Escribiendo…

Tramas, subtramas, sinopsis, escaletas… Soñando con guiones y tratamientos… Letras negras que se derraman en la pantalla nívea de la laptop… Teclas que se niegan continuar con la danza mecánica de la escritura… Personajes que hablan más de la cuenta y callan más de lo que deben… Escenarios móviles que mutan con el suspiro y frases recurrentes… La música desaparece a momentos… Luego ruge sin piedad… Me acurruco… Cierro los ojos… Un fade in da inicio a la escena de un tipo que está atrapado en un sueño mientras la incubus de turno lo atenaza en su regazo… En la imagen predomina el azul… He pensado en que debería vestir más en la gama de los rojos y usar de vez en cuando el Hugo Boss que compré en el duty free de un aeropuerto sin nombre… El tipo despierta sobresaltado agradeciendo que todo no haya sido más que un horror nocturno de pocos segundos… Oscuridad total… la agonía de un piano de cola invade la escena… El tipo, parecido mucho a mí, pero que no soy yo, aunque también es blanquito, cejón y barbudo, pero que no soy yo, se levanta… Se ha ido la electricidad… Se ve bañado en sudor y con la sensación de tener el cabello pegado a la almohada húmeda que le recuerda el infierno que se vive cada noche en Guayaquil… Camina, avanza a la cocina y encuentra a su padre descamisado como siempre, cuyo rostro está iluminado por una vela mortecina… Siempre he pensado que mis ojos no ven más que nostalgia… Como si un filtro tamizara cualquier otra emoción y al final quedara solo saudade, incluso hasta de un reggaeton mal bailado… El tipo le cuenta a su padre el sueño con la incubus… El padre, con ya varias arrugas a los lados de los ojos que se acentúan ahora con la débil llama de la vela, hace un gesto de desdén… Es escéptico… Nunca ha creído en nada que no sea corpóreo-material… Quizás el tipo se vuelva así cuando tenga su edad… He recordado que debo escribir una historia vampírica para reivindicar aquella imagen gratuita otorgada con la saga de Twilight… quizás con una enfermera llamada Dona Sangre, el personaje que Almodóvar nunca llegó a desarrollar y metió como relleno en una subtrama de Los Abrazos Rotos… El tipo regresa atemorizado a la cama, se acuesta, la humedad de la cama se funde con la de su espalda y tiene la sensación de haberse quedado pegado para siempre… Hace calor y una mosca cuyo zumbido lo escucha con agudos se pasea por la habitación… Sólo puede adivinar su recorrido por ese sonido persistente… Cierra los ojos… Abro los míos… Estoy en cama… bañado en letras… sobre mi pecho un par de paradojas y en los costados metáforas relacionadas con la oscuridad de los mares… Hay electricidad… Me semi-incorporo enérgico, convencido, humano y recuerdo las letras orgásmicas de Pessoa en las que navegué durante años… Escribo… Leo… Reescribo… Borro… Escribo… Reinicio… No hay cortes… Tal cual una película de Tarkovsky… Me observo… Me escribo… Me rectifico… Me reconstruyo en fonemas abrumados.

Me gusta el reciclaje…

…En el arte en general, pero básicamente en la escritura que es de donde luego surge el cine, el teatro, la literatura.

Me gusta reciclar personajes. Tomarlos prestados de otros ‘colegas’ para darles un nuevo giro, moldearlos a mi mirada, hacerlos recorrer por lugares en los que el colega no pudo o no quiso pensar. Cambiar sus decisiones, angustiarlos un poco, brindarles la oportunidad de experimentar a partir de su elixir de vida.

Me gusta reciclar expresiones, frases dichas por personas con las que convivo de una forma u otra. Desde las que podría decir mi padre en un momento de sabia elocuencia o mi abuela con su humor disparatado, hasta aquellas dichas por las recepcionistas de los lugares donde trabajo. Todas aquellas frases, palabras sueltas, de diferentes seres se mezclan, se licúan y dan origen a los diálogos sufridos, alegres o mortíferos de los personajes que pueblan mis líneas.

Me gusta reciclar historias. Estoy atento a aquello que me cuentan, la historia familiar de un amigo o amiga que si bien se ha vuelto casi un mito por las diferentes versiones que tiene, posee una esencia, una dramaturgia popular que es tierra fértil para los caminos que recorrerán los personas.

Escucho con atención la historia del mensajero que debe arriesgarse en lugares peligrosos por el nombre de la empresa, del compañero de trabajo que discutió con su esposa, de la novia que rompe por enésima con su novio, del amigo que está emprendiendo una nueva vida lejos de Ecuador, de los problemas de la amiga que ha dejado a su novia de años por emprender un romance con una mujer de provincia. Escucho, me alimento cada día de historias. Algunas no ‘me tocan’, pasan por el tamiz y se quedan en la nada. Pero en un momento aparece alguna menos elaborada, menos ‘interesante’. Entonces la escribo en mi viejo cuaderno de notas esperando por el momento en que los personajes reclamen espacios, situaciones, frases para empezar a moverse libremente por el papel o en este caso en la blanca pantalla del ordenador.

Sí, me gusta reciclar. Confieso que me gustan los remakes como propuesta de rearmar, de repensar lo ya escrito y vivido. Me gustan los covers, cuando un artista agarra una canción de otro artista y hace una versión a la altura. En contrapartida, me enoja mucho cuando el remake es una vil copia, cuando no pasa por el proceso de reciclaje, cuando no se contextualiza o cuando se ‘manosea’ su valor.

Reciclar es todo un arte dentro del arte.