La llamé Dani. Había pensado en Daniela a secas, Nela o simplemente Hola, pero buscaba hacerla sentir en confianza (y yo también claro). Así que salió Dani. Me respondió casi enseguida y ahí empezó el ritual de preguntas: Hola, cómo estás, qué haces?, a qué te dedicas, etc. Me resulta bastante aburrida esta parte pero entiendo que las chicas hacen este cuestionario para verificar que no hablan con un psicópata. Nada más alejado en mi caso. Apenas si logro relacionarme con mis compañeros de trabajo.
No suelo recibir muchos mensajes ni matches pero ese día tuve más de diez. (¿Ventaja de ser forastero en la ciudad?) Chateaba simultáneamente con una rubia de Sambo (había conocido esa zona hace unos días), una bailarina churrona, una periodista divorciada y con Dani. Con las demás no llegué a pasar de un hola.
Mientras guardaba mis cosas en la mochila para partir, empecé este encuentro virtual con Dani. No era tan linda como la rubia, ni tan esbelta como la bailarina pero había algo en la circunferencia de sus ojos, en la textura de su piel y en su media sonrisa que me hicieron pensar si no sería mejor aplazar un día el viaje a Bucay y así conocerla, respirarla de cerca y no quedarme solamente con su imagen congelada. Hablamos tantas cosas, mucho más de lo que hubiera esperado en un chat promedio en Tinder. Me emocionó el ritmo de sus frases, la precisión de las palabras que usaba y al mismo tiempo el tono de humor que empleaba para decirme que nos habíamos conocido a destiempo. Llegué a preguntarle (como si ella fuera la culpable): “¿por qué no te vi antes?”. La pantalla permaneció en blanco unos segundos hasta que emergió un emoticón medio triste, medio alegre. No sé qué expresión sería la más adecuada.
Pasaban los minutos y la rubia de Sambo no contestó más. Me había tardado en responderle de dónde era y cuando lo hice la pantalla se quedó en blanco eterno, la bailarina me había hecho unmatch y la periodista me dijo que iba a salir, que luego me escribía. Sólo quedaba Dani y mi inminente partida. Le prometí que trataría de volver a Guayaquil, aunque la verdad la plata ya me empezaba a faltar y aun tenía mucho que recorrer (para hacer que valieran la pena los 4000 kms de viaje en avión). Pensaba proponerle que viniera conmigo a Bucay pero sonaría muy extraño. Hice el checkout del hostel cuando me dijo que esperaba verme en unos días (si es que volvía). Antes de perder los últimos retazos de wifi prometí escribirle apenas enganchara señal. Me sonrió (con emoticon) y sentí como si tocara una de sus mejillas. Pude verla entrecerrando los ojos para percibir mejor mi caricia. Me miró con sus dos circunferencias, quise besarla y entonces se desvaneció su imagen cuando perdí la señal.
Aun con la música de sus palabras, caminé por el malecón con un sol de mierda y agarré un taxi para el terminal terrestre.
Si te interesa, la primera parte de este relato: https://escribirconsaudade.com/2017/06/21/its-a-match-daniela-y-diego-se-gustan/