Como suelo decir, cuando viajo, escribo poco en el blog. Estoy más enfocado en sentir, en fotografiar, escribir apuntes de cosas que voy descubriendo. Recientemente estuve en Portugal por un congreso académico que tuvo lugar en Oporto y luego estuve en Lisboa y Madrid. Fueron días intensos ya que además de ser mi primera ponencia de investigación, seguí trabajando a distancia algunos asuntos de la universidad. Ha sido como tener un pie en Guayaquil y otro en Europa. De todas formas el paréntesis vino bien para repensar cosas que «encontré» en San Francisco y en Buenos Aires.
Portugal ya era un sueño de longa data. Como fanático de Brasil y del idioma, conocer al padre Portugal me generaba una curiosidad desde hacía varios años. De hecho, cuando empecé a estudiar portugués por mi cuenta, comencé con un libro que enseñaba el portugués lusitano. Así que Portugal siempre ha estado cerca. En mi primer viaje a Europa el año pasado, pensé en darme un brinco a Lisboa, pero los días eran ajustados y quería disfrutar la ciudad con más tiempo. El sueño siguió siendo entonces un proyecto a futuro.
Este año en febrero, gracias a la insistencia de una colega mandé una propuesta de ponencia sobre una investigación que hice con estudiantes el año pasado y fui seleccionado. La ciudad: Oporto. Confieso que más que la ponencia, me emocionaba ir a Portugal. Se acercaba mi sueño y con eso otro sueño aun más profundo, uno que tenía guardado hace mucho tiempo: tatuarme la palabra Saudade en Lisboa.
No podía ser en otro país, no podía ser en otra ciudad. Si me iba a tatuar Saudade debía ser en Lisboa y debía hacerlo un portugués o portuguesa, alguien que entendiera desde lo profundo de su ser el significado de esa palabra que en español no existe. Una traducción aproximada sería nostalgia o añoranza, pero en portugués uno puede sentir saudade de una película, de una persona, de un lugar. Es mucho más amplio y no necesariamente tiene una connotación negativa. No soy fan de los tatuajes pero sentía que si debía escoger tatuarme algo, debía ser esa palabra.

Pedí ayuda a un amigo portugués para que eligiera el lugar. Contactó a una amiga suya que tenía varios tatuajes, así que fuimos a una tienda de Bairro Alto, llamada Bad Bones. Llevé la tipografía que quería, esperamos. Estaba ansioso, trataba de disimular un poco los nervios. Si hasta la fecha no me había hecho ningún tatuaje era porque me daba miedo la eternidad, me aterraba el hecho de que sería algo que llevaría de por vida. Al mismo tiempo sentía que si una palabra tuviera que acompañarme hasta el día de mi muerte, esa palabra debería ser Saudade, ya que en ella estarían simbolizados mis recuerdos, mis amigos, mis amores fugaces, los actuales, los futuros, mis viajes, mis libros, mi familia.
Quien me tatuó fue Telmo, un portugués contemporáneo a mi en edad. Tenía la calidez y al mismo tiempo la distancia típica de los lisboetas. Hizo una primera prueba de la palabra en tinta sobre mi brazo, para estar seguros del tamaño de la palabra. Me miré al espejo y confirmé que estaba bien. Luego empezó el verdadero trabajo. Pensaba que iba a doler mucho, pero en realidad se sentía como un leve pinchazo muy superficial. Más me asustaba el sonido de la máquina. Decidí quedarme con la mente en blanco, tratando de adivinar qué letra estaba tatuando Telmo sobre mi brazo. Respiraba tranquilo, sintiendo cómo la saudade se escribía sobre mí. Fue como un momento de iniciación, en el que oficialmente era hijo de la saudade, hijo de la lengua portuguesa, hijo de Lisboa.
Al terminar vi el resultado, me impresionó ver la palabra tatuada y la minuciosidad del trabajo de Telmo. Las serifas de cada letra, el grosor de la tinta. Me explicó los cuidados que debía tener durante los primeros días. Mi amigo hizo algunas fotos y un vídeo sobre el momento. Luego, con el brazo aun ardiendo levemente, fuimos a cenar mientras veíamos un show de fados.
En los días sucesivos, tuve el cuidado de lavar e hidratar el tatuaje. Lo hacía con cariño, como si se tratara de una nueva parte de mí. Estoy feliz por la palabra que tengo en la piel y no tengo ninguna intención de tatuarme nada más. No veo a mi cuerpo como un lienzo para tatuar, pues soy muy volátil y me arrepentiría de los tatuajes. Con este primero y único, mi relación es diferente, hay una conexión que va más allá de la piel y que ahora emerge a la superficie, a lo material, a través del tatuaje.