Siempre decimos a alguien que se va, que lo/la extrañaremos, que nos veremos pronto, pero en realidad son palabras que pierden su peso una vez enunciadas. Uno se comienza a acostumbrar a la ausencia a tal punto que se vuelve más fuerte que la misma presencia. Uno la va a alimentando, se solaza con la distancia, se embriaga con la nostalgia y al final no sabemos si realmente queremos a esa persona o queremos a la proyección que hemos creado de ella misma. Es convertirnos un poco en el Dr. Frankenstein, suavizando los errores e intentando proyectar lo mejor de aquella creación. Lo interesante y conflictivo es cuando la creación se enfrenta al objeto real y te das cuenta de cómo te percibes en el mundo.