Me da una sensación de vértigo cuando conozco personas que sé que luego no volveré a ver. Hay escenarios que propician encuentros fugaces, charlas intensas, confesiones no pedidas. Y luego está esa salobre certeza de final. Que toda esa intensidad en la brevedad del encuentro se desintegrará en cuestión de segundos. Como el aire que se cuela por la rendija de una ventana en invierno.
Preferiría entonces pensar que volveremos a encontrarnos en algún otro momento, que habrá más oportunidades para conocernos. Si luego no sucede al menos tuve la ilusión de que nos encontraríamos en otro espacio o tiempo. Pero lo que me corta el aliento, lo que me hiela un poco la sangre y me pone en modo de final de película italiana, es el hecho de saber, de antemano, que hay un fin para ese breve vínculo.
Y lo peor…
No hacer nada para cambiar el final de la escena.