No. Hoy no soy observador omnisciente. Soy yo mismo y no sé nada de mí. Apenas conozco unos cuantos pincelazos de una personalidad siempre tan volátil, que en el fondo se niega a encajar en alguna estructura, a pesar de haber sido forjado en una sociedad cerrada y poco liberal.
Sólo sé que estoy en el umbral. De qué exactamente, no lo sé. Soy yo quien parte ahora. No contemplo, no permanezco. Despego, migro, me desplazo, abandono, corto, cierro, callo. Veremos qué se siente el dejar, el partir. Ya saboreo la despedida y hay una extraña acidez que me lacera los ojos, que quema el paladar. Es una muerte lenta, en el sentido más simbólico y abstracto del concepto. No seré igual. Multiplicaré mis yoes y cada uno tendrá algo de aquel en el que me convertiré. ¿Un monstruo? Quizás.
En el umbral las cosas se ven más claras o por lo menos se toma mayor conciencia de la ignorancia en la que se vive inmerso en el día a día. He conocido la visura, he hecho un scan de mí mismo. Aun hay mucho que hacer antes de partir. No hay tiempo todavía para saudade. Ya llegará, quizás, a pocas horas del trayecto o ya en tierra nueva cuando me encuentre rodeado de personas con acento que no conozco, con música que no he amado.