Saudade de Domingo #112: Los mapas turísticos

Los mapas turísticos funcionan como una suerte de lienzo maquillado, una cobertura linda que oculta imperfecciones y en caso de que se decidiera integrar alguna de ellas (un barrio «decadente», una calle “popular”), se la somete a las leyes del mercado, se sacrifica lo genuino de la propuesta para ajustarse a las condiciones de estar visibilizado en el mapa.

Es difícil encontrar ese «otro mapa» de la ciudad, aquel que se cuela y rebosa por fuera del mapa turístico. A veces los esfuerzos de otros viajeros retratados en blogs y revistas de viajes ayudan a cruzar esos perímetros oficiales. Gracias a varios artículos de viajeros he podido encontrar restaurantes caseros, galerías escondidas en una calle sin nombre, bares tradicionales e importantes para un pequeño grupo social, un parque con historia que por alguna razón política no figura en el mapa “oficial”. Pero lo más enriquecedor sin duda es relacionarse con los nativos, con los que circulan día a día esa ciudad y que a fuerza de la costumbre han naturalizado su propia mapa de vida. Interactuar con los locales permite captar otra realidad, vivir el viaje con ojos más realistas. Recuerdo que cuando fui a Montevideo por primera vez, en el hotel donde me hospedé en la ciudad vieja, me dieron un mapa en el quedaba claramente divididas las zonas “lindas”, “las que valía la pena conocer”. La división contemplaba las primeras calles cercanas al Río de la Plata. La división era tan notoria, que la recepcionista me dijo “de acá para arriba ya no hay nada interesante para ver, es pura ciudad”.  Me di cuenta que de forma inconsciente o quizás consciente, lo que un turista como yo quería era ver el artificio oficial y no “la ciudad”, la vivida por los montevideanos juntos a todos sus circuitos de socialización. A ojos de la recepcionista, por seguridad, yo merecía la Montevideo que algunas autoridades habían armado para mí. 

Colocándome del lado de los locales, no reconozco la ciudad que muestra el turismo oficial de Guayaquil. Es una ciudad poco vivida por el guayaquileño y guayaquileña común. Son una serie de espacios interesantes pero que no capturan la esencia de una ciudad costeña, de un puerto de grandes contrastes, de pequeñas historias que se encuentran escondidas, marginadas de las guías oficiales. A mis amigos que vienen a conocer Guayaquil, trato de hacerles vivir ese Guayaquil menos turístico y sí más «sabroso». Es obvio que ese Guayaquil varía de persona a persona, pero sin duda será más cercano por el vínculo que establece con los locales.

Siempre miro los mapas turísticos con cierta desconfianza aunque no por eso prescindo de ellos totalmente. Los utilizo, me dan el primer acercamiento pero luego me olvido de ellos en algún libro o cuaderno. En ocasiones me sorprendo al encontrarlos. Recuerdo mi primer mapa de Buenos, todo rayado, con indicaciones adicionales, poniendo números para destacar orden de importancia. Luego de haber vivido allá varios años, desconozco esa ciudad del mapa, en la que solo ciertos espacios se destacan y otros brillan como un pequeño cuadrado blanco sin identificación ni color. Esos espacios, esas calles son los que me interesan descubrir, ahí donde la ciudad adquiere otros matices.

Armar el mapa no oficial es ya en sí mismo un viaje. Implica horas de investigación, de charlas con los locales, de confiar en los instintos y salir a recorrer. Vale la pena relacionarse con una ciudad de otra manera y que sean los propios ojos quienes juzguen cuáles serán las memorias que se conservarán y que se pueden compartir a otros compañeros interesados también en ir más allá de los trazos oficiales de turismo.

Una tarde/noche en La Rabieta

El clásico bar La París en el Hipódromo de Palermo en Buenos Aires, ahora tiene nuevo nombre: la Rabieta, y desde ahí lo que podemos esperar es un ambiente descontracturado, con buena música y una atención de primera. Nada mejor para un verano sofocante que unas cervezas heladas (y lo digo yo, que no soy cervecero).

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Fui a La Rabieta con unos amigos para pasar la tarde y noche. Atinamos a llegar en el  momento en que todo el equipo del bar hacía un simulacro de incendio, por lo que debimos esperar unos minutos que los aprovechamos observando el hipódromo. Ya dentro del bar, iniciamos con una cerveza artesanal Irish Red Ale y una Rabieta Golden, aprovechando el happy hoy de 18 a 21 (una pinta por 70 pesos). El espacio que es enorme, de grandes distancias y techos altos, logra un ambiente acogedor con el uso de madera en las mesas y en algunas paredes. Los amplios ventanales que decoran el bar permiten una gran entrada de luz y apreciar la vista verde del hipódromo. Caminando más hacia el interior del bar, el ambiente cambia. Se vuelve más íntimo, de iluminación tenue, con unas mesas largas para tomar una cerveza al paso. Se encuentra también la cocina, donde se exhiben con orgullo varios chorizos colgantes y grandes porciones de queso, al mejor estilo francés. Más hacia el fondo hay un tercer ambiente que es una especie de salón reservado para ocasiones especiales, con varias mesas grandes en diferentes lugares del espacio.

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Decidimos ubicarnos en el que sería el ambiente principal, cerca de la barra. A las seis de la tarde, había varias mesas ocupadas por gente de diferentes edades que a juzgar por sus trajes, estaban haciendo un after office. Algunos otros aprovechaban el lugar para hacer reuniones de negocios a la última hora del día, también algunos turistas llegaban atraídos por la fachada atractiva del espacio.

Uno de mis amigos decidió “merendar” primero por lo que se pidió un café con un cheesecake que vale decir estuvo delicioso. Esa textura suave en la que la jalea se difumina con la masa y el sabor transita entre lo dulce y lo salado. Siempre me pasa que la cerveza me da un poco de hambre así que además de devorarme la picada de maní, le eché mano al cheesecake. Lo siento, amigo.

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Más tarde, nos pedimos una picada para tres y aunque la mesera nos advirtió que podía ser mucho para nosotros aceptamos el desafío. No se equivocó en la advertencia. La picada fue abundante, con jamón ahumado, jamón serrano, aceitunas, pan artesanal, salame, queso azul, brie, roquefort, mozzarella, paté de hígado, humus y otras salsas que no logré identificar. La ubicación de cada ingrediente convertía a toda la tabla en una especie de cuadro que daba pena desarmar. Vale destacar la variedad de sabores que permitieron un maridaje interesante para charlar mientras probábamos esas diferentes combinaciones de quesos y jamones.

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Volvimos a pedir otra ronda de cervezas y esta vez agregamos una Rabieta American IPA. Aunque era buena, el sabor resultó demasiado fuerte. Agradecí no haber sido yo el que la pidió.

Ir a La Rabieta fue un grato descubrimiento. Las cervezas de la casa superaron mis expectativas con sus sabores atrevidos y con mucho volumen. Aunque se encuentra en una zona muy top de Palermo, los precios del lugar son modestos y adecuados. Sin duda es un bar que vale la pena visitar una y otra vez. Con seguridad volveré en mi próxima visita a Buenos Aires pero exclusivamente por la noche, cuando la música cambia, cuando el ambiente de luces tenues se apodera del bar y cuando el murmullo, las charlas entrecortadas, las risas ocasionales se ponen a tono con el eventual choque de jarros de cervezas para celebrar por un encuentro, por un año más o por la vida misma.