Saudade de Domingo #76: ¿Por qué soy docente?

processes_v1-2Hay un proverbio chino que dice «quien puede lo hace, quien no, lo enseña», como una suerte de satisfacción de por lo menos contribuir con la formación de otro si es que no se puede ejercer lo que aprendiste. En algunos círculos se suele pensar que el profesor es un poco eso, alguien que no pudo o aun no ha podido consagrarse profesionalmente y por tanto desemboca su saber en el aula de clase. En mi caso particular no soy docente porque no te tenido de otra. Yo he elegido serlo por vocación, por un deseo profundo, por considerar a la enseñanza una forma de contribuir con la ciudad donde me desenvuelvo.

Enseñar es un acto de humildad. Es ponerse al servicio del otro, ser generoso en la transmisión del conocimiento. Es también estar consciente que no se sabe todo, que como docente uno tiene ciertos límites y que en ocasiones son los estudiantes quienes enseñan. A momentos me obligan a replantearme conceptos, de entrar en conflicto con lo que creo y lo que no. Y en ese conflicto, aprendo, renuevo ideas, aprendo cómo encarar nuevas situaciones sobre la marcha.

Ser profesor es un oficio que nunca se agota. Es muy parecido al teatro en el sentido que uno tiene un guion de lo que pretende abordar en esa sesión, pero en el aula todo puede pasar y a veces toca improvisar, olvidar el texto, entregar los huesos, repetir una y otra vez cómo funciona la teoría de sistemas, cómo se construye la paradoja de un personaje, qué diferencia hay entre escaleta y tratamiento. Repetir, buscar nuevos caminos de entrada hasta que se diluya el terror que produce un concepto nuevo.

BA-Certification-courseLa mayor satisfacción que puedo tener como docente es ver a los estudiantes poner en práctica aquello que han aprendido en clases. Verlos discutir entre ellos utilizando el nuevo léxico aprendido, relacionando la teoría con la práctica. No importa que no me agradezcan al final. No enseño para ser rock star o figura de culto. Cumplo con mi trabajo y mi preocupación siguiente es siempre el nuevo ciclo de clase que me toca preparar. Como profesor me gusta estar a disposición donde me necesiten, prepararme y acudir a la defensa de las fronteras de la educación. Revisar películas para aplicar en talleres de aprendizaje, seleccionar textos para discutir en clase, leer el día a día de la ciudad para analizar desde el campo comunicacional y artístico qué nos sucede como sociedad.

Ser profesor me pone en un constante desafío, me mantiene alejado de la zona de confort. Con la enseñanza aprendo cada día más de mí y también sobre este oficio que  no sé hasta cuánto lo ejerceré. En todo caso, en ejercicio o no de la docencia, el aula de clases será siempre mi hogar, mi escenario, mi patria.

Saudade de Domingo #25: Las sorpresas del aula

El profesor aprende siempre, pero hay materias que logran que ese aprendizaje sea quizás más intenso o quizás no sea alguna asignatura en particular sino el contexto en el que se da esa clase. El jueves pasado terminé la clase de Storytelling, materia que tuvo una génesis abrupta, delirante. Una materia que me llegó como un desafío repentino y que me sacó del confort de dar una materia preparada en su totalidad desde el inicio del ciclo. Storytelling se construyó sobre la marcha, del mismo modo que los guionistas latinoamericanos escriben los capítulos de las telenovelas. Haciendo ajustes en el camino, probando qué funcionaba, qué no, dejando afuera ejercicios que debieron quedarse en el disco duro de la compu dada la intensidad de la materia. Preparar 7 horas de clase por semana era un desafío pero me lancé para probarme hasta dónde podía llegar. Paralelamente a estas clases, empecé a entrenarme actoralmente y como todo es sistémico, muchos de los descubrimientos que fui haciendo en mí, de alguna manera se volcaron también en las clases.

Amo las materias que enseño, pero Storytelling era como el hijo pequeño, rechonchito, cariñoso que había que mimar. Hice en esta materia los ejercicios de creatividad que hubiera querido hacer cuando era estudiante de pregrado. Storytelling es el fruto de todas las clases que di anteriormente. Los años de enseñanza (que tampoco es que son tantísimos) enseñan, valgan la redundancia, a ser menos caótico, un poco más paciente y dúctil.

En Storytelling más allá cumplir un syllabus, un programa, lo que realmente me planteé fue que los chicos se quitaran esas ideas absurdas de la cabeza de que no pueden escribir, de que están negados para crear. Escucharlos decir “no puedo” era verme a mí mismo sentado como estudiante sufriendo porque “no podía”, atrapado por mis miedos de no ser bueno, de no hacer las cosas bien. Decirles que podían, que nadie los puede limitar en crear, era recordarme a mí que puedo escribir, que puedo soñar con el libro que aun no termino, con la peli que estoy escribiendo.

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Las 25 cartas sobre el escritorio, antes de la entrega.

La semana pasada que era casi la última de clases, mientras presentaban unos trabajos empoderados con sus historias, pensé: les quiero escribir. No dije nada, quería que fuera una sorpresa, además porque tampoco estaba seguro de terminar de escribir una carta personalizada. Así que desde el fin de semana empecé a leer de un tirón todos los post de los blogs que habían creado para la materia  y luego me di a la tarea de escribir una carta para cada uno, destacando sus fortalezas, lo que debían mejorar y consejos para seguir en la aventura del escribir. Fueron demasiadas horas. ¡25 alumnos! Iba con la lista de excel sombreando a los que ya les había escrito. En algún momento pensé “ya está, no lo logré, igual no saben lo que tenía planeado”. Pero una voz interna, fiscalizadora me ponía frente a la pantalla a seguir leyendo y escribiendo. Si apreciarían o no la carta, no era asunto mío.  Creo que a veces esperamos siempre algo del otro y me parece que hay que empezar por uno mismo. Entregarle una carta a cada uno, era además entregarme una carta. Entregarle una carta al Santiago niño, al Santiago adolescente con acné, al Santiago universitario de pelo largo y barba tupida, al Santiago del magíster viviendo en el sur del planeta. No creo que vuelva a escribir cartas pero seguramente buscaré algún otro recurso que vaya acorde al espíritu de la materia y de los estudiantes. De cualquier manera como docente, me gustó el ejercicio de volver a algo retro como la comunicación epistolar. Cada tanto viene bien recuperar ciertas costumbres perdidas y enseñar me dio la oportunidad.

Del teatro y la docencia

Hay veces en la vida, en cualquier ámbito, en que uno hace una parada, se sitúa y desde ese punto de vista, observa, analiza, mira. Observas tu entorno y es entonces cuando reflexionas, agradeces o aborreces tu situación. Normalmente el ritmo frenético del mundo occidental no permite pensar, sólo hay una orden, una ejecución automática para acelerar procesos. ‘Agilitar’ como suelen decir en mi trabajo convencional de oficina. Cada vez que oigo esa palabra me da horror. Sé bien que agilitar es sinónimo de cortar, de interrumpir, de olvidarse del otro y sopesar la ‘gran misión, ‘el gran trabajo del día’.
Este mes de diciembre ha llegado con una serie de aflicciones, dudas, tareas impostergables y con un camino difuminado que quiero seguir aun cuando no sé lo que me depara. Navego en incertezas, en aguas desconocidas, pero no temo, al menos no ahora. Estoy en alerta, como un actor en escena, quien luce relajado en su performance pero que está muy atento a la respuesta del otro. El otro. Ese ser en el que me miro, en el que me reflejo. Los otros, los espectadores, los alumnos…
Hoy me he observado. Suelo hacerlo regularmente pero hoy me vi de otra forma. Me enfrenté como todas las noches a mi sala llena (de alumnos). No pude evitar relacionarlos a ellos como el público expectante que observa, que busca una identificación con la obra de teatro.
Así como el actor, como profesor siento que he hecho un gran desempeño esa noche. Hay otras noches en que la función no sale tan buena, sea por mí, sea por el público (alumnos), o por el texto (la materia). Sin embargo es tan maravilloso, tan catártico cuando esos tres elementos confluyen en armonía. Se forma una energía que alguien externo puede sentir esa comunión. Comunión, me gusta esa palabra. Alejándola del contexto religioso, me interesa por el sentido de unión, de compartir algo. Es lo que sucede en un aula de clases, es lo que sucede en el teatro.
Hoy pude palpar de cerca la importancia que como actor (profesor) tengo sobre el escenario (aula) y el impacto que ocasiono en el espectador (alumno). Una espectadora luego de la función (clase) se me acerca y me pide que lea el escrito que hizo a partir de lo que observó. Esperé a estar en soledad para leer y me encontré con un universo que me obligó a re-observarme. Soy consciente de mis capacidades pero pude ver lo gratificante que es para ciertos espectadores asistir a la función. Se entregan, participan, ríen, aprenden, cuestionan. Y esa espectadora me escribió que la obra (la materia) le está cambiando la manera de verse, de enfrentar sus problemas. No sé si la obra que monto cada jueves tiene esas bondades. De todas formas, al leer sus líneas me remonté a mi época estudiantil, a mi primer encuentro responsable con el teatro, cuando vi una obra que me desencajó, que me llenó de incertezas y dudas. Esa obra me cambió la vida.
Hoy me vi un poco en esa espectadora. Ella me ha hecho reflejarme, verme como actor.
Definitivamente una de las cosas mejores de enseñar es poder palpar cuando a un alumno le ‘llega’ lo que le enseñas y siente que obtiene una respuesta a algo que antes no lograba descifrar. Es cierto también que hay malos espectadores, que están con celular en plena función y que van para ‘cumplir’, pero cuando me encuentro con espectadoras como la de hoy, reflexiono y me enorgullezco de hacer lo que hago. De quemarme las pestañas ideando talleres, armando diapositivas aunque no me guste, pensando en películas para mostrar. Por aquellos espectadores responsables es que sigo en el escenario, dando lo mejor de mí.
Durante estos años de convivencia con el teatro y la docencia, me convenzo más que la labor de ‘ser’ profesor es un proceso muy parecido al de creación de teatro. Se arma un montaje, una propuesta pero va cambiando con el ‘público’, va mutando, va cambiando, se va enriqueciendo en el hacer y una función (clase) nunca es igual a otra.
Gracias mi querida espectadora por hacerme reflexionar esta noche. Espero verte en la platea como siempre, a las 19, dispuesta a dejarte llevar por la obra y por brindarme la oportunidad de conflictuarme en el escenario.