: “Que la virgen te acompañe”. Me acordé de mi abuela paterna y su devoción por la virgen y el diviño niño. Le habría dado un abrazo pero no era necesario. Ya en posesión de la maleta le deseo que le vaya excelente en su nueva vida en Texas. Creo que lo dije de tal manera que mis palabras lo abrazaron. Se conmovió un poco y volvió a sonreír. Lo vi subirse al auto y avanzar de vuelta a Miami, a buscar otro pasajero, otra historia para escuchar y contársela luego a su esposa mientras siguen organizando todo para su nueva vida en Texas.



Chicago – David Mamet
Do the work – Steven Pressfield
Chicken soup for the soul – Inspiration for Writers






Así que después de pensarlo un poco (sólo un poco), me dejé llevar por el impulso de comprar el pasaje a Miami (gracias, tarjeta de crédito). Aun sigo pagando rubros del viaje a Europa y de loco me metí a un nuevo viaje. Bueno, esto lo pensé una vez que había pagado el boleto y había escogido por Booking el hotel donde me iba a quedar en Miami Beach. Ya no había marcha atrás. Todo lo realicé casi en modo Zen, hasta que luego me di cuenta de lo que había hecho. A pesar de la conmoción, vibraba con la idea de descubrir una nueva ciudad, aun cuando fuera Miami, un lugar que nunca me habría imaginado visitar. Todo mi imaginario sobre Miami se remetía a telenovelas de Telemundo y Univisión, playas, gente linda, la casa de los multimillonarios latinos, largas autopistas pero una ínfima vida cultural. Decidí entonces darme la oportunidad de confirmar o derribar estas percepciones por mi propios ojos. Ya en otro post comentaré del impacto que me generó la ciudad y de las cosas que me sorprendieron.
Lo que suelo hacer en momentos así es mandar al diablo al ego o a esa conciencia racional que estorba más que ayudar.

Recorrí Lincoln Road, esa especie de shopping al aire libre tan concurrido. Empecé a sacar las primeras fotos, entré a varias tiendas y ya por la tarde fui a Miami, donde me refugié en ID Supply, una tienda artística hermosa donde volví a ser niño en medio de acuarelas, témperas y pinceles. Recorrí luego Biscayne Boulevard. Mi paraguas feneció ante la crueldad del viento y la lluvia y así, empapado encontré guarida en una librería/bar/café en el Art Deco Tower. Fue otro gran descubrimiento este lugar, donde me sirvieron un café con leche delicioso mientras leía On Writing, de Bukowsky.

Al día siguiente recorrí Miami Beach a pesar del mal clima. Volví a Miami para internarme en Wynwood Walls. Cuadras y cuadras de arte urbano en las paredes. Aproveché un momento de lluvia torrencial para hacer un brunch en un café muy fanzy de la zona. Pasé luego por Little Havanna, regresé a Miami Beach, pasé por una tienda esotérica y sucumbí al encanto de una señora cubana que gentilmente me mostró todos los inciensos, las piedras y demás objetos que tenían su tienda. Salí de ahí con un paquete de sahumerios y unos cuarzos.


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