Facultad de Derecho, UCA. Octubre-Diciembre, 2014. En una de las amplias salas del último edificio de la universidad, contemplaba Puerto Madero mientras escribía los guiones de la serie de TV con la que me gradué de Magíster en Comunicación Audiovisual.
Hoy decidí pasar por ahí, mientras hacía tiempo antes de ir a mi taller de Guión. Me encanta la soledad y tranquilidad que se respira en esta facultad, tan distinta a la bulliciosa de Comunicación.
En esta sala, mirando por esta ventana, se escribieron muchas escenas, nacieron y murieron personajes, cambiaron locaciones, tuve charlas con mi guía de tesis. Hasta hubo espacio para la meditación y la escritura automática, en los momentos de bloqueo.
Con esta vista hermosa de la ciudad, mi cabeza recreaba nuevas maneras de encarar la estructura dramática y podía escuchar mi propia respiración. Esta ventana es dueña también de mis anhelos, de mis frustraciones y de esa tenacidad que nunca me abandonó. La consigna: terminar el proyecto y dar paso a sangre nueva.
Volver a esta sala, a mirar por esta ventana, meses después del fin de la tesis, me hace pensar en las cosas que he podido avanzar desde entonces. Mi panorama profesional se definió completamente (o eso parece), espiritualmente me siento más calmado y el proyecto de la serie empieza a tomar vida, poco a poco. No me gusta aferrarme a los recuerdos (miento un poco), pero cada tanto encuentro placer recorriéndolos mientras dialogan conmigo en dos tiempos: en ese ayer chispeante y en el hoy más sereno, apacible que no quiere decir inactivo. Quizás se trate de una manera distinta de mirarme…
Justo hoy, una tarde de verano, con unos escasos 22 grados (raro en el febrero porteño), saboreo mis fotogramas del pasado, ya azulados, ya gastados, lánguidos, que forjaron estas escenas cálidas actuales de plenitud, de luz, de agradecimiento.