No te reconozco. Te veo marchito, aferrado a la vida con un sinnúmero de tubos. Apenas vislumbro un atisbo de ti en tus ojos, con los que tantas veces me hiciste sentir protegido. Ahora soy yo quien debo cerrarlos para siempre mientras los míos se inundan de dolor y mi pecho se ahoga entre recuerdos y fotos en sepia.