Escenarios

Nada más triste que un escenario sin personajes, como una biblioteca vacía, un jardín sin flores… Los escenarios resultan ser sólo una representación, un medio que permite la perpetuación de un personaje. ¿Y cuándo éste se va? El escenario deviene una suerte de caja vacía en la que aun se pueden encontrar vestigios de lo que alguna vez albergó.

Así me he sentido hoy al ver un aula vacía, que hasta hace poco estuvo abarrotada de jóvenes inquietos que se debaten entre sus obligaciones estudiantiles y sus verdaderas aspiraciones de vida. Hoy también vi una oficina, en la que ya no estaba su protagonista. Una semana atrás ese escenario rebosaba de vida con la fuerte presencia de su personaje principal y de toda su utilería. Ahora ya no queda nada de eso… Sólo una caja vacía, mustia, plúmbica, con un sabor salobre…

Son escenarios que no albergan más que recuerdos de lo que alguna vez fueron… Es así como se van llenando de energías y su existencia se limita a las evocaciones de quien se sumerge en ellos con intención o por accidente.

Lo reconozco, amo los escenarios, pero le temo a la soledad a la que inexorablemente está condenados cuando sus personajes hacen mutis y deciden que la función debe terminar.

Viernes de Nostalgia

Viernes 07 Agosto
09.00
La ciudad ha amanecido nublada, algo fría y con un ambiente de fiesta a propósito de la presentación de Silvio Rodríguez esta noche en Guayaquil. Mientras me dirijo a mi trabajo en el Canal del Cerro, llevo un aliento de nostalgia luego de haberme despedido formalmente de mis tres cursos de Comunicación 3. Repaso mentalmente las melodías de Drexler, mientras que desde los vericuetos de la memoria emergen los recuerdos de mi primer viaje a Brasil. Encontré algo en el aire, en la hora, en el color de la ciudad, en la intensidad de la luz, que me transportó a la Terminal Terrestre de Sao Paulo cuando me disponía a recorrer por tierra el trayecto hasta mi Cidade Maravilhosa. Era el mismo ambiente y de pronto, sentí una saudade de ese viaje con mi padre. Abandonaba la hermosa Sao Paulo -ciudad donde espero algún día vivir no sé por cuánto tiempo-, para aventurarme en la endiablada Río de Janeiro, que me extendió los brazos del Redentor y me acogió como a un carioca más en su laberíntica modernidad.
Y así llegué, con ese aire de nostalgia, con los recuerdos de Brasil y las melodías de Drexler a mi lugar de trabajo, para sumergirme en otras ficciones, mientras empiezo a contar las horas para reconciliarme con mis libros no concluidos y las cintas apiladas que me esperan en el escritorio de mi cobáltica habitación.