Viernes 07 Agosto
09.00
La ciudad ha amanecido nublada, algo fría y con un ambiente de fiesta a propósito de la presentación de Silvio Rodríguez esta noche en Guayaquil. Mientras me dirijo a mi trabajo en el Canal del Cerro, llevo un aliento de nostalgia luego de haberme despedido formalmente de mis tres cursos de Comunicación 3. Repaso mentalmente las melodías de Drexler, mientras que desde los vericuetos de la memoria emergen los recuerdos de mi primer viaje a Brasil. Encontré algo en el aire, en la hora, en el color de la ciudad, en la intensidad de la luz, que me transportó a la Terminal Terrestre de Sao Paulo cuando me disponía a recorrer por tierra el trayecto hasta mi Cidade Maravilhosa. Era el mismo ambiente y de pronto, sentí una saudade de ese viaje con mi padre. Abandonaba la hermosa Sao Paulo -ciudad donde espero algún día vivir no sé por cuánto tiempo-, para aventurarme en la endiablada Río de Janeiro, que me extendió los brazos del Redentor y me acogió como a un carioca más en su laberíntica modernidad.
Y así llegué, con ese aire de nostalgia, con los recuerdos de Brasil y las melodías de Drexler a mi lugar de trabajo, para sumergirme en otras ficciones, mientras empiezo a contar las horas para reconciliarme con mis libros no concluidos y las cintas apiladas que me esperan en el escritorio de mi cobáltica habitación.
La ciudad ha amanecido nublada, algo fría y con un ambiente de fiesta a propósito de la presentación de Silvio Rodríguez esta noche en Guayaquil. Mientras me dirijo a mi trabajo en el Canal del Cerro, llevo un aliento de nostalgia luego de haberme despedido formalmente de mis tres cursos de Comunicación 3. Repaso mentalmente las melodías de Drexler, mientras que desde los vericuetos de la memoria emergen los recuerdos de mi primer viaje a Brasil. Encontré algo en el aire, en la hora, en el color de la ciudad, en la intensidad de la luz, que me transportó a la Terminal Terrestre de Sao Paulo cuando me disponía a recorrer por tierra el trayecto hasta mi Cidade Maravilhosa. Era el mismo ambiente y de pronto, sentí una saudade de ese viaje con mi padre. Abandonaba la hermosa Sao Paulo -ciudad donde espero algún día vivir no sé por cuánto tiempo-, para aventurarme en la endiablada Río de Janeiro, que me extendió los brazos del Redentor y me acogió como a un carioca más en su laberíntica modernidad.
Y así llegué, con ese aire de nostalgia, con los recuerdos de Brasil y las melodías de Drexler a mi lugar de trabajo, para sumergirme en otras ficciones, mientras empiezo a contar las horas para reconciliarme con mis libros no concluidos y las cintas apiladas que me esperan en el escritorio de mi cobáltica habitación.