Timbuktu (2014), es una película franco-mauritana del director Abderrahmane Sissako, que narra las vicisitudes que deben vivir los habitantes de una ciudad del norte de Malí, a donde llega un grupo de yihadistas a implantar su versión de la Sharia (normas relativas que hacen parte del Derecho Islámico que regulan los criterios de la moral, los modos de culto, entre otros aspectos).
La película entremezcla varias historias para poder dar cuenta de la rigidez con la que los yihadistas pretendían implantar la Sharia: prohibido escuchar música, jugar al fútbol, el concubinato, las mujeres deben usar guantes y trajes largos, cualquier miembro del grupo rebelde puede tomar como esposa a cualquier chica soltera que se le apeteciera, eran muchas de las cláusulas que vinieron a implantarse de un momento en la ciudad, a la que ya muchos de sus habitantes abandonaron.
La película está basada en los hechos que sucedieron en Timbuktu (norte de Malí), durante la guerra civil (2012-2013) en la que Ansar Dine, un grupo rebelde islámico tomó posesión de la ciudad y empezó a implementar su versión de la sharia. Sissako atraído por la crueldad que aplicaban los yihadistas en especial por el caso de una pareja que fue dilapidada por convivir sin casarse, decidió rodar la película. Por motivos de seguridad no pudo rodar en Timbuktu, por lo que debió hacerlo en Oualata, al sureste de Mauritania.
En Timbuktu, ganadora del César a mejor película, dirección y guión, se puede apreciar ya desde los primeros minutos, la desolación y la angustia que invaden a los personajes de la cinta. Una mujer que vende pescados en el mercado, harta de las leyes represoras, se niega a usar guantes para trabajar y les ofrece a los verdugos un cuchillo y sus manos para que se las corten si fuera necesario. Una escena magistralmente dirigida en la que de forma descarnada queda expuesto el dolor de vivir sometidos bajo una ley islámica extrema con la que no están de acuerdo pero que deben acatar so pena de muerte.
Algo que llama la atención de la película sin embargo es la carencia de buenos y villanos. Sissako no muestra a los yihadistas como seres necesariamente perversos, a pesar de la crueldad que aplican para cumplir la Sharia. Se los ve dubitativos, a momentos receptivos, como si en algún momento pudieran recapacitar y comprender la barbarie que están generando a su alrededor. En una escena de la película, un imán expulsa a los yihadistas de la mezquita alegando que no pueden entrar con armas. El mismo imán minutos después aconseja y regaña al líder yihadista de Timbuktu al poner en riesgo la vida de los habitantes del lugar. Sissako expone con proeza los dos polos opuestos del islam: El sabio aplomado, que busca la conciliación, el amor y el extremista prepotente, severo que aun con sus acciones se logra ver conmovido ante las palabras del imán.
Timbuktu es una película dolorosa pero necesaria. Su historia es tan rica que es preciso verla varias veces para captar en detalle el fino trabajo de interpretación de los actores, la belleza del desierto africano capturado en todo su color por una dirección de fotografía inigualable y con una puesta de cámara siempre al servicio de la acción. El ritmo pausado, de música austera y de diálogos lanzados como dardos entre los personajes dan lugar a una película que invita a la reflexión y a desplazar la mirada hacia un continente sumido en guerras civiles, cuyos habitantes no ven otro camino que el exilio. Timbuktu es un grito desesperado a la libertad plena de derechos.