(Sé que debo escribir algo, ¿no?. Al menos eso me exijo, como ejercicio. Quién sabe si encuentro algo, resquicios de novela, pincelazos de película o una miniescena kafkiana. Debería racionalizar menos y escribir más como un acto de salvación, de curación, de placer y principalmente para jugar con la ficción de ese Yo que no entiendo).
El final del personaje A será una sonrisa a medias, con los ojos un poco humedecidos. Se dejará abrazar de forma automática por personaje B. No está involucrado. Las sombras del sol vespertino oscurecerán ciertas partes de su rostro. Agarrará una bocanada de aire. B se irá alejando, sintiendo que no hay más que decirse. Las cicatrices no fueron superadas y la sal aun corroerá ciertos sentimientos no arreglados. (Es una posibilidad pero la verdad, la verdad, no me dice mucho).
(Otra opción). El final del personaje A será una lágrima que brota con dificultad del ojo izquierdo y sigue, por fuerza de gravedad, su caída libre por la mejilla del mismo lado. B se acerca e interrumpe el trayecto de la lágrima con un beso. A y B se miran como si se enfrentaran a un reto visual. A deja pasar apenas unos cuantos segundos. Aprovechando la oscuridad del cielo nublado de esa noche húmeda con el asfalto emanando vapor producto de la tarde infernal, A se desplazará en cámara lenta al otro costado de la acera, donde tomará un bus que la llevará a la confines, donde la tierra termina. B entrará a un bar y beberá una cerveza recorriendo con sus labios el amargor de sus días y el vaivén nostálgico de las nubes en verano cuando acostado sobre la arena las miraba adivinado formas junto a A, quien siempre encontró ese juego un tanto estúpido pero que en compañía parecía interesante o cuando menos, un refugio de soledad.
(Mejor. Una opción más. Debería hacer mínimo diez, pero la cabeza se me agota. Ahí es cuando cuestiono el rigor que tengo con respecto a la escritura). El final del personaje A será con la vista perdida hacia el río que lleva y trae lechuguines con Sigur Rós controlando la corriente. B está a su lado. No se dirán nada. Son dos seres que cargan con los mismos espectros y los alimentan con sus propias angustias. Se mirarán unos cuantos segundos. No se reconocerán. A verá a B con extrañeza. B, con ternura. B se cortará un mechón de cabello que se encargará de dejar en manos de A. B partirá con una maleta de ruedas que al contacto con el piso de granito producirá un sonido intermitente, disonante que se clavará en los oídos de A recordándole la falta y la melancolía que amargará su hígado por el viaje de B. El sonido y la incomodidad irán alejándose. B se irá empequeñeciendo convirtiéndose en una figura más entre las millares del parque. El sonido se habrá marchado, la calma retornará. Sigur Rós seguirá sonando pero el mechón de cabello de B seguirá contenido, apretado en el puño cerrado de A.
(Ejercicio acabado. No sé que es ni de qué va. Los finales se me antojan inicios ambiguos que van en contrario de las manecillas del reloj. A veces aclaran o por el contrario, confunden. ¿A quién? ¿Por qué? A y B son energías, proyecciones de algo. Estuvieron y estarán en el mismo ritmo que borre y dé forma a nuevas líneas, a otros centros de fuga. Devaneo. Noches de Sigur Rós producen estados que es mejor utilizar sólo en dosis desmedidas)