Saudade de Domingo #12: Historias con alma

Hace unos días conversaba con una amiga sobre diversos proyectos audiovisuales que habíamos visto en las últimas semanas. En algunos coincidíamos en cuanto a gusto y en otros disentíamos por diferentes motivos. Como siempre que charlamos, nos gusta interpelarnos el porqué nos gusta tal o cual proyecto. Es ahí donde empezamos un análisis que puede llevar horas para perdernos en los recovecos de la apreciación audiovisual, un juego que puede tornarse adictivo. Pero más allá de la preferencia personal de cada uno, hay algo que tienen todos esos proyectos que nos gustan: alma.

Los proyectos con alma están vivos, dialogan, confunden, agotan, encantan. No se trata de historias perfectas en la que todo marcha al compás de un reloj suizo. Son historias que tienen su propia gramática, una morfología específica donde se establecen leyes concretas con las que uno como espectador puede estar o no de acuerdo. Pienso en los documentales de Agnès Varda, la llamada abuela de la Nouvelle Vague, donde lo cotidiano tiene desde su mirada una belleza genuina a pesar de tener una voz narrativa con sobrada presencia en el relato y un manejo técnico que coquetea más con lo amateur. Y está bien que así sea, porque las historias que cuenta desde su cámara necesitan ese lenguaje. Son historias con alma que aun con el paso del tiempo siguen vigentes, crecen y sus escenas se reproducen en la memoria de quienes conectan con sus relatos. Y cuando están a punto de morir, se puede recurrir al play para saborearlas de nuevo.

García Márquez dijo en alguna entrevista que tenía una técnica de escritura que le permitía enganchar al lector desde la primera palabra. El célebre autor dio incluso una pista para desnudar su técnica oculta: leer fríamente cualquiera de sus relatos para encontrar que siempre había un adjetivo, un sustantivo o alguna palabra que estaba de más pero que era necesaria para no romper con la melodía que había establecido con el lector. Se trataba de un acto más cercano a la magia, a una carpintería literaria más que al purismo de la gramática. Y amamos a García Márquez por sus metáforas imposibles, por sus personajes endiabladamente caribeños que no son perfectos, de diálogos poco comunes pero que se circunscriben en la artillería garciamarquiana donde es verosímil que una abuela recorra todo el desierto de la Guajira prostituyendo a su nieta para luego morir supurando sangre verde. Las historias con alma surgen del corazón de un creador involucrado que pone todo de sí, que no le teme a la exposición o que si le teme, encuentra que esa es la única e inexorable salida para exorcizar lo que lleva dentro. Ante cualquier duda, consultar con Kafka.

Las historias con alma no son un cupcake de cobertura perfecta. Pueden ser políticamente incorrectas, polémicas, desafiantes pero no como un deseo a priori sino que en su proceso van tomando sus propios matices. Por el contrario una historia sin alma sería aquella que busca agradar a todo el mundo, con ideas prefabricadas, construidas sobre personajes perfectos, artificiales con escenarios cargados de un manierismo que muchas veces termina por ahogar la verdadera voz de su autor.

Las historias con alma también pueden ser técnicamente perfectas, pero en ellas la estructura melódica hace parte del juego narrativo por el que apuesta su autor. Sofía Coppola, Wes Anderson, Ingmar Bergman o Roman Polansky, son algunos de los muchos autores que están vivos en sus historias. La elección de un plano medio por encima de un plano detalle o una cámara en mano, no es por si es más impactante para una audiencia sino por lo que necesitan esos personajes, por lo que ese autor quiere expresar.

Las historias con alma se la juegan, se equivocan, muchas veces surgen y crecen con el “error” a cuestas. Error quizás para el contexto temporal y/o local donde nace la obra. La Grosse Fuge de Beethoven rompió con todas los preceptos estéticos, técnicos de su época y ante la incomprensión de su generación el mismo compositor habría dicho -como solía decir- que creaba no para su presente sino para el futuro. Las historias con alma perduran porque conectan con un otro aun cuando el tiempo sea lejano, de ahí la valía de las obras de Chaplin, Glauber Rocha o Truffaut. Las historias con alma nacen cuando quieren y reviven en quien las observa, con sus virtudes y defectos. Mientras tanto, mi amiga y yo seguimos a la caza de esas historias, como si de una cita a ciegas se tratara. Aun cuando la cita no fuera lo que esperáramos, vale la pena seguir con la ansiedad antes del encuentro con esa obra. Quizás la próxima que conozcamos tenga esa alma que nos inquiete la sangre.

Autor: saudade86

Master en Comunicación Audiovisual. Profesor, generador de contenidos, viajero. Apasionado por los idiomas. Saudade Pura.

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