Dícese del irresistible deseo por empezar diversas novelas, relatos en simultáneo, sin terminar ninguno de ellos en un tiempo y espacio determinado. Personajes se trasladan de un libro a otro y parajes distantes terminan encontrándose en un soslayo. Acostarse con varios libros a la vez es adictivo y aunque en algunas noches aframbuesadas una novela de lavanda puede acaparar la atención sobre las almohadas de plumas, horas después se impone algún cuentito gélido con gusto a sangre hiperglucémica. Una mañana amoratada se lleva una novela policial inglesa y una tarde de nubes perlas un relato de dos personajes atrapados en alguna casa sin frío ni calor.
Ni para qué hablar de la prostitución literaria…